En un día de mucho calor, un león y un jabalí llegaron a la vez para beber en un arroyo. Discutieron amargamente para otorgarse el derecho a beber primero, hasta el punto de retarse a muerte. Cuando el feroz combate era inminente, se acercaron hasta ellos un grupo de buitres y cuervos.
El jabalí entonces propuso:
«Mejor que bebas tú primero y seamos amigos que espectáculo y alimento para otros».
Traducción libre de la fábula de El león y el jabalí, de Esopo
Eric había perdido el vuelo. Habíamos pasado la noche intentando uno de sus descubrimientos eróticos más recientes relacionado con la simultaneidad. Sin más éxito, por cierto, que el que le quise hacer creer.
Una de las ventajas de que tu padre sea el propietario de la empresa es que, a veces, puedes perder el vuelo sin que vuele con él tu empleo. Desde la oficina le reorganizaron las visitas para el día siguiente, aunque mantuvieron su agenda de trabajo de cuatro días en París. A Eric, más como una humillación que como un premio, le dieron el día libre. Yo no lo supe hasta que llamó al portal.
A Fernando lo conocí la noche anterior, cuando con unas amigas tomaba unas copas en un local chic de la posmodernidad madrileña. Era uno de esos aspirantes a trovadores, con un aire muy estudiado de malditismo y con más encanto que oficio. Intimamos, de esa manera de la que sólo se puede intimar en los dos metros cuadrados del lavabo del local. Como el encuentro había sido muy «estrecho», le propuse repetir al día siguiente, a las once de la noche en mi piso, bueno, en el piso de Eric, bueno, en el piso del papá de Eric.
Entre las muchas cosas que intercambiamos apoyados entre la puerta cerrada y el pomo de la cisterna, no figuraron ni el teléfono ni mi situación de vida en pareja. Yo debía partir la semana siguiente a Sudamérica para una estancia que se alargaría tres meses. Ultimaba, desde casa, los preparativos del viaje.
A las once de la mañana sonó el interfono y un Eric cabizbajo me pidió que le abriera. Sorprendida por que no estuviera en el vuelo a París, pero sólo ligeramente contrariada, le abrí, desde el piso, el portal. Justo después de apretar el pulsador y antes de que yo colgara el auricular, oí como alguien se dirigía a él pidiéndole que no cerrara la puerta. Me pareció reconocer la voz de Fernando.
Parece ser que el término «coito» ya lleva implícito, en su etimología, el ir a algún sitio y en compañía. En latín, al coito se le daba el nombre de coitus, de donde deriva el término actual. Coitus se formaba del prefijo co (que implica unidad y conjunción) y de itus que sería el participio pasado del verbo iré (marchar, partir). Idos conjuntamente, podría ser una definición etimológica bastante ajustada del significado de «coito».
«Simultáneo» procede del término latino simul, que significa «juntamente», «a una». Probablemente, si para los romanos la simultaneidad de acciones y reflejos, en lugar de la compañía, hubiera sido una característica definitoria del sexo, hubieran llamado al coito algo así como simulitus («idos a una») y denominaríamos, por ejemplo, «simulateo» al hecho de copular teniendo que alcanzar el orgasmo de manera sincrónica. Discúlpenme los filólogos esta pura ficción etimológica.
Siempre tuve, desde que viví en aquel piso, dificultades para accionar los mecanismos eléctricos que abrían las ventanas. Quizá fue eso lo que me impidió el intentar salir por alguna de ellas, cuando desde la mirilla pude ver como Fernando y Eric salían juntos del ascensor y se dirigían hacia mi puerta. Quizá fue entonces cuando empecé a detestar, creo que a Einstein le pasaba algo similar aunque por motivos distintos, la simultaneidad y el sincronismo.
«Me voy a correr» es mi recurrente. Pero hay muchas otras: «me vengo», «ya llego», «me voy»… Todas ellas para anunciar lo mismo; la inminencia de la partida, el fin de las palabras y la omnipresencia del orgasmo.
Los humanos somos entidades parlanchinas. Pero, por mi experiencia, parece que las mujeres anticipamos verbalmente más este acontecimiento que los hombres, posiblemente, y no quiero ser mala, como anuncio de la representación que va a tener lugar. Mucha historia y mucha vida de cada una de nosotras se ha apoyado y se apoya en la gran «función»: la puesta en escena de la obra El orgasmo fingido para soprano y continuo, en la que hay que sacar a pista los caballos, la mujer barbuda, el tragasables, el vidente de la venda y hasta el mono titiritero.
También es posible que los humanos, frente a este traslado fugaz al mundo de nunca jamás, busquemos compañía. Aunque, exceptuando la muerte, no puede haber experiencia más solitaria, individual e incompartible que el orgasmo.
Es por eso por lo que la búsqueda de la simultaneidad de orgasmos me recuerda más a lo que algunos llaman una extravaganza que a un logro para el bagaje sexual de cada uno. Además, si sincronizar el orgasmo de uno mismo es sencillo y el de dos puede ser una tarea complicada, organizar la simultaneidad de tres, cuatro o de n+i participantes, debe de resultar verdaderamente milagroso.
Conviene aclarar también que la simultaneidad de dos experiencias personales no supone en ningún caso la suma de éstas. Si dos luces se encienden, vemos más, pero si un barco se hunde, hay más muertos y más dolientes pero no más muerte. Es por ello por lo que tiendo a ver en el tipo de proclamas como «el orgasmo simultáneo es lo más» una voluntad intencionada de seguir imponiendo una sexualidad basada exclusivamente en el binomio pareja, que está muy bien siempre que estemos ofreciendo una posibilidad a la voluntad de los participantes y no definiendo lo que es el sexo o creándole un marco de buenas costumbres.
Antes de que Eric se volviera para preguntarle a Fernando lo que quería, yo ya había abierto la puerta.
Le di un beso a Eric y a Fernando le estreché la mano prometiéndole que yo entregaría la documentación personalmente al director de la agencia porque todavía no estaba preparada. Su cara parecía dos signos de interrogación con un círculo en medio.
– Perdonad, no os he presentado, Eric, mi novio, Fernando, el correo de la agencia.
Volví a fingir, pero Fernando fingió peor que yo.
El sexo es un mal animal de carga. Mientras más obligaciones, sugerencias, objetivos y consejos se le imponen, más se encabrita. En el sexo, como en las prácticas meditativas, la mirada tiene que estar dirigida hacia lo que se es y no hacia el cómo se debe ser, porque eso sólo se aprende siendo. La búsqueda del orgasmo simultáneo, cuando, más allá de una curiosidad o una casualidad, deviene un imperativo del manual de los amantes perfectos, es uno más de esos fardos que la grupa del sexo suele sacudirse en cuanto que se lo cargan encima.
Mi viaje era inaplazable. Yo, al contrario que Eric, no podía perder ningún avión. Tuve que alojarme en casa de una amiga hasta mi partida, sabiendo que a la vuelta debería, antes de deshacer las maletas, buscar un nuevo piso donde vivir.
Supe que Eric y Fernando se hicieron amigos, aunque no volví a ver a ninguno de los dos. No sé lo que se contarían, aunque posiblemente pasarían las horas hablando del interés de uno por sincronizar el orgasmo y del otro por no sincronizar el reloj.