Soneto LXXII

Amor mío, el invierno regresa a sus cuarteles,

establece la tierra sus dones amarillos

y pasamos la mano sobre un país remoto,

sobre la cabellera de la geografía.

Irnos! Hoy! Adelante, ruedas, naves, campanas,

aviones acerados por el diurno infinito

hacia el olor nupcial del archipiélago,

por longitudinales harinas de usufructo!

Vamos, levántate, y endiadémate y sube

y baja y corre y trina con el aire y conmigo

vámonos a los trenes de Arabia o Tocopilla,

sin más que trasmigrar hacia el polen lejano,

a pueblos lancinantes de harapos y gardenias

gobernados por pobres monarcas sin zapatos.

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