52

Mientras tanto, en su coche, Perdomo estudiaba la estrategia para liberar a Gregorio de un secuestrador. A la hora de garantizar la seguridad de su hijo, sólo había una persona en la que confiase plenamente y era él mismo. Tenía que ir al aeropuerto, eso estaba claro, y aunque no lograse rescatar a su hijo, debía asegurarse de que el chico estaba bien y que no había puesto en peligro su propia seguridad tratando de escapar de su captor. El policía se consideraba lo suficientemente hábil para hacer un seguimiento del secuestrador y de su víctima hasta la mismísima puerta de embarque sin ser visto; pero además se estaba preguntando cómo se las iba a arreglar Rescaglio para controlar a su presa una vez que ambos hubiesen atravesado el control de equipajes de mano, pues las tijeras serían sin duda detectadas por el escáner y la Guardia Civil se las incautaría en el acto. La lista de objetos punzantes prohibidos por la actual normativa era abrumadora: hachas, flechas, dardos, cuchillas, bisturíes, arpones, piquetas, ¡incluso patines de hielo! y, por supuesto, tijeras de más de seis centímetros de longitud. Pero todos estos utensilios, con los que sin duda se podía desde secuestrar un avión hasta dejar a un niño malherido, eran detectables siempre que estuviesen hechos de metal. ¿Y si Rescaglio había logrado disimular, por ejemplo en la funda del violín, algún elemento de plástico o madera que pudiera resultar tan mortífero como unas tijeras de acero? Aunque así fuera, Perdomo sabía que el momento en el que el italiano iba a resultar más vulnerable iba a ser en el control de equipajes de mano, cuando, aunque sólo fuera durante un minuto, se iba a tener que separar del muchacho.

Lo primero que hizo el policía fue llamar a AENA para informarse de cuáles eran los vuelos a Tokio de ese día. En el aeropuerto le comunicaron que solamente podían suministrarle información de los vuelos directos, y como no había ninguna compañía que volase sin escalas a Japón, optó por telefonear a una conocida agencia de viajes en la que le facilitaron todos los vuelos del día. El de Swiss Air, vía Zurich, había salido a las 9.50 de la mañana, y poco después, a las 10.20, lo había hecho el de Air France vía París. Lufthansa salía a las 16.50, vía Frankfurt y a las 19.30 había otro vuelo más de Air France, también con escala en la capital gala. Los martes y los jueves, había un vuelo de Iberia de las 16.00, que enlazaba con otro avión de la misma compañía en Amsterdam y llegaba a Tokio a las 14.30 del día siguiente. Rescaglio le acababa de decir por teléfono que soltaría a Gregorio en el Rendez-vous Plaza entre las tres y las cuatro, así que forzosamente tenía que ser ése el avión en el que pensaba embarcarse el italiano.

Загрузка...