– ¡Elena!
La voz de Leah. Agarré la puerta del elevador antes de que se cerrara. Al asomarme, vi a Leah trotando desde la salida de enfrente.
– No pude pasar a buscar a Savannah -llamé.
– Yo tampoco. ¡Mierda! Hay todo un infierno roto allí. Nunca regresaremos dentro.
– Apresúrate entonces.
Mientras ella corría, la puerta de elevador se sacudió, como si tratara de cerrarse. Lo empujé hacia atrás, pero siguió moviéndose, empujando más y más fuerte y fuerte hasta que tuve que apoyarme contra ella, esforzándome para mantenerla abierta.
– ¡Vamos! -Grité-. Hay algo malo con las puertas.
Cuando Leah estuvo a menos de dos metros de distancia, la puerta se sacudió violentamente, cerrándose de golpe contra mi hombro. Me tropecé. Leah alcanzó a agarrarme, pero me caí hacia atrás dentro del elevador. Las puertas se cerraron. Salté y apreté el botón para volver a abrir el elevador.
– ¡No abrirá! -Grité-. ¡Golpea el botón de llamada!
– ¡Eso hago!
El elevador dio tumbos de repente. Subió y bajó, meciéndose y sacudiéndome con tanta fuerza que casi perdí el equilibrio. Cuando agarré la manija del costado, un ruido como triturándose partió el aire. Yo apreté la manija hasta que mis nudillos se pusieron blancos, mi cerebro moviéndose a toda velocidad para recordar que hacer en un fallo del sistema de un elevador. ¿Doblar mis rodillas? ¿Sentarse en el suelo? ¿Rezar? El elevador redujo la marcha, luego se detuvo en un alto. Apenas me atreví a respirar, esperando que el suelo cediera bajo mí. Entonces las puertas abrieron.
Me encontré contemplando una pared que me llegaba hasta la cintura. No, no era una pared. Era un piso. El elevador se había detenido entre niveles. Mientras daba un paso adelante para mirar fuera, el elevador se sacudió otra vez. La maquinaria gimió en el eje superior y el armatoste comenzó a hundirse. El piso avanzó poco a poco desde mi cintura hasta la mitad de mi pecho. Mi ventana de fuga literalmente desaparecía. Agarrando el borde del piso, salté, perdí mi agarre, y retrocedí dentro del elevador. Me puse en puntilas y lo intenté otra vez. Esta vez logré mantener mi asimiento y me balanceé justo cuando el elevador desaparecía.
Cuando miré alrededor, reconocí el último piso. Entonces el elevador me había traído hasta arriba. Alabanza sean dadas. Si hubiera quedado en un nivel medio, no habría tenido la menor idea de donde encontrar una escalera.
Tomé un momento para componerme y recordar donde estaba la salida. A mi izquierda, al final de pasillo. Cuando me di vuelta, voces hicieron eco por el pasillo, viniendo hacia mí desde atrás. Miré alrededor buscando un escondrijo. Había una puerta aproximadamente a seis pies hacia abajo por el pasillo. Me lancé hacia ella, abrí la puerta, y salté dentro cuando me di cuenta que las voces se habían detenido. Los guardias estaban de espaldas al elevador. Mientras escuchaba, ellos discutían sobre qué hacer con el elevador roto, entonces decidieron unánimemente dejar la decisión en alguien más, llamado Tucker. Un minuto más tarde, se habían ido.
Esperé hasta que el sonido de sus botas se tornó silencio, luego dejé mi punto de ocultamiento, mirando en ambas direcciones y corrí. El pasillo terminaba en un pequeño cuarto. Dentro estaba la puerta a la libertad. Todo lo que tenía que hacer era abrirla. Y para abrirla, todo lo que necesitaba era la retina y la huella digital de una persona autorizada. ¡Maldición! ¿Por qué no había pensado en esto? Llegar a este nivel era sólo la mitad del problema.
Las voces cerca del elevador volvieron. ¿De vuelta ya? Corrí hacia el armario otra vez. Una vez dentro, escuché. Sólo dos voces esta vez. Esperaban que sus compañeros volvieran con Tucker. Yo no tenía tiempo para idear un plan infalible, ni siquiera un pedazo de plan. No tendría ninguna posibilidad contra más de dos guardias. Si vacilaba, me vería atrapada en este armario hasta que alguien me encontrara.
Empujando la puerta, comprobé el pasillo y me aseguré de que no podía ver a los guardias. lo que significaba que ellos tampoco podían verme. Tan silenciosamente como era posible, avancé hacia el elevador. Me detuve en la esquina, me puse en cuclillas, y miré detenidamente alrededor. Los guardias afrontaban la pared de enfrente, uno miraba detenidamente el eje del elevador, el otro maldecía sobre el retraso. Tomé aliento, luego me lancé hacia el primer guardia, golpeándolo hacia el eje del elevador. Sus brazos se movieron una vez, y se hundió fuera de vista. Casi tropecé tras él y logré evitarlo sólo usando el impulso para enroscarme y saltar hacia el segundo guardia. Su mano fue a su arma. Mientras sacaba la pistola, la arrebaté de su mano y la arrojé hacia abajo por el espacio del elevador. Luego le di una palmada sobre la boca y lo empujé hacia adelante. Cuando él resistió, lo levanté de la tierra y lo elevé. Sus pies daban patadas frenéticamente. Una golpeó mi rótula herida, enviando tal sacudida de dolor por mi pierna que lo lancé hacia adelante. A un milímetro de dejarlo caer, recobré mi agarre y comencé a correr, medio tropezándome hacia la salida.
Arrastré al guardia a la puerta. El panel de seguridad era el mismo que en las salidas del bloque de celdas. Golpeé el botón que Bauer había usado y levanté la barbilla del guardia hacia arriba. Cuando la cámara zumbó, el guardia comprendió lo que yo hacía y cerré sus ojos. Pero era demasiado tarde. La primera luz destelló verde. Agarré la mano del guardia y le abrí el puño. Los huesos se rompieron. Forcé sus dedos rotos alrededor de la manija. La segunda luz se volvió verde. Colocando mi mano sobre la suya, tiré la puerta. Luego rompí su cuello. No vacilé, no me pregunté si tenía que matarlo, si no había algún otro camino. No tenía el tiempo para la conciencia. Lo maté, dejé su cuerpo en el suelo, agarré sus botas y escapé.
Corrí por el bosque, evitando la red de caminos y dirigiéndome hacia los espesos matorrales. Nadie venía tras de mí. Lo harían. La pregunta era a que distancia me pondría antes de que lo hicieran. ¿A cuántos kilómetros estaría la ciudad más cercana? ¿En qué dirección? Me deshice de los primeros visos de pánico. Encontrar la civilización no podía ser mi primera prioridad. Encontrar un lugar seguro era más importante. Mientras el humano en mí consideraba que los sitios públicos eran seguros, yo sabía que cualquier escondrijo bastante lejos del complejo bastaría. Correr lejos, ponerse a cubierto y recuperarse. Luego podría concentrarme en encontrar un teléfono.
Era otra noche como la que hubo cuando Winsloe había cazado a Lake: frío, humedad, y nubosidad, la luna atenuada por la cobertura de nubes. Una noche hermosa para un escape de prisión. La oscuridad me cubriría, y el frío me impediría recalentarme. Pronto descubrí, sin embargo, que la temperatura del cuerpo no era un problema. No podía moverme lo bastante rápido para complicarme con el sudor. Fuera de los caminos, los bosques eran una espesa selva tropical. Cada centímetro de tierra estaba obstruida con vides y vegetación muerta. Cada centímetro de superficie estaba cubierto de arbustos y árboles altos y delgados, todos compitiendo por los pedazos de luz del sol sin reclamar por el antiguo bosque. Aquí y allí tropecé con huellas dejadas por ciervos, y las seguí hasta que las perdí cuando se transformaron en finos rastros que se confundían con el páramo. Un lugar para animales, no personas. Ahora, a diferencia de la mayor parte de los fugados de prisión, yo tenía la opción de convertirme en un animal, pero no podía perder diez minutos para Cambiarme. No mientras todavía estaba tan cerca del complejo. Cualquier guardia persiguiéndome iría también a pie, y por el momento, yo podía permitirme compartir su desventaja.
Mientras me deslizaba por el bosque, comprendí que tenía una, o varias, desventajas físicas no compartidas por los guardias. Primero, llevaba puesto un par de botas tamaño doce y masculinas en pies tamaño diez y femeninos. Lo que era más importante, estaba herida. Los cortes cubrían mis brazos y cara, picando cada vez que una rama me golepaba. Sufría de un número astronómico de otras heridas acumuladas en la semana pasada. Yo podría vivir con eso, pese a todo. Apretar los dientes y ser una muchacha grande. Mi rodilla era otro asunto. Desde que Bauer la había rasgado en el hospital, el dolor incendiario se había convertido en una quemazón sorda, constante. Las patadas del guardia habían encendido de nuevo el fuego, y correr por el bosque sólo añadía el oxígeno para que ardiera. Después de veinte minutos, cojeaba. De mala manera. La sangre caliente se derramaba por mi pantorrila, y la carne viva se frotaba contra mis pantalones, diciéndome que Tucker se había deshecho del tipo de la costura. Tenía que Cambiar. Simple aritmética: Un pierna mala de cuatro era dos veces mejor que una de dos.
Reduje la marcha, moviéndome con más cuidado ahora para no dejar una huella obvia. Después de que fui en zigzag por cinco minutos, encontré una espesura, avancé lentamente dentro, y escuché. Todavía ningún sonido de perseguidores. Me saqué mi ropa y Cambié.
Yo todavía avanzaba por las etapas finales de mi Cambio cuando algo me lanzó a tierra. Levantándome de un salto, me enrosqué para afrontar a mi atacante. Un rottweiler estaba a un metro de distancia, gruñiendo, una gota de baba temblando en su labio superior curvado. A su izquierda había un sabueso grande. Un perro de rastreo y un asesino. Estos dos no se habían extraviado de una granja vecina. Habían venido del complejo. ¡Maldición! Yo no había imaginado que ellos tenían esos perros. La perrera debía estar afuera. Si hubiera hecho una pausa antes de entrar en la seguridad de los bosques, yo habría olido los perros y me habría preparado. Pero no me había tomado el tiempo.
Mi Cambio terminó, y me alcé en toda mi estatura. El sabueso giró y corrió, no tanto intimidado sino aturdido, al ver colmillos y oler a un humano. El rottweiler mantuvo su posición y esperó a que yo tomara el siguiente paso en el baile de ritualizada intimidación. En vez de hacerlo, salté hacia él. Ritual en apuros. No había tiempo para realizar la ceremonia. Perros de rastreo significaba guardias persiguiendo, y guardias persiguiendo significaba armas. Prefería tomar mis posibilidades contra el rottweiler.
Mi repentino ataque tomó al perro desprevenido, y hundí mis dientes en su anca antes de que arrancara. Él se enroscó para atraparme, pero me puse fuera de alcance. Cuando embestí otra vez, él estaba listo, preparado para encontrarme a mitad del salto. Nos estrellamos, ambos luchando por asir crucial cuello. Sus dientes rozaron mi mandíbula inferior. Demasiado cerca para mi comodidad. Me separé y salté sobre mis patas. El rottweiler tropezó y saltó sobre mí. Esperé hasta el último segundo, luego salté al costado. Él golpeó la tierra, sus cuatro patas resbalando para detener su deslizamiento. Me lancé detrás de él y salté a su espalda. Mientras él caía, se enroscó, sus mandíbulas enterrándose en mi pierna delantera. El dolor me atravesó, pero resistí al impulso de sacudirme lejos. Acuchillé su garganta sin protección, mis dientes rasgando a través de la piel y la carne. El rottweiler convulsionó, resistiéndose a lanzarme libre. Mi cabeza atacó otra vez, ahora agarrando su garganta destrozada y fijándola en la tierra. Esperé hasta que él dejó de luchar, luego lo solté y corrí.
A esas alturas el aullido de un sabueso ya reverberaba por el aire de la noche. La tierra vibraba bajo mis patas corriendo. Tres perros, tal vez cuatro. El sabueso había descubierto de nuevo su coraje con un equipo de reserva. ¿Podría yo luchar contra cuatro perros? No, pero la experiencia me había enseñado que uno o dos correrían lejos de un werewolf, tal como lo había hecho el sabueso. ¿Podría arreglármelas con los que permanecieran? Mientras me lo preguntaba, alguien gritó, tomando la decisión por mí. En el tiempo que me llevaría desafiar y luchar contra los perros, los guardias estarían sobre nosotros. Mis opciones se reducían a dos: sacar al sabueso de mi rastro o llevar a los perros lejos de sus propietarios. De una u otra forma, tenía que correr.
El mejor modo de perder al sabueso sería pasar a través del agua. Winsloe había mencionado un río. ¿Dónde estaba? El aire de la noche esraba tan húmedo que todo olía como el agua. Yo había corrido aproximadamente ochocientos metros cuando la humedad contenida en el viento del oeste se triplicó. Cuando viré al Oeste, encontré un camino y lo tomé. La velocidad era ahora una preocupación más grande que dejar un rastro difícil. En el camino abierto, corrí a plenitud, con la cabeza baja, los ojos estrechados contra el viento. Me lancé a través de un trozo esponjoso de tierra, cubriéndolo en tres zancadas. Cuando mis patas delanteras golpearon la tierra firme, la tierra bajo mis piernas traseras de repente cedió al paso. Luchando por asirme, enterré mis garras delanteras en el suelo mientras mis piernas traseras pedaleaban en el aire. Detrás de mí, mis cuartos traseros desaparecieron en la oscuridad de un agujero profundo. Recordé lo que Winsloe había dicho sobre Lake corriendo hacia el río: “… si él toma la ruta fácil, se encontrará con un agujero de oso”. ¿Por qué no lo podía haber recordado hace cinco minutos?
El aullido del sabueso creció, luego se partió en dos voces. Dos sabuesos. Ambos muy, muy cerca. Mi pata trasera derecha golpeó algo en el costado del hoyo, una piedra o una raíz. Lo empujé, logrando suficiente acción de palanca para sacar mis cuartos traseros casi por entero del hoyo. Blasfemando mi carencia de dedos, agarré la tierra con mis garras delanteras, hundí mis garras traseras en el costado del hoyo, y logré mover mi trasero. Un perro apareció detrás de mí. No me di vuelta para ver como era. Mejor no saber.
Corrí hacia el río. Un aullido ensordecedor sonó a mi izquierda, tan cerca que sentí la vibración. Viré a la derecha y seguí corriendo. Los sonidos patas corriendo sacudían la tierra. Me encogí y aumenté la velocidad. Yo era más rápida que cualquier perro. Todo lo que tenía que hacer era conservarme el tiempo suficiente fuera de su alcance para dejarlos atrás. Mientras no cayera en más trampas, podría hacerlo. El sonido de agua corriente creció hasta que casi ahogaba el jadeo de los perros. ¿Dónde estaba ese río? Yo podía olerlo, oírlo… pero no podía verlo. Todo lo que podía ver era el camino abriéndose otros cincuenta metros. ¿Y más allá de esos cincuenta metros? Nada. Lo que significaba que la tierra dejaba paso al río. ¿Cuánto sería? ¿Una pequeña ribera o un acantilado de cien metros? ¿Estaba dispuesta a arriesgarme, a seguir corriendo hasta que caer por el borde? El agua sonaba cerca, entonces no podía ser una ladera demasiado escarpada. Tenía que tomar la jugada. Sin reducir la marcha, corrí hacia el final del rastro. Entonces, a menos de diez metro de distancia, una forma salió del borde del bosque y aterrizó en mi camino.