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Walt estaba sentado en la presidencia de una larga mesa pulida y tenía las palmas de las manos hacia arriba como sin saber qué pensar. Entonces, dejó de reflexionar.

– ¿Quién es nuestro ganador, entonces? -preguntó.

Valeria intentaba refrescarse del calor de junio abanicándose con su bloc.

– Yo creo que Ganar a los Beatles es el mejor redactado.

– Dejemos a un lado la buena redacción; casi todo Manchester escribe bien -objetó Shell, a la vez que añadía una línea a la cuadrícula que estaba garabateando en sus notas-. Se supone que somos la revista del Mersey.

– Pensé que podíamos proponer historias que nos gustaran y que no se ajustaran a las normas.

– Yo sé donde encajaría. Si quiere escribir sobre lo geniales que son los Manks, debería irse a vivir con ellos.

Vincent terminó de escribir Beatles y a continuación escribió un signo de interrogación. Tuvo la tentación de levantarse.

– A mí me ha gustado El niño de celuloide.

– A ti te gustaría cualquier cosa que pudiese ser llevada al cine. A mí no me gusta ese título. Si hubiera estado sentado al lado de alguien con un pitillo, se habría levantado lleno de humo.

– Me gustó la parte en que describía cómo había docenas de lo que llamaríamos salas de cine en Liverpool, Walt; y que todo el mundo veía todos los estrenos.

– Estoy segura de que mucha gente verá el tuyo, Vincent -dijo Valeria-. Sin embargo, ese trabajo no era de ficción, así que va contra las normas.

– ¿Qué pensáis de El misterio de la caverna? -preguntó Walt.

– Una casa de campo donde no debería estar -dijo Shell-. Como cualquier viejo libro de asesinatos. Mi tía de Scottie Road solía sacar de la biblioteca cuatro a la semana.

– ¿Y qué historia propones tú?

– Si tuviera que decidir, me decantaría por Sirenas en el Mersey.

– Tenemos que decidirlo entre todos -dijo Valeria-, pero el autor no es de los alrededores del Mersey.

– Se parece a las historias que mi abuelo solía contar sobre los barcos en el río. Si no puedo votar por esta, cierro la boca.

– No tienes por qué ponerte a la defensiva, Shell.

– No lo hago, Vincent. No como algunos que no quieren que se les note que son oriundos de Liverpool.

– Cómo hablamos es parte de quiénes somos -intervino Walt-. Os lo dice un neoyorquino exiliado.

– La hija de la editora aún no ha dicho nada -dijo Shell.

– Tiene nombre como todos los demás -murmuró Valeria-. ¿Cuál es tu favorito, Patricia?

Patricia estaba mirando el horizonte más allá del Mersey en vez de discutir con Shell. A través de la ventana del cuarto piso de aquel almacén reconvertido, se veía un ferri que viraba la popa hacia el embarcadero de Birkenhead. Por encima de la terminal del ferri se veía la extensión de la ciudad, rojiza por el sol, a lo largo de la ribera, de la que surgían los edificios: el capitel del Ayuntamiento coronado por una cúpula verde y una aguja; la torre roja de la estación de Hamilton Square; el zigurat de la ribera del río con el gran ventilador del túnel de la carretera… Más allá, estaba el observatorio emplazado en la colina Bidston, delante del horizonte color pastel de las montañas galesas. El muro de ladrillo que había a la derecha de la ventana ocultaba los pueblos más cercanos a la bahía, por no mencionar todos los que había alrededor de la península, donde vivía Patricia. Sospechaba que Shell la miraba a ella y a su madre no menos extrañado que Walt, pero no iba a dejar que eso la intimidara.

– Los trenes nocturnos no te llevan a casa es la que más se me ha quedado -dijo.

– Mejor será que tires de la cadena, chica.

– Es el que más me ha dado que pensar.

– ¿Qué es lo que tiene de interesante? Si lo que quieres es aterrorizar a mujeres, puedo presentarte a muchas. No queremos que la gente lea sobre esto, especialmente si lo ha escrito un hombre.

– El género no se especifica en las normas -señaló Valeria.

– No importa quién lo escribiera siempre que funcione, ¿no es así? -dijo Patricia-. Conmigo funcionó.

– O estás de broma o es que has pasado demasiado tiempo en la universidad. Deberías pasar más tiempo en el mundo real y ver si te sigue gustando esa clase de porno. Piensa si te gustaría que ciertos hombres lo leyeran si alguna vez tienes una hija.

Patricia estuvo a punto de soltar una contestación que habría despertado un recuerdo de sus padres muy bien guardado. Cerró los puños para intentar librarse de aquel picor bochornoso con las yemas de los dedos y le dijo a Shell:

– No estoy de broma. Aquí el único payaso eres tú.

– ¿Vincent? -dijo Walt-. ¿Algo que decir?

– Es bastante flojo y lento. Tenía ganas de averiguar qué ocurría.

– Yo esperaba que ella le cortara la carne en pedacitos a él y a dos retoños -dijo Shell-. Pero al final acaba queriéndolo; es como decir que queremos que nos violen.

– Yo veo un final irónico -dijo Patricia-. Puede que Greta esté en estado de choque o que sea una fantasía del asesino y que eso fuese lo que él quería que ella pensase.

– Yo creo que no soy lo bastante inteligente; solo leí lo que estaba escrito.

– ¿Queréis escuchar mi opinión? -preguntó Walt.

– Es tu revista -dijo Shell.

– Bueno, solo soy el que invierte el dinero. Estoy escuchando las opiniones de mis compañeros.

– Dinos tu valoración -dijo Valeria.

– Yo publicaría la historia; os ha tenido a todos hablando sobre ella. Podemos utilizar el boca a boca; atraer a más lectores con un poco de controversia y que después lean cualquier cosa que ofrezcamos. Pero solo se trata de mi voto.

– El mío también lo tiene -dijo Patricia.

– Yo os apoyo -dijo Valeria.

– Ya no podemos hacer nada, Vincent -dijo Shell.

Patricia pensó que se estaba distanciando de Shell cuando dijo:

– No me gustó que utilizara su verdadero nombre; el galardonado éxito de ventas de Dudley Smith.

– Hay algunos errores de aficionado que yo mejoraría -admitió Valeria-. Espero que no le siente demasiado mal ya que se trata de su primera publicación.

– Quizá no sea la primera -dijo Shell-. Si es así, lo descalificaríamos.

– ¿Cómo lo comprobarías tú, Patricia? -preguntó Walt-, ¿Y qué más hay que saber de él?

– No le des más trabajo -dijo Shell en un tono que a un recién llegado le habría sonado a compasión por Patricia-. Ya tiene bastante vida nocturna y más cosas.

– Pensé que a lo mejor te gustaría entrevistarlo, Patricia.

– ¿Hiciste muchas entrevistas en la universidad? -preguntó Shell aparentemente interesada en saberlo.

– Tuvo que realizar algunas durante las clases de periodismo -dijo Valeria-. No es por avergonzarte, Patricia, pero obtuvo varias de sus mejores notas gracias a ellas.

– Haré lo que pueda por la revista.

Mientras ella proponía la historia, su madre se llevaría parte de la responsabilidad editorial. Patricia debía averiguar lo que pudiera sobre el autor. Dibujó un gran signo de exclamación en su bloc y puso una cara sonriente a modo de punto, aunque se dio cuenta de que el palito se quedó colgando sobre él sin ningún apoyo.

– Me gustaría conocer a Dudley Smith -dijo.

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