Una vez que todo se hubo calmado, Matasumi se dio cuenta de que yo estaba allí. Por supuesto, me había visto antes, pero no había comprendido lo que esto significaba, a saber, que yo estaba en un lugar en el que definitivamente no debería haber estado. Me mandó de vuelta al hospital con cuatro de los guardias restantes.
Pasé las pocas horas siguientes tirada en mi cama, contemplando las luces parpadeantes de las máquinas de Bauer. Ruth estaba muerta. ¿Podría haber hecho algo para prevenir esto? ¿Debería haber hecho algo? Ella conocía los riesgos. Eso no me hacía sentir mejor. Ahora estaba muerta y Savannah se culpaba. Debería haberle ofrecido más consuelo a Savannah. Debería haber conocido los gestos correctos, las palabras correctas. La muerte de Ruth sería un punto decisivo en su vida, y todo lo que yo había sido capaz de dar era el más torpe de los consuelos. ¿No debería haber sido capaz de encontrar algún instinto maternal profundamente arraigado y haber sabido qué hacer?
Por supuesto, Savannah no había tenido la intención de matar a Ruth. ¿Pero lo había hecho? Así lo temía. Más que eso, temía que no hubiera sido un accidente. No, no creía que Savannah hubiese lanzado ese reloj volando a propósito. Absolutamente no. Su dolor por la muerte de Ruth había sido demasiado crudo, demasiado verdadero. Aún así, yo temía que alguna parte inconsciente de Savannah hubiera matado a Ruth, que algo en su naturaleza, en sus genes, algo que ella no podía entender, la hubiera hecho atacar inconcientemente a esos guardias y matar a Ruth. Tal vez había visto demasiadas películas de terror de “niños demoníacos”. Esperaba que fuera eso. Recé para que lo fuera. Me gustaba Savannah. Tenía espíritu e inteligencia, una mezcla simpática de inocencia infantil y réplicas de preadolescente. Era una niña normal, parte ángel y parte demonio. Seguramente no había más en ello que esto. Pero los acontecimientos psíquicos giraban alrededor de Savannah. Cuando Ruth había entrenado a Savannah, los acontecimientos se habían intensificado rápidamente de ser inocuos a letales. ¿Qué había dicho Ruth sobre Savannah? Gran poder, potencial increíble… y una madre que se inclinaba hacia “el lado más oscuro” de la magia. ¿Existía algo como una predisposición genética al mal? ¿Lo había pasado por alto Ruth? ¿Había rechazado ver algo de maldad en alguien tan joven? Dando más poder a Savannah, ¿Había firmado su propia sentencia de muerte? Por favor, hagan que me equivoque. Por el bien de Savannah, hagan que me equivoque.
Con la mañana vino el desayuno. No lo toqué. Carmichael llegó a la hora habitual, poco antes de las ocho, con un brusco -¿Cómo estás?, la única indicación de que algo había pasado la noche anterior. Cuando dije que estaba bien, me estudió durante un segundo más, gruñó, y comenzó su trabajo de escribir.
Pasé parte de la mañana pensando extensamente en la muerte de Ruth, en cómo esto cambiaba las cosas, como podría haberlo prevenido. Pasé mucho tiempo en esto último. Tal vez no podría haberlo hecho. La vida y la muerte estaban más allá de nuestro control. En cualquier momento, Matasumi podría haber decidido que Ruth ya no era un sujeto viable o Winsloe podría haber entrado en su celda y haberla llevado para una de sus cazas. De todos modos, llevaba sobre mis hombros parte de la culpa, tal vez porque esto me daba algún sentido de control en una situación incontrolable.
Alrededor de media mañana un gemido suave me despertó de mis pensamientos. Eché un vistazo. Bauer gimió otra vez. Enterró la cabeza en la almohada, retorciendo la cara de dolor.
– ¿Doctora? -dije, parándome-. Se está despertando.
Mientras Carmichael avanzaba, me incliné sobre Bauer. Sus ojos se abrieron.
– Hola, Sondra -dije-. Nosotros…
Se sentó, rompiendo algunas de las finas cadenas, y golpeó mi hombro. Cuando retrocedí, capturé la mirada de Bauer, viendo algo duro y en blanco allí. Antes de que pudiera reaccionar, ella agarró mis hombros y me arrojó por el aire. Durante un momento, todo se ralentizó, y hubo una fracción de segundo en la que quedé suspendida antes de que la gravedad asumiera su lugar y me precipitara a través del cuarto y chocara contra la pared.
Carmichael me ayudó a pararme y gritó, llamando a los guardias. Bauer se sentó derecha, luchando para salir de la cama, las sábanas enroscadas alrededor de sus piernas. Su cara estaba torcida de rabia, sus ojos estaban en blanco, sus labios se movían silenciosamente. Cuando las sábanas no la dejaron salir, rugió de frustración y sacudió sus piernas, rasgando la tela. Corrí hacia la cama y me lancé sobre Bauer.
– ¡Manten tus jodidas esposas lejos de mí! -rugió Bauer-. ¡Todos ustedes! ¡Atrás! ¡No me toquen!
– Delirio -jadeó Carmichael mientras corría a la cama con cadenas más fuertes-. Dijiste que este era uno de los pasos.
– Correcto -dije, aunque en este momento, estando encima de Bauer con ella agitándose debajo mí, un diagnóstico médico no era exactamente una prioridad-. ¿Dónde infiernos estaban los guardias?
Los guardias estaban ahí mismo, haciendo lo que hacían mejor, sostener sus armas y esperar la señal para disparar. Carmichael les lanzó las cadenas a ellos.
– ¡Átenla! -dijo-. ¡Ahora!
Antes de que pudieran moverse, Bauer se resistió y me lanzó volando de nuevo. Esta vez me quedé el suelo un momento más para recobrar el aliento. Dejé que los malditos guardias lo manejaran. Dejé que Carmichael lo manejara. Ella era la que había rechazado retener correctamente a Bauer.
Bauer dejó de luchar y se quedó quieta como una estatua. Los cuatro guardias rodearon la cama, tensos, cadenas en mano, parecían oficiales de control de animales esperando para lanzar una red a un perro rabioso, sin que ninguno quisiera hacer el primer movimiento. Sudor goteaba por la cara de Bauer y su boca colgaba abierto, jadeante. Movió la cabeza de un lado al otro, sus ojos revisando el cuarto. Salvaje y en blanco, pasaron de los guardias, a mí, luego a Carmichael. Se detuvieron en un punto vacío a su izquierda, y embistió hacia adelante, contenida sólo por las sábanas rasgadas.
– ¡Fuera de aquí! -gritó.
Nadie estaba allí.
Avancé lentamente, manteniendo mis movimientos cuidadosos como si se tratara de evitar que un animal salvaje me notara.
– Tenemos que retenerla -susurré.
Nadie se movió.
– Dame esos -dijo Carmichael, avanzando para arrebatar las cadenas del guardia más cercano.
– No -dije-. Déjalos hacerlo. Me acercaré e interferiré si ella ataca. Ten un sedante listo y mantente apartada.
Oh, seguro, dándome el trabajo que amenaza la vida. ¿Y para qué? Nadie lo notaría. Nadie se preocuparía. De todos modos, el trabajo tenía que ser hecho. Si yo no lo hiciera, uno de estos estúpidos dispararía su pistola al primer signo de problemas. ¿Entonces dónde quedarían mis proyectos? Muertos y sepultados con Bauer.
Carmichael se giró hacia los guardias -Esperen hasta que Elena esté al lado de la cama. Entonces muévanse rápidamente, pero con cuidado. Sondra no sabe lo que hace. No queremos hacerle daño.
Lo cual, por supuesto, era más fácil de decir que de hacer. Mientras me arrastraba a través del cuarto, Bauer se mantenía quieta, mirando fijamente y blasfemando contra intrusos invisibles. En el momento en que los guardias la tocaron, explotó, reuniendo fuerza inesperada del delirio. Todos trabajando juntos apenas podíamos luchar con ella para mantenerla en la cama.
Una vez que Bauer estuvo controlada, ayudé al guardia más cercano a sujetar sus cadenas. Mientras mis dedos trabajaban en los broches, el brazo de Bauer pareció brillar y contraerse. Sacudí mi cabeza bruscamente, sintiendo el dolor dentro de ella como un carbón candente. Mi visión se emborronó.
– ¿Elena? -Carmichael gruñó mientras luchaba para atar el otro brazo de Bauer.
– Estoy bien.
Cuando trabajé en el nudo, el brazo de Bauer convulsionó, la muñeca se estrechó, la mano se enroscó y se torció en un nudo. No había sido una broma de mis ojos. Estaba Cambiando.
– ¡Elena!
Al oír el grito de Carmichael, brinqué. La mano de Bauer voló de sus cadenas y rasgó el espacio vacío donde mi garganta había estado. Los dedos palmeados y las garras deformes se balancearon a través del aire. Me lancé sobre el pecho de Bauer cuando se puso derecha otra vez.
Un gruñido de rabia hizo erupción y me alejó de un empujón. Con ambas manos libres ahora, Bauer agarró un guardia y lo lanzó a través del cuarto. Él colapsó, inconsciente, contra la pared. La espalda de Bauer se sacudió y torció, grandes masas moviéndose bajo la piel. Ella aulló y se cayó de lado.
– ¡Sédala! -Grité.
– Pero dijiste… -comenzó Carmichael.
– ¡Es demasiado pronto! ¡No está lista! ¡Sédala! ¡Ahora!
El pelo brotó de la espalda de Bauer y de sus hombros. Los huesos se alargaron y se acortaron, y ella lanzó un grito, medio aullido, medio gemido. Su cuerpo entero convulsionó, saltando de la cama, conmigo todavía agarrada a ella. Su cara era irreconocible, una máscara infernal de músculos retorcidos que no eran ni de lobo, ni de humano. Los colmillos sobresalían sobre sus labios. La nariz se había detenido a mitad de camino en la transformación a lobo. El pelo brotaba en penachos. Luego, los ojos. Los ojos de Bauer. No habían cambiado, pero se hinchaban y ponían en blanco, la agonía llameando en ondas. Ella encontró mi mirada, y durante un segundo vi el reconocimiento. Alguna parte de ella había pasado del delirio y estaba consciente, atrapada en ese infierno.
Carmichael pinchó la jeringuilla en el brazo de Bauer. Bauer voló y colgó allí, conmigo sobre su regazo. Su cuerpo se sacudió varias veces, luego soltó un resuello bajo, y sus ojos se ensancharon como si estuviera sorprendida. Parpadeó una vez. Luego se deslizó hacia abajo en la cama.
Me tensé, esperando el siguiente round; entonces el Cambio puso marcha atrás. Esta vez no hubo ninguna violencia o dolor en la transformación. Ella volvió pacíficamente a la forma humana. Cuando fue totalmente humana otra vez, se curvó en posición semifetal y se durmió.
Armen hizo otra visita al hospital. Ayer había sido su chequeo regular. Hoy fingió un dolor de cabeza de migraña con tal delicadeza que ni siquiera Carmichael dudó de sus síntomas, aunque suponía que no era sorprendente, considerando que él era psiquiatra y por lo tanto tenía un grado médico. Retomamos nuestra conversación donde habíamos acabado. Él tenía un plan para escaparse que implicaba otra astucia médica, de modo que lo trajeran hasta el primer piso conmigo, de donde era mucho más fácil escaparse que del bien asegurado bloque de celdas. Nuevamente, él introdujo esto en tal charla ordinaria que tuve que mantener mi propio cerebro alerta para mantenerme al corriente de la interpretación subyacente.
Mientras más hablaba con Armen, más visualizaba mi estratagema con Bauer como un plan de reserva. Armen era un aliado mucho más de mi gusto. Primero, estaba consciente, que era una ventaja definida sobre la comatosa Bauer. Segundo, me recordaba a Jeremy, lo cual aumentaba mi nivel de comodidad en diez veces. Era tranquilo, cortés y apacible, un exterior modesto que disfrazaba una voluntad fuerte y una mente muy afilada, alguien que tomaba la carga por instinto, lo que atenuaba ese autoritarismo con gracia e ingenio y me permitía dejarle tomar la delantera. Confiaba en Armen y me gustaba. Una combinación ideal.
El resto del día pasó tranquilamente, pero la noche lo compensó, molestándome con sueños extraños e inquietantes. Comencé la noche en Stonehaven, jugando en la nieve con Clay y Nick. Estábamos en medio de una lucha de bolas de nieve cuando un nuevo sueño traslapó aquel, cortando la programación de forma parecida a una emisora de radio. En el otro sueño, yacía en la cama mientras Paige intentaba ponerse en contacto conmigo. Los dos sueños se reunían: Un minuto yo sentía la nieve helada goteando por mi cuello, al siguiente yo oía a Paige invocándome. Alguna parte de mí eligió el sueño de las bolas de nieve y trató de bloquear el otro, pero esto no funcionó. Volé por encima de las dos últimas bolas de nieve de Nick, luego una ola de nieve me sumergió, tragando ese sueño y lanzándome en el otro.
– ¿Elena? ¡Maldición, contéstame!
Luché por volver a mis juegos de invierno, pero en vano. Estaba pegada en el sueño de Paige. Maravilloso.
– Elena. Vamos. Despierta.
Incluso en mi sueño, no quería contestar, como si yo supiera que imaginarme hablando con Paige sólo me deprimiría más, recordándome que había estado fuera de contacto durante tres días, una situación que ahora parecía permanente.
– ¿Elena?
Mascullé algo ininteligible incluso para mí.
– ¡Ah ah! Estás allí. Bueno. Espera. Voy a traerte a mi cuerpo. Debes estar advertida esta vez. Jeremy está aquí. Ahora, a la cuenta de tres. ¡Uno, dos, tres, ta-da!
Cinco segundos de silencio. Entonces,
– Oh, mierda.
La maldición de Paige decayó detrás de mí cuando caí a través de pedazos de sueños, como alguien que cambiaba de canales, rechazando el pasar el tiempo suficiente para ver lo que estaba conectado. Cuando esto se detuvo, yo era un lobo. No tenía que verme; podía sentirlo en la forma en que mis músculos se movían, el ritmo perfecto de cada gran paso. Alguien corrió delante de mí, una forma que vacilaba a través de los árboles. Otro lobo. Sabía esto, aunque no pudiera acercarme más que lo suficiente para ver la sombra y el movimiento borroso. Aunque yo fuera el perseguidor, no el acosado, el miedo me atravesaba. ¿A quién perseguía? Clay. Tenía que ser Clay. Ese grado de pánico, de miedo ciego, el miedo a la pérdida y el abandono -yo sólo podría asociarlo con Clay. Él estaba allí, en algún sitio, delante de mí, y yo no podía atraparlo. Cada vez que mis patas golpeaban la tierra, un nombre se repetía en mi cráneo, un grito mental. Pero no era el nombre de Clay. Era el mío propio, repetido miles de veces, latidos que emparejaban con el ritmo de mis piernas. Echando un vistazo hacia abajo, obtuve una visión de mis patas. No eran mis patas. Demasiado grandes, demasiado oscuras -un rubio casi dorado. Las patas de Clay. Delante una cola parecida a un arbusto destellaba a la luz de la luna. Una cola rubia. Me perseguía a mí misma.
Comencé a despertar y a ponerme derecha en la cama. Inclinándome hacia adelante, el pecho pesado, pasé mis manos por mi pelo, pero no era mi pelo, no un enredo largo y enredado, sino unos rizos rapados. Dejé caer mis manos a mi regazo y las contemplé. Manos gruesas, cuadradas, uñas cortadas hasta el final. Las manos de un trabajador, aunque raramente manejaban un instrumento más grande que una pluma. No encallecidas, pero tampoco suaves. Huesos rotos más veces de las que podría contar, cada vez meticulosamente recuperadas, surgiendo sin estropicios excepto un mapa de cicatrices. Yo conocía cada una de esas cicatrices. Podía recordar noches sin poder dormir, preguntando, ¿Dónde te hiciste ésta? ¿Y ésta? Y-ups, yo te hice esta.
Una puerta se abrió.
– No funcionó, ¿verdad? -la voz cansina y enojada de Clay, no desde la entrada, sino aquí, desde la cama.
Jeremy cerró la puerta detrás de él -No, Paige no fue capaz de entrar en contacto. Creyó haberlo hecho, pero algo salió mal.
– Y nos asombramos de ello. Tú confías la vida de Elena a un aprendiz de bruja de veintidós años. ¿Sabías eso, verdad?
– Sé que quiero usar cualquier instrumento posible para encontrar a Elena. Ahora mismo, esa aprendiz de bruja es nuestra mejor esperanza.
– No, no lo es. Hay otro camino. Yo. Puedo encontrar Elena. Pero tú no lo crees.
– Si Paige es incapaz de restablecer el contacto…
– ¡Maldita sea!-Clay agarró un libro de la mesilla de noche y lo lanzó a través del cuarto, golpeando la pared lejana.
Jeremy hizo una pausa, luego continuó, su voz tan tranquila como siempre -Voy a traerte algo para beber, Clayton.
– Quieres decir que vas a sedarme de nuevo. Sedarme, callarme, mantenerme tranquilo, y calmado, mientras Elena está allí sola. No creí que estuviera conversando a través de Paige y ahora ella se ha ido. No me digas que no es mi culpa.
Jeremy no dijo nada.
– Muchas gracias -dijo Clay.
– Sí, eres culpable de que hayamos perdido el contacto esa vez, aunque eso probablemente no explique por qué no podemos ponernos en contacto de nuevo con ella. Seguiremos intentándolo. Mientras tanto, quizás podamos hablar de esta otra idea tuya por la mañana. Ven a verme si cambias de opinión sobre esa bebida. Te ayudará a dormir.
Cuando Jeremy se marchó, el sueño se evaporó. Me moví y giré, de vuelta en el increíble cambio de canales. Chasquido, chasquido, chasquido, pedazos de sueños y recuerdos, demasiado dispersos para tener algún sentido. Luego oscuridad. Un golpe en la puerta. Estaba sentada frente a un escritorio, estudiando minuciosamente un mapa. La puerta estaba detrás de mí. Traté de darme vuelta o gritar un saludo. En vez de eso, sentí mi movimiento de lápiz rasguñando unas palabras en una libreta. Miré la escritura y, sin sorprenderme, reconocí los garabatos de Clay.
El cuarto se confundió, amenazando con volverse oscuro. Algo tiró de mí con ka suave insistencia de la marea, tomándome para apartarme. Luché contra ello. Me gustaba donde estaba, muchas gracias. Este era un buen lugar, un lugar confortador. Sólo sentir la presencia de Clay me hacía feliz, y maldición, merecía un poco de la felicidad, ilusoria o no. La marea se volvió más fuerte, hinchándose hasta ser una resaca. El cuarto se puso negro. Quedé libre y me encontré de vuelta en el cuerpo de Clay. Él había dejado de escribir ahora y estudiaba un mapa. ¿Un mapa de qué? Alguien llamó otra vez a la puerta. Él no respondió. Detrás de él, la puerta se abrió, luego se cerró.
– Clayton -La voz de Cassandra, suave como la mantequilla.
Él no contestó.
– Un gruñido de saludo bastaría -murmuró ella.
– Eso implicaría una bienvenida. ¿No necesitas ser invitada a un cuarto?
– Lo siento. Otro mito que se va al diablo.
– Siéntete libre para continuar.
Cassandra rió entre dientes -Veo que Jeremy te heredó todas las maneras de la familia Danvers. No es que me importe. Yo siempre he preferido la honestidad a la cortesía mentirosa -Su voz se acercó cuando cruzó el cuarto-. Noté tu luz prendida y pensé que podría gustarte unirte a mí para una bebida.
– Me encantaría, pero temo que no compartimos los mismos gustos en fluidos.
– ¿Podrías al menos mirarme mientras me rechazas?
Ninguna respuesta.
– ¿O temes mirarme?
Clay se dio vuelta y encontró sus ojos -Allí. Vete a molestar a otra parte, Cassandra. ¿Qué es eso?
– Ella no volverá, ya sabes.
La mano de Clay se apretó alrededor del lápiz, pero él no dijo nada.
Sentí que tiraban de mis pies otra vez y luché contra ello. En algún sitio en mi cabeza, Paige gritó mi nombre. La resaca se levantó, pero me sostuve firme. Esta era una escena que yo definitivamente no dejaría.
– Ellos no la encontrarán -dijo Cassandra.
– Según tú, deberíamos dejar de intentarlo.
– Sólo quiero decir que esto es un desperdicio de nuestro tiempo. Mejor concentramos nuestros esfuerzos en detener a esta gente. Salvar nuestras vidas, no sólo la de Elena. Si, deteniéndolos a ellos la rescatamos, maravilloso. Si no lo hacemos… apenas es el fin del mundo.
El lápiz se rompió entre los dedos de Clay. Cassandra se acercó más. Cuando la resaca amenazó otra vez, pateé y luché con toda mi fuerza.
Cassandra dio aún otro paso hacia Clay. Lo sentí tensarse y empezar a retroceder, detenerse luego y quedarse quieto.
– Sí, la amas -dijo Cassandra-. Puedo verlo y lo admiro. Realmente lo hago. ¿Pero sabes a cuántos hombres he amado en todos estos años? ¿Amado apasionadamente? Y de aquellos hombres, ¿Sabes cuán pocos nombres recuerdo? ¿Cuán pocos rostros?
– Vete.
– Te pido que te unas a mí en una bebida. Una bebida. Nada más.
– Dije, vete.
Cassandra sólo sonrió y sacudió su cabeza. Sus ojos brillaron ahora con la misma mirada que yo la había visto dar al mesero en el restaurante, sólo que más fuerte. Más hambrienta. Sus dedos rozaron el antebrazo de Clay. Quise gritar para que él mirara lejos, pero estaba impotente de hacer nada, menos mirar y esperar.
– No hagas esa mierda, Cassandra -dijo Clay-. Eso no funciona en mí.
– ¿No?
– No.
Clay miró a Cassandra directamente a los ojos. Ella estaba completamente inmóvil, sólo sus ojos se movían, brillando cada vez más mientras lo contemplaba. Varios minutos pasaron. Entonces Clay avanzó hacia Cassandra. Sus labios se torcieron en una sonrisa triunfante. Mi corazón se detuvo.
– Vete, Cassandra -dijo Clay, su rostro a sólo pulgadas del de ella-. Diez segundos o te lanzaré fuera.
– No me amenaces, Clayton.
– ¿O harás qué? ¿Morderme? ¿Crees que puedes hundir tus dientes en mí antes de que yo te arranque la cabeza? He oído que es una buena cura para la inmortalidad. Cinco segundos, Cassandra. Cinco… cuatro…
La escena se volvió negra. No confusa, no me tiraba. Sólo se detuvo repentinamente. Parpadeé. La luz áspera me cegó. Apreté los ojos. A través de los párpados, vi una luz oscilar a lo lejos. Unos dedos agarraron mi hombro y me sacudieron.
– Levántate y brilla, dormilona.
Una voz. Lamentablemente, no era la voz de Clay. Tampoco la de Cassandra. Ni siquiera la de Paige. Era peor. Diez veces peor. Ty Winsloe. De sueños agradables a visiones inquietantes, para llegar a absolutas pesadillas. Apreté con fuerza mis ojos.
– ¿Qué piensan, chicos? -dijo Winsloe-. ¿Necesita nuestra belleza durmiente un beso para despertarla? Por supuesto, en el cuento de hadas original, ella necesitaba más que un beso…
Mis ojos se abrieron y me puse derecha. Winsloe se rió y acercó una linterna a mi cara, luego la soltó sobre mi cuerpo.
– ¿Siempre duermes con la ropa puesta? -preguntó.
– Esta no es exactamente una suite privada – dije, gruñendo un bostezo-. ¿Qué hora es?
– Las tres pasadas. Necesitamos tu ayuda. Hubo un problema.
Me senté en el borde de la cuna, parpadeando, con mi cerebro luchando para dejar atrás las visiones de Clay y Cassandra. ¿Las tres? ¿De la mañana? ¿Problema? ¿Quería decir que alguien se había escapado? ¿Quién? ¿Por qué necesitaban mi ayuda? ¿Hubo un accidente? ¿Carmichael me necesitaba?
– ¿Eh? -Dije. Bien por las preguntas inteligentes y articuladas. ¿Qué esperan a las tres de la mañana?
Winsloe me sacó de la cama -Te explicaré por el camino.