38

Cuando Patricia sintió que el agua bajaba supo que no iba a ahogarse a menos que aquello hubiese sido un simple ensayo. Fue como volver a nacer. Había tomado todo el aire que pudo mientras su cabeza se hundía, pero empezaba a quedarse sin él. Al volver a respirar, se le llenó la nariz de agua y de pronto temió que estuviese jugando con ella, que hubiese tenido la inspiración de ahogarla con la ducha. No tuvo éxito al intentar vaciar la nariz de agua girando la cabeza, así que tuvo que forcejear para ponerse de lado. Al menos, el nivel del agua seguía bajando. El sonido de su pulso disminuyó y pudo oír voces. Una era la de la madre de Dudley.

No debía dejarla a solas con él. Patricia intentaba desesperadamente comunicar aquella idea cuando unas manos la asieron por los hombros y la levantaron. Eran demasiado delicadas para ser las de Dudley. Sintió que su mente se ablandaba, que apenas le quedaba voluntad, pero consiguió darse cuenta de que era probable que Kathy no la abandonara ahora que había visto en qué condiciones se hallaba. Entonces se preguntó si estaba dando por hecho demasiadas cosas porque Kathy preguntó:

– ¿Puedes oírme? ¿Puedes hablar?

Patricia, cuando estuvo segura de que las preguntas iban dirigidas a ella, tuvo que acordarse de cómo debía mover la cabeza para dar una respuesta negativa. Estaba empezando a recobrar la técnica cuando Dudley dijo:

– Te lo he dicho. No quiere.

¿Cómo iba a negar aquello? No sabía cuánto tiempo tardó en averiguar que tenía que asentir y entonces pensó que la confusión le había jugado una mala pasada porque estaba diciendo que ella estaba de acuerdo con él. Incluso estaba acusando a su madre de estar desconcertándola. De hecho, Patricia podía haberlos acusado a los dos de estar agravando los efectos de su difícil situación. Entonces oyó cómo él se ofrecía a quedarse con ella. Cuando estaba a punto de utilizar todo su cuerpo para expresar su aversión, Kathy le habló al oído.

– ¿Quieres hablar?

En aquel momento Patricia imaginó que la estaban forzando a participar en un juego que consistía en tener que decidir de qué manera tenía que mover la cabeza. Concentró todas sus fuerzas en su pegajoso cuello y asintió tres veces. Parecía que había acertado porque Kathy comenzó a desenrollarle la cinta de la cabeza. Mientras se preparaba para la horrible experiencia, Kathy dijo:

– No tengo ni idea de lo que habréis estado haciendo vosotros dos.

Patricia creyó que aquello era excesivamente irracional, así que apenas pudo esperar a hablar. Tuvo que concentrarse un momento para soportar el dolor mientras la cinta comenzaba a tirarle del pelo. Sintió el aire en la pegajosa garganta, en la barbilla, en la boca y en las mejillas. Se mordió los labios e intentó mantener los párpados cerrados mientras la cinta tiraba de ellos. Vio la cara de preocupación de Kathy por encima de ella y a Dudley en albornoz detrás de su madre. Patricia no sabía si era su confusión lo que le hacía parecer tan poco desafiante y seguro de sí mismo. Le enfureció el no ser capaz de contener las lágrimas que se le escaparon cuando Kathy descubrió su frente y el resto del pelo.

– Patricia -dijo Kathy-. Pensé que serías tú.

Patricia no pudo hacer nada.

– ¿Me podría desatar las manos, por favor? -dijo.

– Estaba a punto de hacerlo. ¿Había que ser tan realistas?

Patricia pensó que aquello debía de ir dirigido en parte también a ella, así que no se atrevió a hablar. Se inclinó hacia delante mientras Kathy la desataba y después echó los brazos hacia delante, a pesar de los dolores que sentía en todas las articulaciones, y comenzó a frotarse las muñecas.

– ¿Tienes algo para cambiarte? -preguntó Kathy.

Por un momento, aquella pregunta pareció razonable, aunque Patricia tardara en entenderlo. Se secó una mejilla con los nudillos y después la otra. Lo que más deseaba en el mundo era poder salir corriendo de aquella casa tan pronto como se liberaran sus pies, pero apenas tenía fuerzas para alcanzarlos con las manos.

– No -dijo.

– Oh, Patricia.

Aquello pareció una reprimenda casi intolerable. Patricia se preguntó hasta qué punto estaría intentando fingir la madre de Dudley. Sintió como si tuviese que actuar en un escenario que Kathy se estaba inventando.

– Será mejor que te pongas mi albornoz mientras te secamos la ropa -dijo Kathy-. Dudley, saca de aquí el colchón antes de que se moje más. No quiero ni pensar lo que habéis estado haciendo aquí.

Probablemente quiso decir que podía imaginárselo. Patricia observó cómo Dudley recogía el colchón y por fin dejaba de mirarla fijamente mientras lo sacaba de la habitación. Cuando pudo liberarse los tobillos, tuvo que agarrarse al lavabo para poder sacar una dolorida pierna fuera de la bañera y después la otra.

– ¿Necesitas ayuda? -preguntó Kathy.

– Por ahora, no. Gracias.

– Entonces, estaré fuera. Dame tu ropa ahora.

Aquello significaría que Kathy se la llevaría al piso de abajo y la dejaría sola con Dudley arriba.

– Yo la llevaré -dijo Patricia.

Nada más salir Kathy, Patricia se abalanzó detrás de ella para cerrar el pestillo casi cayéndose más de una vez. No sabía qué hacer primero: si quitarse la ropa mojada o beberse toda el agua que le pedía su reseca boca. Finalmente cogió un vaso de la repisa de encima del lavabo y tragó agua hasta sentirse mareada. Siguió bebiendo más despacio mientras se quitaba la ropa. Le habría gustado darse una ducha para deshacerse de las sensaciones que tenía adheridas tanto física como psicológicamente, pero no quería saber nada más de aquella bañera. Consiguió contentarse con restregarse la cara, las muñecas y sus doloridos tobillos antes de secarse el cuerpo con la única toalla que había en el cuarto de baño. Su sutil olor a loción de afeitado hizo que la soltara inmediatamente aunque se quedara mojada. Sacó el solitario albornoz del gancho de la puerta y se retiró las mangas para atarse el cordón a la cintura. Seguramente a Kathy le estaba por las rodillas, pero a Patricia le llegaba a la pantorrilla. Aquello la hizo sentir infantil y vulnerable y ya no solo porque no supiera quién la esperaba ahí fuera. Había oído voces bajas mientras había estado ocupada y una serie de lentos y extraños golpes en la escalera.

– ¿Kathy? -consiguió gritar.

– Estoy aquí.

Lo más cerca que estaba era en el piso de abajo.

– ¿Puedes ayudarme? -preguntó Patricia.

¿Y si Kathy le pedía a su hijo que la ayudara? Patricia oyó algunos pasos que se aproximaban hacia ella deprisa y alguien llamó a la puerta. No abrió el pestillo hasta que Kathy dijo:

– Aquí estoy.

El sillón y las puertas del armario habían desaparecido del rellano y la casa parecía inquietantemente en calma.

– ¿Dónde está Dudley? -deseó saber Patricia.

– Está a punto de irse. Ha decidido que tiene que decir algunas cosas a la cara en su antiguo empleo.

Patricia estaba segura de que no tenía ninguna intención de hacer nada parecido. Si ella estaba demasiado débil como para escapar por culpa de aquella horrible experiencia, se aseguraría de que él tampoco pudiera hacerlo. Asió el brazo de Kathy y se apoyó en la barandilla. Él estaba completamente vestido e iba de camino a la puerta.

– Si yo fuese tú, Dudley, no iría a ninguna parte -dijo, intentando no alterarse.

– ¿Y por qué no?

– Creo que deberías oír lo que le voy a contar a tu madre.

Se quedó mirándola con cara de no comprender, casi llegando a ser convincente.

– ¿Cómo qué?

– ¿Nos sentamos para estar más cómodos? -intervino Kathy-. Estoy segura de que a Patricia le gustaría. Y creo que tiene razón, deberías quedarte. Ya tendrás tiempo de ir a la oficina más tarde.

Se quedó al pie de la escalera mientras Kathy ayudaba a Patricia a bajar y después se dirigió sin decir palabra a la habitación delantera para sentarse en el sillón con el que había atrapado a Patricia en la bañera. Ella se agarró al último barrote del pasamanos hasta que Kathy regresó de tender su ropa mojada y en ese momento se sintió con fuerzas para caminar hacia la otra silla.

– Bueno, ¿qué es lo que tengo que saber? -dijo Kathy sentándose en el borde del sofá-. Dudley me ha contado que has hecho todo esto porque así tú también podrías escribir sobre ello. Sigo pensando que habéis ido demasiado lejos, pero supongo que la gente hoy día hace cosas peores para conseguir una historia. Solo hay que ver a lo que llegan en esos programas de televisión.

Patricia dejó que terminara, con más incredulidad de la que habría tenido al no recibir respuesta.

– ¿De verdad cree que yo elegí hacer esto? -dijo.

Kathy frunció el ceño, pero aquella expresión parecía ser irónica.

– ¿Cuál era la alternativa?

– Me golpeó, me ató y me hizo muchas más cosas de las que ha visto.

– Ya me imagino -dijo Kathy sonriendo.

Patricia se estaba armando de valor para acabar con la confianza de Kathy, cuando Dudley dijo:

– ¿Me estás amenazando con escribirlo, Patricia? ¿Qué es lo que nos vas a pedir a cambio de no hacerlo?

– La estás haciendo quedar como chantajista. Estoy segura de que tú no eres así, ¿verdad, Patricia?

Patricia tenía la boca seca y tuvo que tragar saliva.

– Ya sabe cómo soy. No, yo no elegí estar así.

– Ya dije que había ido demasiado lejos. Me pregunto si eso ha podido confundirte un poco. Esta clase de cosas pueden afectarte el pensamiento, lo sé por experiencia propia. Patricia volvió a tragar y dejó de intentarlo con Kathy.

– Es tu turno, Dudley. Sé lo que eres capaz de hacer.

– ¿Y de qué soy capaz? -dijo, a punto de sonreír.

– Dile a tu madre lo que temías.

– ¿Cuándo?

Sonrió enseguida para negar lo que acababa de preguntar.

– Nada -dijo.

– Sí. Tenías miedo de que te publicaran la historia.

– Eso es solo porque es modesto -dijo-. Me temo que la culpa de que no tenga toda la seguridad en sí mismo que se merece es de su padre y mía.

– No se trataba de modestia. Eso no habría impedido que quisiera que leyera sus historias, ¿verdad? Ni usted ni toda la gente que lo ha apoyado tanto. Tenía miedo de que alguien las leyera, incluso usted. Quizá temía que las leyera usted en particular.

– Eso es una estupidez -dijo Dudley mientras se limpiaba la sonrisa con el dorso de la mano-. Por creer que sabías mucho sobre mí has acabado como has acabado.

– No entiendo adónde quieres llegar, Patricia. ¿Por qué demonios iba a tener miedo?

Patricia tuvo la sensación de estar a punto de caer por el borde de un precipicio, pero intentó que Kathy se pusiera de su parte.

– De que alguien se llegara a dar cuenta de dónde venían sus historias.

– ¿Y de dónde dices que vienen?

– De casos reales. Asesinatos reales que han tenido lugar en los alrededores.

Kathy abrió la boca y después la cerró mientras se volvía hacia su hijo.

– Yo me lo llegué a preguntar. ¿Es cierto?

– ¿A quién vas a creer? ¿A mí o a una escritorzuela?

– No creo que tengas que ser tan desagradable con ella, ¿no? Se ha portado como una buena amiga contigo, después de todo. A menudo los escritores sacan sus ideas de su vida, como tú. Sabemos que ya lo hacías cuando estabas en el colegio y ahora te estás inventando algunas nuevas, ¿verdad?

Aunque aún no estaba más que acercándose a la cuestión, Patricia se sentía ya bastante mareada.

– No se trata simplemente de que sacara de ahí su material, sino de cómo llegaba a saber tanto.

Kathy bajó la cabeza para mirar bajo sus incrédulas cejas.

– ¿Y cómo es eso posible?

– Díselo, Dudley.

En aquel soleado salón de la zona de las afueras, donde cualquier observador habría pensado que se trataba de una conversación entre una visita, o incluso un miembro de la familia, con una madre superprotectora y su hijo, de pronto Patricia no supo cómo proceder.

– Ya se lo has ocultado bastante -dijo.

Kathy le dedicó una sonrisa tan atractiva que se sintió inquieta e impaciente, pero él le devolvió la mirada fija que había estado ensayando antes con Patricia.

– Investigación -dijo-. Ya lo sabías.

Kathy lo miró antes de admitir:

– Creo que no me gusta la manera en que lo has dicho.

– ¿Cómo quieres que lo diga? Solo puedo decirlo como se dice, la verdad.

– Sé lo que estás intentando -le dijo, atrayendo la atención sobre Patricia, con la boca atrofiada por la tensión que estaba soportando mientras esperaba la respuesta de Kathy-. Lo habéis hecho entre los dos, ¿no? Se supone que es igual que su personaje, es el escritor quien es el asesino. ¿Estabais probando a ver lo convincente que resultaba para la película?

A Patricia la cabeza se le iba y venía como si fuera de agua. Pensó que se debía al mareo.

– ¿Cómo piensa que podría haber hecho algo así con él sin poder hablar?

Cuando Kathy puso las manos con las palmas hacia arriba en señal de estar esperando una respuesta, Patricia dijo:

– ¿Qué cree que podría haberme ocurrido si no me hubiese rescatado?

– Solo sé lo que yo hice. Ya sé que está bastante mal pero tú accediste a formar parte, ya sabes.

Patricia estaba casi segura de que Kathy intentaba convencerse a sí misma.

– ¿Las demás no le importaban porque no las conocía? -espetó.

– Claro que… -dijo Kathy intentando parecer como si la hubiesen confundido-. ¿Quiénes?

Entonces, Patricia supo cómo enfrentarse a ella y agravó su confusión. Estaba punto de responderle cuando Dudley dijo:

– Seguid hablando lo que queráis. Yo tengo que arreglar ese malentendido en el trabajo.

Antes de que ella pudiera decir nada, él ya estaba de pie y se sintió sobrecogida por culpa de su falta de fuerzas.

– No querrás dejar a tu madre con la incertidumbre -dijo-. Sé lo primero que puedes hacer para que no esté preocupada.

De pronto temió que Kathy lo animara a irse, pero su respuesta fue demasiado rápida:

– ¿Qué? -preguntó.

Patricia estuvo a punto de dejarse llevar por su furia y decir demasiado, demasiado pronto.

– Enséñale tus historias. Enséñanoslas a ambas.

– Ya las habéis visto -dijo Dudley, mirando a su madre con bastante resentimiento-. Y también las habéis leído.

– Impresas, no -le dijo Patricia-. En la pantalla.

– ¿Por qué en la pantalla? -dijo Kathy sin estar segura de quererlo saber.

– Porque podría haberlas cambiado, ¿no? La versión impresa podría ser solo a lo que se podía arriesgar a que la gente leyera.

Claro que aquello no era el quid de la cuestión y sintió inquietud por si Kathy objetaba que aquello era demasiado improbable. De hecho, empezaba a mostrarse escéptica cuando Dudley dijo:

– Eso es pura basura. Ridículo.

– Estoy segura de que sí, pero ¿podemos echarles un vistazo de todas formas? No me importaría que demostraras que está equivocada, si me lo permites, Patricia.

Mientras Patricia encogía sus doloridos hombros, Dudley dijo:

– No quiero que entre en mi habitación.

– Será mejor que sí lo haga, ¿no crees? De esa forma verá por sí misma que no tiene ningún argumento. Seguro que no quieres que escriba esa tipo de cosas sobre ti. Quiero pensar que una vez que admita su error, no volveremos a verla de nuevo.

Patricia se estaba sintiendo menospreciada en aquellos momentos, y su debilidad hizo que de pronto tuviera ganas de llorar. Vio como Dudley dudó en el recibidor y se preguntó si estaba pensando en escapar. Antes de que pudiera encontrar las palabras para que cambiara de idea, Kathy dijo:

– Sube, Dudley. Nosotras te seguimos.

¿Y si había borrado las pruebas y fingía que el ordenador se había estropeado? Patricia hundió las uñas en el brazo del sillón para ayudarse a cruzar la habitación. Tuvo que agarrar al marco de la puerta y el pasamanos como apoyo. Al menos, la barandilla la ayudaba a subir la escalera aunque los peldaños parecían temblar bajo sus pies como si fuesen de gelatina. Quizá se debía a la vibración de los pasos de Kathy tras ella.

– ¿Estás bien? -preguntó Kathy, no muy comprensiva, mientras Patricia se agarraba al pomo de la puerta de la habitación de Dudley.

– Lo estaré.

Y realmente iba a estarlo, porque había llegado en el momento justo para ver que Dudley estaba tecleando la contraseña, por si la necesitaba: p, a, letra, letra, a, letra, e. Casi dice en voz alta la palabra que le vino a la mente si no llega a ser porque Kathy la agarró del codo.

– Gracias -murmuró.

– Deja que Patricia se siente en tu sitio, Dudley. Ya ha pasado bastante por ti, fuese de quien fuese la idea.

Patricia aceptó la silla que había dejado libre a regañadientes y se guardó muy bien de no mantener ningún contacto con él a la vez que él evitaba tocarla.

– ¿Qué crees que tengo que enseñaros? -dijo con una media sonrisa.

– La primera. Los trenes nocturnos no te llevan a casa.

– ¿Esa antigualla? Ya estoy bastante harto de ella, me ha metido en muchos problemas, o quizá no, pero la gente ha intentado que sí los tuviera.

Abrió el documento agitando los dedos.

– Ahí está -dijo. Buena suerte al compararla con la versión impresa.

– De hecho, no necesitamos leerla. Solo tenemos que ver una cosa.

Se quedó en silencio, inquieto quizá, y fue su madre la que dijo:

– ¿Qué tenemos que ver?

– La fecha.

Al parecer su madre no percibía su tensión.

– ¿Qué fecha? -preguntó.

– La fecha en la que terminó la historia.

– No tengo ningún registro -dijo Dudley demasiado forzado-. Ahí no va a aparecer.

– Sí aparece, déjame que te lo enseñe -dijo Kathy para desplegar las propiedades del documento. Mira, ahí tienes algo que tu madre sabía y tú no. Puedes hacerlo con cada documento, pero el porqué de que Patricia quiera verla, es otro asunto.

– ¿Recuerda cuándo asesinaron a Angela Manning?

– Perdona, ¿a quién?

– Angela Manning. Dudley puede hablarle de ella.

– Es la chica por la que se armó tanto alboroto. Y sigue habiéndolo -dijo Dudley aún con más amargura.

– ¿Y cuándo ocurrió eso?

– No te lo sé decir. ¿Por qué iba yo a saberlo?

– Pensé que posiblemente sí podrías, ya que se cumple ahora su aniversario. ¿No era esa parte de la objeción?

– Si tú lo dices… Sabes lo mismo que yo -dijo Dudley mirando a Patricia con los ojos enrojecidos.

– Entonces, averigüémoslo. Búscala.

– Sí, continúa -dijo Kathy mientras él dudaba-. Eso no nos puede hacer ningún mal.

Dudley la miró con el ceño fruncido y ocultó el teclado con la mano que tenía libre mientras tecleaba su contraseña para Internet, aunque Patricia no tuvo ninguna dificultad en identificar el puñado de letras. Deletreó «secreto», lo cual le confirmaba la falta de imaginación de la que ya se había dado cuenta su profesor. Abrió un motor de búsqueda y tecleó con las yemas de los dedos, demasiado juguetonamente para su gusto.

– ¿Será lo bastante importante como para aparecer aquí?

Patricia se contuvo su odio.

– Solo hay una manera de averiguarlo, ¿no?

Tecleó el nombre de la chica sin mayúsculas, lo que a Patricia le pareció una forma más de desprecio. En unos cuantos segundos el motor de búsqueda produjo una lista de referencias a Angela Manning, todas ellas irrelevantes. Algunas eran de Estados Unidos, y otras de Escocia o del sur de Londres; las únicas que procedían del norte de Inglaterra hacían referencia a un salón de peluquería y a una retratista. Patricia empezó a pensar que Dudley había recibido la respuesta que esperaba cuando Kathy dijo:

– Ahí hay otra página.

Hizo clic sobre la flecha que conducía a ella. O lo traicionó la velocidad o de verdad creía que aquella segunda página no era ninguna amenaza, a menos que ya lo supiera. ¿Habría buscado ya en aquella página web algo que lo pudiera delatar? ¿O había estado fingiendo renuencia para parecer más inocente una vez que demostrara que no existía ninguna prueba? Patricia hizo lo que pudo para tragar y mantener la cabeza derecha mientras reemplazaba la página. Una profesora estadounidense, una activista política africana, una referencia al personal de un barco, un sitio dedicado a una halconera…

– ¿Podría ser esta? -preguntó Kathy-. Una estudiante muerta bajo un tren.

Dudley dudó hasta que alcanzó el ratón.

– Yo lo haré -dijo haciendo clic sobre la lista-. ¿Veis como tenía razón? No está entre las primeras.

– Oh, Dudley. No digas esas cosas solo porque aún no te hayan publicado la historia. Estoy segura de que alguna vez lo harán.

Kathy echó un vistazo a las pocas líneas del Correo diario de Liverpool y después al principio de la página.

– Bueno, es extraño -dijo-. Fue la semana que viene de hace cinco años.

– Y ya sabe lo que es más extraño aún -dijo Patricia-. La fecha en que escribió la historia.

– No lo recuerdo -dijo Kathy girándose apuradamente hacia Dudley-. Enséñamela otra vez.

Dudley cubrió el ratón con su mano y estuvo a punto de romperlo. Después volvió a la ventana anterior que contenía la historia.

– Es el mismo día que pone el periódico -dijo Kathy-. ¿Tan inspirado estabas cuando lo leíste que escribiste la historia justo después? Ojalá no hubiese enviado esa. Elegí mal y, aunque no lo sabía, te pido disculpas.

Patricia luchaba por controlar la frustración que le hacía sentir la piel tensa y en carne viva.

– Apuesto a que hay una historia donde arrojan a alguien a la carretera del túnel del Mersey -dijo.

– Seguro que la viste cuando te dejé ojear sus historias.

Patricia no había hecho tal cosa, pero discutir sobre aquello solo le haría perder más tiempo.

– Espero que recuerde el título, ¿o no es así, Kathy?

– Enséñanos La cabeza por delante en la hora punta, Dudley. Adelante, no hay nada que temer.

Como consecuencia de aquel comentario o de su ira, mostró los dientes a la vez que abría el documento.

– ¿Y cuándo la escribiste? -preguntó Kathy como si quisiera darle la bienvenida a la respuesta-. Vaya, esto es aún más extraño, ¿no? El viernes pasado hizo dos años.

– Mire las noticias -dijo Patricia con toda la compostura con la que fue capaz de ordenar-. Y veamos qué pasa después.

– No me digas que fue otra de sus inspiraciones instantáneas.

Patricia no creía que pudiera mirar a Kathy a la cara. Miró a Dudley con la mano sobre el ratón y después, mientras él regresaba a Internet, vio que sonreía. Abrió en la pantalla la página del día en cuestión y dio un paso atrás.

– No quiero que nadie piense que estoy escondiendo algo. Mirad lo que queráis.

Kathy se acercó para leer la información de las noticias y repitió el mismo ejercicio con una mirada que sugería que le hacía gracia lo que le iba a decir a Patricia.

– Bueno, a menos que esté ciega, no veo nada. Ninguna chica de aquí fue asesinada aquel día y por supuesto, no de la forma en que mataron a la chica de su historia.

– ¿Estás ya satisfecha, Patricia?

Patricia cerró los ojos y aspiró algo del seco aire. Estaba más confusa de lo que creía y había caído en el juego de Dudley. Ni siquiera pudo tragar cuando oyó que él dijo:

– ¿Me dejáis ya que vaya y arregle mis asuntos?

– Vete. Esperaré a Patricia abajo hasta que se seque su ropa.

– Adiós, Patricia. Siento que pensaras que podías volver a mi madre en mi contra. Supongo que Patricia pensó que nuestra historia no era lo bastante extraordinaria. Así deben de ser todos los periodistas.

Al principio, Patricia no sabía lo que estaba mascullando, pero resultaron ser palabras:

– Espera un minuto, Dudley.

– ¿Qué pasa ahora?

Fue Kathy quien habló con algo más que impaciencia, pero Patricia no desistió de su propósito.

– Kathy, echémosles un vistazo a las noticias del día siguiente.

– Oh, qué tontería. Sabes perfectamente que no vamos a encontrar nada.

– Si es así, lo dejaré -dijo Patricia temiendo que estuviese yendo demasiado rápido-. Si usted no quiere mirar, yo lo haré.

– Estoy segura de que Dudley preferirá que lo haga.

Dudley dio un paso atrás que podía haberse descrito como subrepticio.

– Haz lo que quieras si es que no te has dado cuenta aún de lo que intenta hacer.

Kathy tecleó la fecha en el cuadro de búsqueda y el clic del ratón sonó igual que al cortarse una uña. La pantalla comenzó a llenarse de titulares y párrafos. Una advertencia de sequía que había sido inminente hacía dos años, una serie de ataques con incendios provocados, un tren descarrilado porque un camión había volcado por el calor, una anciana pareja que había muerto por deshidratación… Entonces uno de los titulares se volvió más oscuro y más sólido a medida que la vista de Patricia se ciñó sobre él. «Caída mortal al túnel del Mersey», decía el titular.

Kathy leyó el párrafo y se volvió para encontrar a su hijo.

– Siento decirte esto delante de Patricia, Dudley, pero espero que no escribas nada más sobre asesinatos actuales ahora que has visto los problemas que la gente te ha causado por uno solo. Para ser honesta, me hace sentir algo incómoda.

Patricia esperó, deseando que aún no hubiese terminado. Cuando el gruñido indiferente de Dudley demostró que la reprimenda había llegado a su fin, Patricia dijo:

– ¿Y cómo lo sabía?

– Lo debiste haber oído por la radio, ¿no, Dudley? Lo estarían dando en las noticias.

– ¿Tanto escucha él la radio? -preguntó Patricia, esperando no parecer demasiado desesperada-. No sabía que tuvieras una.

– Claro que tenemos -protestó Kathy sin retirar los ojos de su hijo-. Aunque no recuerdo haber escuchado esta información. ¿Cuándo te enteraste?

– ¿Me estás cuestionando como ha hecho ella?

– Solo estoy intentando demostrarle lo equivocada que está con respecto a ti. No te ofendas y dinos cuándo.

Dudley fijó la mirada en Patricia.

– Lo leí en el periódico de alguien en el tren de vuelta.

– Pero aquí dice que ocurrió de noche -dijo Kathy-. Fue después de que regresaras a casa del trabajo.

Dudley se pasó la punta de la lengua por la sonrisa, como para suavizarla.

– Me lo he inventado para ver qué decía ella. ¿No lo has adivinado?

– Entonces, ¿cuál es la verdad? -preguntó Patricia-. Estoy segura de que no te importará que la sepa.

– Estoy de acuerdo con ella, Dudley. Demuéstrale que no tienes nada que esconder.

¿Estaba Kathy convencida de aquello o era que deseaba que fuese así? Patricia y ella lo único que consiguieron fue una mirada de la desafiante máscara de la cara de Dudley. Cuando ellas se la devolvieron, se volvió a humedecer los labios.

– Ya he tenido suficiente -espetó-. Salid de mi habitación.

– Eso no arreglará nada, ¿verdad? -dijo Kathy-. Solo dinos…

– No le voy a decir nada a nadie. Piensa lo que quieras, si crees que me he molestado en mentir. No estarías molesta ahora si no hubieses entrado en mi habitación. Todo esto empezó cuando le diste mis historias para que las leyera sin mi permiso.

– No, empezó mucho antes de eso -dijo Patricia-. Me pregunto cuándo exactamente. ¿Cuándo fue la primera…?

No le dio tiempo de agacharse cuando él se abalanzó sobre ella. Su cansancio la habría hecho caer y de todos modos no iba a mostrarle ningún miedo. Cualquier cosa que hiciera lo traicionaría ante Kathy, así que Patricia se acurrucó. Mientras él se acercaba, ella pensó que quería cogerla y tirarla por la ventana, por lo que apretó las rodillas contra la parte inferior del escritorio. Pero él se detuvo para desenchufar el cable del ordenador.

– Mira lo que me has hecho hacer -gritó, o más bien gruñó-. Espero que ahora estés contenta. Espero que esto haya borrado todas mis historias.

– Seguro que no -suplicó Kathy-. Vuelve a encenderlo y…

– No, hasta que no haya nadie aquí.

Al ver que su mirada no la movía ni a ella ni a Patricia, dijo:

– No voy a perder más tiempo. No me importa que os quedéis aquí. Tengo cosas importantes que hacer.

Patricia se dio cuenta de que debería haberlo agarrado mientras estuvo a su alcance. Su reacción pudo haber sido lo único que le faltaba para convencer a Kathy. Estaba casi en la puerta cuando Kathy dijo:

– No, Dudley. Quédate tú también.

Pareció como si se estuviese dirigiendo a alguien de la mitad de la edad de su hijo. La boca y labios de Dudley forzaron una sonrisa, pero no pudieron permanecer callados.

– ¿Con quién te crees que estás hablando? -preguntó.

– Con mi hijo, espero. Quédate y haz la maleta mientras tienes la oportunidad.

– No quiero que me des una oportunidad.

En cuestión de segundos, alcanzó la puerta, donde se giró con aire desdeñoso.

– Nadie le dice al señor Matagrama lo que tiene que hacer -dijo-. Y menos, las mujeres.

– Dudley, haz lo que te digo por una vez. Dudley. Dudley.

Su madre corrió hacia el rellano, pero el portazo la silenció. Patricia intentó levantarse, pero sus músculos le temblaban tanto que tuvo que quedarse hundida en la silla. Vio que Dudley daba una carrera al cruzar la calle y al subir por el camino de la colina. Kathy regresó y se quedó de pie a su lado mientras él desaparecía entre los árboles.

– Tendrá que regresar -dijo.

– ¿De verdad lo cree?

– Cuando se tranquilice. ¿Por qué no habría de hacerlo? ¿A qué otro sitio podría ir?

– ¿No cree que lo que ha ocurrido lo mantendrá alejado?

– Tiene que haber alguna explicación, ¿no? Solo es una historia. Quizá la página de las noticias de sucesos sea incorrecta. Incluso los medios de comunicación cometen errores, ya sabes.

Patricia no sabía hasta qué punto debía tomarse aquel comentario como algo personal. Lo único que importaba era asegurarse de que Dudley no fuera muy lejos antes de que la policía se enterase de lo suyo. Sabía que Kathy no estaba preparada para llamarlos.

– Podemos averiguarlo enseguida -dijo agachándose con cuidado para volver a enchufar el ordenador.

Temió que Kathy la detuviera o de que la información se hubiese borrado de verdad. Pero Kathy dejó que la pantalla reviviera y, cuando el ordenador halló los errores, Patricia tecleó ambas contraseñas. Ahora lo único que debía temer era la reacción de Kathy cuando la verdad fuese inevitable.

– ¿Aún piensa que solo se trata de una historia? -dijo Patricia sin encontrar en aquello ningún placer-. Veámoslo.

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