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El funeral de Ane Larrazábal tuvo lugar en la catedral de la Almudena y a él asistieron los más altos representantes del mundo de la política y de la cultura, encabezados por la reina doña Sofía, que era una gran admiradora de la violinista. Arsène Lupot acudió con sus amigos Roberto y Natalia, y pudo constatar lo enormemente respetada y querida que era la artista en su propio país. Arropando a los padres de Ane -dos maduritos pequeños y encantadores que al luthier le recordaron a una pareja de hobbits- había, entre admiradores y familiares, cerca de mil personas, más las casi trescientas que no habían podido entrar en el templo y que aguardaban ansiosas a la salida del mismo, quizá para poder dar el pésame a los progenitores. Lupot reconoció a muchos músicos: desde la violinista estadounidense Hilary Hahn hasta el violonchelista británico Stephen Isserlis, pasando por el director Zubin Mehta o el tenor Plácido Domingo. El bullicio en la catedral era tal que en un par de ocasiones se rogó silencio. Miembros de la organización de la Almudena tuvieron que recordar a los asistentes la sacralidad del templo, aunque, cuando los ánimos se templaron un poco, toda la energía que flotaba en el ambiente ayudó a gestar una de las más emotivas ceremonias a las que el luthier hubiera asistido jamás.

Los oficios corrieron a cuenta del deán de la catedral y concelebraron la misa otros dos sacerdotes, que los padres de Ane habían hecho ir expresamente desde Vitoria.

La primera lectura fue la carta a los tesalonicenses seguida del evangelio de san Juan. En la homilía, el deán no se refirió ni una sola vez al hecho de que Larrazábal hubiera fallecido de muerte violenta o a que el asesino estuviera aún campando a sus anchas por el mundo, por no hablar de la siniestra posibilidad de que pudiera incluso hallarse allí mismo, entre los presentes, regodeándose íntimamente con el dolor que había causado. En su lugar, dijo que, para gente creyente como Ane, la muerte era dolor pero también era vida, y que morir era vivir para siempre. La parte más emotiva de su intervención se produjo cuando se refirió a Larrazábal como una persona enormemente influyente, porque con su música había podido cambiar la vida de miles personas en el mundo, hombres y mujeres a los que había conmovido y transportado a un mundo mejor con el prodigioso sonido de su violín. Al recordar el poder de la música para cambiar a las personas por dentro, se refirió a Felipe V, que había ordenado construir el muy cercano Palacio Real de Madrid:

– Si se ganó el sobrenombre de el Animoso, con el que ha pasado a la historia, fue porque la música lo sacó de una profunda depresión. El rey no quería salir de su alcoba ni participar en los asuntos de gobierno, y ni siquiera las súplicas de la reina o de los más altos dignatarios del Estado lograban convencerle de que tenía que volver a asumir sus responsabilidades como monarca. Pero, queridos hermanos, en ese tiempo visitó Madrid el gran cantante italiano Farinelli. La reina, Isabel de Farnesio, al escuchar su hermosísima voz y conocer su fascinante personalidad, tuvo una idea que resultó providencial para el futuro de España. El cantante fue llevado a palacio y, desde una habitación contigua a la de Felipe V, comenzó a cantar. El rey se emocionó en el acto con las maravillosas arias de Farinelli y ordenó que fuera llevado a su presencia. Poco a poco, la música fue ejerciendo su poder curativo sobre el melancólico soberano, que con el transcurso de los meses encontró en la voz de aquel castrato legendario el vigor necesario para asumir de nuevo las tareas de gobierno. Me consta -concluyó el deán- que Ane Larrazábal ha desempeñado con miles de personas el mismo papel de Farinelli con Felipe V, y por eso su ausencia será llorada por mucho tiempo, no solamente por sus amigos y familiares, sino también por toda la gente a la que el violín de esta magnífica artista aportó, en algún momento de su vida, algún consuelo espiritual.

Lupot no pudo evitar pensar, al escuchar las palabras del padre, en la ambivalencia del instrumento, pues aunque el violín estaba asociado con el diablo, también simbolizaba la ternura y el amor romántico. «En las películas, cuando dos personas se enamoran, siempre suenan violines de fondo.»

Las palabras del deán también tuvieron un impacto notable en el inspector Perdomo, que había decidido acudir al funeral para observar in situ qué personas constituían el círculo íntimo de la víctima.

Por mucho que las palabras del deán hubieran logrado conmover al público asistente, nada pudo compararse con el gran momento musical de la noche, que fue cuando el padre de Ane, que era catedrático de violín en el Conservatorio Jesús Guridi de Vitoria, interpretó el aria de Bach «Erbarme dich», una de las músicas más desoladoras y a la vez más reconfortantes de La Pasión según san Mateo. La tristeza de la melodía es tan profunda que, cada vez que uno la escucha, no se puede dejar de pensar en la pérdida más dramática de todas, que es la muerte de un hijo. Y Bach sabía de ese dolor más que nadie, porque casi la mitad de sus veinte vástagos fallecieron a temprana edad. Pero era una música que, al mismo tiempo, tenía un gran poder curativo, porque estaba diciendo a quien la escuchaba que hasta la aflicción más grande puede ser expresada y compartida. El «Erbarme dich, mein Gott», que significa «Ten piedad de mí, Dios mío» es un aria para violín y contralto de unos cinco minutos de duración, que tiene una larga introducción de violín.

Sobre una rítmica pulsación de los bajos, don Íñigo Larrazábal, el padre de Ane, fue desgranando lentamente la desgarradora melodía introductoria con una elegancia y sobriedad extremas. Cuando se exponen melodías tan emotivas, pensó Lupot, es fácil dejarse arrastrar por el sentimentalismo barato, abusando del vibrato,ese movimiento ondulante que realiza el instrumentista con el dedo sobre ciertas notas para dotarlas de expresividad.

Pero don Íñigo no cayó en ese error de interpretación, a pesar de que estaba viviendo uno de los momentos cruciales de su vida, pues se estaba despidiendo en público y para siempre de su única y amadísima hija, a la que había dado él mismo clases de violín hasta los diez años. Tampoco cayó el padre de Ane en el extremo opuesto, es decir, en la costumbre de algunos músicos de eliminar por completo el vibrato con el argumento de que así la interpretación se acerca más a los criterios de la época. Con su contenida manera de ejecutar, Íñigo Larrazábal se metió al público en el bolsillo hasta la entrada de la voz de contralto, que no interpretó una mujer, como se suele hacer en muchas ocasiones, sino un contratenor. ¡Y vaya contratenor! El alemán Andreas Scholl se había hecho íntimo amigo de Ane durante la grabación de un maravilloso disco que Lupot escuchaba con frecuencia titulado Salve Regina,en el que el cantante de voz fina y sutilmente afalsetada interpretaba música sacra de Monteverdi y otros compositores venecianos de la época. Ane, que no era aún la estrella mundial en la que se convertiría más tarde, accedió a acompañar a Scholl en varias de las piezas, y aunque después no habían vuelto a grabar juntos ningún disco, sí habían participado en varios conciertos benéficos y se había fraguado entre ellos una imborrable amistad. Scholl hizo llegar la música a los asistentes al funeral con tal sensibilidad y pureza que no era necesario saber alemán para adivinar el sentido de aquellas sencillas palabras.

Erbarme dich, mein Gott,

um meiner Zähren willen!

Perdomo se enteró, sin embargo, de su significado gracias a que una señora que estaba sentada justo delante de él le fue traduciendo la letra a su marido a medida que el contratenor la iba cantando.

Ten piedad de mí, Señor.

Hazlo por mis lágrimas.

Mira cómo ante ti

el corazón y los ojos lloran amargamente.

Ten piedad de mí, Señor.

Cuando concluyó el aria, el público permaneció en un silencio contenido, mientras que el padre de Ane se tuvo que retirar a la sacristía porque la emoción le desbordó por completo. Perdomo reconoció en una de la personas que acompañaron a don Íñigo a la parte trasera del altar al novio de la violinista, Andrea Rescaglio, al que había visto muy afligido la noche del crimen y a quien deseaba interrogar de nuevo, pese a que ya había testificado ante Salvador. Al mirar hacia atrás para comprobar si los asistentes estaban ya desalojando la Almudena, por ser la pieza de Bach el último acto previsto en la ceremonia, el policía se percató de que en los últimos bancos del ala izquierda había varios músicos de rock y de pop cuya presencia le había pasado inadvertida hasta ese momento. Perdomo, que no era ningún experto en música, se enteró al día siguiente, por la prensa, de que un tipo de melena rubia y barbilla huidiza, ataviado con chaleco y un sombrero blanco que no se había retirado de la cabeza por respeto a la difunta, era Beck, un músico californiano autor de una canción llamada «The Devil's Haircut», «El corte de pelo del diablo», de la que se había hecho incluso un videoclip; era evidente, dirían los periódicos al día siguiente, que la conexión entre la violinista y el rockero era la evidente simpatía que ambos parecían mostrar por el diablo. Perdomo buscó también en vano, con la mirada, para ver si había rastro alguno de Mick Jagger o alguno de los Stones, ya que suya era la canción satánica más conocida: «Sympathy For the Devil». Estaba considerada una de las quinientas canciones más influyentes de la historia y, por si fuera poco, el año anterior, en 1967, los Stones habían sacado a la venta A petición de sus Satánicas Majestades. Las raíces satánicas del rock se remontaban a los años sesenta, y habían salpicado incluso a los Beatles, a pesar de que éstos, gracias al gran trabajo de imagen de su mánager Brian Epstein, que los había uniformado y peinado como si fueran colegiales, ofrecían un aspecto de inocencia y de formalidad que distaba mucho de la realidad.

Al salir de la iglesia, Perdomo divisó a lo lejos a Elena Calderón, la atractiva trombonista que había despertado su interés desde que le había acompañado hasta el lugar del crimen, aquella fatídica noche en el Auditorio. Iba acompañada por el tuba ruso, Georgy Roskopf, y otros dos individuos con aspecto de músicos de jazz, que se montaron con ella en un taxi y se perdieron en la noche. El policía recordó su intención de telefonear a la mujer con el pretexto de pedirle asesoría sobre el nuevo violín de Gregorio, pero al verla tan bien acompañada, decidió posponer su llamada. En cambio, se dijo, no iba a retrasar más tiempo la entrevista con la asistente personal de la víctima, la todopoderosa Carmen Garralde, la mujer que, según Andrea Rescaglio, estaba secretamente enamorada de Ane Larrazábal.

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