«¡Puccini tardó cuatro años en componerla!», susurró maravillado, interrumpiendo, una vez más, la audición.
Giovanni se giró hacia él, molesto:
«¿Crees que si hubiera tardado diez minutos, cambiaría algo?», le dijo.
El político se quedó meditativo.
«Llevas demasiado tiempo pagando a tus empleados por hora…», concluyó Giovanni.
En una pequeña población de la Toscana, durante un recital que incluía una selección de fragmentos de Turandot.
(El concejal de Cultura, que quería asociarse con Giovanni en un negocio inmobiliario, nos hizo de anfitrión. Solícito, complaciente, queriendo agradar continuamente, nos dio la noche.)
La práctica del coitus reservatus surgió, como el coitus interruptus, como un método anticonceptivo. Su propósito era, en un principio, simple: evitar, durante el coito, la eyaculación dentro de la vagina. Para conseguirlo, se empleaban distintas técnicas de control físico (retención de la próstata a través del músculo pubococcígeo y control de la respiración), mental (fundamentados en gestionar la excitación) y una rutina copulatoria que contemplaba la combinación de penetraciones profundas y cortas con detenciones.
A Giovanni lo conocí en el burdel en octubre de 1999. Desde el momento en que nos vimos, supimos, pese a nosotros mismos, que íbamos a vivir algo más que unos ratos de sexo de pago. Solía venir, en nuestros primeros encuentros, acompañado de un amigo de ojos muy redondos, como los de un besugo, y de nombre Alessandro. Alessandro se ganó pronto entre las chicas el apodo de «pez martillo».
Imaginémonos un mundo feliz en el que en la interacción sexual no existieran obligaciones. Si tuviera que escribir el acta constituyente de sus estatutos, probablemente empezaría con estos artículos:
1. Ningún varón está obligado a hacer que el coito dure más de cinco minutos.
2. Ninguna hembra está obligada a aguantar a ningún varón que haga que el coito dure más de cinco minutos.
Y como no hay dos sin tres:
3. Ninguno de los participantes estará obligado a cumplir los puntos 1 y 2 y ninguno de ellos está tampoco obligado a saber lo que significa el término «coito».
Preocuparse por la duración del coito genera dos cosas: preocupación y coito. Ninguna de las dos es necesaria para desarrollarnos como seres sexuados. Normalmente, prolongar el coito es, para el varón, acortar su capacidad para disfrutar del sexo. Para la mujer, normalmente es prolongar su capacidad para distraerse.
«Cuando uno teme sufrir, ya está sufriendo», dice el proverbio chino. En los hombres, la obligación, casi moral, de prolongar el coito genera una ansiedad que, con demasiada frecuencia, desemboca en las disfunciones sexuales más comunes: impotencia, eyaculación retardada y especialmente el antónimo de lo que se pretende con esta servidumbre: la eyaculación precoz.
En la puerta de mi casa levantaron hace poco la acera para pasar no sé qué canalización. A las ocho de la mañana se ponía en marcha el martillo pilón y a las ocho de la tarde se paraba. Durante todos y cada uno de los días que duraron las obras, no pude dejar de pensar en Alessandro.
El tiempo mínimo que contrataba era de dos horas (más de una vez, Giovanni y yo teníamos que esperar en el vestíbulo de un hotel a que acabara o viendo en la tele, desde la cama, alguna reposición de películas de cine negro).
Clara, una chica por la que Alessandro sentía especial inclinación, llevaba en el bolso, cada vez que lo visitaba, una botellita de 250 ml. de aceite de oliva virgen. Nada mejor que el aceite de oliva para intentar calmar la irritación que «un persistente» provoca en la vagina, me explicó un día. Alessandro, mientras, creía que era el mejor amante que hubiera dado Italia desde tiempos de Giacomo Casanova… si no desde antes.
Existe la creencia de que cuando algo, por ejemplo una obra de arte, ha tardado mucho tiempo en construirse, su valor es mayor. En el tiempo en que Mozart componía una sinfonía, Schumann escribía un acorde, en el tiempo en que Antoni Tapies pinta un cuadro, Antonio López desenrosca el tapón de un tubo de óleo y mientras Basho componía un haiku de corrido, Dante tardó alrededor de quince años en escribir La Divina Comedia. Ello no implica que el valor de la Sinfonía Renana sea necesariamente superior a la 40 de Mozart, que tenga más valor la Gran Vía de Antonio López que Núvol i cadira o que se disfrute más Lo Divina Comedia que El viejo estanque. Confundir tiempo con calidad es como confundir valor con precio.
El buen amante, como el buen artista, no entiende de tiempos de ejecución, entiende de ejecución. No entiende de minutos, entiende de duración.
Por aquel entonces, por aquellos tiempos en los que Alessandro hacía de las suyas y Giovanni empezaba a ser, para mí, Giovanni, frecuentaba el burdel un tipo charlatán, de espaldas estrechas y de profesión abogado. Su práctica favorita era meterla durante cincuenta y nueve minutos y correrse cuando la alarma de su reloj, que siempre ponía en marcha por si le escaqueábamos algún minuto, indicaba que había pasado una hora. Las chicas le temían como al café frío y yo estaba particularmente harta de ese «metomentodo», de sus paraditas y de sus instrucciones, de su reprise y de sus frenazos en seco. Aquella mañana, en la que yo esperaba que un italiano volviera a llamar para encontrarse conmigo, me tocó a mí atenderle.
La vagina, lo he dicho alguna vez ya, tiene, aproximadamente, la misma sensibilidad que el recto. Eso no quiere decir que no tenga; durante el sexo todo nuestro cuerpo es una terminación nerviosa y cualquier parte de él es susceptible de producir un orgasmo (hasta la vagina). Coito largo para los amantes a quienes les guste el coito largo, como les pasa a los americanos con el café, coito sin tiempo para los que quieran un coito y no un reto, y coito como una alternativa erótica más para los que quieran interactuar sexualmente.
Aguanté a que su excitación le hiciera detenerse por primera vez. En verdad, no fue mucho.
– Espera, espera, espera…
Entonces, lancé un alarido como si todos los orgasmos del mundo acudieran a mi encuentro. Contraje repetida y fuertemente los músculos de la vagina simulando las contracciones orgásmicas. Y se corrió.
No volvió a ofrecerme empleo como secretaria suya y no volvió a negociar conmigo el precio del servicio, porque no volvió a contratarlo. Y yo me quité a un abogado, estrecho de hombros, cretino y martilleante, de encima.
No hay mejor manera de disfrutar del tiempo que despreocupándose de él. Y no hay mejor manera de ser un buen amante que despreocupándose de serlo… y siéndolo.