Nada más darle la luz del sol, Dudley se preguntó si debería tomar el siguiente tren de regreso a casa. De nuevo tuvo que recordarse a sí mismo que el paquete estaba a salvo. A lo mejor había sido capaz de mover las dos puertas del armario que había colocado sobre la bañera y, ya que le había costado tanto trabajo subir el sillón por las escaleras, no habría estado de más colocarlo encima de las puertas apoyado contra la pared. Tampoco había ningún motivo para que su madre regresara a casa ya que había prometido no acercarse. El que no hubiera podido cerrar con pestillo las puertas delantera y trasera mientras estaba en casa no significaba ninguna invitación ni para ella ni para ningún otro intruso. Estaba seguro de que al menos lo llamaría antes de atreverse a invadir la casa y tampoco iba a arriesgarse a llamar cuando a lo mejor podía interrumpir su trabajo. Le dio la espalda a la estación de tren y pasó de largo los grandes edificios de oficinas vacías en dirección al Pier Head.
No había ni rastro de Vincent ni de los actores en la amplia zona pavimentada. Si llegaban tarde, ¿podría llamar a Vincent y convencerlo de que retrasara el rodaje hasta después del fin de semana? Mientras se apresuraba a bajar la rampa de cemento esperaba que la ausencia de los demás fuera su excusa. Aún no había llegado al embarcadero cuando alguien lo saludó con un grito:
– Aquí está el autor.
Al menos el entusiasta era el señor Matagrama. También estaban Vincent, ajustándose las gafas con la mano que sostenía el manuscrito y Lorna Major con el mismo aspecto de determinación que mostró cuando el señor Matagrama la había acorralado en la audición. Mientras cruzaban los mugrientos tablones para reunirse con Dudley, se preguntó qué era lo que iba mal. Entonces se dio cuenta.
– ¿Y el cámara?
– Nos reunimos con los demás en Birkenhead.
Después de tenderle un puñado de páginas, Vincent dijo:
– Tenía que haber venido alguien más con nosotros.
Dudley habría examinado las páginas con más detenimiento si aquel comentario impreciso no le hubiera provocado un nerviosismo innecesario.
– ¿Quién?
– Una reportera.
Vincent le guiñó un ojo tras las gafas y dijo:
– No creía que quisieras que viniera con nosotros.
– ¿Por qué no?
– Creía que por Patricia.
A Dudley se le secó la boca a la vez que se le empaparon las axilas, aunque tuvo que hacerla trabajar:
– ¿Qué pasa con ella?
– Vendrá, ¿no? No queremos a demasiada gente de la prensa cuando ya nos estamos acostumbrando a trabajar juntos. Le dije a esta reportera que la recibiríamos más tarde.
Vincent volvió a guiñarle un ojo que provocó una pequeña mueca en la parte baja de su frente.
– ¿Va a venir Patricia?
Dudley necesitaba considerar aquella pregunta urgentemente.
– ¿Por qué me lo preguntas a mí?
– Colin y yo creíamos que os estabais haciendo amigos. Culpa mía por haberlo dado por hecho. La voy a llamar por si quiere unirse a nosotros.
Cuando Vincent sacó su móvil, Dudley pareció sentir el movimiento de Patricia como un insecto en su bolsillo con ganas de responder.
– No te molestes -espetó.
La sonrisa de Lorna Major era más irónica que cordial.
– ¿Te ha dejado plantado tu publicista?
Dudley se volvió hacia ella y habló demasiado.
– He dicho que no te molestes -le dijo a Vincent-. Se ha marchado.
Un ferri se acercó a ellos rozando el flanco con las gomas que amortiguaban el embarcadero. Vincent se giró, pero no cerró su teléfono móvil.
– ¿Marchado adónde?
– Tenía una oferta de trabajo en Londres. O tomaba el siguiente tren o perdía la oportunidad. Ni siquiera tuvo tiempo de decirles a sus padres que se iba.
La plancha golpeó el embarcadero y Dudley se dio prisa por ser el primero en subir a la cubierta más alta. Se sentó sobre un banco extremadamente caliente y leyó el guión mientras Vincent le dejaba un mensaje a Walt. El señor Matagrama había mantenido todas las líneas que Dudley había enviado por correo electrónico incluso la de: «¿Alguna vez ha oído hablar del señor Matagrama?; No me conoce, pero lo hará; ¿Cómo le gustaría ayudarme con la investigación?» Dudley estaba empezando a arrepentirse de haberle permitido a la chica saber quién era. Después de todo era una famosa creación, pero quizá necesitaba ser presentado al público. Vincent le había dado a la chica tanto diálogo como al señor Matagrama y a lo mejor Dudley tenía que haber protestado, pero el señor Matagrama era mucho más capaz de dominar la escena y a ella misma. Aquel era un motivo más que suficiente para que Dudley no le prestara atención a la vista de Bidston y su observatorio navegando hacia él y ocultándose tras la terminal del ferri en Birkenhead.
– Ya hemos llegado -gritó Vincent cuando la plancha tocó la madera.
Se dirigió a menos gente de la que Dudley se esperaba. Una subió la escalera con la cámara al hombro mientras que su compañera llevaba el equipo de grabación.
– Joan y Red -las presentó Vincent.
El pelo rojo de la musculosa ingeniera de sonido le cubría poco más que la cabeza. Dudley no quería conocer más de su persona.
– ¿Seréis capaces de hacer una película con estas condiciones?
– Así es como lo hacemos -dijo Joan ensanchando cada vez más los ojos hasta que una gota de humedad se deslizó entre dos arrugas de su alta y pálida frente-. Grabamos rápido y con poco peso. Somos independientes.
– Desde luego somos tan buenas como tu guión -le dijo Red.
No le gustó nada aquel tono ni que Vincent dijera:
– Se lo demostraremos, ¿no es así? Vamos a ensayar todas las tomas.
Dudley tenía la insatisfactoria sensación de que todo el mundo sabía de aquello más que él. Observó cómo la cámara se dirigía hacia Lorna, que estaba en la barandilla y al girarse encontró al señor Matagrama tras ella.
– ¿Ha salido a por un soplo? [6] -preguntó el señor Matagrama.
El ferri navegaba hacia Seacombe y la boca del río.
– He salido a hacer cualquier cosa que pueda sentarme bien -dijo Lorna.
– ¿Como hablar con hombres desconocidos en los ferris? -dijo el señor Matagrama.
– No me parece un extraño.
– Quizá los más extraños no lo aparentan.
– Dígame lo extraño que es usted.
– ¿Alguna vez ha oído hablar del señor Matagrama?
Dudley casi aplaudió. No solo tras haber escuchado aquella frase, sino por cómo el señor Matagrama la había condimentado con su toque secreto de diversión y entusiasmo.
– No puedo decir que sí -dijo Lorna.
– Entonces será la única muy pronto -dijo el señor Matagrama y, para deleite de Dudley, dirigió el siguiente comentario a la cámara.
– Voy a ser famoso.
– ¿Quién lo dice?
– No me conoce, pero lo hará. Soy escritor.
A Dudley la sonrisa de Lorna le pareció insufriblemente condescendiente y trató de convencerse de que no podía ir dirigida a él.
– ¿Puedo haber oído hablar de usted? -preguntó.
– Solo llámeme señor K.
– Estaba pensando que puedo decirles a mis amigos que he conocido a un escritor.
No tenía que resultar irónico, pero no se lo iba a contar a nadie de todas maneras.
– ¿Le gustaría ayudarme con la investigación? -preguntó el señor Matagrama.
Aunque aquellas no eran las palabras exactas de Dudley, el señor Matagrama les había infundido más intensidad.
– Depende de lo que me esté pidiendo -dijo Lorna.
– ¿Alcanza a ver dónde está la hélice?
Dudley se acordó de Patricia y de cómo le había excitado la energía con la que había hablado de ser carne picada. Entonces Lorna dijo:
– Creo que está detrás.
– ¿Puede asomarse por mí?
– No sabría dónde. Yo no construyo barcos, soy estudiante.
– ¿Qué estudia?
– Derecho. Hay demasiados criminales y quiero estar en el bando correcto.
– ¿Cree que lo hará bien?
– La gente buena tiene que intentarlo.
Dudley no soportaba aquellas adiciones que había hecho Vincent ahora que las escuchaba y estuvo a punto de decirlo cuando el señor Matagrama dijo:
– ¿No me quiere ayudar? Me duele la espalda.
– ¿Y por qué le duele? -preguntó Lorna con algo de lástima.
– Por la postura de estar sentado en mi escritorio.
– Debería salir más -dijo Lorna ablandándose al ver el gesto de dolor del señor Matagrama-. ¿De verdad le duele?
– Demasiado como para agacharme.
– De acuerdo, usted será mi buena acción del día -dijo inclinándose sobre la barandilla-. No veo nada.
– Tienes que inclinarse un poco más. Te tengo. Eso es. Un poco más. Ahora no mucho más. Ahí.
– Saca el plano de la cara de Colin. Genial, Colin. Sonríe un poco -dijo Vincent-. Después de lo de Lorna, la cortaremos en escenas retrospectivas. Solo son unos cuantos fotogramas a la vez, pero llegarán bien al público. ¿A ti qué te parece? -le dijo a Dudley.
– ¿Puedo decir que quiero ayudar a proteger a la gente? -preguntó Lorna-. Así la gente estará más implicada. También podría decir que quiero que mis padres estén a salvo.
– Ya has dicho bastante -contestó Dudley sin apartar la mirada de Vincent-. Creo que dice demasiadas cosas. Me aburre.
– Quieres deshacerte de la chica lo antes posible, ¿eh? -dijo Lorna.
El murmullo de apoyo femenino hizo que Dudley mirara a Vincent aún más fijamente.
– No nos desharíamos de ti ni en sueños -dijo el director-. No podríamos hacer la película sin ninguno de vosotros. ¿Qué te ha parecido a ti, Colin?
– Yo estaré contento cuando todo el mundo lo esté.
Era tan improbable que el señor Matagrama dijera aquello que Dudley tuvo que convencerse de que se trataba de una estratagema.
– Quizá podríamos acelerarlo un poco más -dijo Vincent-. ¿Y si Lorna dice: «Derecho. Hay demasiados criminales sueltos» y después Colin va directo al grano y le pide su ayuda?
– Eso sería más probable -dijo Dudley.
Se había esperado un poco más de reconocimiento por su voluntad por estar de acuerdo, pero lo único que recibió fue una sonrisa de complicidad por parte del señor Matagrama cuando Vincent dijo:
– Hagamos una toma con el Pier Head de fondo.
Dudley observó como el equipo llevaba a cabo la indicación de Vincent sin necesidad de instrucciones. O eso, o que Vincent aprobaba lo que hacían. Se había imaginado que un director llevaba su trabajo más allá de lo humano. Quizá Vincent se estaba poniendo a prueba cuando le dijo al señor Matagrama que había comenzado la toma demasiado pronto. Dudley pensó que aquella prisa era una responsabilidad y tuvo que contener su impaciencia mientras el señor Matagrama esperaba a que la cámara regresara al punto de partida. Nada más girarse hacia él dijo:
– ¿Ha salido a por un soplo?
– Sigues entrando demasiado pronto -interrumpió Vincent-. Espera a que Joan os dé la entrada y aguanta un poco. No te preocupes, tenemos todo el día.
Dudley se acordó de aquella posibilidad y de que el paquete estaría a salvo y callado mientras esperaba su regreso. No sabía decir cuánta impaciencia de la que estaba experimentando pertenecía al señor Matagrama.
– Tomaos vuestro tiempo. Disfrutadlo -dijo.
– Créeme, lo estoy haciendo -dijo su otro yo.
Y no dijo nada más hasta:
– ¿Ha salido a por un soplo?
Aquella repetición fue tan buena que Dudley apenas se dio cuenta de que su casa se acercaba a sus espaldas. El señor Matagrama casi había llegado a su última frase cuando le sonrió a Lorna burlonamente.
– ¿Me estoy confundiendo? -Vosotros dos no parecéis demasiado convencidos.
Antes de que Dudley pudiera advertirles de que quizá hubiera sido mejor que sí, Lorna dijo:
– ¿Se supone que esta chica es tonta?
– No mucho más que otras víctimas, ¿no, Dudley?
– Entonces posee un alto grado de estupidez -dijo Lorna-. Hay un gráfico detrás de ti que explica dónde se encuentra la hélice. No habría necesidad de que se asome por aquí.
– No lo vamos a sacar -dijo Vincent-. El público no se enterará de que está ahí.
– La gente que utilice el ferri sí. Y yo también.
Dudley visualizó la hélice separando su persistente expresión de los huesos e hizo lo posible por contentarse con la perspectiva de diversión que le aguardaba en casa.
– Se llame como se llame, no lo es -dijo.
– Esa es otra cuestión. ¿Por qué no sabemos su nombre? Es como decirle al público que no es mucho más que una víctima y que ni siquiera merece uno, como si no fuese un ser humano.
Dudley estaba de acuerdo con aquello y a lo mejor habría sugerido que la llamasen Lorna si no llega a ser porque Vincent comentó:
– Dice que es estudiante y lo que estudia. El guión no da lugar a que ella se presente. Podemos darle un nombre para los créditos del final. Quizá a Dudley no le importe que elijas uno.
– Que lo haga -dijo Dudley, ya que habría mucho de Lorna en la víctima.
El ferri estaba demasiado cerca de Liverpool como para que el equipo pudiera grabar otra toma. Por lo menos todo el mundo había comprado billetes para todo el día. Mientras la embarcación volvía a dejar atrás el Pier Head, Dudley miraba cómo Bidston comenzaba a acercarse más y más, pero se concentró en la más inmediata e importante nueva situación. Cuando la cámara enfocó de nuevo al señor Matagrama, este dudó.
– ¿Un soplo no significa otra cosa en América? Lo digo por si se espera que la película llegue hasta allí.
Red emitió algo parecido a un bufido y el micrófono, que sostenía al igual que una caña de pescar para grabar el diálogo, tembló.
– Aquí también significa lo mismo. Creía que esto servía para demostrar lo imbécil que es.
¿Cuánta confianza en sí mismo intentaban destruir ella y su compinche? Se la estaba imaginando siendo arrastrada hacia la hélice, Red en carne viva, cuando el señor Matagrama sugirió:
– ¿Y si digo: «¿Disfrutando del crucero?».
Todas las chicas comenzaron a reírse a carcajadas.
– Eso es aún peor -masculló Lorna.
En aquel momento la hélice se atascó con un cuerpo y la estela del barco se volvió de color carmín. Dudley no sabía lo que podía haber soltado por la boca si Vincent no llega a decir:
– ¿Ha salido a tomar el aire?
Dudley vio que la cámara se giraba y volvía a enfocar al señor Matagrama.
– ¿Ha salido a tomar el aire? -dijo el señor Matagrama.
Parecía que ellos sí. La primera en parecer alegrarse fue Lorna, al acordarse de la frase que se habían saltado y, al comenzar la siguiente toma, Joan y Red también parecían contentas. Entonces, el señor Matagrama comenzó a perder el control de su actuación. Sonreía demasiado y al final de la escena resultaba o demasiado irónico, o divertido y después demasiado amenazador, como si quisiera compensarlo. Vincent intentó ofrecerle varios descansos forzosos durante el rodaje, como oportunidades para que recuperara su habilidad, pero ¿acaso no veía el director que todo era por culpa de las chicas? Quizá el señor Matagrama estaba demasiado ocupado imaginándose cómo ocuparse de ellas para centrarse en la actuación. Tras la enésima repetición de la escena, Dudley tenía la cabeza reseca por la frustración; no solo por el espectáculo cada vez más insatisfactorio sino porque se preguntaba si se estaría perdiendo la diversión que tenía en casa: el despertar del paquete, sus sollozos y sus vanos intentos. También se distraía alejando a los pasajeros del rodaje.
– Se trata de la grabación de una de mis historias -decía.
Algunos de los viajeros se quedaban para observar y otros incluso callaban a sus hijos antes de que él tuviera que hacerlo. Al menos no había demasiado ruido que estropeara las tomas y que valiese la pena evitar, no hasta que el ferri giró como la manecilla de un reloj de regreso a Liverpool. Mientras el barco acariciaba el embarcadero y pivotaba sobre este, Dudley oyó el grito de una chica:
– ¡A bordo!
Era la señal para que ella y otras tres más se apresuraran a bajar la rampa.
Aquel barullo no quedaría bien en la película. Se dirigió corriendo a lo alto de la escalera para avisarlas, pero ellas se callaron mientras subían.
– Aquí arriba estamos rodando -dijo igualmente-. Podéis mirar si queréis pero no debéis hacer ruido.
La chica que iba en cabeza abrió los ojos con entusiasmo.
– ¿Qué estáis grabando? -susurró.
– Una de mis historias. El señor Matagrama.
– Es una historia suya -les informó a sus amigas.
Si ella creía que merecía la pena repetirlo, entonces Dudley estaba de acuerdo.
Las chicas se quedaron en la escalera mostrándole cuatro pares de ojos ensimismados y cuatro bocas abiertas.
– No tenéis por qué esperar aquí -dijo-. Aún no estamos rodando.
– Esperaremos hasta que empecéis -dijo la primera chica.
Dudley pensó en presentárselas al señor Matagrama, pero podría hacerlo más tarde. Cuando el equipo volvió a ocupar sus puestos, se retiró de las escaleras y dejó pasar a las chicas a la cubierta. Vincent llamó a la cámara y después dijo «Acción».
– ¿Ha salido a tomar el aire? -dijo el señor Matagrama precisamente cuando y como debía hacerlo.
Dudley pensó que por fin marchaba la película. Incluso sonrió cuando Lorna dijo:
– He salido a hacer cualquier cosa que pueda sentarme bien.
El señor Matagrama estaba respondiendo con seguridad y sin sonreír demasiado cuando las cuatro chicas comenzaron a corear:
– ¡An-ge-la! ¡An-ge-la! ¡No a la película! ¡No a la película!
El señor Matagrama miró por encima del hombro cuando Dudley se enfrentó a ellas. Sus gritos fueron disminuyendo hasta dar paso al silencio. Se humedeció los labios para pronunciar una pregunta que parecía llevar la intención de amordazarlas.
– ¿Qué decíais?
– Angela -dijo la chica que llevaba la voz cantante dando un paso desafiante hacia él-. Angela Manning. La chica de cuya muerte os estáis beneficiando.
Casi le dio una bofetada al preguntarle:
– ¿Y qué tiene eso que ver con vosotras?
Ella se le quedó mirando como si también intentara contenerse.
– Era amiga mía.
– Entonces, dejadla en paz. Las personas como vosotras sois quienes la estáis desenterrando.
Estaba dejando que su furia le distrajera de la primera pregunta que no le habían contestado.
– Te he preguntado qué decíais -dijo entre dientes y humedeciéndose la boca.
– Ya te lo he dicho.
– Eres una mentirosa. Habéis dicho algo sobre Colin. Decíais que había sido Colin.
La chica agrandó los ojos tal y como lo había hecho en la escalera.
– ¿Así se llama?
– Ya sabes su nombre -dijo Dudley con tanta frustración que apenas pudo evitar que se reflejara en sus palabras-. No, es el señor Matagrama.
– Si estás tan seguro -dijo una segunda chica-, ¿por qué lo preguntas?
– Yo estoy seguro de todo. Hace falta algo más que cuatro zorras para detenerme.
Dudley estuvo a punto de retirar aquella declaración cuando una voz dijo tras él:
– Déjalas en paz.
Era el señor Matagrama. Quizá quería encargarse de ellas él mismo. Dudley se dio la vuelta para encontrarse con él, pero el señor Matagrama lo miraba fijamente a él y no a ellas.
– Estaban diciendo cosas sobre ti -se sintió obligado a aclarar Dudley-. No les importa estropearnos la película.
– Es una pena.
– Es más que eso. Quizá Walt pueda demandarlas por hacernos perder dinero -amenazó Dudley en voz alta, para que todo el mundo pudiera oírlo.
Mientras las chicas hacían lo posible por parecer incrédulamente divertidas, el señor Matagrama dijo:
– Es una pena que no pueda continuar.
– Podrás hacerlo si nos deshacemos de ellas. Vincent, ¿no puede el capitán echarlas por causar molestias?
– Nos encantaría que lo hiciera -dijo la primera chica con una risa aún más falsa.
Vincent se ajustó las gafas por encima del puente de la nariz para examinarlas.
– ¿Yo no te conozco? ¿Fuiste tú quien me llamó?
– Así es. Soy la chica a quien le dijiste que estaríais rodando en el río cuando pensaste que era de la prensa.
– ¡Qué cosa más estúpida! -dijo el señor Matagrama.
Aunque estaba mirando a Dudley, no podía dirigirse a él.
– ¿A quién se lo dices? -preguntó Dudley.
– A ti -dijo el señor Matagrama dejando escapar una risa-. Eres tan tonto como tu estúpido y jodido nombre.
– ¿Qué pasa con mi nombre?
– El nombre con el que me llamas.
– Señor Matagrama.
– No, mi nombre es Colin Holmes. Ellas lo saben, aunque tú lo hayas olvidado.
– Espero que sea porque eres famoso, pero no puedes decir nada sobre cómo se llama tu personaje. Yo lo escribí y tú eres el actor.
– Entonces sigo actuando, ¿no?
Dudley trató de controlar sus emociones. Solo porque el señor Matagrama y él hubieran discutido no había razón para separarse. Después de todo, siempre mantenía las mismas discusiones dentro de su propia cabeza.
– Puedes hacerlo donde nadie intente molestar -dijo-. Antes lo estabas haciendo bien.
– No he estado lo suficientemente mal, ¿verdad?
Dudley sintió que la cubierta se movía bajo sus pies y el mundo también. El comentario del señor Matagrama iba dirigido a las chicas. Probablemente, Vincent estaba demasiado sorprendido como para haberse dado cuenta, ya que dijo:
– No me estoy enterando de nada. ¿Por qué querías actuar mal en una película?
– Son estas zorras -dijo Dudley con la misma sonrisa de una calavera-. Se han colado en nuestra película para arruinarla.
– Como siempre, te equivocas -dijo el falso señor Matagrama-. Todo ha sido idea mía y me siento orgulloso de ello.
– No me digas que eres otro de los amigos de… ¿cómo se llama? Angela.
– Tenía muchos amigos. No creo que tú sepas lo que es eso.
El hombre que había fingido ser el señor Matagrama amplió su sonrisa de desdén.
– Yo actuaba con ella en las obras del colegio -dijo-. Algunos seguimos actuando. Quizá hayáis contratado a alguien más de nuestro grupo y no lo sepáis.
– ¿Nos estás diciendo que era actriz? No sabría aportar mucho a ninguna actuación.
Dudley se acordó de que lo mejor que supo hacer fue levantar las manos como si así pudiera protegerse del tren. No se dio cuenta de que había dicho demasiado hasta que Vincent intervino:
– Tú no puedes opinar sobre eso ¿no? Nunca la viste. No pierdas los papeles, Dudley.
– Es culpa suya, si lo he hecho -se quejó Dudley, seguramente no demasiado tarde-. Me han confundido y no sé en qué estaba pensando.
– Intenta pensar en que no deberíais estar haciendo esta película -dijo el hombre que había intentado robar la identidad del señor Matagrama-. Y eso va por todos y en especial por las damas. No puedo creer que os impliquéis en una película que va sobre un asesino que mata a mujeres por placer.
Después de un extraño silencio, Joan dijo:
– Sabíamos de lo que iba cuando firmamos el contrato. Somos profesionales, aunque seamos independientes.
Dudley se veía superado por aquella ráfaga de apreciaciones que no había esperado sentir.
– Vosotros sois de los míos -le dijo al equipo de la película.
Red le respondió tras una pausa:
– Necesitamos el trabajo.
Mientras Dudley se esforzaba por contentarse con aquello, el actor dijo:
– ¿Y tú, Lorna? Seguro que aspiras a algo mejor que ser asesinada en la primera escena.
– Hay que empezar por algo -dijo Lorna volviéndose hacia Dudley y Vincent-. Si me quedo en vuestra película podríais darme algo más que hacer.
– Podemos pensar en algo, ¿verdad, Dudley?
Dudley quiso comprometerse con ellos y deshacerse de su traidor con su silencio. El actor miró a Lorna con desprecio y condujo a sus admiradoras escaleras abajo.
– Es una pena que aparecieseis tan pronto. Podría haberlos engañado algunos días más -les iba diciendo.
Dudley se quedó mirando cómo se iban hasta que Vincent dijo:
– Haré algunas llamadas cuando llegue a casa y volveremos a tener otra sesión de audición. ¿Hay alguien de la vez anterior a quien quieras volver a ver?
– Me gustaba él.
Dudley sabía que aquello había sonado infantil, lo que le hacía estar más furioso.
– Esta vez, contrata a alguien en quien podamos confiar -dijo.
Y empezó a caminar por la cubierta como un animal de zoológico a medida que el ferri se acercaba a Liverpool. Estaba tan impaciente por llegar a casa que tuvo que apretar los dientes para impedir que esos pensamientos cobraran forma en su boca. Patricia lo había animado a elegir al actor, lo cual era otra razón más por la que se alegraba de haberla empaquetado. Al menos, el tiempo que había perdido en volver donde ella le había permitido inventar más cosas que merecía que le hiciese.