La eyaculación precoz es un problema del hombre

No juremos su Santo Nombre en vano… que la comedia gana divinidad, cuando lo divino pierde tragedia.

Jaculatoria arrabalesca De Fernando Arrabal


Una jaculatoria es una oración breve y fervorosa que normalmente se realiza mirando al cielo. Las jaculatorias se «lanzan», por eso su nombre deriva del latín iaculatorius (de iacere, «lanzar»). Jaculatoria y eyaculación tienen el mismo origen etimológico. El dramaturgo Fernando Arrabal lo sabe bien.

«¡¡¡Ay… Dios, ya llego… me vengo…!!!», solía ser la particular «jaculatoria eyaculatoria» de Günter.

Günter no era mal amante. De temperamento nervioso e hiperactivo, parecía que nunca quería estar donde estaba, sino donde esperaba estar después; las cosas, para él, pasaban demasiado lentamente. Solía tener siempre algún dedo en la boca que mordisqueaba, inconscientemente, mientras completaba las frases de los demás antes de que las hubieran concluido, no siempre con acierto.

De origen bávaro, Günter era alto y enormemente delgado. Cuando lo conocí, acababan de nombrarle responsable máximo en España de una multinacional del sector tecnológico. Cuando me acosté con él por primera vez, llamó mi atención un curioso ritual: tenía que tener a mano un recipiente con cubitos de hielo. Brillante en su trabajo, original en sus planteamientos, Günter tenía el firme convencimiento de que era un eyaculador precoz.

Sólo los que no conocen el tiempo creen que el tiempo pasa sin tenernos en cuenta. Que es algo lineal, que no se dilata, se deforma o mengua. No hace falta entrar en Bergson o en la física relativista para saber que el tiempo sucede en función de la interpretación que de él hacemos en nosotros mismos. El tiempo no se mide con relojes, sino con emociones, porque el tiempo es el sentimiento de nuestro tiempo.

Es por eso por lo que siempre me ha parecido un tanto ridículo emplear un «tiempo objetivo» para valorar una respuesta o para emitir una conclusión. «Todo amor piensa en el instante y en la eternidad, pero nunca en la duración», decía Nietzsche. A la «duración» que transcurre entre la excitación y el orgasmo también le hemos puesto tiempo. Para encontrar, nuevamente desde otra medición, la normalidad y catalogarnos de «subnormales» o de «supranormales» en nuestra respuesta sexual.

La eyaculación precoz, o quizá mejor dicho, el eretismo precoz, tiene que ver exclusivamente con los sentimientos de frustración y satisfacción, no con el paso de las manecillas. Tiene que ver con que vivamos con plenitud una interacción sexual, en la que sean las emociones y no los relojes los que la validen o la sancionen. En la que nos condicione el placer que proporcionamos o recibimos y no los tiempos de ejecución que otros, por muchos que sean, han establecido como convenientes.

Con Günter, había que estar en continua comunicación. La valoración que él hacía de la prontitud con la que siempre le «amenazaba» el orgasmo hacía que el gesto de apoyar un cubito de hielo en la base de su espalda se convirtiera en un gesto común más en la coreografía sexual de cada encuentro. En cuanto su mano se agitaba buscando el bloque de agua, sabía que su orgasmo era inminente. Había veces en las que la postura o la posición le impedían alcanzarlo él mismo, entonces suplicaba «¡hielo!». Yo me detenía y se lo aplicaba, bien en la espalda sobre la columna, bien sobre el vientre, entre el ombligo y el pubis.

Sorprendentemente, sucedía que, en ocasiones, pasaba mucho rato antes de que su angustia le hiciera vislumbrar su eretismo. A veces, debíamos interrumpir nuestro encuentro en múltiples ocasiones para que siempre el agua mantuviera su consistencia sólida. Aun así, el resultado era el mismo; al eyacular, Günter se disculpaba por no poder sobreponerse a su «dolencia». Para Günter, el convencimiento de su mal era su único mal.

Por mi experiencia con él y muchos otros, no es tan importante el tiempo que se emplee en obtener el orgasmo como el convencimiento de que ese tiempo siempre va a resultar demasiado corto. Muchos hombres están convencidos de que son eyaculadores precoces. Y quizá eso sea, en muchos casos, su verdadero problema.

La clínica clasifica, para ella, esta disfunción en primaria o secundaria según la frecuencia con la que se presenta. Si siempre se produce, será «primaria», si se produce esporádicamente, se hablará de «secundaria». También se establece una distinción temporal basada en el «cuándo» se alcanza el orgasmo; si éste acontece antes de que se haya llegado a la penetración, se habla de ejaculatio ante portas («antes de las puertas») o de ejaculatio intra portas («entre las puertas»). No es necesario explicar a qué remiten las puertas y qué practica es la única que se contempla como «atravesadora de puertas».

En la cultura romana, existía una expresión de peligro inminente que podría equivaler a nuestro «¡que viene el lobo!». En Roma se decía, desde la Segunda Guerra Púnica, Hanníbal ad portas! o Hanníbal ante portas! Cuando se escuchaba esto, era que algo tremendo iba a suceder, como que el general cartaginés Aníbal Barca estaba a punto de someter la ciudad.

El enemigo, aquí, no es un militar con muy mala leche y elefantes como para fundar un zoo, sino algo tan gratificante como el orgasmo. Convendría reflexionar sobre qué extraños mecanismos pueden hacer que temamos a nuestro propio orgasmo.

Me cité con Hugh tres veces durante mi estancia en Londres con motivo de un stage de posgrado en una empresa. Cenábamos, tomábamos unas copas, y una vez llegamos a besarnos. Lo que de común tuvieron los tres encuentros es que terminaban de una manera brusca, dos en el portal de su casa y uno en la recepción de un hotel en el barrio londinense de Notting Hill. Cuando todo parecía predispuesto al encuentro sexual, de repente, algo fallaba.

No llegué a saber muy bien cuál era la causa, hasta que, dos años después, contactó conmigo porque iba a desplazarse a París y quería que le recomendara algunos lugares que visitar. En su carta, me informaba, después de explicarme el motivo de la misma, que vivía desde hacía seis meses con una chica de Birmingham y que con ella había conseguido superar el problema que yo sin duda habría intuido (y que en verdad yo nunca intuí): Hugh era un «eyaculador anticipativo», se corría al pensar que el coito podía tener lugar.

La eyaculación precoz es más un problema del «hambre» que del hombre. Como dificultad común, suele tener un muy eficaz tratamiento que pasa, como la solución a la mayoría de los problemas, por entender lo que sucede. Una de las primeras cosas que realiza el terapeuta es, con toda la razón del mundo, traspasar la unidad clínica del hombre a la pareja. Las disfunciones eyaculatorias no son asunto de uno, sino de la unidad que interacciona. En la práctica terapéutica de este conflicto, tienen especial importancia los ejercicios llamados de «focalización sensorial», con los que se pretende establecer una relación carnal «no exigente», que no tenga como finalidad ni el orgasmo ni siquiera, al principio, la propia excitación. También se recurre a algunas técnicas de control mediante presión del glande, realizadas por el parienaire, que resulta, por su posición, más eficaz en este cometido, a fin de generar seguridad y evitar la falsa creencia de la inevitabilidad del orgasmo.

Se trata de reeducar la estimación que se tiene del placer (propio y ajeno) y del significado de la relación sexual (poniendo, por ejemplo, en el lugar que se merece al coito, principal «agente patógeno» por la mala interpretación que de él se hace en este tipo de dificultad) para amortiguar, fundamentalmente, las ansiedades que provoca el desconocimiento.

Gran parte de esta práctica terapéutica se la debemos a los sexólogos Masters y Johnson, los mismos que propusieron que, en los casos en los que un «cliente» (término más apropiado para evitar la connotación patológica que tiene el de «paciente») llegara sin pareja, fuera ayudado en su proceso de aprendizaje por una «terapeuta sexual» que hiciera las funciones de su inexistente pareja. Con este principio el novelista Irving Wallace publicó una curiosa novela en 1987 que llevaba por título The celestial bed (La cama celestial), donde se relataban las actitudes y los comportamientos de estas carnales terapeutas sexuales.

Leí, en una ocasión, del filólogo Marius Serra, el caso de un monje, Pompeyo Salvio, que a principios del xvii, de la jaculatoria Ave María, gratia plena, dominus tecum, había conseguido sacar quinientos anagramas (quinientas composiciones con sentido, combinando y utilizando las treinta y una letras de la jaculatoria). No sabemos cuánto tardó el tal Salvio en su cometido, pero en ningún caso debió de tratarse de un lanzamiento precoz… Y si con una jaculatoria se puede hacer eso, imagínense con una eyaculación…

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