Habíamos decidido comer en un restaurante italiano. Mala elección. Aunque fueran casi las ocho, el lugar estaba atestado. Esta parte de Vermont no tenía demasiadas ofertas en buena comida, o al menos, eso parecía si a alguien, dentro de un radio de cincuenta millas, no le gustaban las hamburguesas. No había ninguna esperanza de conseguir una mesa para siete, por lo que consentimos en separarnos. Cuando el mesero nos encontró una mesa para seis y una mesa para dos, Cassandra ofreció quedarse en la mesa pequeña. Al principio, pensé que quería comer sola, lo cual no me habría sorprendido, pero en vez de eso, ella me invitó a unirme a ella. No fui la única sobresaltada por ello. Paige me contempló como si intentara imaginar lo que podría estar poseyendo a Cassandra para escogerme como su compañera de comedor. Creo que ella habría estado menos sorprendida si Cassandra me hubiese invitado a ser la comida. Incluso Kenneth parpadeó, lo cual parecía un signo seguro de que una invitación a comer de Cassandra no era un acontecimiento común. Confieso que me sentí halagada. Cassandra no parecía el tipo que necesitara, mucho menos quisiera, compañía.
Cassandra y yo nos sentamos apartadas de los demás, en el patio. Me pregunté si comería la comida. Pidió el pollo parmigiana y vino blanco. Mientras bebía el vino, sólo le dio unas pocas mordidas al pollo, luego movió el alimento alrededor de su plato para hacerlo ver como si hubiese comido más. Tal vez comería más tarde. Realmente no quería pensar en ellos. La delicadeza culinaria puede parecer absurda a alguien que come conejo crudo, pero había una diferencia entre lo que me parecía como lobo y lo que me parecía como humano. Tan bueno como el sabor los ciervos recientemente asesinados después cazarlos, no me gustaba pensarla comiendo mariscos.
– Tienes curiosidad -dijo Cassandra después de que nuestras comidas llegaron-. Pero no haces preguntas. Extraño para ser periodista.
– ¿Cuánto habían dicho Ruth y Paige a los demás acerca de mí?
– Depende del tipo de periodista -dije-. Trabajo en política y cuestiones sociales. Asuntos estrictamente de la vida pública. Tengo que escarbar poca suciedad de naturaleza personal.
– De modo que evitas las preguntas personales. Probablemente porque no quieres a nadie devolviéndote tales preguntas. Si tienes curiosidad, puedes preguntar. No me opongo.
– De acuerdo -dije… y no pregunté nada.
Después de unos minutos de silencio, decidí que realmente debería preguntar algo. No sólo algo, sino una gran pregunta. Después de todo, me estaba saltando la pregunta a la cara, desde la comida apenas tocada de Cassandra.
Gesticulé hacia su plato-.Supongo que el pollo no es de tu agrado.
– Sólidos en general. Puedo comer algunos mordiscos, pero más que eso me provoca un caso repugnante de indigestión.
Ella esperó, con su rostro inexpresivo, pero una sonrisa brillando en sus ojos.
– No tiene sentido preguntarlo, ¿verdad? -Dije, bebiendo a sorbos mi vino-. Preguntar si los vampiros, ya sabes, sería como preguntar si werewolves cambian en lobos. Es el sello de la especie.
– Realmente, en mi caso, estarías confundida. Ya sé, ya sé, has leído tantas historias. Pero no son exactamente verdaderas. Es más, enfatizo enérgicamente que no duermo en un ataúd -hizo una pausa, luego arqueó las cejas-. Oh, ¿no era eso lo que querías decir?
– Quería decir, obviamente si bebías… -gesticulé hacia mi copa.
– ¿Borgoña? Prefiero el blanco. Sí, puedo beber vino. Gracias al cielo por los pequeños favores concedidos. Son sólo los sólidos los que me provocan problemas. Déjame echarte una mano, Elena. Creo que la palabra que buscas es “sangre”.
– Eso es. Se me iba de la mente.
Ella se rió, una risa ronca que asustó al mesero que salía por la puerta al patio. Pedimos más vino, luego esperamos hasta que se hubiera marchado.
– Entonces, ¿Qué haces por estos días? -dije-. ¿Entregas a domicilio del banco de sangre?
– Que atemorizante, no.
– ¿Un trato especial con el carnicero?
– La FDA lo desaprobaría probablemente. Tristemente, estamos atrapados, tenemos que conseguir nuestra comida de la forma antigua.
– Ah.
– Ah, en efecto -dijo ella con otra carcajada-. Sí, lo bebo directamente de la fuente. Con algunas reglas, sin embargo. Nada de niños. Nadie bajo la treintena. Lo hace más deportivo.
– ¿Mencioné que tengo veintiocho años?
– Eso no es lo que oí -Sonrió abiertamente-. No tienes necesidad de preocuparte. Los dictados de cortesía dicen que nunca chupamos la sangre vital de alguien a quien hemos sido formalmente presentados.
Cortó unos pedazos del pollo y los movió alrededor de su plato-.Para ser sincera, lo he intentado con sangre animal y bancos de sangre. Pero no funciona. Vivir con eso es como subsistir a pan y agua. Existimos, pero apenas. Algunos todavía lo hacen. Soy demasiado egoísta. Si estoy viva, quiero estar completamente viva. La única disculpa que puedo dar consiste en que trato de elegir a aquellos que dan la bienvenida a la muerte, los viejos, los enfermos, los suicidas. Me engaño, por supuesto. Puedo decir que un hombre quiere morir, pero no tengo ningún modo de saber si está a punto de subir un edificio veinte pisos o está temporalmente deprimido por un corazón roto. La vida sería tanto más simple si perdiéramos nuestras almas cuando nacemos de nuevo, si perdiéramos la capacidad de sentir, discernir lo bueno de lo malo. Pero supongo por eso es que ellos lo llaman una maldición. Todavía sabemos.
– Pero no tienes elección.
– Oh, siempre hay una opción. Suicidio. Algunos lo hacen. La mayoría lo considera, pero la voluntad para sobrevivir es, al final, demasiado fuerte. Si eso significa la elección entre la muerte de ellos y la mía, maldito sea el altruismo. Es el lema del realmente fuerte. O del increíblemente egoísta.
Nos quedamos quieras un momento, luego ella dijo – ¿Supongo entonces, que los werewolves no son caníbales?
– Quieres decir si comemos humanos, o a otros werewolves, lo cual sería, en sentido estricto, canibalismo.
– ¿Tú no te consideras humana?
– En grado relativo. Yo misma, todavía pienso en medio-humano, medio-lobo. Cla…, otros no lo hacen. Consideran a los werewolves como una especie aparte. No estoy evitando la pregunta. Los lobos de la Manada tienen prohibido comer humanos. No lo haríamos, de todos modos. No tiene sentido. Comer humanos no serviría a ningún otro objetivo aparte de saciar un hambre que puede ser fácilmente satisfecha por un ciervo.
– ¿Es fácil entonces?
– Lo desearía. Lamentablemente, no es sólo el hambre. Está el instinto de cazar, y, tengo que admitirlo, los humanos lo satisfacen mucho mejor que cualquier animal.
Los ojos de Cassandra brillaron-.El Juego más Peligroso.
El pensamiento me golpeó entonces, cuán extraño debía ser hablar de esto con otra mujer. Me lo sacudí y continué, -El problema es, que es difícil cazar sin matar. Es posible, pero peligroso, arriesgando la posibilidad que no serás capaz de detenerte antes de matar. Los werewolves que no pertenecen a manadas cazan, asesinan, y comen humanos. La tentación es demasiado grande, y el la mayoría no está interesada en controlar sus impulsos.
El mesero salió para tomar nuestra orden de postre. Estuve a punto de pasar, tal como generalmente hacía cuando cenaba con otras mujeres, luego comprendí que no importaba. Cassandra no se preocuparía si me comía tres pedazos del pastel. Entonces pedí tiramisú y un café. Cassandra secundó el café. Cuando el mesero se dio vuelta para marcharse, Cassandra extendió la mano y agarró su muñeca.
– Descafeinado -dijo ella.
Mientras hablaba, mantuvo su mano en la muñeca de él, el pulgar presionado sobre su pulso. El mesero era joven de apostura latina, grandes ojos oscuros y suave piel verde oliva. ¿Se daba cuenta de que ella sostenía su brazo demasiado tiempo? No tenía posibilidad. Mientras ella lo llamaba de vuelta y cambiaba su orden, mantuvo sus ojos en él, como él fuera la cosa más fascinante en el lugar. Y parecía un ratón encantado por una cobra. Si ella le hubiera pedido que fuera al callejón trasero con ella, habría tropezado con sus pies para obedecer. Cuando finalmente liberó su brazo, él parpadeó, entonces algo como desilusión cruzó su cara. Prometió apresurarse con el café y volvió al comedor.
– A veces casi no puedo resistir -dijo Cassandra después de que se hubo ido-. Incluso cuando no tengo hambre. La intoxicación del poder. Una adicción repugnante, ¿no crees?
– Es… tentador.
Cassandra se rió-.No tienes que fingir conmigo, Elena. El poder es una cosa gloriosa, sobre todo para mujeres. Pasé cuarenta y seis años como una mujer humana en el siglo diecisiete en Europa. Habría matado por una posibilidad de tener poder -Sus labios se torcieron en una sonrisa perversa-. Pero supongo que la tuve, ¿verdad? Las opciones uno las crea -Se inclinó hacia atrás y me estudió, luego sonrió otra vez-. Creo que tú y yo podríamos llevarnos perfectamente bien, algo raro para mí, encontrar una cazadora que no es otro vampiro ensimismado.
Nuestro cafés y mi postre llegaron entonces. Pregunté a Cassandra lo que era vivir por tanto tiempo como ella lo había hecho, y ella me regaló historias durante el resto de la comida.
Después de la comida, Adam repitió la oferta de Paige de unirnos a ellos en el camino de vuelta al Centro Comunitario. Nuevamente, estuve a punto de declinar, pero esta vez Jeremy lo oyó por casualidad e insistió en ir, probablemente esperando que los dos delegados más jóvenes hablaran más libremente sin sus mayores alrededor. Por su parte, prometió seguirnos en la camioneta Explorer.
A diferencia de Jeremy, Adam no había encontrado estacionamiento en la pequeña parte detrás del restaurante, de modo que nosotros tres nos alejamos de los demás y nos dirigimos a una calle lateral. Delante, al otro lado del camino, vi el viejo Jeep que estaba en el aparcamiento del Centro Comunitario, el con la matrícula de California.
– ¿Tuyo? -pregunté a Adam.
– Desafortunadamente.
– Está algo usado.
– Bastante usado. En un Jeep, muy, muy utilizado. Creo que sacudí dos amortiguadores esta vez. Superar el límite de velocidad es casi imposible. ¿Y adelantar? Olvídalo. Es más fácil conducir bajo el límite inferior del tráfico. La próxima vez, ahorraré mis peniques para poder viajar en avión.
– Dices eso cada vez -dijo Paige-. Robert te compraría un boleto de avión cualquier día, pero siempre te niegas. Amas conducir ese pedazo de mierda.
– El calor se está llevando el romance. Una vez más-¡mierda!
Alcé la vista para ver un Yukon estacionado un punto adelante del Jeep de Adam. El espacio era apenas grande para encajar un compacto. La enorme camioneta anduvo marcha atrás hasta que estuvo a centímetros del parachoques delantero del Jeep. Otro coche estaba aparcado a menos de un pie de la parte trasera del Jeep.
– ¡Hey! -llamó Adam mientras trotaba hacia el Yukon-. ¡Espere!
Una mujer de cuarenta y algo en le asiento del pasajero se dio vuelta y miró a Adam con rostro inexpresivo.
– Estoy pegado detrás de ustedes -dijo él, dirigiéndole una amplia sonrisa-. ¿Podría avanzar un segundo? Saldré de allí y tendrá montones de espacio.
La ventana de pasajeros estaba abajo, pero la mujer no contestó. Miró el asiento del conductor. No intercambiaron palabras. La puerta del conductor se abrió y un hombre con camisa de golf salió. Su esposa hizo lo mismo.
– ¡Hey! -llamó Adam-. ¿Me oyeron? Me han encajonado. Si puede avanzar un poco, estaré fuera de allí en un salto.
El hombre hizo clic en su control remoto. La alarma pió. Su esposa se puso a su lado y se dirigieron hacia el restaurante.
– Asnos -refunfuñó Paige-. Poseen un gasoducto de cincuenta mil dólares y creen poseer toda la maldita carretera.
– Hablaré con ellos -dije-. Tal vez él escuchará a una mujer.
– No lo hagas -Ella agarró mi brazo-. Alcanzaremos a los demás y volveremos por el Jeep más tarde.
– Sólo voy a hablar con ellos.
Ella echó un vistazo a Adam, que miraba a la pareja-.No es por ti que estoy preocupada.
El hombre se giró ahora, sus labios curvándose cuando le lanzó un insulto Adam.
– ¿Qué ha dicho? -gritó Adam.
– Oh, mierda -murmuró Paige.
El hombre volvió la espalda a Adam.
– ¿Qué ha dicho? -gritó Adam.
Mientras Adam gritaba al hombre, tomé la decisión, en una fracción de segundo, de interferir. Tratábamos de mantener un bajo perfil y no podíamos permitirnos llamar la atención con una reyerta que podría implicar a la policía. Adam debería haber sabido esto, pero supongo que incluso los hombres jóvenes más tranquilos pueden estar sujetos a oleadas de testosterona.
Cuando di vuelta para ir tras Adam, Paige agarró mi brazo.
– Espera -dijo-. No hagas…
Me la quité de encima y comencé a correr, no haciendo caso de sus gritos de advertencia y de sus pasos siguiéndome. Cuando me acerqué a Adam, olí fuego. No de humo de cigarro o un tizón o azufre, sino el olor subyacente al fuego mismo. No haciendo caso de ello, agarré la muñeca de Adam y lo hice girar.
– Olvídalo -dije cuando él se giró-. Jeremy puede llevarnos…
Adam me afrontó ahora, y supe de donde venía el olor a fuego. Sus ojos brillaban carmesíes. El blanco era un rojo luminiscente, centelleando con una rabia sin fin.
– Aleja tus manos de mí -retumbó él.
No había rastro de la voz de Adam en las palabras, ningún signo de él en su cara. El calor emanaba de su cuerpo en oleadas. Era como estar demasiado cerca de una hoguera. El sudor saltó de mis poros. Alejé mi rostro del calor, aún sosteniendo su muñeca. Él me agarró, una mano en cada antebrazo. Algo chisporroteó. Lo oí primero, y tuve un segundo para preguntarme qué era, luego estuve cagada por el dolor que atravesaba mis brazos. Él me soltó y tropecé hacia atrás. Verdugones rojos se elevaron de inmediatamente en mis antebrazos.
Paige me agarró, estabilizándome. La empujé lejos y me volví hacia Adam. Caminaba a zancadas hacia un callejón vacío.
– Él está bien -dijo Paige-. Se pondrá bajo control ahora.
La camioneta Explorer dobló la esquina. Agité mis brazos hacia Jeremy para que se detuviera y abrí la puerta de pasajeros antes de que los de la otra camioneta llegaran. Cuando brinqué dentro, la mirada fija de Jeremy fue a mis brazos quemados y su boca se apretó, pero no dijo nada. Esperó hasta estuve dentro, luego apretó el acelerador.