El tractor avanzaba despacio. Las chicas intentaban sujetarse con una mano a las barras del remolque para no caerse. Con la otra, tiraban caramelos a los dos chiquillos que estaban en la rotonda.
Yo aguardaba dentro del coche el paso del vehículo.
Conté diez chicas con el bañador puesto, algunas llevaban «pantis» debajo del traje de baño y una, guantes de borreguillo. Sus sonrisas eran más un rictus finjido que un gesto de satisfacción.
El tractorista fumaba un puro corto y retorcido por encima de la bufanda mientras un radiocasete, cogido al lateral del tractor, le ponía música al evento.
Una guirnalda se desprendió con las sacudidas.
Era febrero.
Y febrero y sufrió en el norte de Girona no se andan con tonterías…
Aunque en Río de Janeiro sea el mes más cálido del año.
Día de Carnaval
El tratado de los kama sutra no es El kamasutra. Kama es un término sánscrito que en el hinduismo se puede traducir por «concupiscencia», «deseo sexual». En el budismo, su sentido se refiere a «aquello que resulta de desear los elementos que satisfacen y confortan los sentidos». En el hinduismo tiene una connotación positiva, mientras que en el budismo se interpreta como un «obstáculo» para la liberación. Sutra significa, en ambas concepciones, «hilos», pero por derivación «aforismo», «reflexión», «máxima». Por lo tanto, y dado su origen hindú, el título debería traducirse por los kama sutra (Los aforismos del amor carnal). Si queremos emplear el pronombre «él» como sustituto, por ejemplo, del sustantivo «libro», deberíamos decir el de los kama sutra. Parece una bobada. Pero, como deda Eugeni D'Ors, «lo que no es tradición es plagio». Así que, si a falta de tradición queremos plagiar, hagámoslo, al menos, lo más correctamente posible.
El cristianismo, en su proceso colonizador, «evangelizados, ha hecho suyas todas las celebraciones paganas. Es más sencillo reorientar un hábito, dándole otra finalidad, que intentar suprimirlo (por ejemplo, antes, el varón copulaba sobre la hembra porque ésta era un animal «desalmado» que estaba para servirlo y ahora el varón copula sobre la hembra para provocarle un gran placer estimulándole el punto G). Con el Carnaval sucede algo parecido. La fiesta pagana del «desmadre» por excelencia se convierte en la fiesta cristiana que prepara la Cuaresma.
No es sólo el cristianismo el que hace perder el significado para «traducir» o para adaptar a una cultura lo que se ha generado y tiene sentido en otra muy distinta. A veces es nuestra propia cultura de la tienda, del consumo y del coitocentrismo la que se ocupa de ello. El modo con el que nos han vendido los kama sutra es un buen ejemplo.
– ¿Un chimpancé, me llamas chimpancé? -le preguntó Orto, indignado.
Wanda mantuvo con un gesto la afirmación.
– ¿Acaso leen los chimpancés a Nietzsche? -volvió a preguntar Orto.
– Sí, Orto, lo leen, pero no lo asimilan.
Miré de reojo a Arnau por si de alguna manera se había sentido aludido por el diálogo que mantenían en la película.
Pero su vista seguía clavada en el televisor y en su rostro no se apreció ningún gesto.
No era a Nietzsche a quien él leía, tampoco eran los kama sutra; Arnau se pasaba el día leyendo El arte de la guerra. Lo citaba continuamente; mientras follábamos, mientras comíamos, cuando estábamos entre amigos… si se derramaba el azúcar, si el plato estaba caliente, si llovía y tenía que coger un paraguas, cualquier excusa era válida para que él sentenciara con una cita del tratado.
Ocurría que normalmente su apostilla no tenía nada que ver con lo que estábamos viviendo, otras veces no recordaba la máxima y la soltaba como buenamente podía y muchas veces no era a Sun Zi a quien citaba, aunque lo creyera: «¡Un caballo, mi reino por un caballo!, como dice El arte de la guerra», me dijo en una ocasión.
De Vatsyayana conocemos muy pocas cosas. Su vida transcurrió en la India entre el siglo i y el vi de nuestra era, lo cual equivale a decir, poco más o menos, que en algún momento estuvo vivo. Vatsyayana fue un compilador que abrevió y resumió los trabajos de autores precedentes de manera que dio la forma actual con la que se conoce a los kama sutra. Fueron los ingleses quienes los introdujeron en Europa de mano de una edición en lengua inglesa publicada en Benarés en 1883.
Los treinta y seis capítulos que lo componen están divididos en siete títulos. De todos ellos es sólo el título 2º, en los capítulos i y vi, donde se habla explícitamente del coito. La extensión total que dedica este tratado moral de erotología a esta práctica en el título 2º equivale al que le dedica en el mismo título a, por ejemplo, cómo deben efectuarse los mordiscos según el país de donde proceda la amada, cómo se debe azotar y los sonidos apropiados que se deben emitir o cómo se debe pellizcar con las uñas y las marcas que se deben dejar sobre la piel. De una edición de ciento setenta páginas de texto, unas quince se dedican al coito, teniendo además en cuenta que, de esas quince, unas diez se dedican a examinar las complementariedades afectivas y físicas entre los amantes. El resto de los títulos son una presentación sobre la elección de la esposa, sobre la propia esposa, sobre las esposas de los otros, sobre las cortesanas y sobre la seducción.
Tan pobre y tan ridículo es hacer de los kama sutra una relación de posturas para realizar el coito como ver en ellos un tratado de BDSM o un compendio sobre el arte de la prostitución. Es como si, en la India, hicieran del Quijote un tratado de cómo derribar molinos.
Pero aquí, donde nos gusta coger el rábano por las hojas y donde no somos capaces de entender lo que es un ars amandi, porque hemos hecho del sexo una técnica con un fin y no una sabiduría sin fin, lo hemos convertido en un manual para aprender a bailar el twist. «Como dice El arte de la guerra: el fin justifica los medios», que apuntaría el bobo de Arnau.
Aquí, cuando queremos copiar una tradición ajena, a falta de un verano, de un «sambódromo» y de una escuela de samba, bien nos valen unos guantes, una rotonda y un radiocasete.