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Raúl Perdomo se había hecho el firme propósito de no volver a ponerse en contacto con Milagros hasta que ésta no hubiera procesado lo que ella misma había bautizado como «fogonazo olfativo», pero lo cierto es que la urgencia por resolver un caso sobre el que no disponía aún de ninguna pista firme hacía que ardiera en deseos de telefonearla a la mañana siguiente.

Sin embargo, la posibilidad de identificar al asesino por el olor le parecía de ciencia ficción. Un compañero de la Unidad Central de Análisis de la Policía Científica le informó al día siguiente de su visita al Auditorio que en España no había ningún precedente en ese campo, pero que los británicos llevaban tiempo desarrollando un sistema para convertir el olor corporal de una persona en un método fiable de identificación. La empresa Profiler, que trabajaba casi en exclusiva para el Ministerio de Defensa del Reino Unido, se había dedicado de un tiempo a esta parte a investigar métodos de reconocimiento no convencionales, como la resonancia craneal, en la que se hacen pasar ondas sonoras a través de la cabeza de una persona, para producir resultados similares a los del sonar, o la «dinámica del teclado», un método que permite analizar la velocidad a la que teclea un individuo y el número de errores que comete durante el proceso. Pero de todos estos sistemas, por el que Profiler estaba apostando con más fuerza era el de la identificación por el olor corporal. Según sus expertos, cada persona produce un olor que responde a una fórmula química diferente, y además todo el mundo huele a algo, por más que ese olor no pueda ser detectado por una nariz no entrenada. El olor de cada persona depende de dos factores: las bacterias de nuestra piel y las feromonas, es decir, las sustancias químicas secretadas por cualquier ser vivo con el fin de provocar un comportamiento determinado en otro de la misma especie. El inspector de la Policía Científica explicó a Perdomo que las feromonas eran un medio de comunicación muy potente entre los humanos. La gran ventaja del olor -siguió informándole su contacto- era que, así como un individuo puede llegar a eliminar con ácido o cirugía sus huellas dactilares, a nadie le era posible acabar por completo con sus secreciones corporales, por mucho que se frotara con la esponja o se embadurnara con desodorante. Profiler estaba poniendo a punto, por tanto, un sistema por el que, apoyando la palma de la mano en un sensor, éste podía llegar a identificar el olor mediante un complejísimo sistema de algoritmos. En el futuro, este código podría ser incorporado a un carnet de identidad o, ¿por qué no?, a una tarjeta de crédito.

– ¿Qué te traes entre manos, Perdomo? -le preguntó el de la Policía Científica antes de colgar.

– Lo sabrás sólo si da resultado -le había respondido prudentemente el inspector.

Perdomo se marchó a rumiar sobre el informe que le había facilitado su compañero a un restaurante japonés que había cerca de la UDEV. Se llamaba Bushido y era un kaiten sushi,es decir, un local en el que los distintos platos de sushi desfilan a lo largo de la barra mediante una cinta transportadora. A Perdomo le gustaba casi tanto la comida como el hecho de poder observar desde su taburete al chef, Masaharu Takamoto, mientras preparaba las delicias japonesas que, algunos minutos después, iban a acabar en su estómago.

Ocho platillos de sushi y tres jarritas de sake más tarde, el inspector había decidido que no podía refrenar por más tiempo su impaciencia y telefoneó a Milagros Ordóñez. Sin que lo hubieran pactado previamente, médium y policía comenzaron a tutearse por teléfono.

– ¿Cómo te encuentras? -preguntó tratando de no parecer demasiado ansioso.

– Me encantaría poder decirte lo contrario pero estoy hecha un trapo -respondió la mujer.

Hablaba muy despacio, como si le costara hilar dos palabras seguidas, cosa que llenó de angustia al inspector.

– He dormido muy mal, me siento debilísima, me duele cada músculo del cuerpo, y acabo de vomitar el desayuno. Y por si fuera poco, he tenido un lapsus de memoria con un paciente que me ha telefoneado hace cinco minutos para cambia de día la sesión. Le he dicho que se había confundido de número ¡cuando en realidad llevo tratándole desde hace dos años!

– Todo lo que pueda hacer por ti es poco, Milagros. Me siento culpable.

– No digas estupideces. -La médium pareció recobrar un poco el ánimo tras las palabras de Perdomo-. Me he sometido a esto voluntariamente, porque creo que te puedo ayudar a atrapar a ese sujeto. Sabía a lo que me exponía, porque cada vez que he tenido percepciones extrasensoriales los síntomas han sido muy similares. Claro que nunca me había dado tan fuerte. ¿Y tú? ¿Cómo va esa cadera?

– Me he tomado ya cuatro Neobrufén porque si no veo las estrellas. Escucha, no quiero presionarte, pero ¿has llegado a alguna conclusión?

– ¿Dónde estás? -interrumpió Milagros-. Oigo música japonesa. -La médium no esperó a que respondiera el policía, seguramente porque ya había adivinado la respuesta-. No dispongo aún de nada definitivo -confesó-, pero tal como te anticipé, la fotografía se está revelando. Tengo ya un olor muy fuerte en la memoria. Como ésta ha sido la primera vez que la percepción es olfativa, he llamado a un botánico amigo mío, que sabe mucho de esto, y me ha explicado cómo funciona la cosa.

– Un helado de té verde, por favor.

– ¿Cómo dices?

– No era a ti, era al camarero. ¿Qué te ha dicho el botánico?

– Dice que igual que hay colores primarios y complementarios, en el olfato también existen siete olores básicos o primarios: alcanfor, almizcle, flores, éter, menta, acre y podrido.

– ¿Podrido es un olor?

– No me interrumpas. Estos olores primarios corresponden a siete tipos de receptores existentes en las células de la mucosa olfativa. Lo que yo tengo en la cabeza es un primario, concretamente el olor a flores. Confío en que en las próximas horas ese primario se defina completamente, como me ha ocurrido las otras veces con la vista, el oído o el tacto. ¿Estás ahí? -preguntó Milagros al no escuchar ningún «sí» ni «aja» por parte del policía, a medida que iba exponiéndole los hechos.

– Aquí sigo, sólo que según vas hablando me surgen un montón de preguntas en la cabeza, porque intento entender todo lo que estás contando. La vez que reconociste la voz del asesino ¿también fue un proceso escalonado?

– Sí. Primero sólo tenía un sonido, luego ese sonido se definió mejor y resultó ser una voz, al cabo de unas horas la voz fue masculina y finalmente empezaron a aflorar los detalles concretos de la misma. Lo curioso es que podía escuchar la voz de la persona -que luego fue imputada por el juez- en mi cabeza, pero no entendía lo que decía. Ya sabes, como en las pruebas de tipografía, en las que para que te fijes sólo en el aspecto visual del texto y no en su contenido, se inventan las palabras.

Lorem ipsum dolor -precisó el policía-. Pero no es lenguaje ficticio, es latín; creo que de Cicerón.

– Eso es. Cuando tuve la voz perfectamente definida en mi cabeza, Salvador me hizo escuchar algunas grabaciones y yo pude decirle sin problemas: «Ésa es».

– De acuerdo, Milagros, no te quiero importunar más. En cuanto tengas resultados definitivos, ponte en contacto conmigo, a cualquier hora del día o de la noche. En un caso de homicidio, cada segundo cuenta.

– Debes de estar soportando mucha presión para que resuelvas el caso, ¿no?

– No te lo puedes ni imaginar. ¿Viste la manifestación del otro día?

– No, yo casi no veo la televisión.

– Eso que tienes ganado. ¡Seguimos en contacto!

Perdomo colgó el teléfono, se terminó el helado y salió del restaurante. Tan absorto se encontraba en sus cavilaciones que no se había dado cuenta de que se había marchado sin pagar, lo que obligó a una camarera japonesa a darle alcance cuando ya había cruzado la calle. Pagó la factura un tanto abochornado y decidió regresar a la UDEV en un taxi, porque, a pesar de que se encontraba a dos pasos, la cadera le estaba torturando. Por su mente volvieron a desfilar las imágenes de la concentración del sábado anterior en Vitoria, que había convocado a veinte mil personas -casi el diez por ciento de la población- para solicitar la colaboración ciudadana en la resolución del crimen, pero también para exigir a la policía un mayor esfuerzo en la identificación y puesta a disposición judicial del asesino de Ane Larrazábal. Al igual que había sucedido en el funeral de Madrid, también en esta ocasión se vivieron momentos de gran emoción, sobre todo cuando habló doña Esther, la madre de la víctima, que demostró tener una gran facilidad para expresarse en público, a pesar de que al final de su alocución se le saltaron las lágrimas y tuvo que ser apartada del micrófono. El introductor del acto había sido el alcalde de Vitoria, que realizó la petición de colaboración ciudadana para ampliar -dijo-, en la medida de lo posible, las líneas de investigación ya establecidas, mediante la aportación de cualquier dato que pudiera ser de utilidad para la policía. Tras anunciar que se había dispuesto un teléfono para comunicar cualquier información que pudiera ayudar a esclarecer el crimen, habló el abogado de la familia, que hizo extensiva su petición de ayuda a los jueces, a los políticos y a los medios de comunicación; remató el acto la madre de Ane, con la lectura de un comunicado que resultó tierno y duro a la vez: pues si de un lado recalcó lo joven y llena de ilusiones que estaba su hija hasta la noche misma en que fue asesinada, también afirmó que no existía justificación posible a un crimen tan horrendo y esperaba que el asesino se pudriera en la cárcel para siempre.

«¿Qué diría toda esta gente -pensó Perdomo- si supieran que el inspector encargado de atrapar al asesino de Ane ha agotado las líneas de investigación convencionales y ahora dedica su tiempo y su energía a seguir una pista suministrada por una chalada?» Inmediatamente se censuró a sí mismo por haber tildado de chalada, por más que sólo fuera en su cabeza, a la pobre Milagros. Aunque no podía decir por qué, había algo confiable en la voz y en la actitud de aquella mujer. Tal vez el rastro que ella estaba a punto de aportarle no condujera al final a nada, pero tenía la certeza de que Mila -que era como empezaba a llamarla en su cabeza tras haber pasado al tuteo- estaba actuando de buena fe. Además, ¿qué podía perder? De lo único que tenía que preocuparse era de que la prensa no se enterara, bajo ningún concepto, de que la policía estaba empleando los servicios de una médium, y por supuesto, de que el hecho de seguir la pista extrasensorial no le hiciera desistir de seguir interrogando a posibles testigos o de escuchar cuantas llamadas empezaran a llegar al teléfono de colaboración recién habilitado.

Perdomo había dado ya muchas vueltas a los pasos que debía seguir una vez que Mila le comunicara que ya había aislado el olor. Como le había dicho que el primario era «flores», el inspector intuía que no podía tratarse del olor corporal del asesino, mezcla de bacterias y feromonas, sino que tenía que tratarse de un producto comercial, seguramente un after shave o una colonia. Por lo tanto, había que buscar la manera de que Mila pudiera identificar ese olor con un producto concreto. Corroído por la impaciencia, le dijo al taxista que no le dejara en la UDEV, sino en unos grandes almacenes cercanos, en los que, nada más desembarcar, se dirigió a la sección de cosmética y perfumería.

Le fue difícil conseguir la atención de una dependienta, porque los clientes, en su mayoría mujeres, abarrotaban los mostradores atraídas por las ofertas de temporada: desde cursillos de tratamiento y maquillaje a bajo costo hasta revolucionarios sistemas antiarrugas basados en haces de luz pulsada.

– ¿En qué puedo ayudarle? -le dijo al fin un tipo con pinta de jefe de sección que respondía al nombre de señor Corrales. ¿Eran imaginaciones suyas o todos los empleados de aquellos grandes almacenes tenían el mismo apellido?

– El otro día, en un ascensor, olí una colonia que me sedujo -mintió el inspector- y quisiera tratar de localizarla.

El empleado se encogió de hombros.

– Eso es como buscar una aguja en un pajar, caballero. ¿Sabe la cantidad de marcas que hay en el mercado? ¿Y la variedad de productos que ofrece cada una de esas marcas? Debería haberle preguntado al que la llevaba puesta.

Perdomo corroboró las palabras del dependiente observando un cartel promocional situado en el mostrador, en el que figuraban las marcas que lanzaban un nuevo producto ese año. Sólo en la a había por lo menos diez nombres: Adolfo Domínguez, Alessandro Dell’Acqua, Alyssa Ashley, Angel Schlesser…

– Ése es mi drama -respondió el inspector-, que cuando entré en el ascensor, la cabina estaba vacía. Sólo quedaban los efluvios.

– Al menos, podrá decirme si era de hombre o de mujer -dijo el otro, algo irritado por la inconcreción del policía.

Cuando Perdomo le explicó que sólo sabía que olía a flores, el otro se echó las manos a la cabeza.

– A flores huelen todas, caballero. La que llevo yo, por ejemplo: la base es jazmín. Si desea probar alguna, tenemos muchos envases que…

– Éste no es el lugar -se excusó el policía-. Quiero decir que toda la sección de perfumería está tan cargada de aromas y esencias que me confundiría. Hagamos una cosa: dígame cuales son las diez marcas más vendidas y me llevo un envase de cada una.

– ¿Las va a querer en perfume, colonia o agua de colonia?

– No tengo ni idea. Envuélvame los diez productos estrella de esta sección ¡y a ver si tengo suerte!

De regreso en la UDEV, Perdomo abrió el paquete con las colonias y dispuso los diez envases en una hilera sobre su mesa de trabajo. Para no dejarse vencer por el desánimo, se ilusionó imaginando que Mila no solamente iba a ser capaz de aislar el olor en su cabeza, sino de decirle además de qué producto se trataba. Pero cuando a las tres de la mañana le despertó el teléfono de su casa y la médium le comunicó que ya tenía perfectamente aislado el olor en su cabeza, pero que no lo relacionaba con ninguna marca en concreto, el policía comprendió que iban a tener un duro trabajo por delante.

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