Madrid, un año después del crimen
– ¿Qué hora es ya? -preguntó Gregorio, impaciente desde el asiento trasero del todoterreno conducido por Elena Ordóñez.
Perdomo, que ocupaba el asiento del copiloto, ni siquiera se molestó en mirar el reloj, que ya había consultado un par de veces en los últimos diez minutos a requerimiento de su hijo.
– Vamos con tiempo de sobra, Gregorio. No marees -le respondió su padre mientras trataba de desempañar por dentro un parabrisas que empezaba a humedecerse a causa de la lluvia incipiente.
Los tres regresaban de pasar el día en la localidad de Quijorna, en una casa de montaña propiedad de los padres de Elena, donde habían degustado el excelente cocido de la localidad, y ahora se dirigían al Auditorio Nacional para asistir al concierto que la japonesa Suntori Goto iba a ofrecer junto a la Orquesta Nacional de España dirigida por el nuevo titular. Josep Lledó había sido invitado a renunciar a su puesto después de que la prensa hiciera públicas sus simpatías hacia una organización neonazi llamada FAS, Frente Anti Semita. Perdomo nunca llegaría a confesárselo a Elena, su nueva compañera sentimental, pero había sido él la persona que había puesto en marcha a la prensa para que investigaran las conexiones neonazis de Lledó, haciendo así posible que el contencioso de la trombonista con el director de orquesta no tuviera que resolverse en los tribunales. Nada más abandonar Lledó el puesto de director artístico de la Nacional, Elena había podido recuperar su merecido puesto de primer trombón en la orquesta, aunque estaba exonerada en el concierto de aquella tarde por tratarse de una orquesta de cuerda.
Al aproximarse al Auditorio, Gregorio reconoció el lugar en el que su madre solía dejar aparcado el coche cuando iban a los conciertos, pero cuando iba a señalárselo a su padre, éste se anticipó:
– Lo sé, lo sé: el sitio de mamá. Mi escondrijo, ¿no?
Gregorio se limitó a sonreír y Perdomo indicó a Elena que podía dejar aparcado el vehículo con toda tranquilidad en aquel lugar, a pesar de la prohibición, pues estaba más que comprobado que allí la policía municipal nunca ponía multas.
La plaza de Rodolfo y Cristóbal Halffter, por la que se accede a la Sala Sinfónica del Auditorio, solía estar atestada de gente en los minutos previos al concierto, pero aquella tarde el bullicio era aún mayor, hasta el punto de que a Perdomo aquello le pareció el mercado del Rastro en hora punta. Perdomo reconoció de pronto, entre los espectadores que abarrotaban el lugar, a Natalia de Francisco, la amiga de Lupot, que había acudido al concierto en compañía de su marido, Roberto Clemente. Tras las presentaciones de rigor, Natalia explicó a Perdomo que había una gran confusión en torno al horario del concierto. Un ujier estaba diciendo que se iba a retrasar una hora por causas aún no determinadas, pero algunos espectadores habían comentado que Suntori había sufrido un misterioso accidente y que el concierto había quedado pospuesto para otro día.
– Lo mejor -propuso Natalia- es esperar un rato hasta que nos den una explicación oficial; mientras tanto podemos ir a tomar algo a Intermezzo.
Unos minutos más tarde los dos luthiers departían en la cafetería con Perdomo, Elena y Gregorio, y como no podía ser de otra manera, la conversación -o más bien el monólogo del inspector- se centraba alrededor del crimen que había tenido lugar el año anterior.
– Aquí tenéis -dijo orgulloso el policía al tiempo que ponía la mano sobre el hombro de su hijo- a la persona que descifró el código musical con el que Rescaglio consiguió atraer a Ane hasta la Sala del Coro. La investigación posterior al crimen puso de relieve que Ane y su prometido se vieron forzados desde la adolescencia a idear un lenguaje secreto con el que comunicarse, debido a la fortísima oposición al noviazgo de la madre de ella. Ambos intercambiaban mensajes cifrados disfrazados de inocentes partituras musicales a los que doña Esther no tenía manera de acceder. Aquel juego, que nació por una necesidad de privacidad de la pareja, continuó tras la adolescencia por puro divertimiento: a los dos les gustaba comunicarse en un lenguaje absolutamente incomprensible para los demás. El día del concierto Rescaglio dejó a Ane una partitura cifrada en el camerino. Tenían ya tal práctica que ni siquiera necesitaban unir con líneas las cabezas de las notas para enterarse de lo que decían los mensajes. Esa partitura bastó para que ella creyera que Rescaglio la estaba esperando en la Sala del Coro, para tener un momento de intimidad. Por Carmen Garralde supimos que a Ane le gustaba tener encuentros eróticos antes del concierto; decía que así salía al escenario cargada de energía. Como la noche en que murió se entretuvo hablando con Agostini en el camerino, Rescaglio tuvo la excusa perfecta para dejar ese encuentro carnal para después del concierto. Entró a desearle suerte, y le dejó la partitura cifrada, en la que la invitaba a hacer en la Sala del Coro lo que no había podido hacer antes, en el camerino.
– Pero ¿cómo es que llevaba consigo su violín? ¿Por qué no lo dejó bajo llave? -objetó Roberto.
– Rescaglio la forzó a ello, al robar la llave del camerino. Entró a darle un beso antes del concierto y debió de ver la llave sobre una pequeña bandeja plateada que había en la mesita. Le dijo a Ane que uno de los contrabajos quería que le firmara un autógrafo en la partitura que traía. Como estaba entretenida, hablando con Agostini, Ane le sugirió que la dejara sobre la mesa, para firmarla más tarde. En ese momento aprovechó para coger la llave, de manera que tenía la certeza que a la Sala del Coro iría con el violín, porque no tenía manera de dejarlo en un camerino abierto.
Natalia y Roberto, que desde la muerte de Lupot no habían tenido más información sobre el caso que la que les habían ofrecido los periódicos, escuchaban muy atentos el relato de Perdomo y de vez en cuando le interrumpían para que aclarara algún detalle.
– ¿Por qué asesinarla en el Auditorio? -preguntó Natalia-. ¿Por qué correr ese riesgo inmenso cuando podría haber acabado con su vida en cualquier lugar?
– Rescaglio tenía que matarla esa noche, porque Ane se encontraba en plena gira y al día siguiente iba a abandonar Madrid. Los síntomas de la enfermedad ya habían empezado a manifestarse (el ojo se le iba, los objetos se le caían de las manos) y urgía acabar con su vida para que, en la autopsia, el forense no buscara indicios de esclerosis múltiple. El Auditorio era el lugar perfecto, porque Ane tenía el violín en sus manos, que era la recompensa que Rescaglio había pactado con Georgy por matarla. Por otro lado, como Andrea quería que la policía atribuyera el crimen a Al-Qaeda, y se suponía que lo que buscaban los fundamentalistas era publicidad, para obtener un gran impacto mediático a través del crimen, la elección del Auditorio resultaba totalmente creíble, pues éste actuaría de caja de resonancia.
En el camino de regreso al Auditorio, Gregorio pudo enterarse, a través del diálogo de su padre con los dos luthiers,del origen del Stradivarius de Ane Larrazábal. Pasini era un pintor y músico aficionado que no podía creer en la fabulosa capacidad para leer partituras a primera vista que tenía el genovés. Un día le puso delante de los ojos un complicadísimo concierto y le mostró el objeto más valioso de su patrimonio, un violín Stradivarius.
– Si consigues superar a primera vista los escollos espeluznantes que contienen estos pentagramas -le dijo Pasini-, el violín es tuyo.
– En ese caso -le respondió el genovés- puedes ir despidiéndote del instrumento.
Paganini superó de manera tan brillante la difícil prueba a la que le había sometido el violinista aficionado, que Pasini no tuvo más remedio que entregarle, con los ojos humedecidos por la emoción, el fabuloso Stradivarius.
Éste era el violín del que se había encaprichado el sobrino de monseñor Galvani la noche en que él y Caffarelli habían acudido a su casa para darle la extremaunción. La maldición sobre el violín se había desencadenado por el hecho de que no solamente aquel Stradivarius era propiedad de un hombre que había pactado con el diablo y fallecido sin recibir la confesión, sino que el propio violín había sido arrebatado a su legítimo propietario por un indeseable que estaba tan condenado como el propio Paganini. En Niza se rumoreaba que el turbio Paolo había llegado a herir de muerte a un tabernero del puerto, a cuya mujer había seducido. El Stradivarius Pasini era, pues, un objeto robado por un asesino a otro: si la leyenda era cierta, Paganini había sorprendido en cierta ocasión a una de sus amantes con un rival y, tras acabar con la vida de ambos, había eviscerado a la mujer y se había fabricado con sus tripas un juego de cuerdas para su violín. Aquel instrumento rezumaba maldad por cada poro de su inquietante madera y su carga perversa había emponzoñado la vida de todos y cada uno de los propietarios, desde que Paganini lo encordara empleando los intestinos de aquella desdichada mujer.
Sus víctimas sumaban hasta la fecha más de una docena, aunque las dos más conspicuas habían sido, naturalmente, la francesa Ginette Neveu y la española Ane Larrazábal. Pero antes de ellas, aquel instrumento depravado había segado la vida incluso de niños, enfermos y ancianos, pues una vez que el robo desencadenó la maldición, el violín no discriminó ya entre justos y pecadores. Sus vibraciones malignas empezaron a influir en el entorno de cada nuevo poseedor del instrumento, de tal manera que éste acababa encontrando la muerte tarde o temprano.
En la plaza de los Halffter les fue confirmado el trágico accidente de Suntori, que fue reflejado al día siguiente de esta manera por la prensa:
MUEREN 88 PERSONAS EN UN ACCIDENTE DE AVIÓN EN LAS AZORES
Entre los fallecidos figura la concertista internacional de violín, Suntori Goto.
AGENCIAS – Ponta Delgada - 28/05/2015
Ochenta y ocho personas fallecieron ayer al estrellarse un Boeing 737 que intentaba tomar tierra en el aeropuerto Joâo Paulo II de Ponta Delgada, capital de las Azores. El avión de la compañía independiente Rising Sun empezó a tener problemas con los flaps del ala izquierda nada más despegar de Nueva York, pero como éstos no eran de envergadura, el piloto prefirió solucionarlos haciendo una escala técnica en la isla de San Miguel. Por razones que aún se desconocen, la aeronave acabó colisionando contra una de las montañas de la isla tras dos intentos frustrados de aterrizaje en la pista del aeropuerto.
Según ha informado por la tarde el jefe del comité de investigación de la Fiscalía portuguesa, entre los fallecidos figura la mundialmente célebre concertista japonesa de violín, Suntori Goto. A pesar de que se han desplazado a la zona del siniestro más de trescientos trabajadores de salvamento, no ha sido posible encontrar ni rastro del valioso Stradivarius Pasini que, antes de ser adquirido por Suntori, fue propiedad de la concertista Ane Larrazábal, asesinada en Madrid hace un año.
Se da la casualidad de que, en el año 1948, la violinista francesa Ginette Neveu perdió también la vida en accidente aéreo en el mismo lugar, y que su violín tampoco pudo ser encontrado jamás.