RENACIMIENTO

Desperté en el suelo de mi celda. No me levanté. ¿Había estado soñando? Quería creerlo, luego me reprendí para un deseo tan tonto. Por supuesto, no quería que hubiese sido un sueño. Quería creer que había hablado con Jeremy, comunicado todas mis observaciones, poniendo las ruedas del rescate en movimiento. ¿Quién se preocupaba por Clay? Bien, yo me preocupaba. Preocupada más de lo que quería la mayor parte de las veces, pero tenía que poner esta cosa en perspectiva. Clay no me había mirado a de esa forma. Al menos, él no había creído mirarme a mí. Obviamente él no se llevaba con Paige, y francamente, no me sorprendía. Allí donde los humanos conversaban, Clay no era el Sr. Simpatía en el mejor de los casos y seguramente no cuando dicho humano era una bruja presumida, lo bastante joven para ser una de sus estudiantes. Yacía en el suelo y me decía todo esto, y no ayudaba ni siquiera un poco. Me sentía… Mi mente la sujetó con abrazaderas antes de que la última palabra saliera, pero la abrí. Lo admito. Tenía que admitirlo, al menos frente a mí misma. Me sentía rechazada.

Eso era todo, ¿verdad? Me sentía rechazada. Gran cosa. Pero era una gran cosa. Una cosa demasiado grande. En el segundo en que permití que la emoción me tocara, ésta me engulló. Era una niña otra vez, tomando la mano de un nuevo padrastro, abrazándolo fuerte y rezando para no tener que dejarlo ir nunca. Tenía seis, siete, ocho años, rostros que aparecían ante mí como páginas en un álbum de fotos, nombres que había olvidado, pero rostros que reconocería si los viera aun cuando pasaran por una fracción de segundo en un tren alejándose. Oí voces, el zumbido de una televisión, mi pequeño cuerpo estaba apretado contra la pared, apenas capaz de respirar por miedo a ser oído por casualidad, escuchándoles hablar, esperando oír “ La Conversación ”. La Conversación. Confesándose ambos culpables de que esto no funcionara, que yo era “más de lo que podían tratar”. Convenciéndose de que habían sido engañados por la agencia, engañados cuando lo que querían era adoptar una niña rubia, una muñeca de ojos azules, una muñeca rota. No habían sido engañados. No habían escuchado. Las agencias siempre trataban de advertirlos sobre mí, sobre mi pasado. Cuando tenía cinco años, había visto a mis padres muertos en un accidente de coche. Me había sentado en el camino rural toda la noche, tratando desesperadamente de despertarlos, gritando para pedir ayuda en la oscuridad. Nadie me encontró hasta la mañana, y después de esto, bueno, nunca estuve bien después de esto. Me retiré a mi mente, surgiendo sólo para lanzar fuera mi rabia. Sabía que estropeaba las cosas para mí. Cada vez que una nueva familia adoptiva me recogía, juraba que los haría enamorarse de mí; que sería el pequeño ángel perfecto que ellos esperaban. Pero no podía hacerlo. Todo lo que podía hacer era mantenerme en mi cabeza, verme a mí misma gritar y rabiar, esperando el rechazo final, y tener la certeza que era mi culpa.

Nunca he contado esa historia. Lo odio. Lo odio, odio, odio. No permito que mi pasado explique mi presente. Crecí, me puse más fuerte, lo vencí. Fin de la historia. Para el tiempo en que fui lo bastante grande para comprender que mis problemas no eran mi culpa, había decidido no lanzar toda esa culpa a todas esas familias adoptivas, sino deshacerme de ella. Lanzarla. Moverla. No podía imaginar ningún destino peor que convertirme en alguien que cuenta la historia de su infancia disfuncional a cada extraño que conoce en el metro. Si yo hiciera las cosas bien en la vida, quería que la gente dijera que lo hacía bien, no que hacía bien “todas las cosas considerando la cuestión”. Mi pasado era un obstáculo privado, no una excusa pública.

Clay era la única persona a la que yo le había contado alguna vez sobre mi infancia. Jeremy conocía pedazos, las partes que Clay sentía necesario compartir en aquellos primeros días cuando Jeremy tuvo que tratar conmigo como una werewolf recién transformada. Yo había conocido a Clay en la Universidad de Toronto, donde yo era un estudiante con interés en la antropología y él daba una serie de conferencias corta. Me enamoré de él. Con fuerza y rápido, no impresionada por su apariencia o su actitud de chico malo, sino por algo que no puedo explicar, algo en él me hacía tener hambre de poseerlo, algo que tenía que tocar. Cuando él me favoreció con su atención, supe que era algo especial, que él no se abría a la gente más que yo. Cuando nos acercamos, él me contó sobre su propia infancia, encubriendo detalles que no podía contar sin revelar su secreto. Me contó sobre su pasado, entonces le conté sobre el mío. Tan simple como eso. Estaba enamorada y confiaba en él. Y él traicionó esa confianza de un modo del que nunca me he repuesto completamente, como nunca me repuse de esa noche interminable en el camino rural. No he perdonado a Clay. Habíamos dejado la conversación del perdón para después. No era posible. Y él nunca lo había pedido. No creo que él lo esperase. Con el tiempo, yo había aprendido a dejar de esperar que ser capaz de darlo.

El motivo de Clay para morderme era inexplicable. Oh, él había tratado de explicarlo. Muchas veces. Él me había llevado a Stonehaven para conocer a Jeremy, y Jeremy había estado planeando separarnos, y Clay había entrado en pánico y me había mordido. Tal vez era cierto. Jeremy confesó que había tenido la intención de terminar la relación de Clay conmigo. Pero no creo que la mordedura de Clay hubiera sido inesperada. Quizás el momento lo fue, pero creo que en alguna parte de su psique, él siempre había estado listo para hacerlo si la necesidad alguna vez surgiera, si yo alguna vez amenazara con dejarlo. Entonces ¿Qué pasó después de que él me mordió? ¿Lo pasamos por alto y seguimos nuestras vidas? No en su vida. Lo hice pagar y pagar y pagar. Clay había hecho un infierno de mi vida, y yo le devolví el favor duplicado. Me quedaría en Stonehaven durante meses, incluso años, luego me marcharía sin avisar, rechazando todo contacto, sacándolo de mi vida completamente. Había buscado otros hombres para el sexo y, una vez, para algo más permanente. ¿Cómo reaccionó Clay a esto? Él me esperó. Nunca buscó la venganza, nunca intentó hacerme daño, nunca amenazó con buscar a alguien más. Yo podría haberme ido durante un año, volver a Stonehaven, y él me habría estado esperando como si yo nunca me hubiese marchado. Incluso cuando había tratado de comenzar una nueva vida en Toronto, siempre supe que, si lo necesitara, Clay estaría allí para mí. No importa cuán mal lo hubiera hecho todo, él nunca me dejaría. Nunca me daría la espalda. Nunca me rechazaría. Y ahora, después de más de una década de haber aprendido esa lección, todo lo que necesitó fue una mirada de él, una mirada sola, y estaba enroscado en el suelo, doblada de dolor. Toda la lógica y el razonamiento en el mundo no cambiaban como me sentía. Tanto como quería creer que había vencido mi infancia, y no lo había hecho. Probablemente nunca lo haría.


***

El almuerzo vino y pasó. No lo trajo Bauer, de lo cual estuve agradecida. No la vi de nuevo hasta casi las seis. Cuando abrió la puerta de mi celda, verifiqué dos veces la hora, calculando que la comida llegaba temprano o mi reloj se había parado. Pero ella no traía comida. Y cuando ella traspasó la puerta, supe que ninguna comida estaba próxima. Algo andaba mal.

Bauer entró sin nada de su gracia asertiva habitual. Medio tropezó con una arruga imaginaria en la alfombra. Su cara estaba limpiada con agua, en sus mejillas había puntos brillantes de carmesí, sus ojos estaban extrañamente brillantes, como si tuviera una fiebre. Dos guardias la seguían. Ella les hizo señas hacia mí, y ellos me ataron a la silla donde había estado leyendo una revista. Todo el tiempo mientras me amarraron, Bauer rechazó encontrar mis ojos. No era bueno. Realmente no era bueno.

– Fuera -dijo cuando ellos terminaron.

– Deberíamos esperar fuera -comenzó uno.

– Dije fuera. Déjennos. Vuelvan a sus lugares.

Una vez que se que fueron, ella comenzó a pasearse. Pasos pequeños y rápidos. Detrás y adelante, de acá para allá. Dedos golpeando su lado, el manierismo cambió ahora, no un toque con lentitud pensativa, sino rápido. Maníaco. Una obsesión de pasearse. Sus ojos. Todo.

– ¿Sabes lo que es esto?

Ella sacó algo de su bolsillo y lo sostuvo. Una jeringuilla. Lleno hasta un cuarto con un líquido claro. Oh, mierda. ¿Qué iba a hacerme?

– Mira -dije-. Si yo hice algo para trastornar…

Ella agitó la jeringuilla -Pregunté si sabías lo que era esto.

La jeringuilla resbaló de sus manos. Ella manoteó para recuperarla, como si el plástico fuese a romperse al golpear la alfombra. Cuando ella se movió, atrapé un olorcillo familiar. Miedo. Ella tenía miedo. Lo que parecía una obsesión era una lucha por el control, ella desesperadamente trataba adaptarse a una emoción que no estaba acostumbrada a sentir.

– ¿Sabes lo que es esto, Elena? -Su voz se elevó una octava. Chillaba.

¿Ella me tenía miedo? ¿Por qué ahora? ¿Qué había hecho yo?

– ¿Qué es? -Dije.

– Esto es una solución salina mezclada con tu saliva.

– ¿Mi qué?

– Saliva, saliva, baba -Voz subió otra escala. Una risa tonta y nerviosa, como una niña atrapada diciendo una mala palabra-. ¿Sabes lo que esto puede hacer?

– No…

– ¿Lo que hará si me lo inyecto?

– ¿Inyectar…?

– ¡Piensa, Elena! Vamos. No eres estúpida. Tu saliva. Muerdes a alguien. Tus dientes perforan su piel, como esta aguja perfora la mía. Tu saliva entra en su corriente sanguínea. Mi corriente sanguínea. ¿Qué sucede?

– Cambiarías- podrías cambiar…

– En werewolf -Ella dejó de pasearse y se quedó quieta. Completamente quieta. Una pequeña sonrisa entreabrió sus labios-. Eso es exactamente lo que voy a hacer.

Me tomó un momento registrar eso. Cuando lo hice, parpadeé y abrí mi boca, pero nada salió. Tragué, luchado calmarme. No infundir pánico. No hacerlo peor. Tratarlo como una broma. Suavizar la situación.

– Oh, vamos -dije-. ¿Es la respuesta a tus problemas? ¿No consigues respeto en el trabajo entonces te convertirás en werewolf? ¿Conseguir un buen trabajo en la Manada, golpear algunas cabezas, encontrar un hermoso amante? Porque si eso es lo que estás pensando, confía en mí, no funciona de esa manera.

– No soy idiota, Elena.

Ella me escupió las palabras, arrojando baba de sus labios. Ooops, táctica incorrecta.

– Lo que quiero es cambiar -continuó ella-. Para inventarme de nuevo.

– Hacerse werewolf no es la respuesta -dije suavemente-. Sé que no eres feliz…

– No sabes nada sobre mí.

– Entonces cuenta…

– Me hice parte de este proyecto por una razón. Por la posibilidad de experimentar algo nuevo, algo más peligroso, más estimulante, que alterara más mi vida que escalar el Monte Everest. Experiencias que todo mi dinero e influencia no podían comprar. Hechizos, inmortalidad, percepción extrasensorial, no sabía lo que quería. Tal vez un poco de todo. Pero ahora sé exactamente lo que quiero, lo que buscaba. Poder. No más saludar humildemente a los hombres, fingiendo que soy más tonta que ellos, más débil, menos importante. Quiero ser todo para lo cual tengo potencial. Quiero esto.

Mi cerebro todavía vacilaba, incapaz de encontrar la coherencia a lo que Bauer decía. La brusquedad de todo esto me abrumaba, casi me convencí de que debía estar soñando o teniendo alucinaciones. ¿Cómo había sucedido esto? Increíble, desde mi perspectiva, pero ¿y desde la suya? Hace cuánto tiempo tenía ella su mirada puesta en el desfile de presidiarios, esperando ver al que podría darle el poder que ansiaba. Ahora, habiendo encontrado lo que creía desear, quizás tenía miedo de vacilar, miedo de cambiar de opinión. Tenía que cambiarlo por ella. ¿Pero cómo?

Bauer sostenía en alto la jeringuilla. Mientras la contemplaba, parpadeó, y palideció. Un miedo tan espeso que obstruyó mis fosas nasales, inconscientemente mi adrenalina comenzó a bombear. Cuando ella me miró, la cólera se había ido. Lo que vi en esos ojos me dejó fría. Súplica. Miedo y súplica.

– Quiero que entiendas, Elena. Ayúdame. No me hagas usar esta cosa.

– No tienes que usarlo -dije tranquilamente-. Nadie puede obligarte a hacerlo.

– Hazlo por mí entonces. Por favor.

– ¿Hacer qué?

– Muerde mi brazo.

– No puedo…

– Tengo un cuchillo. Cortaré la piel. Sólo tienes que…

El pánico se instaló en mi pecho-.No, no puedo.

– Ayúdame a hacerlo bien, Elena. No sé como funcionará la solución salina. Yo sólo puedo conjeturar la cantidad, la proporción. Necesito que tú…

– No.

– Te estoy pidiendo…

Tiré mis cadenas, manteniendo mis ojos sobre ella -Escúchame, Sondra. Dame un minuto y déjame explicarte lo que sucederá si usas eso. No es de la forma en que crees que es. No quieres hacer esto.

Sus ojos brillaron entonces. Toda la obsesión se fue. Se congeló -¿No quiero?

Levantó la jeringuilla.

– ¡No! -Grité, tirando de mi silla.

Enterró la aguja en su brazo, empujó el émbolo. Y estuvo hecho. Un segundo. Una fracción de segundo. Tanto tiempo como le había tomado a Clay morderme.

– ¡Maldita seas! -Grité-. Tú maldita perra estúpida- Llama al hospital. ¡Ahora!

Su cara estaba preternaturalmente tranquila, labios curvados en algo parecido a la felicidad. Alivio dichoso por haberlo hecho-.¿Por qué, Elena? ¿Por qué debería llamar al hospital? ¿Entonces pueden invertirlo? ¿Quitar el regalo de mis venas como si fuera el veneno de una serpiente? Oh, no. No haremos nada de eso.

– ¡Llame el hospital! ¡Guardias! ¿Dónde infiernos están los guardias?

– Oíste que los despedí.

– No sabes lo que has hecho -gruñí-. Crees que esto es algún gran regalo. ¿Un pinchazo de aguja y eres un werewolf? ¿Hiciste tus investigaciones, verdad? ¿Sabes lo qué pasará ahora, verdad?

Bauer giró su sonrisa soñadora hacia mí -Puedo sentirlo corriendo por mi sangre. El cambio. Es caliente. Hormiguea. El principio de la metamorfosis.

– Oh, eso no es todo lo que vas a sentir.

Ella cerró los ojos, se estremeció, los volvió a abrir, y sonrió -Parece que he ganado algo esta noche y tú has perdido algo. Ya no eres la única werewolf hembra, Elena.

Sus ojos se abrieron entonces. Hinchados. Las venas en su cuello y frente aparecieron. Jadeó, ahogada. Sus manos fueron a su garganta. Su cuerpo se sacudía. Se columna se rigidizó. Ojos en blanco. Se elevó sobre los dedos de los pies, moviéndose de adelante hacia atrás, como un presidiario pendiendo del final de la soga de un verdugo. Entonces sufrió un colapso, cayendo al piso. Grité por la ayuda.

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