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A esa misma hora, y a no mucha distancia de allí, el inspector Perdomo consultaba los principales diarios digitales en el ordenador de su despacho para comprobar si se había filtrado ya a la prensa algún dato importante de la investigación. Para su asombro, la prensa estaba ya al tanto de todos los detalles:


TERRORISTAS ISLÁMICOS PODRÍAN ESTAR

DETRÁS DEL ASESINATO DE ANE LARRAZÁBAL


decían la mayoría de los titulares; y también figuraba ya su incorporación a la UDEV central, que había ocurrido sólo hacía unas horas, y un breve perfil profesional con una elogiosa alusión final al caso El Boalo.

«Por lo menos esta vez no han publicado mentiras», se dijo mientras buscaba ansiosamente la otra noticia que le interesaba del día, que era la investigación del asesinato de Manuel Salvador.

La habitación estaba en penumbra y la única fuente de luz era la pantalla del ordenador, pero a pesar de ello, Perdomo se dio cuenta de repente de una presencia a su espalda que le sobresaltó. Era su hijo Gregorio, que había entrado en el despacho sigilosamente y ahora le espiaba desde atrás, medio oculto entre las cortinas de la ventana.

– ¡Gregorio! ¡Vaya susto me has dado! ¿Cuánto tiempo llevas ahí? ¿Por qué no me has dicho nada?

– Quería saber cuánto podía acercarme a ti sin que te dieras cuenta -le respondió su hijo, muy satisfecho de haber sorprendido a su padre.

Perdomo le pidió que se acercara y le abrazó cariñosamente.

– ¿Te diviertes tocando? Últimamente te escucho practicar poco.

– La verdad es que a veces echo de menos tocar con otra persona.

– ¿Y no hay ningún compañero con el que puedas hacerlo? Invítalo un día a casa y hacéis un dueto.

– A veces toco con Nacho, pero me aburro un poco, porque toca peor que yo.

– Necesitas a alguien que te estimule, ¿no? Como cuando quieres progresar al tenis y te buscas a una persona que juegue mejor, aunque te haga morder el polvo en todas las partidas.

– Eso es.

– ¿Y tu profe? ¿No puedes hacer dúos con él?

– Sí, claro, pero él toca también el violín, y siempre se pide la parte difícil, que es la que quiero tocar yo.

– ¿Y qué te gustaría tocar a dúo?

– ¿Has visto la película Master and Commander?

– No. ¿De qué va?

– Es de un barco de la Armada británica que persigue a un corsario francés en la época de Napoleón. El capitán del buque, que es Russell Crowe, toca el violín, y como el médico de a bordo es amigo suyo y es chelista, se divierten juntos tocando un quinteto de Boccherini.

– ¿Un quinteto entre dos? ¿Y eso cómo puede ser?

– No lo sé, pero eso es lo que me gustaría tocar: el Quintettino de Boccherini de Master and Commander.

Perdomo se quedó pensativo y tras dudar de la idea que le rondaba la cabeza se lanzó por fin a expresarla:

– Tu padre va a encargarse de atrapar a la persona que mató a Ane.

– ¡Bien! -dijo el muchacho como si le hubieran anunciado que su equipo favorito acababa de fichar al futbolista del momento.

– Eso significa que voy a tener que hablar con muchos músicos, así que les puedo preguntar quién podría acompañarle en tu «quinteto a dos».

– Pero antes tienes que ver una cosa, papá. Y prométeme que no te vas a enfadar.

El rostro grave de Gregorio semejaba ahora el de un adulto. A Perdomo le pareció el de un director de un banco a punto de anunciar a su cliente que no le va a conceder el crédito.

– No te puedo prometer nada. Excepto que sea lo que sea lo que me vas a enseñar, me enfadaré mucho menos de lo que lo haces tú conmigo cuando no te quiero comprar tu último antojo.

Gregorio condujo a su padre hasta su dormitorio y, tras extraer el violín de su estuche, le mostró cómo el mango del instrumento se había desencolado del cuerpo debido a un formidable golpe, cuyo impacto se apreciaba perfectamente en el clavijero.

Perdomo se quedó unos instantes con la boca abierta, sin poder articular palabra.

– Pero ¿qué ha ocurrido? ¿Has utilizado el violín como un martillo olímpico? ¡Con razón no te oía practicar estos días!

– Entonces ¿no te enfadas porque se me haya caído al suelo?

– Le puede ocurrir a cualquiera. Además, me imagino que tendrá arreglo, ¿no?

– Sí, claro -dijo el chaval poco convencido-. Pero te aseguro, papá, que no va a ser barato.

– Por eso no te preocupes.

Al ver que el chico se guardaba algo que no quería o no se animaba a decir, Perdomo dijo:

– Oye, no será esto un truco para que te compre un violín nuevo, ¿no?

– No, papá.

– Entonces ¿por qué tengo la extraña sensación de que no me estás contando todo acerca de esta rotura?

– Fue en el metro.

– Ya te he dicho que no tengo inconveniente en que vayas en metro, siempre que no lo hagas solo. ¿Con quién ibas?

– No me entiendes, papá. No viajaba. Estuve tocando en el metro.

Perdomo tardó varios segundos en reaccionar, porque dudaba de que hubiera escuchado bien la frase, así que se la hizo repetir.

– A ver, a ver: ¿mi hijo de trece años ejerce la mendicidad en el metro de Madrid? Pero ¿cuándo ha sido eso?

– No fue para sacar dinero, fue por una apuesta. ¿Te acuerdas de cuando Joshua Bell…

– ¿Quién?

– Un virtuoso estadounidense. Tiene un Stradivarius. Y se puso a tocar en el metro de Washington para comprobar a cuánta gente era capaz de parar. Acababa de llenar tres días un auditorio de Boston a pesar de que las entradas estaban a cien euros. Pues en el metro no se paró casi nadie.

– ¿Y cuál era la apuesta? ¿Con quién la hiciste?

– Con dos amigos del cole. Yo les dije que la razón por la que la gente no se paraba no es porque a la gente no le guste el violín. No se paraban porque Joshua Bell eligió una pieza de Bach que no tiene ni ritmo ni melodía: la Chacona. Si hubiera tocado la Meditación de Thais o cualquier otra pieza más conocida, se hubiera formado un corro como el mío.

– ¡No lo puedo creer! ¿Tú triunfaste donde fracasó un virtuoso del violín? ¿Y en España, donde la música más clásica que hemos oído es «Paquito el chocolatero»?

– Si no te lo crees, mira la foto que me sacó Dani con mi móvil.

Gregorio extrajo el teléfono del bolsillo y le mostró una instantánea en la que se veía a un niño rodeado de no menos de treinta personas.

– Espera un momento. ¿Tu móvil? ¿Desde cuándo tienes tú móvil?

– Es que el primer día conseguimos reunir 67 euros. Y volvimos otra vez, que es cuando se me cayó el violín.

Perdomo estaba a punto de estallar en una carcajada, pero en vez de eso adoptó un semblante muy serio, para poder tomar el pelo a su hijo.

– Yo todo lo que veo aquí es un niño, pero está muy lejos. ¿Cómo sé que eres tú?

A Gregorio se le veía ahora desesperado por el hecho de que su padre no le creyese capaz de la hazaña que había logrado.

– ¡Papá, mira la ropa! ¡Esa cazadora blanca y roja me la has visto cien veces!

La reacción del niño, que era la esperada por el padre, hizo que éste pudiera ya dar rienda suelta a su hilaridad.

– Y dime: ¿qué pieza elegiste tú para superar a ese violinista?

– Recordé que tú siempre dices que los Beatles fueron los Shubert del siglo xx. Y como en el salón tienes todos sus discos, los estuve oyendo para encontrar una melodía pegadiza.

– ¡Sólo por haber elegido a los Beatles ya mereces una recompensa!

– Toqué una canción muy marchosilla llamada «Eight Days a Week».

Por toda reacción, Perdomo empezó a tararear el tema al ritmo de sus propias palmas: Ain't got nothin' but love, babe, eight days a weck.

Gregorio sintió un poco de vergüenza ajena por el poco garbo que mostraba su padre al moverse y le paró en seco:

– Es suficiente, papá. No te «motives».

Perdomo aseguró a su hijo que esa misma semana solucionarían lo de su violín, pero antes le hizo prometer que no volvería a desplegar sus habilidades musicales en el metro.

– Hace unos meses un grupo neonazi asesinó a un chico en Legazpi. Y se producen robos y agresiones todos los días.

– Pero cada vez hay más cámaras, papá -le replicó su hijo-. Y hace poco han empezado a funcionar hasta patrullas con perros. Yo creo que estoy más seguro en el metro que en la calle.

– Tienes trece años, Gregorio. Un chico de trece años, hoy en día, no está seguro en ninguna parte. Y menos con un violín como el que quizá tenga que comprarte.

El chico se entusiasmó ante la idea de llegar a ser por fin propietario de un buen instrumento. Perdomo se guardó muy bien de comentar a Gregorio que ya tenía la excusa perfecta para llamar por teléfono a Elena Calderón.

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