CATELYN

«Robb.» Lo supo en cuanto oyó el coro de ladridos en las perreras.

Su hijo había regresado a Aguasdulces, y con él Viento Gris. El olor del enorme huargo era lo único que provocaba en los perros aquel frenesí de ladridos y aullidos.

«Vendrá a verme», estaba segura. Tras la primera visita, Edmure no había regresado, prefería pasar el día entero con Marq Piper y Patrek Mallister, escuchando los versos de Rymund de las Rimas acerca de la batalla del Molino de Piedra. «Pero Robb no es Edmure —pensó—. Robb querrá verme.»

Hacía días que no dejaba de llover, un aguacero frío y gris a juego con el estado de ánimo de Catelyn. Su padre estaba cada vez más débil, más delirante, sólo se despertaba para murmurar «Atanasia» y suplicar perdón. Edmure la rehuía, y Ser Desmond Grell seguía negándose a dejar que paseara por el castillo libremente, por mucho que pareciera dolerle. Lo único que la animó un poco fue el regreso de Ser Robin Ryger y sus hombres, agotados y empapados hasta los huesos. Al parecer habían regresado a pie. Sin saber cómo, el Matarreyes había conseguido hundir su galera y escapar, según le confió el maestre Vyman. Catelyn pidió permiso para hablar con Ser Robin y averiguar qué había sucedido exactamente, pero se lo negaron.

No era lo único que iba mal. El día que regresó su hermano, pocas horas después de que discutieran, Catelyn había oído voces airadas abajo, en el patio. Cuando subió al tejado para ver qué pasaba, había grupos de hombres reunidos junto a la puerta de entrada. Estaban sacando caballos de los establos, ya ensillados y con riendas, y se oían gritos, aunque estaba demasiado lejos para distinguir las palabras. Uno de los estandartes blancos de Robb estaba tirado en el suelo, y uno de los caballeros hizo dar la vuelta a su caballo para pisotear el huargo mientras picaba espuelas y se dirigía hacia la entrada. Muchos otros lo imitaron.

«Esos hombres lucharon junto a Edmure en los vados —pensó—. ¿Qué ha pasado, por qué están tan furiosos? ¿Acaso mi hermano los ha ofendido, los ha insultado de alguna manera?» Le pareció reconocer a Ser Perwyn Frey, que había viajado con ella a Puenteamargo y a Bastión de Tormentas, y también la había acompañado en el regreso, y a su hermanastro bastardo, Martyn Ríos, pero desde tanta altura no estaba segura. Por las puertas del castillo salieron cerca de cuarenta hombres, sin que ella supiera por qué.

No volvieron. El maestre Vyman se negó a decirle quiénes eran, adónde habían ido o por qué estaban tan furiosos.

—Estoy aquí para cuidar de vuestro padre, mi señora —dijo—, nada más. Vuestro hermano será pronto el señor de Aguasdulces. Si quiere que sepáis algo, os lo tendrá que decir él.

Pero Robb regresaba del oeste, un regreso triunfal. «Me perdonará —se dijo Catelyn—. Tiene que perdonarme, es mi hijo, mi propio hijo. Arya y Sansa son sangre de su sangre, igual que yo. Me liberará de estas habitaciones y entonces sabré qué ha pasado.»

Cuando Ser Desmond acudió a buscarla ya se había bañado, estaba vestida y se había cepillado la melena castaña rojiza.

—El rey Robb ha regresado, mi señora —dijo el caballero—. Ordena que os presentéis ante él en la sala principal.

Era el momento que había soñado y temido. «¿He perdido dos hijos, o tres?» No tardaría en saberlo.

Cuando llegaron, la sala estaba abarrotada. Todos los ojos estaban fijos en el estrado, pero Catelyn conocía las espaldas: la cota de mallas parcheada de Lady Mormont, el Gran Jon y su hijo que superaban en estatura a todos los presentes, el pelo blanco de Lord Jason Mallister, que llevaba el yelmo alado debajo del brazo, Tytos Blackwood con su magnífica capa de plumas de cuervo…

«La mitad de ellos querría ahorcarme al momento. La otra mitad puede que se limitara a mirar hacia otro lado.» Además, tenía la inquietante sensación de que faltaba alguien. «Robb ya no es un niño —comprendió con una punzada de dolor al verlo de pie en el estrado—. Tiene dieciséis años, es un hombre. No hay más que verlo.» La guerra le había afilado las curvas del rostro, y tenía los rasgos finos y duros. Se había afeitado, pero el pelo castaño rojizo le caía hasta los hombros. Las recientes lluvias le habían oxidado la armadura y dejado manchas marrones en el blanco de la capa y el jubón. O puede que fueran manchas de sangre. En la cabeza lucía la corona de espadas que le habían hecho de bronce y de hierro. «Ya se siente más cómodo con ella. La lleva como un rey.»

Edmure estaba en el estrado lleno de gente, con la cabeza inclinada en gesto de modestia mientras Robb alababa su victoria.

—Los caídos en el Molino de Piedra jamás serán olvidados. No es de extrañar que Lord Tywin huyera para luchar contra Stannis. Ya había tenido su ración de norteños y de ribereños. —Aquello provocó una explosión de carcajadas y aclamaciones, y Robb alzó una mano para pedir silencio—. Pero no nos llamemos a error. Los Lannister atacarán de nuevo, y habrá otras batallas antes de que el reino esté a salvo…

—¡Rey en el Norte! —rugió el Gran Jon al tiempo que alzaba el puño enfundado en el guantelete.

—¡Rey del Tridente! —fue el grito de respuesta de los señores del río.

La sala se llenó de gritos, puños alzados en el aire y pies que golpeaban el suelo.

En medio del tumulto, sólo unos pocos advirtieron la presencia de Catelyn y Ser Desmond, pero avisaron a los demás a codazos, y pronto en torno a ella se hizo el silencio. Mantuvo la cabeza erguida e hizo caso omiso de las miradas.

«Que piensen lo que quieran. Lo único que importa es lo que diga Robb.»

Se sintió reconfortada al ver el rostro arrugado de Ser Brynden Tully en el estrado. Al parecer, el escudero de Robb era un muchachito al que no conocía de nada. Tras él había un caballero joven con una sobrevesta color arena adornada con conchas marinas, y otro de más edad cuyo blasón eran tres pimenteros negros en una banda color azafrán sobre un campo de barras de sinople y plata. Entre ellos había una mujer de cierta edad muy atractiva, y una joven que parecía su hija. También vio a una niña que tendría la edad de Sansa. Catelyn sabía que las conchas marinas eran el blasón de una casa menor; en cambio, no reconoció el del hombre de más edad.

«¿Serán prisioneros?» Pero ¿para qué haría Robb subir a los prisioneros al estrado?

Utherydes Wayn golpeó el suelo con el bastón de ceremonias mientras Ser Desmond la escoltaba hacia el estrado.

«Si Robb me mira como me miró Edmure, no sé qué voy a hacer.» Pero lo que brillaba en los ojos de su hijo no era rabia, sino otra cosa… ¿tal vez temor? Aquello no tenía sentido. ¿Por qué iba a tener miedo él? Era el Joven Lobo, el Rey del Tridente y del Norte.

Su tío fue el primero en darle la bienvenida. Tan pez negro como siempre, a Ser Brynden le importaban un bledo las opiniones de los demás. Bajó del estrado y estrechó a Catelyn entre sus brazos.

—Cuánto me alegro de que estés en casa, Cat —le dijo, y ella tuvo que hacer un auténtico esfuerzo para mantener la compostura.

—Yo también me alegro de que estés aquí —susurró.

—Madre.

Catelyn alzó los ojos para mirar a su hijo, tan alto y tan regio.

—Alteza, he rezado por tu regreso sano y salvo. Me dijeron que te habían herido.

—Una flecha en el brazo, en el asalto al Risco. Pero se ha curado bien. Recibí los mejores cuidados posibles.

—Los dioses son bondadosos. —Catelyn respiró hondo. «Dilo de una vez. No hay manera de evitarlo»—. Ya te habrán dicho lo que hice. ¿Te dijeron también por qué?

—Por las chicas.

—Tenía cinco hijos. Ahora tengo tres.

—Sí, mi señora. —Lord Rickard Karstark empujó a un lado al Gran Jon para acercarse al estrado, como un espectro sombrío, con la cota de mallas negra, la barba gris descuidada, el rostro demacrado y gélido—. Y yo sólo tengo un hijo, cuando antes tenía tres. Me habéis robado la venganza.

—Lord Rickard —dijo Catelyn enfrentándose a él con calma—, la muerte del Matarreyes no habría devuelto la vida a vuestros hijos. En cambio, su vida puede comprar la vida de mis hijas.

Aquello no aplacó al señor.

—Jaime Lannister os ha engañado como a una idiota. Lo que habéis comprado es un saco de promesas vanas, nada más. Mi Torrhen y mi Eddard se merecían algo mejor de vos.

—Dejadlo ya, Karstark —retumbó la voz del Gran Jon, que tenía los brazos cruzados sobre el pecho—. Fue la locura de una madre. Las mujeres son así.

—¿La locura de una madre? —Lord Karstark se giró hacia Lord Umber—. Yo digo que fue traición.

—¡Basta! —Por un momento la voz de Robb fue más semejante a la de Brandon que a la de su padre—. Que nadie se atreva a llamar traidora a mi señora de Invernalia en mi presencia, Lord Rickard. —Se volvió hacia Catelyn, y su voz se suavizó—. Daría cualquier cosa por volver a tener al Matarreyes en una celda. Lo liberaste sin mi conocimiento y sin mi permiso… pero sé que lo hiciste por amor. Por Arya y Sansa, y por el dolor de la muerte de Bran y Rickon. El amor no siempre es sabio, lo sé. Puede llevarnos a cometer locuras, pero seguimos a nuestros corazones… allí a donde nos lleven. ¿Verdad, madre?

«¿Es eso lo que he hecho?»

—Si mi corazón me llevó a cometer una locura, de buena gana haré lo que sea necesario para desagraviaros a Lord Karstark y a ti.

—¿Acaso vuestros desagravios calentarán a Torrhen y a Eddard en las tumbas frías donde los metió el Matarreyes? —La expresión del rostro de Lord Rickard era implacable.

Se abrió paso a empujones entre el Gran Jon y Maege Mormont, y salió de la estancia. Robb no hizo ningún gesto para detenerlo.

—Tienes que perdonarlo, madre.

—Sólo si tú me perdonas a mí.

—Ya te he perdonado. Sé lo que es amar tanto que no puedes pensar en otra cosa.

—Gracias —dijo Catelyn, inclinando la cabeza. «Al menos, no he perdido a este hijo.»

—Tenemos que hablar —siguió Robb—. Mis tíos, tú y yo. De esto… y de otras cosas. Mayordomo, da por terminada la audiencia.

Utherydes Wayn golpeó el suelo con el bastón de ceremonias y despidió a los presentes, y tanto los señores del río como los norteños se dirigieron hacia las puertas. Sólo entonces comprendió Catelyn qué había echado en falta.

«El lobo. El lobo no está aquí. ¿Dónde está Viento Gris?» Sabía que el huargo había regresado con Robb, había oído ladrar a los perros, pero no estaba en la sala, no estaba al lado de su hijo, que era su lugar.

Pero, antes de que pudiera preguntar nada a Robb, se encontró rodeada por un círculo de personas deseosas de mostrarle sus simpatías. Lady Mormont le tomó la mano.

—Mi señora, si Cersei Lannister tuviera prisioneras a dos de mis hijas, yo habría hecho lo mismo.

El Gran Jon, nada partidario de respetar las convenciones sociales, la levantó en vilo y le apretó los brazos con unas manos enormes y velludas.

—Vuestro cachorro de lobo vapuleó una vez al Matarreyes y lo volverá a vapulear si hace falta.

Galbart Glover y Lord Jason Mallister fueron más fríos, y Jonos Bracken se mostró casi gélido, pero al menos hablaron con cortesía. Su hermano fue el último en acercarse a ella.

—Yo también rezo por tus hijas, Cat. Espero que no lo pongas en duda.

—Claro que no. —Le dio un beso—. Gracias.

Una vez dicho todo, la sala principal de Aguasdulces quedó desierta, a excepción de Robb, los tres Tully, y los seis desconocidos que Catelyn no conseguía ubicar. Los miró con curiosidad.

—Mi señora, señores, ¿habéis abrazado recientemente la causa de mi hijo?

—Recientemente, sí —dijo el caballero más joven, el de las conchas marinas—. Pero nuestro valor es fiero y nuestra lealtad, firme, como espero poder demostraros pronto, mi señora.

Robb parecía incómodo.

—Madre —dijo—, permite que te presente a Lady Sybell, esposa de Lord Gawen Westerling del Risco. —La mujer mayor se adelantó con gesto solemne en el semblante—. Su esposo fue uno de los señores que hicimos prisioneros en el Bosque Susurrante.

«Westerling, claro —pensó Catelyn—. Su blasón son seis conchas marinas blancas sobre campo de arena. Una casa menor, vasallos de los Lannister.»

Robb fue llamando por turno al resto de los desconocidos.

—Ser Rolph Spicer, el hermano de Lady Sybell. Era el castellano del Risco cuando lo tomamos. —El caballero de los pimenteros inclinó la cabeza. Era un hombre robusto, con la nariz rota y la barba gris rala, y tenía aspecto de valiente—. Los hijos de Lord Gawen y Lady Sybell. Ser Raynald Westerling. —El caballero de las conchas marinas sonrió por debajo del poblado bigote. Joven, delgado y tosco, tenía unos dientes bonitos y una espesa mata de cabello castaño—. Elenya. —La niñita hizo una reverencia rápida—. Rollam Westerling, mi escudero.

El chico hizo gesto de arrodillarse, vio que nadie más lo hacía, y en lugar de ello se dobló en una reverencia.

—Es un honor —dijo Catelyn.

«¿Será posible que Robb se haya ganado la lealtad del Risco?» Si era así, no tenía nada de extraño que los Westerling lo acompañaran. Roca Casterly no se tomaba bien las traiciones como aquélla. Al menos, no desde que Tywin Lannister había tenido edad suficiente para ir a la guerra…

La doncella fue la última en dar un paso adelante y lo hizo con timidez. Robb le tomó la mano.

—Madre, tengo el gran honor de presentarte a Lady Jeyne Westerling. La hija mayor de Lord Gawen y mi… mi señora esposa.

El primer pensamiento que pasó por la cabeza de Catelyn fue: «No, no es posible, no eres más que un niño».

El segundo fue: «Además, estás prometido con otra».

El tercero fue: «Que la Madre se apiade de nosotros, Robb, ¿qué has hecho?».

Sólo entonces, ya tarde, cayó en la cuenta. «¿El amor puede llevarnos a cometer locuras? Me ha llevado por donde ha querido. A los ojos de todos parece que ya lo he perdonado». De mala gana, pese al enfado, sentía también admiración. La puesta en escena había sido digna de un genio del teatro… o de un rey. Catelyn no tenía más opción que tomar las manos de Jeyne Westerling.

—Tengo una nueva hija —dijo con voz más tensa de lo que habría querido. Besó a la aterrada muchacha en ambas mejillas—. Te doy la bienvenida a nuestras salas y a nuestras chimeneas.

—Gracias, mi señora. Os juro que seré una buena esposa para Robb. Y una reina tan sabia como pueda.

«Una reina. Sí, esta chiquilla hermosa es una reina, no lo debo olvidar.» No cabía duda de que era hermosa, con aquella melena castaña, el rostro en forma de corazón y la sonrisa tímida. Catelyn advirtió que era esbelta, pero tenía buenas caderas. «Al menos no tendrá problemas a la hora de parir hijos.»

—Esta unión con la Casa Stark es un gran honor para nosotros, mi señora —intervino Lady Sybell, antes de que nadie añadiera nada más—, pero estamos muy cansados. Hemos recorrido una larga distancia en muy poco tiempo. ¿No sería mejor que nos retirásemos a nuestros aposentos para que podáis hablar con vuestro hijo?

—Sería lo mejor, sí. —Robb besó a su Jeyne—. El mayordomo os buscará unas habitaciones adecuadas.

—Yo os llevaré a verlo —se ofreció Edmure Tully.

—Sois muy amable —dijo Lady Sybell.

—¿Me voy yo también? —preguntó el muchachito, Rollam—. Soy vuestro escudero.

—Pero ahora no hace falta que me escudes —dijo Robb riéndose.

—Ah.

—Su Alteza se las ha arreglado sin ti durante dieciséis años, Rollam —dijo Ser Raynald de las conchas marinas—. Me imagino que podrá sobrevivir unas horas más. —Cogió con firmeza la mano de su hermano pequeño y salió de la estancia.

—Tu esposa es muy bella —dijo Catelyn cuando estuvieron lejos—, y los Westerling parecen personas honorables… aunque Lord Gawen es vasallo de Tywin Lannister, ¿no?

—Sí. Jason Mallister lo hizo prisionero en el Bosque Susurrante y lo tiene retenido en Varamar hasta que se pague el rescate. Por supuesto voy a liberarlo, aunque puede que no quiera unirse a mí. Lamento decirte que nos casamos sin su consentimiento, y este matrimonio lo pone en peligro. El Risco no es fuerte. Por amarme, Jeyne podría perderlo todo.

—Y tú —señaló en voz baja—, has perdido a los Frey.

La mueca de su hijo lo decía todo. Catelyn entendía ya los gritos furiosos y por qué Perwyn Frey y Martyn Ríos se habían marchado de manera tan precipitada pisoteando el estandarte de Robb.

—Me da miedo preguntarte cuántas espadas aporta tu esposa, Robb.

—Cincuenta. Una docena de caballeros.

Lo dijo con voz lúgubre, y razones tenía para ello. Cuando se pactó el matrimonio en Los Gemelos, el viejo Lord Walder Frey había enviado a Robb un millar de caballeros montados y casi tres mil de a pie.

—Jeyne no es sólo hermosa, también es inteligente. Y bondadosa. Tiene un corazón gentil.

«Lo que necesitas son espadas, no corazones gentiles. ¿Cómo has podido hacer esto, Robb? ¿Cómo has podido ser tan inconsciente, tan tonto? ¿Cómo has podido ser tan… tan… joven?» Pero los reproches no servirían de nada.

—Cuéntame cómo has llegado a esto —se limitó a decir.

—Yo tomé su castillo y ella tomó mi corazón. —Robb esbozó una sonrisa—. La guarnición del Risco era débil, así que lo tomamos por asalto una noche. Walder el Negro y el Pequeño Jon iban al frente de dos grupos de escalo en las murallas, y yo comandaba el que atacó la puerta de entrada con un ariete. Me alcanzó una flecha en el brazo justo antes de que Ser Rolph nos rindiera el castillo. Al principio no parecía nada, pero luego la herida se infectó. Jeyne me había cedido su cama y cuidó de mí hasta que pasó la fiebre. También estaba conmigo cuando el Gran Jon me llevó las noticias de… de Invernalia. De Bran y Rickon. —Por lo visto le costaba pronunciar los nombres de sus hermanos—. Aquella noche, ella me… me consoló, madre.

No hacía falta que nadie le dijera a Catelyn cómo había consolado Jeyne Westerling a su hijo.

—Y al día siguiente, te casaste con ella.

—Era la única opción honorable que tenía. —Robb la miró a los ojos, orgulloso y abatido a la vez—. Es gentil y bondadosa, madre; será una buena esposa.

—Es posible. Pero eso no aplacará a Lord Frey.

—Ya lo sé —respondió su hijo, afligido—. Quitando las batallas, en el resto no he hecho más que meter la pata, ¿verdad? Pensaba que las batallas serían lo más difícil, pero… Si te hubiera hecho caso y hubiera conservado a Theon como rehén, aún dominaría el norte, y Bran y Rickon estarían sanos y salvos en Invernalia.

—Puede que sí. Y puede que no. Tal vez Lord Balon habría intervenido de todos modos. La última vez que quiso ganar una corona le costó dos hijos. Es posible que le pareciera una ganga perder sólo uno en esta ocasión. —Le puso una mano en el brazo—. Después de que te casaras, ¿qué pasó con los Frey?

—Tal vez habría podido desagraviar a Ser Stevron —dijo Robb sacudiendo la cabeza—, pero Ser Ryman es un verdadero zoquete, y en cuanto a Walder el Negro… te aseguro que no le pusieron el nombre por el color de la barba. Llegó a decirme que sus hermanas no harían ascos a casarse con un viudo. Lo habría matado en aquel momento si Jeyne no me hubiera suplicado que tuviera misericordia.

—Has insultado muy gravemente a la Casa Frey, Robb.

—No era mi intención. Ser Stevron murió por mi causa, y Olyvar era el escudero más leal que un rey puede pedir. Quiso quedarse conmigo, pero Ser Ryman se lo llevó junto con todos los demás. Junto con todos sus hombres. El Gran Jon insistió en que los atacara…

—¿En que lucharas contra los tuyos en medio de tus enemigos? Habría sido el final para ti.

—Sí. Pensé que tal vez podríamos acordar otros matrimonios para las hijas de Lord Walder. Ser Wendel Manderly se ofreció a casarse con una, y el Gran Jon dice que sus tíos quieren volver a contraer matrimonio. Si Lord Walder se mostrara razonable…

—No es razonable —replicó Catelyn—. Es orgulloso y susceptible hasta la saciedad. Lo sabes de sobra. Quería ser abuelo de un rey. No lo aplacarás ofreciéndole a dos bandidos ancianos y al segundón del hombre más gordo de los Siete Reinos. No sólo has roto tu juramento, sino que, al desposarte con una mujer de una casa inferior, además has deshonrado a Los Gemelos.

—La sangre de los Westerling —saltó Robb— es de más alta raigambre que la de los Frey. Son un linaje antiguo, descienden de los primeros hombres. Los Reyes de la Roca contrajeron matrimonio a menudo con la Casa Westerling antes de la Conquista, y hace trescientos años hubo otra Jeyne Westerling que fue la reina del rey Maegor.

—Todo eso sólo sirve para hurgar en la herida de Lord Walder. Siempre le ha molestado que otras casas más antiguas despreciaran a los Frey y los considerasen advenedizos. No es la primera vez que se siente insultado de esta manera. Jon Arryn no quiso acoger a sus nietos como pupilos, y mi padre rechazó el ofrecimiento de una de sus hijas para casarse con Edmure.

Inclinó la cabeza en dirección a su hermano, que en aquel momento volvía a reunirse con ellos.

—Alteza, sería mejor que siguiésemos con esta conversación en privado —dijo Brynden Pez Negro.

—Sí. —Robb tenía voz de cansancio—. Daría lo que fuera por una copa de vino. Vamos a la sala de audiencias.

Mientras subían por las escaleras, Catelyn planteó la pregunta que la había estado atormentando desde que había entrado en la sala.

—Robb, ¿dónde está Viento Gris?

—En el patio, con una pata de carnero. Le he dicho al encargado de las perreras que le diera de comer.

—Antes siempre lo tenías a tu lado.

—Los lobos no deben estar entre cuatro paredes. Viento Gris está inquieto, ya lo has visto. Gruñe y lanza dentelladas. No debería haberlo llevado conmigo a las batallas. Ha matado a demasiados hombres como para tener miedo de ninguno. Jeyne se pone muy nerviosa cuando lo tiene cerca, y a su madre le da mucho miedo.

«Así que ése es el motivo», pensó Catelyn.

—Es parte de ti, Robb. Tener miedo de Viento Gris es tener miedo de ti.

—Me llamen como me llamen, yo no soy un lobo. —Robb parecía molesto—. Viento Gris mató a un hombre en el Risco y a otro en Marcaceniza, y también a seis o siete en el Cruce de Bueyes. Si hubieras visto…

—Vi cómo el lobo de Bran le desgarraba la garganta a un hombre en Invernalia —replicó, cortante—. Y jamás había presenciado un espectáculo tan bello.

—Esto fue muy diferente. El hombre al que mató en el Risco era un caballero al que Jeyne conocía de toda la vida. Es normal que tenga miedo. Además, a Viento Gris tampoco le gusta su tío. Cada vez que ve a Ser Rolph le enseña los dientes.

—Aleja de ti a Ser Rolph. —Catelyn sintió un escalofrío—. Lo antes posible.

—¿Adónde quieres que lo envíe? ¿De vuelta al Risco, para que los Lannister puedan clavar su cabeza en una pica? Jeyne lo quiere mucho. Es su tío, y también un buen caballero. Necesito más hombres como Rolph Spicer, no menos. No voy a deportarlo sólo porque a mi lobo no le guste su olor.

—Robb. —Se detuvo y lo cogió por el brazo—. Te dije que conservaras cerca y bien vigilado a Theon Greyjoy, y no me hiciste caso. Hazme caso ahora. ¡Manda lejos a ese hombre! No te estoy diciendo que lo destierres. Asígnale alguna misión para la que haga falta un hombre valiente, encomiéndale una tarea honorable, no importa cuál… ¡Pero que no esté cerca de ti!

—¿Quieres que haga que Viento Gris olfatee a todos mis caballeros? —preguntó el muchacho con el ceño fruncido—. Puede que haya otros cuyo olor no le guste.

—No quiero cerca de ti a ningún hombre al que Viento Gris no quiera. Estos lobos son más que lobos, Robb. Lo sabes de sobra. Creo que tal vez nos los enviaron los dioses. Los dioses de tu padre, los antiguos dioses del norte. Cinco cachorros de lobo, Robb, cinco para los cinco hijos de Stark…

—Seis —replicó Robb—. También había un lobo para Jon. Yo fui quien los encontró, por si no te acuerdas. Sé muy bien cuántos había y de dónde vienen. Y antes pensaba lo mismo que tú, que los lobos eran nuestros guardianes, nuestros protectores. Hasta que…

—Sigue —lo apremió.

Robb apretó los labios.

—Hasta que me dijeron que Theon había asesinado a Bran y a Rickon. De mucho les sirvieron los lobos. Ya no soy un niño, madre. Soy un rey y sé cuidarme solo. —Dejó escapar un suspiro—. Buscaré algún pretexto para enviar lejos a Ser Rolph. No por cómo huela, sino para estés tranquila. Ya has sufrido demasiado.

Catelyn, aliviada, le dio un beso en la mejilla antes de que los demás llegaran al recodo de la escalera, y por un momento volvió a ser su hijo, no su rey.

La sala privada de audiencias de Lord Hoster era una estancia pequeña, situada sobre la sala principal, y más adecuada para reuniones familiares. Robb ocupó el asiento de la tarima, se quitó la corona y la puso en el suelo junto a él, mientras Catelyn llamaba al servicio para pedir vino. Edmure no paraba de contar a su tío todo lo relativo a la batalla en el Molino de Piedra. El Pez Negro esperó a que los criados se marcharan antes de carraspear para aclararse la garganta.

—Ya estoy harto de escuchar cómo te vanaglorias, sobrino.

—¿Cómo me vanaglorio? —Edmure se quedó boquiabierto—. ¿Qué quieres decir?

—Quiero decir —replicó el Pez Negro— que tendrías que estar agradecido a Su Alteza por su magnanimidad. Ha representado esa farsa en la sala principal para no humillarte delante de los tuyos. Si hubiera dependido de mí, en vez de alabarte por esa locura de los vados te habría hecho despellejar.

—Muchos hombres valientes murieron para defender esos vados, tío. —Edmure parecía rabioso—. ¿Qué pasa, nadie puede conseguir una victoria más que el Joven Lobo? ¿Te he robado parte de la gloria, Robb?

—Llámame «alteza» —lo corrigió Robb con voz gélida—. Me juraste lealtad como tu rey, tío. ¿O también te has olvidado de eso?

—Tenías orden de defender Aguasdulces, Edmure —dijo el Pez Negro—. Nada más.

—Defendí Aguasdulces y además le di una bofetada en la cara a Lord Tywin…

—Exacto —dijo Robb—. Pero con bofetadas no vamos a ganar esta guerra. ¿No te paraste a pensar por qué nos quedábamos en el oeste tanto tiempo después de lo del Cruce de Bueyes? Sabías que no tenía suficientes hombres para atacar Lannisport ni Roca Casterly.

—Pues… porque había otros castillos… oro, ganado…

—¿Pensaste que nos estábamos dedicando al saqueo? —Robb lo miró, incrédulo—. Yo quería que Lord Tywin viniera al oeste, tío.

—Nosotros íbamos a caballo —dijo Ser Brynden—. El ejército Lannister iba en su mayor parte a pie. Nuestro plan era acosar a Lord Tywin a lo largo de la costa y obligarlo a seguirnos, luego situarnos en su retaguardia y ocupar una posición defensiva fuerte de lado a lado del camino del oro, en un lugar que habían encontrado mis exploradores, y donde el terreno nos favorecería en gran medida. Si se hubiera enfrentado a nosotros allí habría pagado un precio muy alto. Pero si no atacaba habría quedado atrapado en el oeste, a mil leguas de donde hacía falta su presencia. Y durante todo ese tiempo nos alimentaríamos de sus tierras, en vez de alimentarse él de las nuestras.

—Lord Stannis estaba a punto de caer sobre Desembarco del Rey —dijo Robb—. Tal vez nos hubiera librado de Joffrey, de la reina y del Gnomo, todo de un golpe. Y entonces quizá habríamos podido firmar la paz.

—No me lo dijisteis. —Edmure miraba alternativamente a su tío y a su sobrino.

—Te dije que defendieras Aguasdulces —le espetó Robb—. ¿Acaso no estaba clara la orden?

—Al detener a Lord Tywin en el Forca Roja —prosiguió el Pez Negro—, lo retrasaste lo justo para que llegaran hasta él jinetes de Puenteamargo, con las noticias de lo que estaba sucediendo en el este. Lord Tywin dio media vuelta a su ejército de inmediato, se reunió con Mathis Rowan y Randyll Tarly cerca del nacimiento del Aguasnegras, y avanzaron a marcha forzada hasta la Cascada del Volatinero, donde se reunieron con Mace Tyrell y dos de sus hijos, que los esperaban con un gran ejército y una flota de barcazas. Bajaron por el río, desembarcaron a medio día a caballo de la ciudad y atacaron a Stannis por la retaguardia.

Catelyn recordó la corte del rey Renly tal como la había visto en Puenteamargo. Un millar de rosas doradas ondeando al viento, la sonrisa tímida y las palabras gentiles de la reina Margaery, la venda ensangrentada en torno a las sienes de su hermano, el Caballero de las Flores.

«Hijo mío, si tenías que caer en los brazos de alguna mujer, ¿por qué no fue en los de Margaery Tyrell? —La riqueza y el poderío de Altojardín habrían supuesto una gran diferencia en las batallas que aún estaban por llegar—. Además, puede que a Viento Gris le hubiera gustado su olor.»

—Yo no tenía intención de… —Edmure tenía el rostro ceniciento—. De verdad, Robb… ¡Tienes que permitirme que haga algo para reparar mi error! ¡Iré al mando de la vanguardia en la próxima batalla!

«¿Para reparar tu error, hermano? ¿O lo haces por la gloria?»

—La próxima batalla —dijo Robb—. No falta mucho, desde luego. En cuanto Joffrey contraiga matrimonio, los Lannister volverán a atacarme, y no cabe duda de que los Tyrell les darán todo su apoyo. Y si Walder el Negro se sale con la suya, puede que también tenga que luchar contra los Frey…

—Mientras Theon Greyjoy se siente en el trono de tu padre —dijo Catelyn a su hijo— con las manos manchadas con la sangre de tus hermanos, el resto de los enemigos tendrán que esperar. Tu primera obligación es defender a tu pueblo, recuperar Invernalia, colgar a Theon en una jaula para cuervos y dejarlo morir muy lentamente. O eso, o quitarte para siempre esa corona, Robb, porque los hombres sabrán que no eres un verdadero rey.

Por la mirada que le dirigió Robb, era evidente que hacía mucho que nadie se atrevía a hablarle de manera tan brusca.

—Cuando me dijeron que Invernalia había caído, quise volver al norte de inmediato —dijo con cierto tono defensivo en la voz—. Quise liberar a Bran y a Rickon, pero creía… Nunca imaginé que Theon les pudiera hacer daño, de verdad. Si hubiera…

—Es demasiado tarde para cambiar el pasado —dijo Catelyn—, demasiado tarde para rescatar a nadie. Ya sólo nos queda la venganza.

—Con las últimas noticias que llegaron del norte —dijo Robb— nos enteramos de que Ser Rodrik había derrotado a un ejército de hombres del hierro cerca de la Ciudadela de Torrhen y estaba reuniendo un ejército en el Castillo Cerwyn para recuperar Invernalia. Puede que ya lo haya logrado. Hace tiempo que no llegan mensajes. Además, ¿qué sería del Tridente si volviera ahora al Norte? No puedo pedir a los señores del río que abandonen a su gente.

—No —dijo Catelyn—. Déjalos aquí para que cuiden de los suyos y recupera el norte con norteños.

—¿Cómo quieres llevar a los norteños hasta el norte? —preguntó su hermano Edmure—. Los hombres del hierro controlan el mar del Ocaso. Los Greyjoy ocupan Foso Cailin, y jamás ha habido ejército capaz de tomar esa fortaleza por el sur. Incluso marchar hacia allí sería una locura. Podríamos quedar atrapados en el camino, con los hombres del hierro delante y una horda de Freys furiosos a la espalda.

—Tenemos que volver a ganarnos a los Frey —dijo Robb—. Si contamos con ellos, todavía tendremos alguna posibilidad de vencer, aunque no muchas. Sin ellos no veo esperanza. Estoy dispuesto a conceder a Lord Walder lo que quiera: disculpas, honores, tierras, oro… Tiene que haber algo que apacigüe su orgullo.

—Algo no —dijo Catelyn—. Alguien.

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