Patricia intentaba hacer café en la cafetera eléctrica cuando su padre dijo:
– ¿Por qué te has despertado del sueño embellecedor, Trish? No tenemos que levantarnos para trabajar los sábados.
– Me gustaría ver cómo te haces la comida si nosotras no la hiciésemos, Gordon -dijo su madre-. ¿Y no crees que ya es lo bastante guapa?
Se dio un golpecito en la frente como para desorganizar sus líneas paralelas y arrugó su pequeña boca juntando así las dos mitades del cuidado bigote. Después levantó ambas cejas negras a la vez economizando el espacio entre las líneas que había bajo el poco pelo mientras abría los grandes ojos azules que reflejaban su honestidad. La chata y grande nariz no se unió a la actividad.
– Trish sabe que lo sé -dijo el padre de Patricia.
– No hace falta que lo digas, papá. Ya sabes que no me considero así.
– Ganarías muchos honores si lo hicieras. Las damas, o se dice las mujeres, ahora, me tendréis que perdonar por despertar y sentirme anticuado. Toda la culpa de esto la tienen los ordenadores del banco.
– Mientras estés aquí para la comida, lo haremos -dijo Valeria-. ¿Cómo te va con Dudley Smith, Trish? ¿Debería conocerlo?
– No hay otro como él -dijo Patricia mientras se servía huevos revueltos de la fuente cretense rojiza con una cuchara-. Amigos.
– ¿No había un tipo de la universidad que era más que eso?
– Gordon. Espero que muestres un poco más de tacto cuando la gente acuda a ti pidiéndote consejo.
– Vale, mamá, ya lo he superado. Él quería ser algo más e insistió hasta que me volví muy desagradable con él y no me importaría volver a mostrarme así.
– Dios mío, si te refieres a lo que estoy pensando…
– Casi, papá, pero como digo, pude con él. Me dio la impresión de que no volvería a intentarlo con nadie más. Ahora, si no os importa… no pongas esa cara de preocupación, mamá, es algo que no iba a contaros nunca.
Para asegurarse de que ahí terminaba todo, miró más allá de donde estaban sus padres y por las ventanas que llegaban hasta el suelo del comedor. Más allá de la esbelta alheña que rodeaba el gran jardín y que brillaba con la luz del sol, había un golfista madrugador en un carro que daba resoplidos según subía hasta lo alto de un montículo y después se alejaba por el lado más lejano con la parsimonia de los jubilados. A Patricia le hizo gracia el parecido con un juguete mecánico. Entonces Valeria dijo con algo de neutralidad:
– Dudley Smith es el joven escritor de misterio, Gordon. Nos habrás escuchado mencionarlo. Trish tiene que llevar la entrevista a la imprenta el lunes.
– Creo que ya hemos cubierto casi todo lo que necesitamos. Encontré dónde trabaja su viejo profesor de lengua, pero no estará disponible esta semana, por enfermedad.
– Se supone que debemos presentar a Dudley Smith a nuestros lectores. No me gustaría incluir cosas que él no deseara -dijo Valeria, a la vez que sonaba el teléfono en el recibidor.
– Hablando del rey de Roma… Quizá quiera reunirse con Trish -le dijo Gordon con una sonrisa de algo más que de disculpa que pronto se desvaneció. Unas cuantas desgarbadas zancadas lo llevaron hasta el recibidor.
– Martingala -dijo-. Buenos días. ¿Con cuál de las creativas desea hablar? La mayor viene de camino.
Patricia observaba una pelota de golf que se reducía cada vez más hasta convertirse en una manchita de tiza en el mar cuando su padre se reunió con ella.
– No estaba en lo cierto, entonces. Vuestra revista tiene que estar en pie y preparada casi tan temprano como los viejos directores de banco -dijo.
Parecía listo para retomar el primer tema cuando Valeria llamó a su hija. Patricia se dirigió deprisa hacia el gran recibidor color claro decorado con las flores prensadas entre cristales que ella recogió en su infancia durante las meriendas en el campo. No podía definir con exactitud el grado de preocupación que expresaba Valeria con motivo de la llamada.
– Es Walt -dijo Valeria.
– Walt -dijo Patricia mientras su madre la dejaba a solas.
– Hola.
Después de una pausa innecesaria, dijo:
– Siento tener que decirte que hemos perdido a Shell Garridge.
– ¿Quieres decir que deja una vacante?
– No en ese sentido. Se mató anoche o esta madrugada.
– ¡Vaya! -Patricia estaba sorprendida, pero también intentó parecer afectada-. ¿Cómo ha sido?
– Aún no han dicho mucho en las noticias locales. Un tipo que paseaba a su perro la encontró en su coche en la playa. Todo lo que he conseguido que la policía me diga es que de alguna forma se cayó al río conduciendo. Supongo que todos vimos cuánto le gustaba beber.
– Es horrible. Qué lástima.
Patricia guardó un momento de silencio que esperó que pareciese tristeza y continuó:
– Entonces quieres que yo…
– ¿Cuánto tardarías en escribir su necrológica?
Patricia se sintió un poco culpable por no haberse anticipado a la petición, pero también estaba un poco desconcertada.
– ¿Cuánto tardaría?
– Mucho más de dos mil palabras sería un problema.
– ¿Menos, entonces?
– Supongo que te costará hacerlo así de escueto. Tenemos cuatro páginas con algunas fotos y subtítulos. La imprenta lo necesita el lunes a primera hora. Lo puedes mandar directamente por correo electrónico, ¿de acuerdo? Si es necesario, que Valeria lo edite antes de enviarlo. Envíame a mí un boceto también.
Patricia tenía que haber admitido que no sabía mucho sobre Shell, pero aquello perjudicaría la elección del periodista que su madre llevó a cabo.
– Consigue todos los testimonios que puedas de la gente que la conocía -dijo Walt-. Quizá puedas encontrar una cinta suya para escucharla. De acuerdo, no dejes que te quite más tiempo. Pásame a Valeria.
– Al teléfono, mamá -gritó Patricia, sintiéndose absurdamente como si pidiera ayuda.
– Espera, ¿has enviado algo de Dudley Smith ya a la imprenta?
– Iba a darle un retoque esta mañana.
– Que llegue a tiempo también el lunes. Déjame hablar con Valeria.
– ¿Qué tendremos que eliminar? -preguntó Valeria-. Tendremos cuatro páginas extra, claro -le dijo a Patricia-, como si eso resolviera el problema.
Patricia se dirigió al cómodo y discretamente despejado comedor y se encontró a su padre esperando, murmurando algo.
– ¿Estás segura de que te ocupaste bien del cerdo que has mencionado?
– Más que bien, papá. Tampoco era tan malo como te lo imaginas y tampoco fue suya toda la culpa. Yo podría haber sido más tajante mucho antes.
– Recuérdame su nombre.
– Era Simon, ¿no Trish? -dijo Valeria de camino hacia la habitación-. No creo que sea así del todo.
– Esto es por lo que no os lo he contado nunca.
Le estaban haciendo sentir que, solo porque tenía menos estatura que la media, no podía cuidar de sí misma. El mismo error que cometió Simon, supuso.
– No quería preocuparos, no hay necesidad -dijo.
– No deberías guardarte las cosas malas dentro -insistió Valeria-. Así no es como un escritor hace las cosas. Sabía que algo iba mal entonces y te lo pregunté, ¿recuerdas?
– Mejor será que comience -dijo Patricia tomando un último bocado del desayuno antes de llevar los platos al fregadero.
Ya en su habitación, estiró el edredón estampado con un cielo estrellado y trasladó la novela de Margaret Atwood que había terminado la noche anterior del suelo a las estanterías llenas de páginas de periódicos estudiantiles con su firma. El ordenador ya había mostrado la pantalla de inicio. Un motor de búsqueda le proporcionó varias referencias de Shell, empezando por su página web. Pinchó sobre la dirección y comenzó a aparecer la cara de Shell en la pantalla.
Apareció bajo un titular en rojo que proclamaba: «Shell Garridge, cómica». Fue saliendo poco a poco, primero los ojos que expresaban más reto que bienvenida. Su pequeña nariz chata tenía poco que añadirle a aquellos, pero a medida que se formaba, Patricia tuvo la innecesaria impresión de que era agua gris drenándose lo que estaba revelando la cabeza de Shell. Luego llegó la boca. Tenía la comisura derecha un poco levantada como sonriendo o riéndose, no estaba claro. La imagen de Shell se detuvo en la barbilla para dejar espacio para un titular en el que se leía: «¿Te hago reír?». Patricia pensó que aquello podía tomarse fácilmente tanto como por un atrevimiento como por una invitación. La página no contenía nada más que la dirección de correo electrónico y el teléfono móvil de Shell. Había anuncios de otras páginas: notas de prensa, fotografías, Shell entrevistándose a sí misma, enlaces a los sitios web de la gente a la que ella admiraba… pero aún estaban en construcción.
– Otra que no da demasiada información -murmuró Patricia pensando en Dudley Smith, pero sin ninguna relevancia en lo de Shell.
Fue a por su teléfono móvil, que estaba encima de la mesilla de noche y marcó el número que aparecía en la pantalla. Al menos habría seguido la pista solitaria, si es que lo era, que ofrecía la página.
El teléfono comunicó cinco veces y entonces le pareció que alguien contestaba.
– Shell Garridge -dijo la voz de Shell-. Si no eres un acosador, no tienes nada que temer. Di quién eres, qué quieres y cuándo puedo devolverte la llamada.
Patricia pensó que el mensaje podía ser humorístico. La referencia a un acosador sugería algo de paranoia, cosa que no pintaba nada en un homenaje. Se preguntaba si debía dejar un mensaje grabado por si alguien escuchaba la cinta cuando una voz no muy segura dijo:
– ¿Hola?
Patricia pensó que podía ser Shell o alguien intentando imitarla y dijo:
– Hola.
– ¿Quién es? ¿Qué quiere?
– Soy reportera, Patricia Martingala. ¿Puedo preguntar quién es usted?
– Eres una de ellos, ¿no? Esperaba que ya estuvieseis por todas partes.
Casi con amargura, la mujer añadió:
– Soy su madre.
– Lo siento, señora…
– ¿Ni siquiera lo sabe? Garrett -dijo la madre de Shell con orgullo o resentimiento.
– Siento mucho su pérdida. Trabajé con Shell durante un corto tiempo.
– No parece que la conozcas. ¿En qué trabajabais juntas?
– En La Voz del Mersey, la revista nueva. Escribía una columna para nosotros.
– Me lo dijo. Solía decir que le pusisteis el nombre a la revista por de ella.
– ¿En serio?
Patricia intentó parecer divertida, pero no demasiado.
– Lo escribiré. Vamos a publicar un artículo sobre ella.
– ¿Qué más vais a escribir?
– Solo estoy empezando la investigación. Me enteré de la tragedia hace solo unos minutos. Por favor, no tiene que hablar si no quiere, pero ¿hay algo más que piense que debería incluir?
– Puedo hablar. No me sorprende que se haya ido de esta manera. Habría sido o la bebida o algún hombre haciéndola callar. Supongo que no escribirá eso.
– Quizá no -admitió Patricia.
– ¿No les gusta tanto la verdad? Entonces no deberían haberla dejado trabajar con ustedes si no quieren ni siquiera saber cómo era ella.
– Claro que sí, señora Garrett, si no le importa contármelo.
– Abusaron de ella cuando pensaba que no sabía decir que no.
– Ojalá lo hubiese sabido, podríamos haber hablado.
– ¿También le ocurrió lo mismo?
– No hasta esos extremos, pero podría haberla comprendido.
– Supongo que no hasta esos extremos. Tenía doce años y se trataba de su padre.
– Caramba, lo siento -dijo Patricia dándose cuenta de que era la segunda vez que lo decía-. Eso es horrible. ¿Qué fue de él? ¿Shell…?
– Me lo contó una vez que ya estaba muerto. Buscaba pelea cuando estaba borracho y seis hombres le pegaron en la cabeza.
– Bueno, supongo que eso… -decía Patricia sin tener ni idea de cómo seguir y sintiendo que ya se había atrevido demasiado-. ¿Sabe lo de Shell y su padre mucha gente?
– Solía contarlo en sus actuaciones cuando se sentía deprimida, pero nunca decía que se trataba de ella.
– ¿Sabe si hay alguna grabación de esa actuación?
– Yo no tengo ninguna ni tengo noticias de que las haya -dijo la señora Garrett descontenta-. Quizá sea mejor que averigüe lo de las cintas en vez de lo que le estoy contando.
– Me gustaría utilizar las dos cosas y cualquier otra información que piense que yo debería saber.
– Ese era su secreto, el único que tenía. Si no le vale con eso, no tiene sentido que siga interrogándome.
– Le aseguro que no quería insinuar que…
– Me da igual el lenguaje educado. Solo está haciendo su trabajo y yo soy una vieja zorra amargada. Déjeme escuchar las noticias y vaya a ver si alguno de sus amigos tiene algo bueno que contar sobre mi Shell.
– Seguro que sí -se sintió obligada a contestar Patricia.
Pero cuando terminó, ya no había nadie escuchando.
Dejó el salvapantallas del ordenador con el sonido de las olas y bajó corriendo a la cocina donde Valeria estaba cortando ajo en láminas casi al compás de la marcha de Mozart.
– ¿Comprobamos si el Merseyside está diciendo algo sobre ella? -sugirió Patricia.
Al principio parecía que no había tiempo para Shell entre las noticias sobre robo y redadas policiales, pero entonces el locutor anunció:
– Están lloviendo homenajes en memoria de Shell Garridge, la controvertida cómica que ha muerto esta madrugada.
– Era única. Era cómica como ninguna otra -decía Sharika Kapoor.
Tulip Bandela la describió como la comediante más atrevida con la que jamás había trabajado.
– No tenía miedo de ser divertida -decía Ken Dodd-. Se ha ido lejos y ha dejado en Liverpool mucho más que una reputación.
– Acabo de hablar con su madre -dijo Patricia-. Su padre la violó cuando tenía doce años.
Valeria quitó la radio cuando comenzó la predicción del tiempo, que anunciaba aún más calor.
– Si alguien puede averiguar cosas tan íntimas esa eres tú.
– Sé que me crees, pero no hay necesidad de…
– Cree en ti misma, Trish. Eso es mucho más importante.
Valeria la miró desde la puerta y dijo:
– Quizá el escribir sobre ella te haga sentir cosas que no querías admitir que sentías.
En vez de preguntarse en voz alta qué podría ayudarla a cumplir el plazo de entrega, se fue al piso de arriba. La pantalla del ordenador estaba en blanco, como su mente; solo el sonido del agua le reafirmó en que el sistema no se había estropeado. Cuando regresó la imagen, retrocedió para buscar la siguiente referencia sobre Shell, la página de las celebridades de Liverpool.
Era considerablemente más informativa que la de Shell. Michelle Garrett había nacido en 1978 en Toxteth. Se hizo famosa por primera vez en el Paddington Comprehensive, [4] donde escribió un artículo en una revista de educación alternativa llamada Apisonadora y se sintió muy orgullosa de que tantos padres y alumnos varones se hubieran quejado al director. En 1997, ella y sus compañeras de estudios politécnicos, Tulip Bandela y Sharika Kapoor, formaron Gente del campo, un trío musical y feminista. En 1999, cuando sus colegas insistieron en renombrar el grupo como Inteligencia femenina, se cambió el nombre por el de Shell Garridge y emprendió su carrera en solitario. Representó a Debbie la estibadora en el episodio piloto de una serie televisiva que no se emitió: No nos llamen damas y a Sin Botones en el musical navideño: Panto sin pantalones.
Patricia pensó que Dudley Smith podría haber hablado con Shell sobre lo de causar controversias en el colegio. Quizá el encontrar algo en común podría haberles ayudado a salvar sus diferencias. Sintió como si Dudley merodeara por sus pensamientos. Se deshizo de él pinchando sobre la entrada de Tulip Bandela. Estaba comenzando a escribirle un correo electrónico cuando el teléfono sonó.
– ¿Es la reportera? He olvidado su nombre.
– Patricia Martingala.
– Mary Garrett -dijo la madre de Shell-. Tenía su número en el teléfono. Antes fui cortante con usted.
– Por favor, no se preocupe por eso, señora Garrett. Cualquiera entendería su situación. ¿Me llama solo por eso?
– No. Me dejó pensando y llamé al bar donde Shell actuó anoche. Hable con ellos.
Patricia estaba ansiosa por saber por qué.
– ¿Sí?
– Tengo algo para usted.
Quizá no vacilaba para conseguir causar algún efecto, pero fue lo que le pareció a Patricia.
– Le diré lo que creo que debe hacer con ello -dijo la señora Garrett.