Soneto LXXXV

Del mar hacia las calles corre la vaga niebla

como el vapor de un buey enterrado en el frío,

y largas lenguas de agua se acumulan cubriendo

el mes que a nuestras vidas prometió ser celeste.

Adelantado otoño, panal silbante de hojas,

cuando sobre los pueblos palpita tu estandarte

cantan mujeres locas despidiendo a los ríos,

los caballos relinchan hacia la Patagonia.

Hay una enredadera vespertina en tu rostro

que crece silenciosa por el amor llevada

hasta las herraduras crepitantes del cielo.

Me inclino sobre el fuego de tu cuerpo nocturno

y no sólo tus senos amo sino el otoño

que esparce por la niebla su sangre ultramarina.

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