Los preliminares sirven para preparar el coito

Precalentar el horno, en posición gratinador, a 170 °C.

Colocar el pollo en un recipiente apto para el horno. Calentar a media altura durante 12 minutos.

Sírvase caliente.

Anónimo

Extraído de los «Consejos de preparación» de un plato precocinado.


La glicinia estaba plantada desde hacía casi dos décadas. Sus racimos de pequeñas flores violáceas cubrían el balcón de nuestro dormitorio.

«Preliminar» significa «antes del umbral»; se entiende, por tanto, que es aquello que precede al paso por el quicio de la entrada. El uso del término lleva implícito, en sí mismo, que la acción importante va a ser la «entrada». Antes de entrar podemos divagar o despistarnos, pero nuestro destino está, desde el momento en que tenemos conciencia de que lo que estamos haciendo es un preliminar, determinado a alcanzar lo que verdaderamente entendemos como significativo: entrar, alcanzar aquello que contiene el liminaris (el «umbral»). Antes de entrar, cuando hablamos de «preliminar», nuestros pasos ya están encaminados inexorablemente hacia la entrada (y condicionados por ella).

En nuestro «discurso normativo del sexo», los preliminares son todas aquellas acciones que anteceden al coito; aquellas que permiten su correcta realización. Si no hiciéramos del coito la materia gruesa, el centro de la erótica, no existirían preliminares, del mismo modo que no entendemos que existan preliminares para los preliminares. Esta fijación por la «entrada», que cataloga todas las otras eróticas como anticipos o «preliminares» a él, es lo que llamamos «coitocentrismo».

Dicen, los que saben de estas cosas, que la hormiga es un insecto himenóptero porque tiene una metamorfosis complicada y una boca que es a la vez masticadora y lamedora. Y es, como los poetas, buscadora de flores, a las que se arrima incansablemente en busca de néctar.

El término «parafilia» significa etimológicamente «al margen del amor». Nos hemos referido en alguna ocasión a este epígrafe que es la «versión actualizada» de lo que entendíamos por psicopatía sexual y después por perversión sexual. A la «parafilia» la define el «discurso normativo del sexo» como aquella actividad que se fija y se recrea en los preliminares y obtiene placer de ellos, despreciando la cópula. Decía Freud, que inventó un magnífico sistema para decir muchas cosas, que «lo que caracteriza a todas las perversiones es que desprecian el objetivo esencial del sexo: la reproducción». Si «preliminar» es una condena nominal para la acción, «parafílico» es la culpa para el actuante.

Me tumbé desnuda en la cama con las piernas abiertas, dejando que él, una vez más, me sorprendiera. Jorge abrió el balcón. Pensé que quizá, hoy, íbamos a ser unos exhibicionistas amantes. Pero no fue así. Dejó que se posaran en su mano un buen puñado de hormigas que trepaban concienzudamente por las ramas de la glicinia. Después, las depositó, una y otra vez, sobre mi vientre. Las hormigas empezaron a distribuirse alocadamente sobre mi cuerpo. Notaba sus pequeños pies recorriendo desconcertados la extraña geografía de mi cuerpo. Me estremecí. Jorge volvió a alargar la mano hasta la trepadora y extrajo, de varios racimos, decenas de pequeñas flores. Algunas hormigas habían abandonado ya mi cuerpo y vagaban por el páramo de las sábanas. De pronto, me vi cubierta de flores malvas e, inmediatamente, las hormigas se reagruparon en torno a ellas. Como con un imperativo marcial e irreprimible, los pequeños insectos siguieron el rastro azul de su deseo y el circuito invisible del mío. Se amontonaron sobre el pezón de mi pecho izquierdo, rebuscando entre las flores con las que Jorge me lo había vestido. Se posaron sobre la palma extendida de mi mano. Se posaron sobre mi pubis y sobre la yema de mi dedo que me acariciaba. Y descendieron. Imprevisibles. Temibles. Fue así como Jorge me tocó sin tocarme. Distribuyendo flores.

Perverso es llamar perverso a lo que no lo es. Perverso es hacer de algo inconmensurable una imposición homogeneizada sometida a controles de calidad. Perverso es ponerle nombre, «formicofilia», a lo que no lo tiene. Perverso es decir que para «comer» (no sólo para comer un pollo precocinado) hay que precalentar el horno a 170 °C, cocer doce minutos y servir caliente. Y perverso es el que dice que el Amor está al margen del amor.

Cuando no sabemos representar porque no hemos entendido lo que vamos a pintar, a narrar o a razonar, olvidamos los detalles, no somos capaces de exponer el matiz, aquel lugar, como decía Wilde, donde habita la inteligencia. El plano de nuestra sexualidad «normatizada» se dibuja con una sola línea: la que va desde el beso hasta el coito. Lo demás son enfermizas fijaciones que borramos de la representación, dejándolas en algo, los preliminares, que no alcanzan el rango de práctica, de erótica.

Decir que «los preliminares sirven para preparar el coito» es dibujar nuestra sexualidad como los niños dibujan un hogar: con un trazo y un tejado rojo. «No hay sin duda nada más emocionante en la vida de un hombre que el descubrimiento fortuito de la perversión al que está destinado.» Michel Tournier sabe, sin duda, que para el orden moral no hay nada más excitante de reprimir que la perversión que a uno le espera.

Alcancé el orgasmo entre piernas de hormigas y lenguas de flores. Antes de que cayera la noche, recogimos las flores y a sus fieles amantes y los devolvimos a su jardín. Ahora, en otoño, espero la primavera y que nuestro balcón se cubra de flores malvas. Y que vuelvan a ellas estos insectos himenópteros que muerden y chupan.

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