Durante horas, luché por recobrar el conocimiento, despertando lo suficiente para saber que algo estaba mal, pero era incapaz de quedarme despierta, como un nadador que ve la superficie del agua encima, pero no puede alcanzarla. Cada vez que avanzaba hacia la conciencia, la corriente submarina del tranquilizante me arrastraba de vuelta. Una vez sentí el motor de una furgoneta. Entonces oí voces. La tercera vez todo estaba tranquilo y silencioso.
La cuarta vez, logré abrir mis ojos y los mantuve abiertos segura de que si los cerraba estaría perdida. Durante al menos una hora, estuve allí, ganando contra el impulso de dormir, pero sin la fuerza para hacer nada más que contemplar una pared beige. ¿Era beige? ¿O añil? Tal vez arena. Definitivamente látex. Látex de cáscara de huevo. Asusta el que sepa tanto sobre pintura. Aún asustaba más el yacer allí, paralizada de los párpados hacia abajo y tratando de entender con que color mis captores habían pintado mi prisión. Mi conocimiento enciclopédico de la pintura era culpa de Jeremy. Él redecoraba de una forma obsesiva. Quiero decir obsesivamente. Tenía sus motivos, que no eran asunto de nadie, sólo de él. Si empapelando el comedor cada dos años reprimía cualquiera de los fantasmas que lo acosaban, yo mordía mi lengua y pegaba. Y con respecto a por qué yo pensaba en la pintura en un momento tan ridículamente inoportuno, pues porque no había mucho más en lo cual poder pensar allí. Podría preocuparme y preocuparme y llevarme al pánico preguntándome donde estaba y lo que mis captores planeaban hacer conmigo, pero eso no cambiaría nada. No podía levantar mi cabeza. No podía abrir la boca. No podía hacer nada aparte de mirar fijamente la estúpida pared, y si la obsesión por el color de pintura mantenía mis nervios calmados, pues, así fuera.
Malva. Sí, estaba bastante segura de que esto era malva. Mi labio superior zumbó, como la anestesia dental cuando se va. Arrugué la nariz. Un leve movimiento. Un olor. Pintura fresca. Maravilloso. De vuelta a la decoración otra vez. Inhalé más profundo. Sólo pintura, el olor era tan fuerte que ahogaba cualquier otra cosa. No, esperen. Algo más se mezclaba con la pintura. Algo familiar. Algo… Sangre. ¿Mía? Olí otra vez. No era mía, lo cual no era terriblemente tranquilizante. Mientras elevaba los ojos, pude ver manchones oscuros bajo una capa aplicada de prisa de pintura. Paredes rociadas por sangre. Nunca eran una buena señal.
Moví la cara. Todos los músculos funcionales. Grandioso. Ahora si alguien me atacaba, podría morderlo, a condición de que fuera lo bastante amable para poner alguna parte vital de su cuerpo en mi boca. El hormigueo avanzó hacia abajo por mi cuello. Alcé la vista. Techo blanco. Ruido distante. Voces. No, una voz. ¿Alguien hablando? Escuché más cerca y oí el murmullo de un DJ. Después de una hazaña que habría roto un record de Guinness de prolijidad, él se detuvo. Una guitarra resonó desde una radio remota. Música Country. Malditos. Habían empezado ya a torturarme.
Movimiento de mano y brazo. Aleluya. Hundiendo mis codos en la cama, elevé mi torso y miré alrededor. Cuatro paredes. Tres color Malva. La cuarta reflejaba. Cristal de dirección única. Encantador. A mis pies, un cuarto de baño. Yo podía decir que eso era un cuarto de baño y no un armario porque podía ver los servicios, no a través de la puerta, sino a través de la pared delantera, que era de cristal claro. Mirar furtivamente el cuarto de baño, la escuela primaria había dejado a alguien con un tipo de fetichismo muy inquietante.
Más olores. Una mujer. El cuarto estaba impregnado con su olor. La cama en la cual yacía tenia sábanas frescas, perfumadas de limón, pero el olor de la otra mujer había atravesado el colchón. Una nota de familiaridad. ¿Alguien que conocía? ¿La mujer que me había drogado? No, alguien más. Molestamente familiar… La asociación hizo clic. Reconocí su olor porque esto se asemejaba al olor de la sangre en las paredes. No era una buena forma de hacerse un conocido, y de acuerdo con la cantidad de manchones oscuros bajo la pintura, una reunión cara a cara no se veía próxima. No en esta vida al menos.
Un momento. Tenía caderas. Bien, no realmente – mis vaqueros quedaban siempre holgados. Quiero decir que mis caderas anatómicas, sin curva, tenían movimiento y sensación. Luego las piernas. ¡Sí! Balanceé mis piernas sobre el borde de la cama y me lancé al suelo. Bien, las piernas no estaban completamente de vuelta aún. Una alfombra agradable, sin embargo. Industrial, tejida a telar. Una mezcla agradable de grises y marrón, perfecta para esconder rastros de sangre que salpiquen.
Después de unos pocos minutos, fui capaz de apoyar mis pies. Miré alrededor. ¿Ahora qué? Asumiendo que éstos eran la misma gente que había capturado a ese chamán, debería haber otros presos en las celdas contiguas. Tal vez podría comunicarme con ellos.
– ¿Hola? -Dije. Entonces más alto-. ¿Hola?
Sin respuesta. Indudablemente las paredes eran demasiado gruesas para el cuchicheo de cárcel. Incluso el aire que atravesaba la abertura cuadrada del techo había sido filtrado y procesado. De todos modos, si podía oír un juego de radio… Miré alrededor buscando un altavoz. Había un intercomunicador en la puerta, pero la música no parecía metálica, por lo que dudé que tuvieran una tubería para ello. Mientras escuchaba, capturé el sonido de alguien que gritaba, una voz cruda, maldiciones gritadas apenas inteligibles. Calibré la distancia del ruido. Muy despacio, probablemente a más de diez metros pies de distancia. De modo que la insonorización era buena, pero no a prueba de werewolf.
Cuando el que gritaba se tomó un muy necesario descanso, oí rasguñar. ¿Ratas? ¿Ratones? No, los olería. Además, mi celda no era nada aparte de limpia, tan esterilizada como la cocina de McDonald durante el día de inspección de salud. Hice girar mi cabeza para recoger el sonido. Venía del pasillo. Rasguño, rasguño, pausa, rasguño, rasguño, rasguño, susurro. El susurro del papel. Alguien pasando una página, revolviéndola, luego rasguño, una pluma improvisada en el papel. Alguien escribiendo fuera de mi celda. Me puse de pie, giré lejos del vestíbulo, caminé tres pasos, luego me giré para afrontar la puerta. El ruido se detuvo. Enseñé los dientes, gruñí, luego incliné mi boca abierta más cerca de la pared reflejada y me saqué un pedazo de alimento imaginario de entre mis dientes. Los garabatos frenéticos siguieron. Bien, ahora sabía lo que tipo que anotaba miraba. Y no recordaba haber firmado ningún contrato de consentimiento.
Caminé a zancadas hacia la puerta y golpeé el cristal. Aunque éste no se desplazara con el impacto, mis puños prosperaban con cada golpe. No grité. Si ellos no podían oír mis golpes, seguramente no oirían mis gritos. Un minuto largo pasó. Entonces el intercomunicador encima de mi cabeza sonó.
– ¿Sí? -la voz de una mujer. Joven. Estudiadamente neutro.
– Quiero hablar con alguien responsable -dije.
– Temo que no será posible -dijo ella, garabateando con la pluma.
Golpeé más fuerte.
– Por favor no haga eso -Calma, aburrimiento próximo. Pluma que todavía rasguñaba.
Retiré mi puño y lo cerré de golpe en el cristal. El golpe estremeció el cristal y mi brazo. La pluma se detuvo.
– Entiendo que está disgustada, pero esto no la ayudará. La violencia nunca soluciona nada.
¿Lo dice quién?
Me di vuelta lejos, como si me echara para atrás, entonces lancé una patada contra la pared lateral. Un pedazo de yeso voló, revelando un listón de metal sólido. Enganché mis dedos detrás del metal y di un tirón experimental. No pasó nada. Pero yo realmente no estaba intentándolo. Ahora si sacaba bastante de este yeso, podría lograr poner mis dedos detrás del metal y dar un verdadero tirón…
Pasos pesados resonaron fuera de mi celda. Ah, progresábamos.
El intercomunicador hizo clic.
– Por favor aléjese de la pared -dijo una voz masculina.
Él sonaba como a una de esas alarmas de coche '905, donde si uno cometía el horroroso error de avanzar a menos de un metro del Beeme [8]r de algún yuppie, una voz mecánica advertía que te alejaras, como si pudieses rozarlo con un dedo y dejar huellas digitales. La última vez que habíamos encontrado uno de esos, Clay había saltado a la capota del coche, dejando mucho más que huellas digitales. El dueño del coche había estado cerca como para oírnos. Nunca han visto a un tipo de cuarenta y más años regordete moverse tan rápido. Entonces había visto a Clay y había decidido que el daño no era tan malo después de todo. Siguiendo el ejemplo de Clay, no me alejé de la pared. Golpeé mi puño en el yeso entre los soportes metálicos, dejando un agradable agujero hacia la celda contigua.
La puerta se abrió. La cara del hombre destelló en el cuarto, luego se retiró. La puerta se cerró de golpe. Una radio graznó.
– Base uno, esta es Alfa. Solicite la copia de seguridad inmediata al bloque de celdas uno, unidad ocho.
– ¿Estás teniendo líos con mi muchacha? -una voz cansina y perezosa del Medio Oeste preguntó, una voz que siseaba con la estática. Houdini. – Pareces un ácaro diminuto lleno de pánico allí, pequeño soldado. ¿Quieres que baje y sostenga tu mano?
– ¿Reese? Que demonios estás haciendo en el… No importa.
Clic. Final de la estática.
– Maldito bastardo engreído.
– No bromees -dije.
Silencio. Entonces “Mierda”, y un chasquido cuando el intercomunicador murió.
– Tráeme a alguien responsable -dije-. Ahora.
Una intercambio murmurado, indescifrable a través del cristal. Luego botas alejándose con paso majestuoso. Decidí no agrandar el agujero en la pared de adelante. No todavía al menos. En cambio me puse en puntillas y miré detenidamente al lado. Podría haber estado contemplando un espejo, una imagen inversa de mi propia celda. Sólo que ésta estaba vacía. O eso parecía. Pensé llamar por la apertura, pero no había oído que el tipo que tomaba notas se hubiera ido, y no tenía ningún sentido dirigirse a un potencial compañero de celda mientras tenía audiencia. De modo que esperé.
Pasaron veinte minutos. Entonces el intercomunicador hizo clic.
– Mi nombre es Doctor Lawrence Matasumi -dijo un hombre americano absolutamente inacentuado, tonos que no pertenecían a ninguna región, por lo general oídos sólo de periodistas lectores de noticias nacionales-. Me gustaría hablarle ahora, Sra. Michaels -Como si hubiera sido idea suya-. Por favor vaya al cuarto de baño, baje el asiento, siéntese a horcajadas sobre los servicios en frente del tanque, coloque sus manos extendidas detrás de usted, y no gire la cabeza hasta que no se le dé la orden.
De alguna manera él hizo que las absurdas instrucciones parecieran absolutamente racionales. Pensé en sentarme efectivamente en el baño, pero deseché la idea. No sonó a un hombre que apreciaría el humor en un cuarto de baño.
Mientras yo me sentaba, la puerta exterior fue abierta, como abriendo un sello de vacío. Los pasos entraron. Un par de tipos, un par de tacones bajos, y dos, no, tres pares de botas.
– Por favor no gire su cabeza -dijo Matasumi, aunque yo no me hubiera movido-. Mantenga sus manos extendidas. Un guardia entrará en el cuarto de baño y asegurará sus manos detrás de su espalda. Por favor no se resista.
Si él era tan cortés sobre ello, ¿cómo podría yo desobedecer? Sobre todo considerando los seguros de arma que fueron soltados y que acompañaban sus instrucciones. Alguien entró en el cuarto de baño y agarró mis manos, su toque firme e impersonal, “sólo negocios señora”. Juntó mis brazos y las apretó con cintas metálicas y frías alrededor de mis muñecas.
– El guardia la conducirá ahora al cuarto principal. Puede tomar un asiento en la silla proporcionada. Cuando esté sentada cómodamente, el guardia asegurará sus pies.
Bien, esto se ponía aburrido.
– ¿Está seguro que no quiere que él asegure mis pies primero? -Pregunté-. ¿Qué me ponga sobre su hombro y me lleve a la silla?
– Por favor salga de los servicios y proceda hacia el cuarto principal.
– ¿Puedo mirar ahora? -Pregunté-. Tal vez debería vendar mis ojos.
– Por favor proceda al cuarto principal.
Bah, este tipo era atemorizante. Cuando salí del cuarto de baño, vi al hombre de la fotografía de Paige, bajo, rostro redondo, ojos parecidos a los de una gama mirándome sin inmutarse. A su izquierda estaba una mujer joven con el pelo color Borgoña y una nariz respingada embellecida por un aro de diamante. Mantenía su mirada fija en mi barbilla como si no quisiera verse más alta. Ambos estaban sentados en sillas que no habían estado en el cuarto hacía cinco minutos. Flanqueándolos había dos guardias, más tipos militares. Como el tipo que me acompañaba, llevaban puesta ropa negra, corte militar, llevaban armas, y se veían lo bastante grandes como para ser campeones de la WWF. Me contemplaban con expresiones tan en blanco que podría pensarse que protegían a las sillas en vez de a gente viva. Capturé la mirada de uno y le dirigí una sonrisa tímida. Él ni siquiera parpadeó. Un tanto para la seducción de los guardias. Maldición. Y se veían tan monos… en un estilo GI Joe, moldeado en plástico, y de tipo autómata.
Una vez que me senté, mi escolta me aseguró a la silla con bandas en los brazos y hierros en las piernas.
Matasumi me estudió al menos tres minutos enteros, luego dijo, -Por favor no use esta oportunidad de intentar la fuga.
– ¿Realmente? -Miré las cintas metálicas que ataban mis muñecas y tobillos a la silla, luego al trío de guardias armados detrás de mí-. Era un buen plan.
– Bueno. Ahora, Sra. Michaels, saltaremos la fase de negación y comenzaremos nuestra discusión basándonos en la premisa de que usted es un werewolf.
– ¿Y si rechazo esa premisa? -Pregunté.
Matasumi abrió una caja de teca llena de botellas y jeringuillas e instrumentos, cuyos usos prefería no averiguar.
– Usted me atrapó -dije-. Soy un werewolf.
Matasumi vaciló. La mujer joven levantó su pluma del papel, y me echó un vistazo por primera vez. Tal vez habían esperado que yo resistiera. O tal vez esperaban sólo una posibilidad para usar sus juguetes. Matasumi hizo algunas preguntas para detectar mentiras, la clase de cosas que alguien que hubiese realizado la investigación más básica de todas sabría: mi nombre, edad, lugar de nacimiento, ocupación corriente. Yo no estaba lo bastante aburrida como para mentir. Ahorraría eso para cosas más importantes.
– Déjeme comenzar diciéndole que ya tenemos a un werewolf en custodia. Sus respuestas serán comparadas con la información que él ha proporcionado ya. Entonces yo sugeriría que diga la verdad.
Maldito. Bien, esto cambiaba las cosas, ¿verdad? Tanta evasiva para nada. Por otra parte, era posible que Matasumi mintiera sobre tener un callejero. Incluso si lo hacía, yo podría salpicar mis mentiras con bastante verdad para mantenerlos adivinando cual de nosotros no era completamente honesto.
– Cuantos werewolves hay en esta… ¿Manada? -preguntó Matasumi.
Me encogí de hombros-.Eso depende. No es estático o algo así. Ellos vienen y van. No es un grupo unido. La clase de los arbitrarios, realmente, a quién el Alfa deja entrar y salir, según su humor. Es un tipo muy temperamental.
– El Alfa -interpuso su ayudante-. Como el Alfa en una manada de lobos. Usted usa la misma terminología.
– Supongo.
– Interesante -dijo Matasumi, asintiendo con la cabeza como un antropólogo que acaba de descubrir una tribu perdida hace mucho-. Mi conocimiento de la zoología no es lo que debería ser.
Detrás de mí, la puerta hizo clic y entró aire. Di vuelta para ver a la mujer que me había sacado del coche.
– Tucker me dijo que habían comenzado temprano -dijo ella. Lanzó una sonrisa agradable hacia mí, como si fuéramos nuevos conocidos que se encuentran en un cóctel-. Me alegro de ver que se levanta tan rápidamente. No hubo efectos durables con los tranquilizantes, espero.
– Me siento fresca como una lechuga -dije, tratando con fuerza de sonreír sin enseñar los dientes.
Ella se volvió a Matasumi -Me gustaría que la Doctora Carmichael la revisara.
Matasumi asintió con la cabeza -Tess, por favor llame a la Doctora Carmichael desde el teléfono del pasillo. Dígale que traiga su equipo para un chequeo a las siete. Eso debería darnos el tiempo suficiente con el sujeto.
– ¿El sujeto? -la mujer más vieja se rió y me echó un vistazo-. Por favor perdónenos. Nuestra terminología no es la más civil, me temo. Soy Sondra Bauer.
– Muy contenta de conocerle -dije.
Bauer se rió otra vez-.Estoy segura que lo está. Espera, Tess -dijo ella cuando la ayudante se dirigía hacia la puerta-. No hay necesidad de telefonear a la Doctora Carmichael. Ella estará esperándonos en el hospital.
– ¿Hospital? -Matasumi frunció el ceño-. No creo que este sujeto…
– Su nombre es Elena -dijo Bauer.
– Prefiero Sra. Michaels -dije.
– Me gustaría que Elena fuera revisada por la Doctora Carmichael inmediatamente -siguió Bauer-. Estoy segura que ella apreciaría la posibilidad para estirar sus piernas y echar un vistazo alrededor. Podemos seguir nuestra discusión con ella en el cuarto arriba. Estará cansada de estas cuatro paredes bastante pronto.
– ¿Puedo hablarle en privado? -preguntó Matasumi.
– Sí, sí. Está preocupado por la seguridad. Puedo ver eso -dijo ella, sus labios estirándose cuando miró de mis cadenas a los guardias. Ella me cerró un ojo, como si compartiera una broma-. No se preocupe, Lawrence. Nos aseguraremos que Elena esté correctamente retenida, pero no veo la necesidad del exceso. Las esposas y los guardias armados deberían ser suficientes.
– No estoy seguro…
– Yo lo estoy.
Bauer se dirigió hacia la puerta. Mi imagen de la estructura de poder aquí se desarrollaba rápidamente. Ayudante investigador, guardias, un medio demonio. Un científico por encima de ellos, una mujer misteriosa por encima del científico. ¿Y Ty Winsloe? ¿Dónde entraba él? ¿Estaba siquiera implicado?
Mi guardia me desató de la correa de la silla y quitó las restricciones de mis brazos y piernas, luego me condujo al pasillo. Mi celda era la última, atravesando una puerta metálica en cuya parte superior había dos luces rojas. En el final opuesto del corredor había otra puerta idéntica, con las luces rojas correspondientes. Filas de cristal de dirección única bordeaban el pasillo. Conté manijas. Tres más en mi lado, cuatro en la parte de enfrente.
– Por este camino Elena -dijo Bauer, caminando.
Matasumi gesticuló hacia la puerta más cercana-.Esta ruta sería más rápida.
– Lo sé -Bauer me hizo gesto para que avanzara, sonriendo tranquilizadoramente como si yo fuera un niño que da sus primeros pasos-. Por este camino por favor, Elena. Me gustaría mostrarte los alrededores.
¿Realmente? ¿Una visita con guía por mi prisión? Bien, yo no podía discutir contra eso, ¿verdad? seguí a Bauer.