– ¿Qué le hiciste a la Sra. Bauer? -preguntó Matasumi.
Los guardias habían sacado a Bauer rápidamente luego de que comencé a gritar. Veinte minutos más tarde, habían vuelto con Matasumi. Él ahora esta allí de pie, acusándome sin un rastro de acusación en su voz.
– Le dije a los guardias -Me senté en el borde de mi cama, tratando de relajarme, como si esta clase de cosas pasara cada día-. Ella se inyectó con mi saliva.
– ¿Y por qué haría eso? -preguntó Matasumi.
– La mordedura de un werewolf es un modo de convertirse en werewolf.
– Comprendo eso. Pero por qué… -Él se detuvo-. Oh, ya veo.
¿Él? ¿Realmente lo veía? Lo dudaba. Ninguno de ellos podría entender lo que venía. Yo podía, y estaba intentando con todas mis fuerzas no pensar en ello.
Matasumi aclaró su garganta -Usted afirma que la Sra. Bauer se inyectó…
– La jeringuilla está en el suelo.
Sus ojos vacilaron hacia la aguja, pero no hizo ningún movimiento para recogerla -Usted afirma que ella usó esta jeringuilla…
– No afirmo nada. Le digo lo que pasó. Ella se inyectó en el brazo. Busque la marca de aguja. Pruebe los contenidos de la jeringuilla.
La puerta se abrió. Carmichael se apresuró a entrar, su bata de laboratorio ondeando detrás de ella.
– No tenemos el tiempo para esto -dijo-. Tengo que saber que hacer por ella.
Matasumi hizo a Carmichael aparte -Primero, debemos establecer la naturaleza exacta de la dolencia de la Sra. Bauer. Es muy fácil para la Sra. Michaels afirmar…
– Ella dice la verdad -dijo Carmichael-. Vi la marca de aguja.
Habría sido difícil fallar. Incluso mientras los guardias se habían llevado a Bauer de la celda, yo había visto el punto de inyección, aumentado al tamaño de una pelota de Ping-Pong. Un recuerdo de mi propia mordedura se abrió paso a mi mente, pero lo empujé atrás. Observación fría, clínica. Era el único modo en que podría tratar con esto. Tomar notas de Matasumi.
Carmichael se volvió hacia mí -Tengo que saber tratar con esto. Sondra está inconsciente. Su presión baja. Su temperatura sube. Sus pupilas no reaccionan a los estímulos. Su pulso corre y se vuelve errático.
– No hay nada que yo pueda hacer.
– Tú has pasado por esto, Elena. Sobreviviste.
No dije nada. Carmichael avanzó hacia mí. Me eché atrás en la cama, pero ella se acercó más, empujando su cara contra la mía hasta que pude oler su frustración. Giré mi cabeza. Agarró mi barbilla y tiró mi cara hacia la suya -Ella se está muriendo, Elena. Muriendo horriblemente.
– Eso sólo empeorará.
Sus dedos se apretaron, hundiéndose en los músculos de mi mandíbula -Vas a ayudarle. Si fueras tú la que estuviera allá arriba, yo no me quedaría parada y te miraría morir. Dime como ayudarla.
– ¿Quieres ayudarla? Pon una bala en su cabeza. No es necesario que sea de plata. El plomo regular servirá.
Carmichael empujó mi barbilla y retrocedió para contemplarme -Mi Dios, eres fría.
No dije nada.
– Esto no ayuda -dijo Matasumi-. Trate los síntomas a medida que los veas, Doctora Carmichael. Eso es lo mejor que podemos hacer. Si la Sra. Bauer se infligió esta desgracia a sí misma, entonces todo lo que podemos hacer tratar los síntomas y dejar el resto al destino.
– Eso no es el mejor que podemos hacer -dijo Carmichael, sus ojos horadando los míos.
No quise defenderme. Realmente no quería. Pero el peso de esa mirada deslumbrante era demasiado.
– ¿Qué, exactamente, cree que puedo hacer? – Pregunté-. No corro alrededor de los humanos mordiéndolos y cuidándolos cuando se enferman. ¿Sabes cuántos werewolves recién mordidos he encontrado? Ninguno. Cero. No sucede. Nunca he estado cerca de un werewolf hereditario de mayor de edad. No sé que hacer.
– Has pasado por esto.
– ¿Cree que tomé notas? ¿Sabe lo que recuerdo? Recuerdo el Infierno. Completo, con fuego y azufre, demonios y diablillos, lanzas candentes y hoyos sin fondo, llenos de lava. Recuerdo lo que vi aquí -Golpeé mi palma contra mi frente-. Recuerdo lo que imaginé, lo que soñé. Pesadillas, delirios, eso es todo lo que había. No sé una mierda acerca de la temperatura y la presión sanguínea y la respuesta de las pupilas. Alguien más trató con eso. Y cuando todo terminó, no quise saber lo que él había hecho. Todo lo que quería era olvidar.
– Esas visiones del Infierno -dijo Matasumi-. Quizás podría describirlas para mí más tarde. La unión entre lo sobrenatural y el ritual Satánico…
– Por Dios, déjala en paz -dijo Carmichael-. Por una vez. Déjala en paz.
Salió a zancadas del cuarto. Matasumi se inclinó para coger la jeringuilla, luego se detuvo, hizo señas a un guardia para que lo recogiera, y siguió a Carmichael.
¿Habría ayudado yo a Bauer si pudiera? No lo sé. ¿Por qué debería? Ella me secuestró y me lanzó en una jaula. ¿Le debía algo? Infiernos, no. Si la mujer fue lo bastante estúpida para convertirse en un werewolf, no era mi problema. ¿Hice o dije algo que la hiciera desear es locura increíble? ¿Le conté historias de la vida maravillosa y llena de diversión de un werewolf? Claro que no. ¿Busqué la venganza animándola a hundir esa aguja en su brazo? Absolutamente no. Sí, ella era mi enemiga, pero ella se había hecho esto a sí misma. Entonces, ¿por qué me sentía responsable? No lo era. Incluso una parte de mí lamentaba que no poder ayudar, al menos a aliviar su sufrimiento. ¿Por qué? Porque entendía ese sufrimiento. Esta era otra mujer que se había convertido en werewolf, y tan diferente como nuestras circunstancias eran, no quería que sufriera. El resultado sería seguramente la muerte. Esperaba que ocurriera rápidamente.
Hacia la medianoche, Winsloe entró a mi celda. A través de las sombras de una pesadilla inminente, oí la puerta que la puerta se abría, subconscientemente comprendí que el sonido provenía del mundo verdadero, y me obligué a despertar, agradecida por la diversión. Rodé de la cama para ver a Tyrone Winsloe parado en la entrada de la celda, rodeado por la luz del vestíbulo, presentándose, esperando mi consentimiento. Una oleada de desconcertante de temor me traspasó. Era como tener a Bill Gates en la puerta de mi casa -no importaba cuanto deseaba no sentirme impresionada, no podía evitarlo.
– De modo que tú eres la werewolf hembra -dio un paso dentro, flanqueado de por dos guardias-. Un placer conocerte -dijo con una venia fingida-. Soy Ty Winsloe.
Se presentó a sí mismo, no con modestia, como si yo no pudiera reconocerlo, sino con una presunción zalamera, una presentación tan falsa como su venia. Dado que no respondí rápido, un temblor de molestia perturbó sus facciones.
– El Fuego de Prometeo -dijo, dándome el nombre de su compañía de fama mundial.
– Sí, lo sé.
Su cara se reajustó en una sonrisa satisfecha. Haciendo señas a los guardias para que se quedaran quietos, se adentró más en la celda. Su mirada se paseó lentamente sobre mí, por los alrededores, dándole a mi espalda a un lento vistazo, escudriñándome sin vergüenza, como si yo fuera un potencial esclavo en un mercado romano. Cuando se dio vueltas hasta quedar en frente de mí, su mirada hizo una pausa sobre mi pecho, sus labios curvándose hacia abajo en un ceño fruncido y decepcionado.
– Nada mal -dijo-. Nada que un par de implantes no pueden arreglar.
Entrecerré mis ojos. Él pareció no notarlo.
– ¿Alguna vez lo has pensado? -preguntó, su mirada fija sobre mi pecho.
– No planeo tener niños, pero, si alguna vez lo hago, estoy segura que ellos encontrarán este equipo completamente adecuado.
Él echó su cabeza atrás y se rió como si esta fuera la cosa más graciosa que había oído nunca. Luego se inclinó hacia de mí y posó su mirada sobre mi trasero otra vez.
– Gran trasero, sin embargo.
Me senté. Él sólo sonrió y continuó estudiando mi mitad inferior. Luego quitó un bulto de ropa de encima de la mesa.
– Puedes dejar los vaqueros encima -dijo-. Te traje una falda, pero me gustan los vaqueros. Ese trasero fue hecho para los vaqueros. No me gustan los trasero grandes y flojos.
¿Le gustaban las mujeres con traseros pequeños y tetas grandes? Parece que alguien había jugado con demasiadas muñecas Barbie siendo un niño. Eché un vistazo al montón de ropa, pero no hice ningún movimiento para tomarlo.
– La botas -dijo-. Hay una bolsa allí. Quítate el sujetador.
Lo contemplé, incapaz de creer lo que oía. ¿Era una broma, verdad? Se suponía que los millonarios eran excéntricos, de modo que esta debía ser la extraña idea de Winsloe de una broma pesada. Mientras lo miraba fijamente, sus labios se apretaron, no en una sonrisa, sino de resentimiento.
– Toma la ropa, Elena -dijo, toda la jovialidad fuera de su voz.
Detrás de él, los dos guardias avanzaron, apretando sus armas como si quisieran recordarme su presencia. Bien, tal vez no era una broma. ¿Qué le pasaba a la gente en este lugar? En pocas horas yo había visto a una mujer inteligente convertirse en un werewolf y encontraba a un millonario con la madurez y modo de pensar de un muchacho adolescente. Comparado con este hatajo, yo era completamente normal.
De todos modos, me recordé a mi misma, Tyrone Winsloe era el responsable aquí, y era un hombre acostumbrado a obtener lo que quería cuando lo quería. Pero, si él creía que yo me iba a poner un top para que él pudiera mirar con lascivia mis pechos de calidad inferior, pues una muchacha tiene que poner límites, ¿verdad? Yo habían tratado de hacerlo con los callejeros, aunque sabía como manejarlos. Si ellos hablaban así, los regañaba. Si me tocaban, rompía sus dedos. Ellos no lo querrían de ninguna otra forma. Tal como Logan siempre decía, a los callejeros les gustan que sus mujeres tengan pelotas. Ty Winsloe no era un callejero, pero era un tipo con sus hormonas abrumándolo. Lo suficientemente cerca.
– Mis brazos todavía están quemados -dije, dándome vuelta lejos de la ropa-. Se ven como mierda.
– No me importa.
– A mí sí.
Un largo momento de silencio.
– Te pedí que te pusiera el top, Elena -dijo. Me miró, sus labios curvados en una sonrisa sin sentido del humor, exponiendo los dientes de una manera que cualquier lobo habría reconocido.
Paseé mi mirada desde él a los guardias, arrebaté el top del montón, desechando el impulso de devolver un gruñido de advertencia a Winsloe, y conformándome con la idea de entrar en el cuarto de baño.
Entrar en el cuarto de baño para cambiarse era una pérdida de tiempo, considerando la pared transparente, pero aún así, podría volverle la espalda mientras me cambiaba de camisetas. El top era adecuado para una muchacha pre-púber, más bien dicho, para una muchacha pre- púber pero pequeña. Dejaba al aire mi tórax y marcaba surcos en mis hombros. Mirando hacia abajo, vi que no dejaba absolutamente nada a la imaginación. Primero, era muy ceñido. Segundo, era blanco. Círculos oscuros presionaban contra la tela. Si pescaba siquiera la más leve brisa, no sería sólo eso lo que se presionaría contra la tela. Una ola de furia humillada me inundó. Después de que todo lo que había pasado en las últimas doce horas, esto era el clímax. La paja proverbial. Yo no llevaría esto, yo no… me detuve. ¿Yo no haría qué? Recordé la mirada en los ojos de Winsloe cuando yo había desafiado su orden de cambiarme. Recordé los comentarios de Armen Haig acerca del estado mental de Winsloe. ¿Qué haría Winsloe si yo me negara? ¿Quería realmente tomar ese riesgo sobre algo tan trivial como no desear llevar puesta una camiseta que revelaba todo? Froté mis manos sobre mi cara, resistí al impulso de cruzarme de brazos sobre mi pecho, y marché de vuelta a la celda.
Winsloe estudió mi pecho durante dos minutos enteros. Lo sé porque conté los segundos, luchando para no pasar ese mismo tiempo fantaseando sobre una venganza. Esto no era nada, me dije. Nada. Pero lo era. De alguna manera, ser obligada a alardear de mis tetas delante de este hombre era peor que cualquier tortura que Matasumi podría haber ideado con su caja de juguetes. Comprendí entonces que esta farsa juvenil no tenía nada que ver con hacerme poner una determinada camiseta. Era sobre el poder. Winsloe podía hacerme poner esta camiseta y no había una maldita cosa que yo pudiera hacer sobre ello. Él quería asegurarse de que yo lo sabía.
– Al menos son firmes -dijo Winsloe-. No están mal, realmente, si te gustan pequeños. Creo que las implantaciones harían un buen aporte, sin embargo.
Mordí mi labio. Lo mordí con fuerza suficiente para probar la sangre y desear la suya.
– Un tono asombroso -dijo él, rodeándome-. Delgada y apretada, pero nada de bultos. Estaba preocupado acerco de los bultos. Los músculos en una muchacha son absolutamente escalofriantes.
– Oh, tengo músculos -dije-. ¿Quieres verlos?
Él sólo rió -Ese agujero en la pared me dice todo lo que tengo que saber. Además, vi el vídeo de ti y Lake, aunque supongo que no fue tanto fuerza como astucia. Ingenio rápido. Muy rápido.
– ¿Como está la Sra. Bauer? -Pregunté, esperando cambiar el tema.
– ¿Sabes sobre eso? -Él movió una silla hacia mi mesa de comedor y se sentí allí-. Supongo que lo haces. ¿Extraño, eh? Nadie lo vio venir. Sondra siempre ha sido tan apurada. Nerviosa, incluso. Supongo que es de esas personas rígidas que explotan de peor manera, ¿eh? Acerca de ese vídeo…
– ¿Cómo está ella? -Repetí-. ¿Cuál es el pronóstico?
– De mierda, según lo último que oí. Probablemente no pasará la noche. Ahora, hablando de ese vídeo, tengo algunas noticias que te gustarán -sonrió, la muerte inminente de su socia ya olvidada-. ¿Quieres adivinar cual es?
– Yo no podría ni siquiera empezar a imaginarlas.
– Esta noche envío a tu compañero a su recompensa final. El gran hueso de perrito en el cielo – o en la otra dirección. Vamos a tener una caza.
– ¿Una… caza?
Él brincó de la mesa-.Una caza. Una gran caza de lobito. Esta noche. Larry ha pagado por tu “callejero” y vamos a darle una apropiada despedida -Winsloe chasqueó sus dedos hacia los dos guardias, de cuya presencia en esta debacle yo había estado intentando con fuerza no hacer caso-. Vamos, vamos, muchachos. Suban y digan a sus compañeros que se prepararen para la invitada de honor. Los encontraremos en vigilancia.
Yo había pasado la mayor parte de la media hora pasada bostezando hacia Winsloe. Ahora mi incredulidad se mezcló con algo más. Un horror creciente. ¿Quiso decir lo que creí que quería decir? ¿Iba a cazar a Patrick Lake? ¿Liberarlo y perseguirlo como un premio en un coto de caza? No, debo estar confundida. Tenía que estar confundida.
– ¿Bien? -dijo él, dándose vuelta-. Toma esa chaqueta de la mesa. Hace frío ahí. No querría que pescaras una pulmonía.
– ¿Voy afuera? -Dije lentamente.
Winsloe se rió-.Es seguro como el infierno que no podríamos cazarlo aquí.
Echó su cabeza hacia atrás, ladrando de risa, dándome palmadas en la espalda, y bailando un vals por la celda.