El sexo con éxito acaba en el orgasmo

continuo, nua. (Del lat. continüus).

1. adj. Que dura, obra, se hace o se extiende sin interrupción.

éxito. (Del lat. exïtus, salida)

1. m. Resultado feliz de un negocio, actuación, etc.

Del Diccionario de la Real Academia Española


Felipe era el propietario y gerente de varias zapaterías en Barcelona. Como amante era desinhibido y descarado, aunque respetuoso. Me gustaba. Nuestros encuentros sexuales tenían lugar en el pequeño apartamento que yo tenía alquilado. Cuando me anunció que iba a comprar un piso y que le gustaría que nos fuéramos a vivir juntos a él, di por concluida nuestra relación.

Nuestra cultura está hecha de principios y fines. Todo empieza y todo acaba a partir del intercambio de conceptos antagónicos; nacimiento/muerte, sonido/silencio, día/noche… Sin embargo, no todas las culturas opinan lo mismo. El diagrama que refleja el fluir del ying y del yang ilustra el movimiento perpetuo de las esencias; nada empieza y nada acaba, todo fluye, y cuando alcanza un máximo, este máximo ya contiene en sí mismo su opuesto. “El día empieza a medianoche”, dice el pensamiento taoísta; cuando creemos que algo ha alcanzado su final, no está nada más que iniciando su inicio. En la pintura naturalista japonesa, por ejemplo, el todo sensible, lo que llaman «las mil cosas», son manchas de tinta espontáneas pero reconocibles: el mar, las nubes, la montaña, los pájaros, el campesino… Sin embargo, cada uno de esos elementos representados parece que vaya a convertirse, en cualquier momento, en el otro. La maestría de pintor está en saber reflejar esto: la diferenciación de las cosas constituidas por lo mismo. La individuación de lo que está constituido por lo mismo en perpetuo movimiento, en insaciable cambio.

En un plató de televisión conocí a Manuel. Médico de profesión, participábamos, junto a otros invitados, en un debate bastante riguroso. Al acabar, nos intercambiamos los teléfonos. Fue, después de la cena, cuando me decidí a aceptar su invitación para continuar la charla en su casa. Cuando desabrochó mi sujetador y apoyó su mano sobre mi pecho, me levanté y di por finalizada nuestra relación.

Una de las muchas cosas que en materia sexual confundimos es el «sexo» con la «interacción sexual». Lo primero hace referencia a todo aquello que se desprende de nuestra condición de seres sexuados. Lo segundo se refiere al uso que hacemos de esa condición durante un encuentro con otro ser humano o con cualquier elemento que nos impulse a manifestarnos sexualmente durante un tiempo determinado. Lo primero es como el lenguaje, lo segundo, como una opinión dada a un conocido. Lo primero está vigente en nosotros desde que nacemos hasta que morimos, lo segundo existe mientras se prolonga el encuentro.

El «sexo» no entiende de principio ni final. Tampoco se define, ya lo hemos dicho en algún momento, a través del «orgasmo». La «interacción sexual» opera, normalmente, siguiendo unos mecanismos que se conocen como «la respuesta sexual humana» o por las siglas DEMOR (Deseo, Excitación, Meseta, Orgasmo y Resolución). Pero no siempre es así de lineal y previsible. En ocasiones una «interacción sexual» se agota en el deseo, otras en la fase de excitación y otras en la meseta. La ausencia de orgasmo no implica, en ningún caso, que el encuentro no haya existido, o que haya sido incompleto o que se tenga que interpretar como insatisfactorio.

Borja era vecino mío. Tenía un pene de dimensiones descomunales que manejaba con cuidado. Su piel era tostada y su acento sureño puso música a algunas de mis noches. Cuando su novia se quedó embarazada, concluimos con nuestra relación.

La satisfacción suele ser un asunto mucho más cultural de lo que creemos y mucho más subjetivo de lo que nos suelen hacer creer. Sentirse satisfecho depende en gran medida de la escala de valores que hemos ido adoptando, pero la satisfacción, como ocurre con la decepción, es siempre una interpretación subjetiva que hacemos de unas circunstancias concretas.

Si creemos que para alcanzar el éxito en una interacción sexual debemos obtener un orgasmo, nos frustraremos en el caso de que esto no suceda. Si entramos condicionados en ese encuentro por ese objetivo de finitud, el orgasmo, además estaremos generando, sin darnos ni cuenta, una enorme tensión que nos va a sabotear, además del destino, el propio viaje.

La inmensa mayoría de las consultas que recibo sobre dificultades sexuales comunes, como la eyaculación precoz, el vaginismo o la impotencia, tienen siempre un mismo origen; la obligatoriedad ineludible de procurar el orgasmo propio y el ajeno. Esa imposición proviene a su vez de que hemos equiparado el éxito al orgasmo, como en lo humano equiparamos el éxito al volumen de una cuenta bancaria. La misma lógica, la misma necedad. Esclavos ocasionales pero serviles de un éxito mal entendido.

Todo terminó con Andrés cuando se masturbó delante de mí. No es que me importara lo más mínimo que nuestra relación erótica pasara por esta práctica o que la hubiera puesto en escena sólo unas horas después de conocernos. Fue más bien un «defecto» de estética. Su manera de jadear, el aire rosado de sus pezones, los movimientos convulsivos de sus manos… completaron un cuadro que no me apetecía volver a ver.

Hablábamos de los japoneses y su estética. Ellos utilizan un concepto, shibui, intraducibie a nuestro idioma e incomprensible a nuestro pensamiento. La estética o el «buen gusto» derivados del shibui consiste en apreciar la belleza de lo incompleto, de lo insípido, de lo que nos deja la libertad para construir lo que pueda faltar, el disfrute de lo que no se ve pero está. Mejor que yo lo explica, por ejemplo, el probar el sashimi y tan bien como él, lo cuentan las relaciones que no acaban en orgasmo y nos colman.

Desde mi ruptura con Felipe hasta la salida del piso de Andrés, entre los primeros días de junio de 2003 hasta mediados del mismo mes, se produjeron varios finales para varios principios, todos en una sola continuidad: mi sexualidad.

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