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Los resultados de la autopsia de Ane Larrazábal confirmaron las primeras sospechas de Perdomo la noche misma en que examinó el cuerpo todavía caliente de la violinista. La causa de la muerte había sido la anoxia cerebral por estrangulamiento antebraquial y los análisis toxicológicos no habían arrojado ningún resultado significativo. Sin embargo, el examen al microscopio de los caracteres árabes que el asesino había escrito con sangre en el pecho de la víctima sí aportaba un dato de interés, y la Policía Científica pidió al inspector que se acercara hasta sus dependencias para comentárselo en persona.

– Como todo el mundo sabe -comenzó a explicar el agente mientras colocaba unas diapositivas tamaño folio sobre un negatoscopio-, los árabes no sólo tienen un alfabeto completamente distinto al nuestro, sino que escriben de derecha a izquierda. Esto afecta al sentido general de la escritura y a la manera misma de escribir cada letra. En total hay 18 formas de letras, que varían ligeramente en función de que estén conectadas a la letra que le sigue o a la anterior. Ellos crean las 28 letras del alfabeto combinando estas formas básicas con uno, dos y hasta tres puntos colocados encima o debajo de cada signo, pero lo importante es cómo mueven la pluma sobre el papel.

Las diapositivas ya estaban pinzadas verticalmente sobre la superficie blanca y opaca del largo visor del laboratorio, y el agente accionó el interruptor de la lámpara fluorescente par visualizar las imágenes.

– Para componer la palabra Iblis, que es el demonio de los árabes, el asesino tuvo que emplear cinco signos. Aquí está la palabra entera

»Formada por las letras

»En esta diapositiva podemos ver ampliado el primero de ellos, SIN

»Un árabe lo trazaría de la siguiente manera: comenzar por el extremo superior derecho de la uve doble y luego completaría el signo sin levantar la pluma, añadiéndole la U grande, todo en un mismo movimiento.

El agente reforzó su explicación dibujando en el aire, con el dedo índice, la letra «sin» a medida que la iba describiendo. Perdomo observó, en mitad de aquel ambiente irreal, creado por la luz blanquecina del visor, que el policía científico oscilaba lentamente la cabeza hacia arriba y hacia abajo al hablar, como si fuera la aleta de un delfín. Esto, unido al hecho de que el agente parpadeaba tan pocas veces por minuto que sus ojos parecían los de un pez, contribuyó a reforzar la impresión de estar contemplando a una criatura en un acuario.

– Lo que ha revelado el microscopio es que estos signos fueron escritos de izquierda a derecha, como lo haría un occidental -concluyó el policía.

La luz fosforescente del negatoscopio empezó a parpadear, seguramente a causa de un falso contacto, y el tipo lo soluciono con un contundente golpe en la parte superior.

– ¿Puedo ver las imágenes que obtuvisteis a partir del examen microscópico? -preguntó Perdomo, tras comprobar que el porrazo había sido tan efectivo como los que su padre propinaba a su viejo televisor en blanco y negro cuando éste perdía la sintonía. El policía le entregó varias fotografías de tamaño folio, en las que se apreciaba al detalle la textura de la sangre.

– ¿Lo ves? -le explicó el policía-. La densidad de la tinta (que en este caso fue la propia sangre de la víctima) va decreciendo de izquierda a derecha y no al revés. A medida que va arrastrando el dedo humedecido en sangre por la piel de esta pobre desgraciada, éste mancha menos porque se le va acabando la tinta.

– O sea, que el asesino no es un árabe -exclamó estupefacto el inspector.

– Mi opinión personal es que alguien está intentando darnos gato por liebre, para hacernos creer que el asesinato es obra de un fanático islamista.

– Lo cual lleva aparejado el hecho de que el asesinato no fue improvisado, sino calculado fríamente por una astuta mente criminal.

– No tan astuta. El asesino se equivocó al escribir el nombre de izquierda a derecha.

– Es el único error que ha cometido, porque vosotros no habéis encontrado ni una sola prueba más: ni pelos, ni huellas dactilares, ni fibras de ropa.

– Te equivocas, inspector, sí que ha dejado una pista que le delata, y es el modus operandi. Hay muy pocas personas capaces de matar estrangulando limpiamente con el antebrazo -dijo el agente mientras encendía otra vez la luz de la sala y apagaba la del visor-. Estuve hablando con el forense (eso fue antes de que te incorporaras a la investigación) y me comentó que un estrangulador inexperto probablemente hubiera intentado la estrangulación manual comprimiendo frontalmente la tráquea. Esto, además de que provoca un dolor escalofriante en la víctima, lleva aparejado siempre una violenta resistencia por parte de ésta, que suele acabar con rotura de laringe y del hueso hioides. Ahora tendríamos restos de piel e incluso de sangre del asesino en las uñas de la violinista. En lugar de eso, el verdugo opta por emplear el antebrazo para presionar la arteria carótida y la vena yugular sin interrumpir el flujo de aire, provocando primero isquemia cerebral y luego la muerte.

– Dime, según el forense ¿se puede determinar tras el examen del cuerpo si el asesino era zurdo o diestro?

– No, y tampoco si era hombre o mujer, ya que para estrangular interrumpiendo el flujo sanguíneo hace falta relativamente poca fuerza. Para que te hagas una idea, en un estrangulamiento por aire, la fuerza que hay que aplicar sobre la laringe es de más de quince kilos, mientras que basta una presión de dos kilos para ocluir la yugular y de cinco para hacerlo con la carótida. Pero de lo que no cabe duda es que la persona que buscas había estudiando artes marciales y puede que ya haya matado por el mismo procedimiento en otra ocasión.

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