Había estado de vuelta en mi celda aproximadamente veinte minutos cuando Bauer trajo mi comida. Jamón, patatas fritas, zanahorias de bebé, coliflor, ensalada, leche, café, y pastel de chocolate. Alimento suficientemente decente como para lanzar lejos cualquier idea de huelga de hambre, no era que yo estuviese dispuesta a hacer una de todos modos. No protestar era bastante bueno para garantizar la conservación.
Antes de que yo comiera, Bauer me mostró los alrededores de la celda, indicando los artículos de tocador, mostrando como funcionaba la ducha, y explicando la carta de comidas. Un camisón de noche y un traje de día estaban guardados en un cajón bajo la cama. ¿Por qué sólo un cambio de ropa? Bauer no lo dijo. Tal vez temían que si tuviéramos demasiada tela, encontraríamos un modo de colgarnos de las inexistentes vigas. ¿O pensaban que no tenía ningún sentido proporcionarnos más cuándo no podríamos vivir el tiempo suficiente para necesitarla? Agradable pensamiento.
Bauer no se marchó después de terminar mi paseo por la celda. Tal vez esperaba un agradecimiento.
– Te pido perdón -dijo después de que me senté a comer-. Lo que sucedió arriba… Yo no sabía que planeaban eso. No creo en engañar a nuestros huéspedes. Todo este arreglo ya es bastante difícil para ti sin necesidad de preocuparte por bromas de ese estilo.
– Está bien -dije entre medio de un bocado de jamón.
– No, no lo está. Por favor dime si algo así pasa cuando no estoy cerca. ¿Quisieras que la Doctora Carmichael mirara tus heridas en el estómago?
– Estoy bien.
– Hay ropa limpia si quieres cambiarte esa blusa.
– Estoy bien -dije, luego añadí un conciliatorio-. Tal vez más tarde -Ella trataba de ser agradable. Yo sabía que debía corresponder. Saber y hacer son dos cosas diferentes. ¿Qué se suponía que debía decir? ¿Gracias por preocuparse? Si ella se preocupara, no me habría secuestrado en primer lugar, ¿verdad? Pero mientras me miraba comer, su mirada de la preocupación parecía genuina. Tal vez ella no veía la contradicción, entre secuestrarme y luego preocuparse de como era tratada. Ella estaba parada allí como si esperara que yo dijera algo. ¿Decir qué? Yo tenía poca experiencia con otras mujeres. Chismear con alguien que me había drogado y había secuestrado estaba más allá de mi espectro de habilidades sociales.
Antes de que yo pudiera pensar en la charla conveniente, Bauer se fue. El alivio se mezcló con la culpa. Así como sabía que debía tratar de ser amistosa, realmente no estaba de humor para conversar. Mi trasero estaba herido. Mi estómago dolía. Tenía hambre. Y quería acostarme, lo que no significaba que estuviera cansada, sino que quería hablar con Jeremy. Jeremy podía comunicarse con nosotros mentalmente. El problema era que sólo podía hacerlo mientras dormíamos. Después del incidente con Lake, la ansiedad había comenzado a filtrarse de mis barricadas cuidadosamente erigidas. Quería hablar con Jeremy antes de que mi tensión saliera de control. Él debía ya estar trabajando en un plan de rescate. Yo tenía que oírlo, saber que tomaban medidas. Incluso más que eso, necesitaba su tranquilidad. Estaba asustada, y necesitaba consuelo, alguien que me dijera que todo estaría bien, aun cuando yo supiera que era una promesa vacía. Sería amistosa y cortés con Bauer mañana. Esta noche quería a Jeremy.
Una vez que hube terminado mi comida, tomé una ducha. Definitivamente la intimidad no era un tema para el que puso la ducha. Las paredes eran transparentes. La puerta de cristal en el cubículo de la ducha era sólo ligeramente opaca, emborronando contornos, pero dejando muy poco a la imaginación de un observador. Hice una cortina estirando la toalla de baño de los servicios frente al espejo sobre el lavamanos. Bailar el vals alrededor Stonehaven desnuda era una cosa. Yo no lo hacía delante de extraños. Cuando usaba los servicios, ponía la toalla sobre mi regazo. Algunas cosas exigen intimidad.
Después de la ducha, me puse ropa. Ellos podían proporcionarme un camisón de noche, pero yo no lo usaría. Tampoco usaría su ropa limpia mañana. Tomaría otra ducha por la mañana y esperaría que nada comenzara a oler. Mi ropa era la única cosa personal que tenía. Nadie se las llevaría lejos de mí. Al menos, no mientras el olor fuera soportable.
Jeremy no se puso en contacto conmigo esa noche. No sé lo que estuvo mal. El único momento en que yo sabía que Jeremy era incapaz de ponerse en contacto con nosotros era cuando estábamos inconscientes o sedados. Estaba segura de que los sedantes estaban fuera de mi sistema, pero me agarré a esa excusa. También era posible que Jeremy fuera incapaz de ponerse en contacto conmigo aquí, bajo tierra, pero prefería no considerar que esto significaba no sólo que no tendría la ayuda de Jeremy para planear mi fuga, sino que él podría asumir que yo estaba muerta y ni siquiera intentar efectuar el rescate. Profundamente en mi interior, yo sabía que esta última parte era una mierda. Clay vendría por mí. Él no daría por terminado el asunto hasta que viera un cadáver. De todos modos, siempre estaba la inseguridad, la voz fastidiosa que siempre trata de destruir mi fe, diciéndome que me equivocaba, que él no arriesgaría su vida para salvarme, que nadie podría sentir tanto cariño por mí. De este modo, a pesar de todo sabía lo contrario, despertaba bañada en sudor frío, segura de que había sido abandonada. Ni la mayor cantidad de tiempo dedicada a charlas de autoconversación conmigo misma me ayudaría. Yo estaba sola y temía permanecer sola, obligada a confiar en mis propias habilidades para escaparme. No confiaba tanto en mis habilidades.
En las últimas horas de la noche, ya acercándose el alba, alguien se puso en contacto conmigo. Pero no era Jeremy. Al menos, no creí que lo fuera. Soñaba que estaba una tienda estilo mongol con Clay, discutiendo sobre quién se llevaría el último M &M rojo. Sólo cuando había comenzado a considerar la posibilidad de dejárselo, Clay tomaba sus pieles y salía al viento aullador, jurando no volver nunca. El sueño me asustó tanto que me hizo despertar, haciendo latir mi corazón con un ruido sordo. Cuando traté volver a dormir, alguien me llamó por mi nombre, la voz de una mujer. Estaba segura que era una mujer, pero estaba en ese estado confuso entre dormir y despertar, incapaz de decir si era alguien en mi celda o una voz que me llamaba de vuelta al sueño. Luché para levantar mi cabeza de la almohada, pero me sumergí en una nueva pesadilla antes de que pudiera despertarme.
La mañana siguiente, me quedé en la cama mientras pude, estirando el sueño frente a la improbable posibilidad de que Jeremy todavía intentase ponerse en contacto conmigo y sólo necesitara un minuto más. A las ocho y treinta, admití el fracaso. No dormía, sólo mantenía mis ojos cerrados y simulaba.
Saqué las piernas fuera de la cama, las doblé, y casi caí contra el suelo. Mi estómago parecía haber sido cortado, músculo por músculo, mientras dormía. ¿Quién pensaría que cinco pequeñas heridas de garras podrían doler tanto? El hecho que habían sido autoinfligidas no ayudaba. Un día en cautiverio y yo me hacía ya más daño a mí misma que a mis enemigos. Tal vez Patrick Lake estaba más adolorido que yo. Probablemente no. Mi espalda se había agarrotado a 24 horas del pisotón de Lake, y cuando luché para ponerme de pie derecha, mi cuerpo se rebeló de ambos lados, estómago y espinazo. Caminé cojeando hasta la ducha. El vapor el agua ayudó a mi espalda, pero puso mi estómago en llamas. El agua fría calmó mi estómago, pero agarrotó mi espalda otra vez. El día dos tenía lejos un principio maravilloso.
Mi humor se hundió cuando Bauer trajo mi desayuno. Ninguna queja sobre la comida, por supuesto, y tampoco tenía queja de que Bauer lo trajera, pero el darle una mirada a ella hacía que mi espíritu cayera en picada. Bauer se paseaba vestida con cómodos pantalones de ante beige, una camisa de lino blanco ondeante, botas hasta las rodillas, y su pelo artísticamente tomado con una horquilla, sus mejillas con un toque rosado que no provenía exactamente de una botella, oliendo ligeramente a brezo, como si viniera de un paseo matinal. Yo estaba vestida con una camisa rasgada y manchada de sangre, mi cabello, demasiado fino, enredado debido al áspero champú, y mis ojos hinchados debido a una noche espantosa. Cuando ella me daba los buenos días, yo zapateaba mi camino hacia la mesa, incapaz de estar de pie totalmente erguida o decir más que un gruñido monosilábico como saludo. Incluso inclinada, yo era diez o quince centímetros más alta que Bauer. Me sentía como una mujer Neanderthal demasiado grande, fea, y no demasiado brillante.
Cuando Bauer trató de integrarme en la conversación, me sentí tentada de frustrar sus esfuerzos otra vez, pero un desayuno pacífico no era un lujo que yo pudiese permitirme. Si tenía que planificar mi propia fuga, tenía que salir de esta celda. El mejor modo de salir de esta célula sería “unirse” a mis captores. Y el mejor modo de unirse a ellos sería asegurar el favor de Bauer. Entonces tenía que jugar a ser agradable. Era más difícil de lo que sonaba. Por extraño que parezca, yo tenía un problema con lo de charlar acerca del tiempo con la mujer que me había llevado al cautiverio.
– Entonces vives cerca de Syracuse -dijo ella cuando me comía mi bollo.
Asentí con la boca llena.
– Mi familia es de Chicago -dijo ella-. Productos de Papel Bauer. ¿Has oído de ellos?
– Suena familiar -mentí.
– Dinero antiguo. Muy antiguo.
¿Debía estar impresionada? Lo fingí con un asentimiento con los ojos muy abiertos.
– Es extraño, sabes -dijo ella, sentándose en una silla-. Crecer con esa clase de nombre, esa clase del dinero. Bien, no extraño para mí. Es todo que conozco. Pero te ves a ti misma reflejada en los ojos de otras personas y te das cuenta que eres considerado como muy afortunado. Nacido con la proverbial cuchara de plata. Se supone que eres feliz, y Dios te ayude si no lo eres.
– El dinero no puede comprar la felicidad -dije, cliché se sintió amargo en mi lengua. ¿De qué se trataba todo esto? ¿Pobre y pequeña niña rica? Soy rica e infeliz, entonces secuestro a extraños inocentes, bueno tal vez no tan inocentes, pero a la fuerza después de todo.
– Pero tú eres feliz -dijo Bauer. Una declaración, no una pregunta.
Logré esbozar una medio sonrisa genuina-.Bueno, en este preciso momento, siendo mantenida como cautiva en una celda, yo no diría eso exactamente…
– Pero de otra manera. Antes de esto. Eras feliz con tu vida.
– Sin quejas. No es perfecto. Está todavía la repugnante maldición de werewolf…
– No lo ves de ese modo, sin embargo. Como una maldición. Tú lo dices, pero no lo quieres decir.
Ella me contemplaba ahora. No, no a mí. Dentro de mí. Sus ojos ardiendo, inclinándose hacia adelante. Hambrienta. Me eché atrás.
– Algunos días, quiero decir. Confía en mí – Despaché mi bollo-. Éstos son grandes. Verdaderos bollos de Nueva York. Supongo que no hay posibilidad de repetir.
Ella se inclinó hacia atrás, las llamas en sus ojos extinguidas, una sonrisa cortés en su lugar-.Estoy segura de que podemos arreglar algo -comprobó su reloj-. Debería conseguirte una cita con la Doctora Carmichael para tu examen físico.
– ¿Es algo cotidiano?
– Oh, no. Lo de ayer fue sólo un chequeo. Hoy es el examen físico completo.
Bauer levantó su mano. La puerta se abrió y dos guardias entraron. De modo que ahí es donde habían estado escondiéndose. Me lo había preguntado, esperando tal vez que Bauer se sintiera lo bastante cómoda como para renunciar al séquito armado. Mala suposición. Apariencia de confianza, pero carencia de sustancia. O quizás sólo carencia de estupidez. Maldición.
Ya tenía un vecino. Cuando salí de mi celda, vi a alguien en el cuarto cruzando el mío. Una mujer sentada frente a la mesa, de espaldas a mí. Se veía como… No, no podía ser. Alguien me lo habría dicho. Yo lo habría sabido. La mujer se giró de medio perfil. Ruth Winterbourne.
– ¿Cuando…? -pregunté.
Bauer siguió mi mirada fija y sonrió como si yo hubiera destapado un regalo escondido-.Ella llegó contigo. Estábamos en Vermont cerca del lugar de la reunión esa mañana. Cuando te vimos marcharte con los Danverses, Xavier y yo decidimos seguirlos. El resto del equipo se quedó cerca de los demás. Sabíamos que alguien se quedaría solo eventualmente. Por suerte fue Ruth. Una muy buena adquisición. Por supuesto, cualquiera de ellos habría estado bien. Bien, excepto su sobrina. No sirve demasiado una bruja aprendiza de esa edad. Savannah es otro asunto, considerando su juventud y lo que sabemos de los poderes de su madre.
– ¿Cómo es que no vi a Ruth ayer?
– El viaje fue excepcionalmente… difícil para ella. Su edad. La misma cosa que la hace tener valor es algo que requiere responsabilidad. Sobrestimamos la dosis sedativa. Pero está completamente bien ahora, así como la puedes ver.
Ella no parecía bien. Tal vez alguien que nunca hubiera visto a Ruth confundiría los ojos embotados, la piel amarilla, y los movimientos letárgicos por signos normales de envejecimiento, pero yo la conocía mejor. Físicamente, ella parecía estar bastante bien. No había señales de enfermedad o huesos rotos. El daño era más profundo que eso.
– Ella parece cabizbaja -dije-. Deprimida.
– Sucede -Declaración de hecho. Nada de emoción.
– Tal vez yo podría hablarle -dije-. Animarla.
Bauer dio un toque con sus uñas largas contra su costado, considerándolo. Si ella viera una segunda intención en mi altruismo, no dio ninguna señal de ello.
– Quizás podríamos arreglar algo -dijo-. Has sido muy cooperadora, Elena. Los demás estaban preocupados, pero aparte de la perforación de la pared, has tenido un sorprendente buen comportamiento. Creo en recompensar el buen comportamiento.
Sin otra palabra, ella dio la vuelta y me dejó que la siguiera. Interiormente me ericé, pero en apariencia me arrastré tras sus talones como un cachorro bien entrenado. Cachorro entrenado, en efecto. Perdónenme, pero “bien comportada” no es un término que habría que aplicar a una mujer grande, aún cuando Bauer lo haya hecho sin malicia o insinuaciones, se un buen cachorro, Elena, y te daré un caramelo. La tentación por mostrar a Bauer lo que pensaba exactamente de su sistema de recompensas era casi aplastante. Casi. Pero quería realmente hablar con Ruth. Ella era mi único contacto en este lugar, y yo no estaba por encima de las peticiones de ayuda. Un hechizo nos había sacado de esa maldita situación en el callejón de Pittsburgh. Con sus hechizos y mi fuerza, deberíamos ser capaces de idear una salida de aquí.
De modo que sería un buen cachorro. Sufrí el examen físico sin protestar. Esta vez mi visita al hospital fue bastante intrusiva. Me tomaron rayos X, muestras de sangre, muestras de orina, muestras de saliva, y muestras de fluidos corporales que yo no sabía que tenía. Luego me pusieron alambres y tomaron lecturas de mi corazón y cerebro. Carmichael empujó y pinchó e hizo preguntas que yo me sonrojaría de responder a mi ginecólogo. Pero me recordé que este era el precio de hablar con Ruth, entonces no hice caso de las intrusiones y contesté las preguntas.
El examen físico duró varias horas. Al mediodía, alguien golpeó, luego abrió la puerta sin esperar una respuesta. Dos guardias entraron. Podrían haber sido hasta estos quienes me habían traído acá, pero no podía estar segura. En este punto, los cortes de pelo al rape se habían mezclado con una gota sin rostro, y sin nombre. Ver uno, significaba que los habías visto a todos. Uno de los guardias -quizás uno de estos dos, quizás no- se había quedado en el hospital conmigo antes, pero después de una hora más o menos, había murmurado algo sobre un cambio de turno y había dicho a la doctora Carmichael que llamara a seguridad. Ella no podía. Cuando estos dos llegaron, pensé que venían para tomar el lugar de ese guardia ausente. En vez de eso, escoltaban al “camaleón humano”, Armen Haig.
– Estoy trabajando aquí atrás -dijo Carmichael, sin girarse de una serie de rayos X prendidos a una pared iluminada.
– ¿Deberíamos esperar afuera? -preguntó un guardia.
– No es necesario. Por favor toma la segunda mesa, Doctor Haig. Ya estaré con usted.
Haig asintió con la cabeza y caminó hacia la mesa. Sus guardias prometieron volver en una hora, luego se fueron. A diferencia de mí, Haig no estaba esposado. Supongo que sus poderes no eran ningún gran riesgo para la seguridad. Incluso así él se hacía ver diferente, los guardias estaban obligados a notar un aparente extraño merodeando por el lugar. La fuga no era probable.
Para los siguientes veinte minutos, Carmichael anduvo ajetreada alrededor del hospital, comprobando rayos X, mirando detenidamente a través de microscopios, apuntando notas en un cuadernillo de notas. Finalmente se detuvo, contempló el cuarto y luego tomó una bandeja de frascos llenos de fluidos de un carro metálico.
– Tengo que realizar una prueba en el laboratorio antes de que terminemos aquí, Sra. Michaels.
¿Déjà vu o qué? Traer a otro cautivo a un cuarto conmigo, encontrar una excusa para dejar el cuarto, y ver que diversión y caos emocionante sigue. ¿Podían estos tipos no idear algo de más astucia?
Carmichael se dirigió hacia la salida, luego se detuvo y nos miró a mí y a Haig. Después de una pausa, puso la bandeja en el contador y recogió el fono del intercomunicador. Aunque ella volviera la espalda y bajara su voz, sus palabras eran imposibles de perder en el cuarto silencioso. Preguntó a alguien en seguridad si había alguna “situación” con dejar a Haig y a mí juntos por unos minutos, si yo estaba esposada. No había.
– No olvide encender la cámara -murmuró Haig cuando ella colgó. Su voz era rica y suave, con rastros de un acento.
Carmichael resopló-.No puedo programar mi maldito grabador de vídeo. ¿Cree que puedo operar esa cosa? -agitó una mano hacia la videocámara montada arriba-. Una palabra de advertencia, sin embargo. No piensen en marcharse. Cerraré con llave la puerta detrás de mí. Hay una cámara que funciona perfectamente en la sala de espera y protege el pasillo. No serán amables con un intento de fuga.
Ella tomó su bandeja de frascos y dejó el cuarto.