Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Augusto Monterroso
El dinosaurio
Si Monterroso hubiera creído que el tamaño importaba, nunca hubiera escrito este cuento.
Contaba él mismo en una entrevista, harto ya de que se juzgara su obra por el tamaño, que, cuando un periodista volvió por enésima vez a poner en duda que algo de esa extensión fuera un cuento, él, airado, le contestó: «¡Tiene usted toda la razón, no es un cuento, es una novela…!».
Hacemos del sexo la medición del sexo. Medir significa generar media. Y es desde ella desde donde se establece parte importante de la «moralidad» del sexo; lo que es normal y lo que es anormal, bien por supranormal o por subnormal. Lo que está bien y lo que está mal. Cada vez que al sexo le estamos dando una «medida», creamos «disminuidos».
Las cifras son menos tolerantes, todavía, que los juicios de valor. Cuando alguien opina que sólo le gustan las personas «guapas» o las personas «inteligentes», no está indefectiblemente excluyendo a nadie. La belleza o el talento son subjetivos, y por lo tanto, discutibles. Sin embargo, decir que la media nacional del pene es de doce centímetros o que las personas mantienen una media de 1,8 relaciones sexuales por semana, no se puede «gestionar», porque la lógica de la medida es una lógica binaria, o «es» o «no es». Los metros no se interpretan y los calendarios tampoco.
– Pero, entonces, ¿cuántos amantes habrás tenido en tu vida?
La pregunta era el colofón a una de las entrevistas más estúpidas en las que me las he tenido que ver. El entrevistador era un personaje del mundo del cotilleo sin mucho más mérito que ser el ex de alguien sin mucho más mérito que él.
– Menos de los que supones y tres más de los que crees -respondí, deseando que la ambigüedad pusiera fin al encuentro.
Titubeó un momento y concluyó resueltamente: -O sea, pongo entre mil y mil quinientos… O sea, eso… a las cuatro y cuarto.
La duración de la Novena sinfonía de Beethoven está entre los sesenta y cinco y los setenta y cuatro minutos, dependiendo del director. Ese dato sólo le importa al que se está orinando durante el concierto, al que debía comercializar el soporte CD y quería que cupiese la sinfonía en uno, o al que está ansioso porque suene el coro con la Oda a la alegría, de Schiller, porque ésa se la sabe. Por lo demás, ese dato es absolutamente insignificante para evaluar lo que produce.
Ni siquiera la música, que es una bellísima manera de contar el tiempo, se evalúa en función de su tamaño. Una sinfonía no es un minutaje, sino lo que se hace en un minutaje.
Frecuencia de orgasmos, número de orgasmos, longitud del pene, duración de la interacción, frecuencia de relaciones, duración del eretismo, número de amantes… El sexo no se mide. El sexo se experimenta, se construye, se compone, se dibuja y se narra. La medida no explica nada del sexo, sólo explica los intereses que puedan tener aquellos que quieren hacer de algo inconmensurable una medida. Igual que sólo a un trombón de la filarmónica de Berlín le interesa saber cuántos trombones hay en la Novena, para saber si trabaja mañana.
Números de coitos al año para tener una producción que satisfaga la demanda de condones, duración del orgasmo para vender el libro de No sea tonto y amplifique su orgasmo de una puñetera vez y número de veces que nos masturbamos para poder condenar al pajillero de pajillero. Ése es todo el interés de la medida del sexo.
Los sexólogos han sido, en sus inicios, unos grandes medidores para entender lo que es el fenómeno de la sexualidad humana, en tiempos en los que se desconocía hasta el tamaño de un paraguas. Sus esfuerzos por analizar, clasificar y desmitificar el hecho sexual humano eran y son esfuerzos de comprensión. Para que, luego, los «sexolocos» y las «sexolocas» escriban artículos bajados de Internet o anuncien alargadores de pene… para distraer mucho más que para entender.
La polla más grande que he visto pertenecía a un deportista centroafricano de alto nivel. Fue durante un servicio sexual que solicitó, mientras se recuperaba de una lesión de rodilla, en un centro de rehabilitación de Barcelona.
Cuando llamó a la agencia, solicitó una chica que hablara francés, pues, aunque no era su idioma materno, podía entenderse en él. En la agencia me pasaron el encargo, de manera que fui yo la que se encontró con aquel hombre a un falo pegado.
Después del encuentro, en el que hice de todo menos disfrutar, me enseñó fotos de su esposa y de sus cinco hijos. Yo, mientras simulaba interés por las imágenes, no podía pensar en nada más que en lo que tenía que haber «tragado» aquella pobre mujer. Mientras, mi vagina vibraba como si le hubieran puesto mil pilas y un grupo electrógeno. Y así estuvo cerca de tres días, de manera que, cuando volvió a llamar a la agencia, le pasé el cliente «superdotado» a Lisa, que tenía fama de valorar los grandes retos.
Somos incapaces de tratar con lo inmedible, quizá por eso el infinito es un concepto que podemos utilizar (por entenderlo como contraposición a lo finito), pero incapaces de concebir. Sin la medida, no podemos establecer simetrías y nuestro propio pensamiento «mide» más que piensa. Sin medir, todo se nos haría incomprensible. Eso no significa que un coeficiente intelectual (que sólo cifra la habilidad que tenemos para resolver el test de un coeficiente intelectual) sea un referente o explique algo mínimamente interesante de nuestra capacidad de pensamiento o de nuestra genialidad, individualmente o como especie. Es un dato irrelevante. «Miserable sería el amor que se dejara medir», le dice Antonio a Cleopatra, en la obra homónima de William Shakespeare. Sabemos quién era Shakespeare por lo que hizo de su pensamiento, no por cuál pudiera haber sido su supuesto CI.
En el «discurso normativo del sexo», hemos hecho de él un coito y de su nivel de satisfacción, la medida de un pene. En torno a éste, se ha generado toda una corriente de enfrentamiento, las personas que postulan que no hay mejor sexo que el derivado de tratar con uno grande, y las personas que creen que la medida de este órgano es insustancial a la hora de poner en práctica nuestra sexualidad.
Es curioso sobre lo que se puede debatir en las sociedades con excedente. El tamaño del pene puede no importar a alguien y el tamaño del pene puede ser importante para otro, lo que sí es seguro es que realizar la medición del pene es insustancial.
(…) La habitación en que me hallaba era muy amplia y alta; las ventanas largas, estrechas y ojivales, estaban a tanta distancia del negro piso de roble, que eran en absoluto inaccesibles desde dentro. Débiles rayos de una luz roja abríanse paso a través de los cristales enrejados, dejando lo bastante en claro los principales objetos de alrededor; la mirada, empero, luchaba en vano para alcanzar los rincones lejanos de la estancia, o los entrantes del techo abovedado y con artesones. Oscuros tapices colgaban de las paredes. El mobiliario general era excesivo, incómodo, antiguo y deslucido. Numerosos libros e instrumentos de música yacían esparcidos en torno, pero no bastaban a dar vitalidad alguna a la escena. Sentía yo que respiraba una atmósfera penosa. Un aire de severa, profunda e irremisible melancolía se cernía y penetraba todo (…)
Edgar Allan Poe
El hundimiento de la Casa de Usher
Si Poe hubiera creído que el tamaño no importaba, nunca se hubiera extendido en la descripción de la habitación de Roderick Usher. Medir es ridículo cuando no se sabe el qué, por qué o para qué…