Soneto XLVI

De las estrellas que admiré, mojadas

por ríos y rocíos diferentes,

yo no escogí sino la que yo amaba

y desde entonces duermo con la noche.

De la ola, una ola y otra ola,

verde mar, verde frío, rama verde,

yo no escogí sino una sola ola:

la ola indivisible de tu cuerpo.

Todas las gotas, todas las raíces,

todos los hilos de la luz vinieron,

me vinieron a ver tarde o temprano.

Yo quise para mí tu cabellera.

Y de todos los dones de mi patria

sólo escogí tu corazón salvaje.

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