Soneto LXI

Trajo el amor su cola de dolores,

su largo rayo estático de espinas

y cerramos los ojos porque nada,

porque ninguna herida nos separe.

No es culpa de tus ojos este llanto:

tus manos no clavaron esta espada:

no buscaron tus pies este camino:

llegó a tu corazón la miel sombría.

Cuando el amor como una inmensa ola

nos estrelló contra la piedra dura,

nos amasó con una sola harina,

cayó el dolor sobre otro dulce rostro

y así en la luz de la estación abierta

se consagró la primavera herida.

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