La pornografía es basta y el erotismo es elegante

CXIII. La fuente de la sangre

(…)

En el amor busqué un sueño sin memoria;

Mas para mí el amor sólo es lecho de agujas

Para dar de beber a esas crueles rameras.

Las flores del mal

Charles Baudelaire


Las flores del mal fue un libro de poemas considerado pornográfico. El 21 de agosto de 1857, Charles Baudelaire fue condenado a pagar trescientos francos por haberlo publicado, acusado de «ultraje contra la moral pública». Baudelaire fue rehabilitado por la Corte de Casación Francesa en 1949, ochenta y dos años después de su muerte.

El término «pornografía» es un invento Victoriano. Antes del siglo xix, nunca se empleaba, no sólo porque no existiera, sino porque no había necesidad de diferenciar la catadura moral de los espectadores de escenas o relatos sicalípticos. «Pornografía» es, por tanto, como término, una valoración discriminatoria entre cultos que saborean y ordinarios que engullen, nacida al amparo de una nueva concepción puritana de lo que debe ser, sigue siendo y nunca ha sido la sexualidad humana.

Parrasio fue posiblemente el primer pintor de putas. Ciudadano ateniense, aunque nacido en Efeso, su vida se desarrolló entre el siglo V y IV antes de nuestra era. A las grafías de Parrasio, que gustaba de representar alguna porne («prostituta»), nadie las tildó nunca de pornográficas. Parrasio fue el primer pornógrafo sin que llegara nunca a saberlo. La mirada que siempre incrimina tenía, por aquel entonces, los ojos cerrados.

El descubrimiento de los gineceos (las «salas de mujeres») y los burdeles en las ruinas de las sepultadas Pompeya y Herculano proporcionó, a principios del XIX, un buen número de escenas concupiscentes. El peligro surgió de inmediato; ¿qué harían las mentes embrutecidas e ignorantes con aquel material sensible? La mayoría de los frescos fueron a parar a colecciones «eróticas» privadas (sólo los ricos «erotómanos» podían formar colecciones), mientras que las que se consideraron que debían permanecer en la propiedad pública fueron restringidas, por el duque de Calabria en 1819, al «Gabinete de los objetos obscenos» o, como también se llamó, a «La colección pornográfica», a la que sólo tenían acceso aquellos visitantes de «edad madura y moralidad probada».

Los inicios de la fotografía, que permitieron que imágenes de cualquier índole pudieran divulgarse con facilidad, consolidaron el término «pornográfico», siempre mucho más en función de quién observara la imagen que del contenido de la misma. Las primeras películas eróticas fueron eso, eróticas y no pornográficas; sólo tenían acceso a ellas las clases adineradas, los nobles y la monarquía.

Decía André Bretón (o Robbe-Grillet o Eric Losfeld o Woody Alien): «La pornografía es el erotismo de los otros». Unos y otros distinguidos no por lo que se aprecia, sino por la calidad con la que se aprecia, por unos que aprecian mejor la diferencia entre lo que es un depravado y lo que es un virtuoso que entre un hombro que asoma y una vulva que se expone.

Por aquel entonces, yo vivía en un bajo. De mis vecinos, me separaba apenas un angosto patio de luces al que solían ir a parar las bragas del primero segunda o las colillas del estudiante del segundo tercera. La ventana de mi habitación, situada a los pies de mi cama, daba directamente sobre el dormitorio de mis vecinos. Aquella noche de verano, apagué la luz y me quedé de pie detrás de las cortinas. Pude verla pasar por delante de la ventana cuando sonó el timbre en su puerta, con su pecho descubierto y lo que me pareció un tanga de encaje. Pasó muy poco tiempo entre la llegada del visitante y la reincorporación de los dos a la habitación. Nunca había visto a aquel individuo. En el diálogo que pude oír, él se aseguraba de que su marido no regresaría aquella noche. Ella se lo ratificó y, en el encuadre que formaba mi ventana, lo besó.

Formalmente, la composición de una situación erótica de otra de carácter pornográfico puede diferir en cómo maneja cada una el concepto de lo explícito. La construcción erótica no hace explícita una situación, sino que anticipa que en algún momento esta situación pueda hacerse explícita. Es un devenir, una promesa. La construcción pornográfica ofrece una explicitud en un escenario cerrado, preconcebido, dado. Todo lo que se puede desvelar se desvela y todo lo que no está desvelado deviene accesorio, indiferente, insustancial.

En el erotismo, la «simulación» es primordial, la simulación deviene el paradigma de la representación erótica. En la pornografía, se busca eliminar la simulación para hacer la representación «real». En el cine erótico, por ejemplo, los actores actúan, «simulan»; en el porno, los participantes intervienen, «realizan».

Ambos, el erotismo y la pornografía, utilizan nuestra pulsión escópica, esa que lleva siempre nuestra mirada a intentar desvelar lo tapado, a descubrir lo obsceno (lo que está fuera de escena) para reconocernos. Pero mientras el erotismo la estimula, la pornografía pretende satisfacerla. La misma pulsión escópica que nos induce, por ejemplo, a adherirnos a los espacios televisivos (pornográficos) de ingerencia en las vidas ajenas, «realities» o espacios llamados de corazón (en general «telebasura», la que nos ofrece la revelación de lo obsceno, término que también puede tener como origen etimológico ob caenum, «de la basura».)

Erotismo y pornografía son útiles activadores de la libido. Al ser ambos, aunque la pornografía intente evitarlo, una «representación», nuestros mecanismos deseantes completan y se proyectan en la función que ambos nos exponen. A este respecto, no creo que, contrariamente a lo que se suele considerar, un planteamiento erótico sea más excitante que uno pornográfico. Depende sencillamente del voyeur, del testimonio que observa, porque los mecanismos de estimulación pertenecen única y exclusivamente a él.

Una salvedad: las maneras de representar nuestro estar sexual no predeterminan un juicio moral ni estético. Un crimen es un crimen por bien o mal planificado que esté y una genialidad es una genialidad independientemente del tiempo que se tarde en elaborar. Erotismo y pornografía son dos métodos de exhibición, dos propuestas para hacer visible, no dos juicios de valor sobre la moralidad del que los construye o del que los aprecia.

El visitante la abrazó por detrás, y mi vecina apoyó las manos sobre el quicio de la ventana con un gesto de satisfacción. Su cara se asomó al exterior unos centímetros. Me pegué contra la pared evitando ser descubierta, mientras apartaba ligeramente la cortina de mi ventana para que mi vista se filtrase por el hueco que dejaba. Vi como, desde atrás, le sujetaba un pecho con la mano izquierda mientras le bajaba con la derecha el tanga. Los oí musitar y jadear cuando él empezó a acercarse desde atrás. El empuje hizo que ella estirase los brazos proyectándose hacia arriba, de forma que el encuadre cambió. Perdí su cara, pero gané la línea superior de su pubis oscuro.

El erotismo de los adúlteros fue, aquella noche, mi pornografía.

Si al erotismo le pone nombre el amoroso Eros y a la pornografía una puta cualquiera, parece que los inventores de estos términos tenían claro lo que querían designar con ambos, pero detrás del erotismo o la pornografía, no hay un virtuoso o un depravado, sólo alguien con o sin talento y delante, no hay un esteta o un vicioso, sólo alguien que mira por la cortina o deja de observar.

Las flores del mal, antes que mal, son flores…

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