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Perdomo volvió a sufrir pesadillas las dos noches siguientes a su regreso de Vitoria, y como en todas surgían de manera recurrente tanto su esposa fallecida como Milagros Ordóñez, al inspector le pareció sensato recabar la opinión de su amigo José Carlos Albert, uno de los psiquiatras forenses de mayor prestigio del país y amigo personal suyo desde el bachillerato, que ambos habían cursado en el mismo colegio. Se veían de Pascuas a Ramos, pero cada vez que quedaban para tomar un café sus conversaciones, aunque breves, resultaban sumamente enriquecedoras para ambos.

Albert había sido adscrito recientemente a los Juzgados de Instrucción de Barcelona, pero viajaba a menudo a Madrid, invitado por distintas cadenas de televisión, que habían decidido explotar su indiscutible talento mediático y sus profundos conocimientos sobre criminología y medicina forense. Era un tipo de mediana estatura y pelo canoso, de ojos oscuros, muy penetrantes, que empleaba para hipnotizar a la cámara. A Perdomo los ojos de Albert siempre le habían recordado los del pintor Pablo Picasso.

Quedaron citados en una de las cafeterías de la estación del AVE en Atocha, ya que el forense disponía de muy pocos minutos libres, antes de acudir a la televisión, y Perdomo tampoco deseaba abusar de su escaso tiempo.

– ¿Cómo llevas el duelo? -preguntó Albert tras darle un abrazo.

– Depende mucho de los días. Ahora estoy más animado, porque veo que Gregorio empieza a poder hablar de su madre, aunque la otra noche fue espantoso, hice algo que a mí mismo me asustó. Llamé a mi mujer al móvil, para oír su voz en el buzón.

– No todas las personas necesitan el mismo tiempo para elaborar una pérdida, Raúl. No te presiones. Y ahora dime, ¿en qué puedo ayudarte?

Perdomo le narró muy sucintamente las pesadillas que estaba padeciendo y terminó haciendo referencia al fantasma que había visto en Vitoria. Albert le escuchó sin interrumpirle, con gran concentración, y finalmente emitió su diagnóstico:

– Los primeros que bautizaron lo que tú has visto o creído ver en Vitoria fueron los alemanes, que lo llamaron doppelgänger,literalmente, «el que camina al lado». Lamento decirte que en las leyendas nórdicas esta aparición es un augurio de muerte. Aquí en España nos solemos referir a ello como bilocación, es decir, que tienes la sensación de estar en dos lugares al mismo tiempo.

– ¿La sensación? -protestó Perdomo. Yo sé lo que vi en Vitoria, y no es ningún cuento de parapsicólogo barato. Me vi a mí mismo ahí, a mi izquierda, justo en el momento de estrechar la mano al músico. ¿Cómo es posible?

– Estrés -respondió escuetamente el psiquiatra forense-. Cuando estamos muy alterados, se producen fenómenos mentales muy curiosos, y como la gente no sabe explicárselos, los atribuye a la existencia de espectros.

– Pero yo estoy perfectamente -protestó el policía.

– Te han confiado el caso del año y te encuentras bajo una presión mediática y profesional muy fuerte. Y me has dicho hace un momento que llamas a tu esposa fallecida al móvil, de tanto que la echas de menos. Estás todavía en carne viva, Raúl.

Perdomo agachó la cabeza durante unos segundos, abrumado por las sensatas palabras de su amigo. Luego preguntó:

– ¿He visto un fantasma? Necesito saberlo.

– La verdad es que si fuera un fantasma estarías apañado. Lo cierto es que ni yo ni nadie te puede decir exactamente por qué se producen estas apariciones, pero me temo que pertenecen a la misma familia que las alucinaciones hipnagógicas.

– ¿Hipnaqué? -dijo confundido el policía.

– Las alucinaciones que se producen entre el sueño y la vigilia, generalmente cuando todavía no nos hemos quedado dormidos, se llaman hipnagógicas. A veces pueden ser aterradoras. ¿Nunca has sentido esa sensación de estar despierto y no poder moverte?

– Sí, claro, alguna vez.

– Lo que yo te recomiendo es que tomes un buen ansiolítico durante una temporada. Si al cabo de unas semanas sigues con pesadillas o se te repitieran las alucinaciones, me vuelves a llamar y te busco un especialista.

El psiquiatra miró el reloj, y como Perdomo hizo ademán de levantarse de la silla, el otro le tranquilizó con una sonrisa.

– Tengo todavía cinco minutos. ¿Quién es esa mujer de tus pesadillas?

– Milagros Ordóñez, una psicoanalista de niños que afirma que ha colaborado con éxito con la policía en media docena de casos. Dice que tiene percepción extrasensorial.

– ¿Y quieres saber si te puedes fiar de ella? La respuesta es no. No conozco a esa señora personalmente, pero créeme, son todos unos mangantes.

– Esa mujer me dijo que la habían operado hace poco de un tumor cerebral y que a raíz de la operación algo había cambiado en su cabeza. Desde ese momento, había comenzado a tener percepciones extrasensoriales. ¿No es posible que, al manipular su cerebro, el cirujano haya activado alguna zona de su cerebro que normalmente está dormida?

– No soy especialista en el cerebro, pero el mito mayor de nuestra época es esa teoría de que sólo usamos el diez por ciento de nuestra mente. Es un reclamo publicitario que emplean constantemente los charlatanes que venden cursos para desarrollar la memoria o para mejorar la concentración. Lo cierto es que la mayor parte del tiempo empleamos solamente un diez por ciento del cerebro en un determinado momento,pero eso no quiere decir que al cabo del día no lo hayamos empleado casi en su totalidad.

El forense llamó al camarero para abonar la consumición y luego volvió a dirigirse a su amigo, al que notó bastante decepcionado.

– ¿He dicho algo que no querías oír?

– No, es solamente que esa mujer, Milagros, parecía sincera. Si lo que me contó es mentira, no alcanzo a imaginar qué interés podría tener en engañarme.

– ¿A qué te refieres?

– La gente siempre cuenta mentiras para obtener algún tipo de ventaja: para sacar dinero, para evitar ser castigado. ¿Cuál podría ser el móvil de esa señora?

– A lo mejor no te estaba mintiendo. Quiero decir, que es posible que ella sufra algún tipo de delirio o alucinación psicótica, y cuando te dice que tiene poderes paranormales es porque de verdad está convencida de que los tiene.

– No parecía una psicótica.

– A lo mejor solamente quería ligar contigo, hombre. Tú estás todavía de buen ver.

Perdomo sonrió tras el comentario.

– ¿Crees que trataba de impresionarme?

– Todo puede ser. ¿Es atractiva?

– Es mayor que yo.

– No te salgas por la tangente. Te pregunto si es sexy.

– Es resultona. ¿Y qué?

– Quizá lo único que estés buscando es una buena excusa para volver a verla.

– ¿Una excusa? ¿Y para qué necesito una excusa?

– Tal vez el hecho de llamarla solamente porque te apetece te haga sentir aún demasiado culpable y estés buscando un motivo menos egoísta y más profesional para encontrarte de nuevo con ella.

– Y tú me habrías fastidiado el plan al decirme que es una farsante, ¿no es eso?

– No te fíes de mí. La única manera de comprobarlo es que la pongas a prueba.

– ¿Es ése tu consejo? ¿Que la ponga a prueba?

– Sí, yo soy tu excusa. Llámala y pregúntale qué cree ella que puede hacer por ti.

– Te conozco. Tú estás convencido de que no es posible que tenga poderes.

– Te lo repito, Raúl: eso de que empleamos sólo el diez por ciento de nuestro cerebro es falso. Lo utilizamos casi todo. Casi todo. Pero no he dicho todo. ¿Cómo dices que se llama esa médium?

– Milagros.

– Un nombre muy apropiado. Debes volver a encontrarte con ella para tratar de averiguar si es o no una impostora. Aunque no te ayude con el caso, estoy convencido de que, al menos, lograrás sacarla de tus pesadillas.

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