Soneto LXXXIV

Una vez más, amor, la red del día extingue

trabajos, ruedas, fuegos, estertores, adioses,

y a la noche entregamos el trigo vacilante

que el mediodía obtuvo de la luz y la tierra.

Sólo la luna en medio de su página pura

sostiene las columnas del estuario del cielo,

la habitación adopta la lentitud del oro

y van y van tus manos preparando la noche.

Oh amor, oh noche, oh cúpula cerrada por un río

de impenetrables aguas en la sombra del cielo

que destaca y sumerge sus uvas tempestuosas,

hasta que sólo somos un solo espacio oscuro,

una copa en que cae la ceniza celeste,

una gota en el pulso de un lento y largo río.

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