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El perfumista conducía un Rover P6 3500 de cambio automático, el mismo modelo en el que había perdido la vida la princesa Grace de Mónaco, en 1982. Orozco les explicó que era bastante supersticioso, y que había removido Roma con Santiago hasta encontrar ese vehículo -que había pintado incluso del mismo color dorado- en el convencimiento de que, por cálculo de probabilidades, era imposible que el mismo coche sufriera un accidente en el mismo tramo de carretera en el que había tenido el accidente la famosa actriz.

– El lugar por el que despeñó está sólo a veinte kilómetros. Si quieren, puedo mostrárselo -dijo Orozco como si estuviera hablando de ir a visitar un belvedere.

Tanto la médium como el policía hicieron saber al perfumista que iban justos de tiempo. Se podían quedar en Grasse tan sólo veinticuatro horas y debían aprovechar al máximo el poco tiempo del que disponían.

– Hoy almuerzan en mi casa Villa Eurídice, y a primera hora de la tarde les llevo a visitar el Museo Internacional de la Perfumería, donde fui guía. Después de la puesta de sol, que es cuando se despierta mi sentido del olfato, nos encargaremos de identificar esa misteriosa fragancia.

Por la manera que conducía el cordobés, sus dos invitados llegaron a la conclusión de que su más íntimo deseo era repetir, y no evitar, el accidente de la célebre princesa. Pero como el hombre no paraba de hablar, no resultaba fácil implorarle que moderara su velocidad.

– Llevo treinta y cinco años siendo el número uno de la perfumería mundial, por eso me llaman «El Alquimista». Nadie me cuestiona ni puede ya hacerme sombra. Hay gente muy buena, entiéndame, pero son de otra generación. Yo aprendí por las malas (la letra con sangre entra) y en mi juventud tuve que memorizar más de tres mil olores, sin saber siquiera si de verdad podía llegar a triunfar en este oficio.

Orozco les insistió para que se quedaran hasta el lunes, pues quería presentarles a George Clooney, con el que estaba empezando a diseñar una fragancia.

Cuando ya pensaban que iba a ser inevitable que tuvieran un accidente, Orozco dio un brusco frenazo y se detuvo frente a la verja de su suntuosa villa, en cuyo jardín reinaba majestuoso un olivo de más de quince metros de altura.

La pareja de investigadores se extrañó de no detectar apenas servidumbre pululando por la villa, a pesar de que era de notables dimensiones. Los aperitivos, por ejemplo, les fueron servidos por Orozco en persona, que preparó con mano magistral los gimlet y dry martini que le solicitaron sus invitados y se encargó de llevárselos hasta el posavasos; el jardín era, según palabras de su propietario, «para vagos», de esos en los que las plantas tienen que hacer la mayor parte del trabajo por sí mismas, incluido defenderse de plagas y enfermedades: un patio con jardineras y macetas, una pradera de césped con arbustos y flores de temporada y poco más.

– Me gusta la soledad -les explicó-. No tengo apenas criados, ni perro, ni hijos. Amigos, los cuatro imprescindibles, y después de mi último divorcio, he renunciado a volver a casarme.

Orozco les habló con pelos y señales del conflicto que había servido de detonante a su última crisis conyugal, pues ya se había divorciado en dos ocasiones. Lily, su mujer, había descubierto en Villefranche, en las afueras de Niza, la casa de sus sueños. Había pertenecido al rey de Bélgica, y llegó a ser un hospital para víctimas de la Primera Guerra Mundial. Pedían por ella trescientos millones de euros.

Perdomo y Ordóñez se miraron estupefactos al escuchar la cantidad.

– Mi esposa era hija de un magnate libanés, todo el dinero que tenía le venía por herencia. Al día siguiente de entregar ella la paga y señal, la acompañé a ver la casa y ¿quieren creer que no pude pasar de la puerta de entrada? A causa del olor, naturalmente, que me resultaba insoportable. Supe en el acto que jamás seríamos capaces de ventilar la mansión en grado suficiente para hacerlo desaparecer. Era un pestazo a ambientador eléctrico con perfume de mandarina que me resultaba vomitivo. Entre una casa de trescientos millones y un marido con problemas de erección, Lily escogió la casa, como haría cualquier mujer sensata.

Tras una deliciosa comida en el porche, en la que degustaron, entre otras exquisiteces, los afamados buñuelos de flor de calabacín, Orozco quiso llevarlos a dar un paseo por los alrededores, para mostrarles los highlights de la zona, incluida la casa en la que había fallecido la cantante Edith Piaf.

Aunque Perdomo renunció al tour nicense, no pudo por menos que recordar que el amante de Piaf había perdido la vida en el mismo avión que Ginette Neveu, la última propietaria, según Lupot, del violín del diablo.

El viaje hasta Grasse, situada a sólo treinta kilómetros de distancia, fue bastante más apacible que el trayecto hasta la casa de Orozco. Probablemente aletargado por el proceso digestivo, el perfumista condujo a una velocidad sensata y los acercó hasta la puerta misma de su hotel, para que pudieran registrarse y dejar los equipajes.

Tras ese breve trámite, que no les ocupó más de diez minutos, el cordobés los llevó al Museo Internacional de la Perfumería, para una visita guiada que hizo comprender a Perdomo lo difícil que le iba a resultar, incluso a un experto como Orozco, identificar el aroma del asesino.

El museo constaba de tres plantas. En la primera pudieron contemplar los diversos utensilios empleados para la creación y conservación de un perfume, desde la época de los faraones. Ordóñez encontró especialmente inquietantes unos braseros de bronce empleados por los chinos de la dinastía Shang para quemar sustancias aromáticas durante los sacrificios humanos en honor a sus dioses. Cuando Orozco les informó de que las víctimas en aquellas ceremonias solían ser bebés, Perdomo se estremeció al recordar el siniestro valle de Hinnon en el que Ane Larrazábal había encontrado la cabeza del diablo.

En el segundo piso, El Alquimista se recreó explicándoles las distintas fases de la creación de un perfume, desde la elección de las materias primas hasta la campaña de marketing, con la que cada firma hace su apuesta de comercialización. Allí expuestos estaban los aromas más célebres de la historia: el agua de colonia alemana 4711; el perfume Shalimar, creado por Guerlain en 1925 inspirándose en la historia de amor entre el emperador Sha Jahan de la dinastía mogol y su esposa Mumtaz Mahal, en cuya memoria hizo levantar el emperador el Taj Mahal; y por supuesto el legendario Chanel n.° 5, que desde su creación en 1921 había cambiado de envase en no menos de seis ocasiones. Aunque Orozco les aseguró que uno de los envases era el que se encontró en la alcoba de Marilyn Monroe el día de su suicidio, Perdomo se mostró escéptico y lo consideró un simple reclamo publicitario.

– Y ahora -dijo muy ufano Orozco- les mostraré el jardín-invernadero de la tercera planta, que es donde yo, a mis dieciocho años, robaba las sustancias con las que empecé a hacer mis primeros experimentos de perfumería.

Perdomo consultó el reloj, vio que eran casi las ocho de la tarde y recordó al cordobés que su avión despegaba a la mañana siguiente. Un poco contrariado por no poder rematar la visita, su guía les ahorró la media hora que pensaba dedicar a la planta superior y los condujo hasta su estudio taller, situado a pocos metros de la place du Cours, donde se hallaba el museo.

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