SANSA

La escalerilla que llevaba al castillo de proa era empinada y estaba llena de astillas, de manera que Sansa aceptó la mano que le tendía Lothor Brune.

«Ser Lothor», tuvo que recordarse; lo habían armado caballero por su valor en la batalla del Aguasnegras, aunque ningún caballero luciría aquellos calzones remendados ni las botas tan gastadas, o aquel jubón de cuero que el agua salada había desgastado y agrietado. Brune era un hombre callado, regordete, de rostro cuadrado y nariz aplastada, y tenía una mata de pelo gris. «Pero es más fuerte de lo que parece.» Lo sabía por la facilidad con que la levantaba, como si no pesara nada.

Ante la proa de la Rey Pescadilla se divisaba una playa inhóspita, azotada por los vientos, desprovista de vegetación. Pese a todo, la recibieron con alegría. Habían tardado mucho tiempo en recuperar el rumbo, la última tormenta los había apartado de tierra firme, además de barrer la cubierta de la galera con unas olas tales que Sansa había estado segura de que se hundirían sin remedio. Oyó comentar al viejo Oswell que dos hombres habían caído por la borda y otro más se había precipitado desde el mástil y se había roto el cuello.

Ella no se había atrevido a subir a la cubierta casi nunca. Su camarote era pequeño, húmedo y frío, y Sansa había estado enferma la mayor parte del viaje. Enferma de miedo, enferma de fiebre, enferma con mareos… No conseguía retener nada en el estómago y hasta le costaba dormir. Siempre que cerraba los ojos veía a Joffrey echándose las manos al cuello, desgarrándose la piel de la garganta y agonizando con trozos de empanada en los labios y manchas de vino en el jubón. Y el viento que aullaba entre los aparejos le recordaba el espantoso sonido agudo que había hecho intentando respirar. A veces soñaba también con Tyrion.

—No hizo nada —dijo en cierta ocasión a Meñique cuando fue a verla a su camarote para interesarse por su salud.

—Es cierto que no mató a Joffrey, pero no se puede decir que tuviera las manos limpias. ¿Sabíais que tuvo otra esposa antes que vos?

—Sí, me lo dijo.

—¿Os dijo también que, cuando se aburrió de ella, se la regaló a los guardias de su padre? Puede que con el tiempo os hubiera hecho lo mismo a vos. No derraméis ni una lágrima por el Gnomo, mi señora.

El viento le agitaba el cabello con dedos salados, y Sansa se estremeció. Pese a estar tan cerca de la costa, el movimiento del barco le revolvía el estómago. Necesitaba desesperadamente un baño y ropa limpia.

«Debo de estar demacrada como un cadáver y huelo a vómito.»

Lord Petyr llegó junto a ella tan alegre como siempre.

—Buenos días. La brisa marina es muy tonificante, ¿verdad? A mí siempre me abre el apetito. —Le rodeó los hombros con un brazo en gesto cariñoso—. ¿Os encontráis bien? Estáis tan pálida…

—No es nada, sólo el estómago. Estoy un poco mareada.

—Una copa de vino os sentará bien. Os la serviré en cuanto lleguemos a la orilla. —Petyr señaló en dirección a una vieja torre de sílex que destacaba ante el triste cielo gris mientras las olas rompían contra las rocas a su pie—. Bonita, ¿eh? Mucho me temo que no hay un lugar seguro para anclar, tendremos que ir a la orilla en bote.

—¿Aquí? —No quería desembarcar en aquel lugar. Tenía entendido que los Dedos eran un lugar deprimente, y aquella torrecilla tenía aspecto triste y abandonado—. ¿No me puedo quedar en el barco hasta que zarpemos hacia Puerto Blanco?

—La Rey va a poner rumbo al este, hacia Braavos. Sin nosotros.

—Pero… mi señor, me dijisteis… me dijisteis que íbamos a casa.

—Y ahí está, por pobre que resulte. Mi casa, mi hogar ancestral. Por desgracia no tiene nombre. El asentamiento de un gran señor debería tener nombre, ¿verdad? Invernalia, Nido de Águilas, Aguasdulces… Eso sí que son castillos. Ahora soy el señor de Harrenhal, que suena muy bien, pero ¿qué era antes? ¿El señor de la Cagarruta de Oveja, dueño de Aburrimiento Mortal? No sé, como que les falta algo a esos títulos. —Sus ojos verde grisáceo la miraron con inocencia—. Parecéis decepcionada, ¿pensabais que nos dirigíamos hacia Invernalia, pequeña? Invernalia fue tomada, quemada y saqueada. Todos aquellos a quienes conocíais y amabais han muerto. Los norteños que no se han rendido a los hombres del hierro están luchando entre ellos, hasta han atacado el Muro. Invernalia fue vuestro hogar de la infancia, Sansa, pero ya no sois una niña. Sois una mujer y tenéis que crear vuestro propio hogar.

—Pero no aquí —protestó ella con desaliento—. Es un lugar tan…

—¿Tan pequeño, tan sombrío, tan feo? Sí, todo eso y mucho más. Los Dedos son un lugar precioso si eres una piedra. Pero no tengáis miedo, no nos quedaremos más de un par de semanas. Creo que vuestra tía ya viene a recibirnos. —Sonrió—. Lady Lysa y yo vamos a contraer matrimonio.

—¿Os vais a casar? —Sansa estaba atónita—. ¿Con mi tía?

—El señor de Harrenhal y la señora del Nido de Águilas.

«Dijisteis que a quien amabais era a mi madre.» Pero claro, Lady Catelyn estaba muerta, de manera que aunque hubiera amado a Petyr en secreto y le hubiera entregado su virginidad, ya no tenía importancia.

—Estáis muy callada, mi señora —dijo Petyr—. Pensaba que me daríais vuestra bendición. No es corriente que un niño que nació para heredar piedras y cagarrutas de oveja contraiga matrimonio con la hija de Hoster Tully y viuda de Jon Arryn.

—Señor… Rezo por que viváis juntos muchos años, tengáis muchos hijos y seáis muy felices el uno con el otro.

Habían pasado años desde la última vez que Sansa viera a la hermana de su madre. «Será buena conmigo, lo hará por mi madre, seguro. Es de mi propia sangre.» Y el Valle de Arryn era muy hermoso, lo decían todas las canciones. Tal vez no sería tan malo pasar allí una temporada.

Lothor y el viejo Oswell los llevaron a la orilla en el bote de remos. Sansa iba acurrucada en la proa, abrigada con la capa y con la capucha en la cabeza para protegerse del viento. No podía dejar de preguntarse qué la esperaba. Los criados salieron de la torre para recibirlos: una anciana flaca y una mujer de mediana edad un tanto gruesa, dos viejos de pelo blanco y una niña de dos o tres años con un orzuelo en un ojo. Al reconocer a Petyr se arrodillaron en las rocas.

—Mi servicio —dijo—. A la niña no la conozco, debe de ser otro de los bastardos de Kella. Escupe uno cada pocos años.

Los dos ancianos se metieron en el agua hasta los muslos para levantar a Sansa del bote de manera que no se mojara las faldas. Oswell y Lothor caminaron chapoteando hasta la orilla, al igual que el propio Meñique. Dio un beso en la mejilla a la anciana y sonrió a la más joven.

—¿Quién es el padre de ésta, Kella?

—No os sabría decir, mi señor, no soy de las que dicen que no. —La mujer gorda se echó a reír.

—Cosa que seguro que agradecen mucho los mozos de por aquí.

—Nos alegramos de que estéis en casa, mi señor —dijo uno de los ancianos. Tenía al menos ochenta años, pero llevaba una brigantina claveteada y del costado le colgaba una espada larga—. ¿Cuánto tiempo os vais a quedar?

—Tan poco como me sea posible, Bryen, no temáis. ¿Qué tal está la torre, habitable?

—Si hubiéramos sabido que veníais habríamos puesto juncos frescos en los suelos, mi señor —dijo la vieja—. Hemos encendido la chimenea con bostas secas.

—El olor de la mierda al arder siempre me trae recuerdos de mi hogar. —Petyr se volvió hacia Sansa—. Grisel fue mi ama de cría y ahora se encarga del castillo. Umfred es el mayordomo y Bryen… ¿no te nombré capitán de la guardia la última vez que pasé por aquí?

—Sí, mi señor. También dijisteis que me daríais más hombres, pero se os olvidó. El perro y yo hacemos todas las guardias.

—Y salta a la vista que las hacéis muy bien. Nadie me ha robado ninguna de mis rocas ni de mis cagarrutas de oveja, eso se nota. —Petyr hizo un gesto en dirección a la mujer gorda—. Kella se encarga de mis incontables rebaños. ¿Cuántas ovejas tengo ahora mismo, Kella?

La mujer se paró a pensar un momento.

—Veintitrés, mi señor. Había veintinueve, pero los perros de Bryen mataron una y sacrificamos otras para salar la carne.

—Ah, cordero en salazón. Ahora sí que me siento en casa. Cuando desayune huevos de gaviota y sopa de algas, ya estaré completamente seguro.

—Como queráis, mi señor —dijo la anciana Grisel.

—Vamos a ver si mis estancias son tan lúgubres como las recuerdo. —Lord Petyr hizo una mueca.

Empezó a subir por la costa de rocas resbaladizas cubiertas de algas medio podridas. Al pie de la torre de sílex unas cuantas ovejas pastaban la escasa hierba que crecía entre el redil y el establo de techo de paja. Sansa tuvo que mirar muy bien por dónde pisaba, había excrementos por todas partes.

Vista desde dentro la torre parecía aún más pequeña. Una escalera de piedra sin protecciones ascendía pegada a la pared desde la bodega al tejado. En cada piso no había más que una habitación. Los criados vivían y dormían en la cocina de la planta baja, cuyo espacio compartían con un enorme mastín pinto y media docena de perros ovejeros. Encima había un modesto salón, y en la parte superior estaba el dormitorio. No había ventanas, sólo troneras en el muro exterior situadas a intervalos regulares a lo largo de la curva de la escalera. Sobre la chimenea colgaban una espada larga rota y un escudo de roble astillado con la pintura cuarteada.

Sansa no reconoció el emblema pintado en el escudo, una cabeza de piedra gris con ojos llameantes sobre campo color verde claro.

—Es el escudo de mi abuelo —le explicó Petyr al ver que lo estaba mirando—. Su padre había nacido en Braavos y vino al Valle como mercenario contratado por Lord Corbray, de manera que mi abuelo eligió como emblema la cabeza del Titán cuando lo nombraron caballero.

—Es muy feroz —dijo Sansa.

—Demasiado feroz para un tipo tan afable como yo —sonrió Petyr—. Prefiero mil veces mi sinsonte.

Oswell hizo otros dos viajes a la Rey Pescadilla para descargar provisiones. Entre las cosas que llevó a la orilla había varios toneles de vino, y Petyr sirvió a Sansa una copa tal como había prometido.

—Bebed, mi señora, espero que os calme el estómago.

El hecho de tener suelo firme bajo los pies ya se lo había calmado hasta cierto punto, pero Sansa obedeció, levantó la copa con ambas manos y bebió un sorbo. El vino era excelente, del Rejo, le pareció. Sabía a roble, a fruta y a noches cálidas de verano. Los sabores le estallaban en la boca como flores que se abrieran bajo el sol. Lo único que esperaba era poder retenerlo, Lord Petyr estaba siendo muy amable con ella y no quería echarlo a perder vomitándole encima.

En aquel momento la estaba mirando por encima de su copa, con los claros ojos gris verdoso que reflejaban… ¿Podía ser diversión? ¿O tal vez otra cosa? Sansa no habría sabido decirlo.

—Grisel —llamó a la vieja—, trae algo de comer. Nada indigesto, mi señora está delicada del estómago. ¿Qué tal un poco de fruta? Oswell ha traído naranjas y granadas de la Rey.

Sí, mi señor.

—¿Podría tomar un baño? —le preguntó Sansa.

—Le diré a Kella que traiga agua, mi señora.

Sansa bebió otro sorbo de vino y trató de pensar un tema de conversación cortés, pero Lord Petyr le ahorró la molestia. Esperó a que Grisel y los demás criados se hubieran retirado antes de empezar a hablar.

—Lysa no vendrá sola. Antes de que llegue tenemos que aclarar quién sois.

—¿Quién soy…? No entiendo…

—Varys tiene informadores por todas partes. Si Sansa Stark apareciera en el Valle, el eunuco se enteraría antes de un mes, lo que nos traería… desagradables complicaciones. En estos momentos nadie que se llame Stark está a salvo, así que le diremos a los acompañantes de Lysa que sois mi hija natural.

—¿Natural? —Se espantó Sansa—. ¿Vuestra hija bastarda?

—Bueno, difícilmente podríais ser mi hija legítima; no me he casado nunca, eso lo sabe todo el mundo. ¿Cómo os queréis llamar?

—Pues… Podría llamarme como mi madre…

—¿Catelyn? Demasiado evidente… pero tal vez podáis usar el nombre de mi madre, Alayne. ¿Os gusta?

—Alayne suena muy bien. —Sansa esperaba ser capaz de recordarlo—. Pero ¿no podría ser hija legítima de algún caballero que os sirva? Quizá murió heroicamente en la batalla y…

—No tengo ningún caballero heroico que me sirva, Alayne. Semejante historia sólo conseguiría atraer preguntas indeseadas como un cadáver atrae a los cuervos. En cambio es de mala educación curiosear sobre el origen de los hijos naturales. —Inclinó la cabeza a un lado—. A ver, ¿quién sois?

—Alayne… Piedra, ¿verdad? —Lord Petyr asintió—. Pero ¿quién es mi madre?

—¿Kella?

—No, por favor —suplicó mortificada.

—Era una broma. Vuestra madre fue una noble de Braavos, hija de un príncipe mercader. Nos conocimos en Puerto Gaviota cuando yo estaba al mando del tráfico marítimo. Murió al daros a luz y os dejó en manos de la Fe. Tengo unos cuantos libros piadosos para que les echéis un vistazo, acostumbraos a citarlos. No hay nada que evite las preguntas indeseadas tanto como un montón de balidos religiosos. En cualquier caso, después de florecer decidisteis que no queríais ser una septa y me escribisteis una carta. Así supe de vuestra existencia. —Se acarició la barba con un dedo—. ¿Seréis capaz de recordarlo todo?

—Creo que sí. Será como un juego, ¿verdad?

—¿Os gustan los juegos, Alayne?

Iba a tardar en acostumbrarse al nuevo nombre.

—¿Los juegos? No sé… depende…

Antes de que pudiera decir más regresó Grisel con una gran bandeja en equilibrio que puso entre los dos. Había manzanas, peras, granadas, unas uvas un tanto mustias y una gran naranja sanguina. La anciana les llevó también una hogaza redonda de pan y un cuenco de barro con mantequilla. Petyr cortó una granada en dos con la daga y ofreció la mitad a Sansa.

—Deberíais tratar de comer algo, mi señora.

—Gracias, mi señor.

No era fácil comer granadas sin mancharse, de manera que Sansa escogió una pera y le dio un mordisquito delicado. Estaba muy madura y el jugo le corrió por la barbilla.

Lord Petyr soltó una semilla con la punta de la daga.

—Estoy seguro de que extrañáis muchísimo a vuestro padre. Lord Eddard era un hombre valiente, honesto, leal… Pero, como jugador, un completo desastre. —Se llevó la semilla a la boca con el puñal—. En Desembarco del Rey hay dos tipos de personas, los jugadores y las piezas.

—¿Yo era una pieza? —Temía la respuesta, pero se la imaginaba.

—Sí, pero eso no tiene por qué preocuparos. Todavía sois casi una niña. Todo hombre y toda doncella empiezan siendo piezas, aunque algunos se crean jugadores. —Se comió otra semilla—. Por ejemplo, Cersei. Se cree astuta, pero la verdad es que es predecible hasta el aburrimiento. Su poder depende de su belleza, su noble cuna y su riqueza, y de esas tres cosas sólo la primera es suya en realidad, pero no tardará en abandonarla. Entonces será digna de compasión. Quiere poder, pero cuando lo consigue no sabe qué hacer con él. Todo el mundo quiere algo, Alayne, y cuando uno sabe qué quiere un hombre sabe quién es y cómo manejarlo.

—¿Igual que vos manejasteis a Ser Dontos para que envenenara a Joffrey? —Había tenido que ser Dontos, después de mucho pensarlo estaba segura.

—Ser Dontos el Tinto era un odre de vino con patas —dijo Meñique riéndose—. No se le podía encomendar una tarea de tal importancia, habría hecho una chapuza, o me habría traicionado. No, lo único que tenía que hacer Dontos era sacaros del castillo… y asegurarse de que llevabais puesta la redecilla de plata en el banquete.

«Las amatistas negras.»

—Pero… Si no fue Dontos, ¿quién fue? ¿Es que tenéis… otras piezas?

—Aunque volvierais patas arriba Desembarco del Rey no encontraríais ni un hombre con un sinsonte bordado en el pecho, pero eso no quiere decir que carezca de amigos. —Petyr se dirigió hacia las escaleras—. Oswell, sube un momento para que te vea Lady Sansa.

El anciano apareció segundos más tarde, todo sonrisas y reverencias.

—¿Qué tengo que ver? —preguntó Sansa, mirándolo con inseguridad.

—¿Lo reconocéis? —preguntó Petyr.

—No.

—Miradlo mejor.

Examinó el rostro arrugado y resecado por el viento, la nariz ganchuda, el pelo canoso, las manos grandes y nudosas… Había en él algo que le resultaba familiar, pero Sansa tuvo que hacer un gesto de negación.

—No. Nunca había visto a Oswell antes de subir a su bote, estoy segura.

—No, pero tal vez mi señora conoce a mis tres hijos. —Oswell sonrió mostrando un montón de dientes careados.

Lo de los tres hijos y la sonrisa hicieron que cayera en la cuenta.

—¡Kettleblack! —Sansa abrió los ojos como platos—. ¡Sois un Kettleblack!

—Para servir a mi señora.

—La señora está más que servida. —Lord Petyr lo despidió con un gesto y volvió a concentrarse en la granada mientras Oswell bajaba por la escalera arrastrando los pies—. Decidme, Alayne, ¿qué daga es más peligrosa, la que esgrime un enemigo o la escondida que os pone en la espalda alguien a quien no llegáis a ver?

—La daga escondida.

—Chica lista. —Sonrió con los finos labios teñidos de rojo por las semillas de granada—. Cuando el Gnomo despidió a los guardias de la reina ella hizo que Ser Lancel contratara mercenarios. Lancel dio con los Kettleblack, cosa que a vuestro pequeño esposo le pareció excelente, ya que estaban a sueldo de él a través de Bronn. —Dejó escapar una risita—. Pero había sido yo quien dijo a Oswell que enviara a sus hijos a Desembarco del Rey cuando descubrí que Bronn estaba buscando espadas. Ahí tenéis, Alayne, tres dagas escondidas en el lugar perfecto.

Sansa recordó que Ser Osmund había pasado casi todo el banquete al lado del rey.

—¿De modo que uno de los Kettleblack puso el veneno en la copa de Joff?

—¿Acaso he dicho yo eso? —Lord Petyr cortó en dos la naranja sanguina con la daga y ofreció la mitad a Sansa—. Esos muchachos son demasiado traicioneros para formar parte de un plan así… y Osmund era aún menos digno de confianza después de entrar en la Guardia Real. He descubierto que esa capa blanca tiene un efecto extraño sobre los hombres, hasta sobre hombres como él. —Echó la cabeza hacia atrás y exprimió la naranja sanguina para beberse el zumo—. Me encanta el zumo, pero detesto que se me pongan los dedos pegajosos —dijo al tiempo que se secaba las manos—. Manos limpias, Sansa. Hagáis lo que hagáis, aseguraos de tener siempre las manos limpias.

Sansa se puso un poco de zumo de la naranja en la cuchara.

—Pero si no fueron los Kettleblack y no fue Ser Dontos… Vos ni siquiera estabais en la ciudad y Tyrion no pudo ser…

—¿No se os ocurre nadie más, pequeña?

—No… —Sansa sacudió la cabeza.

—Apuesto cualquier cosa a que en algún momento de la noche alguien os dijo que teníais la redecilla del pelo mal puesta y os la enderezó. —Petyr sonrió.

—No es posible… —Sansa se llevó una mano a la boca—. Si ella quería llevarme a Altojardín, si me iba a casar con su propio nieto…

—Sí, con el amable, piadoso y bondadoso Willas Tyrell. Dad gracias, de menuda os habéis salvado, os habríais muerto de aburrimiento. En cambio la vieja no tiene nada de aburrida, eso seguro. Esa bruja es temible, y no es ni mucho menos tan frágil como aparenta. Cuando llegué a Altojardín para regatear por la mano de Margaery dejó la fanfarria a su señor hijo mientras que ella hacía preguntas inteligentes sobre la naturaleza de Joffrey. Yo lo puse por las nubes, claro… mientras mis hombres hacían correr historias muy preocupantes entre los sirvientes de Lord Tyrell. Así se juega a este juego.

»También sembré la semilla de la idea de que Ser Loras vistiera el blanco. No lo sugerí yo, claro, habría sido demasiado directo, pero algunos hombres de mi partida esparcieron relatos aterradores de cómo la turba había asesinado a Ser Preston Greenfield y violado a Lady Lollys, y se repartieron unas cuantas monedas de plata entre el ejército de bardos de Lord Tyrell para que cantaran las hazañas de Ryam Redwine, Serwyn del Escudo Espejo y el príncipe Aemon, el Caballero Dragón. En las manos adecuadas un arpa puede ser tan peligrosa como una espada.

»Mace Tyrell llegó a pensar que la idea de nombrar miembro de la Guardia Real a Ser Loras como parte del contrato matrimonial había sido suya. ¿Quién mejor para proteger a su hija que su espléndido hermano caballero? Y de paso se libraba de la dura tarea de buscar tierras y esposa para un tercer hijo, cosa que nunca es sencilla y en el caso de Ser Loras resulta doblemente difícil.

»El caso es que Lady Olenna no tenía la menor intención de permitir que Joff hiciera daño a su adorada nieta, pero a diferencia de su hijo también se daba cuenta de que, por debajo de las flores y las ropas exquisitas, Ser Loras es tan impulsivo como Jaime Lannister. Pones a Joffrey, a Margaery y a Loras en una olla y ahí tienes, la receta del guiso de Matarreyes. La anciana también comprendió otra cosa. Su hijo estaba decidido a que Margaery fuera reina, y para eso le hacía falta un rey… Pero no tenía por qué ser Joffrey. Esperad y veréis cómo pronto tenemos otra boda real. Margaery se casará con Tommen. Conservará la corona y la virginidad, dos cosas que no quiere, pero en fin, ¿qué importa? La gran alianza occidental estará a salvo… al menos durante un tiempo.

«Margaery y Tommen.» Sansa no sabía qué decir. Se había encariñado con Margaery Tyrell y con su abuela menuda, siempre tan brusca. Pensó con melancolía en Altojardín, en sus patios y sus músicos, en las barcazas que surcaban el Mander… un lugar tan diferente de aquella playa inhóspita donde se encontraban. «Al menos aquí estoy a salvo. Joffrey está muerto, ya no me puede hacer daño, y ahora únicamente soy una chica bastarda, Alayne Piedra, que no tiene esposo ni derechos.» Además, su tía no tardaría en llegar. La larga pesadilla de Desembarco del Rey había quedado atrás, así como su parodia de matrimonio. Allí podría crear un nuevo hogar, tal como había dicho Petyr.

Pasaron ocho días antes de que llegara Lysa Arryn. Durante cinco de ellos no hizo más que llover, y Sansa se los pasó sentada ante el fuego, aburrida e inquieta, al lado del viejo perro ciego. El animal estaba demasiado enfermo y desdentado para seguir haciendo la ronda de guardia con Bryen, lo único que hacía era dormir, pero cuando le dio una palmadita en la cabeza gimió y le lamió la mano, con lo que se hicieron amigos íntimos. Cuando dejó de llover Petyr la llevó a recorrer sus dominios, cosa que les ocupó menos de medio día. Tal como le había dicho era el dueño de un montón de rocas. Había un lugar donde la marea subía en un chorro de más de diez metros por un agujero del suelo, y otro donde alguien había grabado en una piedra la estrella de siete puntas de los nuevos dioses. Petyr le dijo que marcaba uno de los lugares donde los ándalos habían desembarcado cuando llegaron del otro lado del mar para arrebatar el Valle a los primeros hombres.

Tierra adentro vivían una docena de familias en chozas de piedras amontonadas alrededor de una turbera.

—Mi pueblo —le dijo Petyr, aunque sólo el más viejo de los habitantes parecía conocerlo. También había una cueva de un ermitaño, aunque sin ermitaño—. Ya está muerto, pero cuando era niño mi padre me trajo a verlo. Aquel tipo no se había bañado en cuarenta años, ya os podéis imaginar cómo olía, pero se suponía que tenía el don de la profecía. Me palpó un poco y dijo que sería un gran hombre, y a cambio de eso mi padre le dio un odre de vino. —Petyr soltó un bufido burlón—. Yo le habría podido decir lo mismo por media copa.

Por fin, una tarde gris de mucho viento, Bryen volvió corriendo a la torre con sus perros ladrando tras él para anunciar que se acercaban jinetes procedentes del sudoeste.

—Es Lysa —dijo Lord Petyr—. Vamos, Alayne, salgamos a recibirla.

Se pusieron las capas y esperaron en el exterior. Los jinetes eran apenas una veintena, una escolta muy modesta para la señora del Nido de Águilas. Con ella cabalgaban tres doncellas y una docena de caballeros de su Casa con armaduras y corazas. También la acompañaba un septon y un atractivo bardo de bigote ralo y largos rizos color arena.

«¿Es posible que sea mi tía?» Lady Lysa tenía dos años menos que su madre, pero aquella mujer aparentaba diez más. La espesa cabellera castaño rojiza le llegaba a la cintura, pero bajo el costoso vestido de terciopelo y el corpiño recamado de joyas, el cuerpo se notaba fofo y carnoso. Llevaba el rostro rosado muy pintado y tenía los pechos amplios y caídos; los miembros, gruesos. Era más alta que Meñique y también más pesada; además tampoco mostró ninguna elegancia en su manera torpe de bajarse del caballo.

Petyr se arrodilló para besarle los dedos.

—El Consejo Privado del rey me ordenó cortejarte y ganarme tu corazón, mi señora. ¿Qué dices, me aceptarás como señor y esposo?

Lady Lysa hizo un morrito con los labios y lo ayudó a levantarse para estamparle un beso en la mejilla.

—Bueno, es posible que me deje convencer. —Soltó una risita—. ¿Me has traído regalos que predispongan mi corazón?

—La paz del rey.

—Oh, a la porra la paz del rey, ¿qué más me traes?

—A mi hija. —Meñique hizo un gesto con la mano a Sansa para que se adelantara—. Mi señora, permite que te presente a Alayne Piedra.

Lysa Arryn no pareció nada contenta de verla. Sansa hizo una profunda reverencia con la cabeza inclinada.

—¿Una bastarda? —oyó decir a su tía—. ¿Has sido travieso, Petyr? ¿Quién es la madre?

—Ya está muerta. Quería llevar a Alayne al Nido de Águilas.

—¿Y qué hago allí con ella?

—Se me ocurren un par de cosas —dijo Lord Petyr—, pero ahora mismo me interesa mucho más lo que voy a hacer yo contigo, mi señora.

El gesto adusto se disolvió en el rostro rosado y redondo de su tía, y por un momento Sansa pensó que Lysa Arryn se iba a echar a llorar.

—Cuánto te he echado de menos, mi querido Petyr, no lo sabes, no te lo puedes ni imaginar. Yohn Royce me ha estado causando muchos problemas, no para de exigirme que llame a mis banderizos y vaya a la guerra. Y todos los demás que revolotean a mi alrededor, Hunter, Corbray, ese odioso Nestor Royce… se quieren casar conmigo y tomar a mi hijo como pupilo, pero ninguno me ama de verdad. Sólo tú, Petyr. Llevo tanto tiempo soñando contigo…

—Y yo contigo, mi señora. —La rodeó con un brazo y la besó en el cuello—. ¿Nos podremos casar pronto? ¿Cuándo?

—Ahora —suspiró Lady Lysa—. He traído a mi septon, un bardo y aguamiel para el banquete de bodas.

—¿Aquí? —Aquello no le gustó en absoluto—. Preferiría casarme contigo en el Nido de Águilas, delante de toda tu corte.

—A la porra con mi corte. Ya he esperado demasiado, no soportaría esperar un minuto más. —Lo estrechó entre sus brazos—. Quiero compartir la cama contigo esta noche, mi amor. Quiero que tengamos un hijo, un hermano para Robert o tal vez una niñita adorable.

—Yo también sueño con eso, cariño. Pero nos convendría mucho más una gran boda pública, a la vista de todo el Valle…

—¡No! —Dio una patada contra el suelo—. Te quiero ahora, esta misma noche. Y te lo aviso, después de tantos años de silencio y susurros pienso gritar cuando me hagas el amor. ¡Voy a gritar tan fuerte que me oirán desde el Nido de Águilas!

—¿Y por qué no nos acostamos ahora y nos casamos más adelante?

—Ay, Petyr Baelish, qué malo eres. —Lady Lysa rió como una niña pequeña—. No, he dicho que no, soy la señora del Nido de Águilas, ¡te ordeno que te cases conmigo ahora mismo!

—Será como ordene mi señora —dijo Petyr encogiéndose de hombros—. Como de costumbre, no puedo decirte que no a nada.

Pronunciaron los votos antes de una hora bajo la cúpula azul del cielo, mientras el sol se ponía por el oeste. Después se montaron mesas sobre caballetes bajo el pequeño torreón de sílex y celebraron un banquete a base de codornices, venado y jabalí asado, que pasaron con un buen aguamiel muy ligero. A medida que oscurecía se fueron encendiendo las antorchas. El bardo de Lysa cantó «El voto que no se pronunció», «Las estaciones de mi amor» y «Dos corazones que laten como uno». Incluso varios caballeros jóvenes invitaron a Sansa a bailar. Su tía también bailó; sus faldas giraban cuando Petyr le hacía dar vueltas. El aguamiel y el matrimonio le habían quitado años a Lady Lysa. Se reía de cualquier cosa mientras su esposo la tuviera cogida de la mano y cada vez que lo miraba le brillaban los ojos.

Cuando llegó la hora del encamamiento sus caballeros se la llevaron torre arriba desnudándola por el camino y gritando chistes soeces. «Tyrion me salvó de eso», recordó Sansa. No habría estado tan mal que la desnudaran para el hombre que amaba, que la desnudaran amigos que los querían a ambos… «Pero Joffrey…» No pudo contener un escalofrío.

Su tía sólo traía tres doncellas, de manera que insistieron a Sansa para que las ayudara a desvestir a Lord Petyr y a llevarlo a su lecho nupcial. Él se dejó hacer con buen talante y dando tanto como recibía. Cuando lo tuvieron en la torre y desnudo las otras mujeres tenían los rostros congestionados, los corpiños desanudados, los mantos torcidos y las faldas revueltas. Pero Meñique se limitó a sonreír a Sansa mientras lo llevaban al dormitorio donde lo aguardaba su señora esposa.

Lady Lysa y Lord Petyr tenían el dormitorio del tercer piso para ellos solos, pero la torre era pequeña y, fiel a su palabra, su tía había gritado. Afuera había empezado a llover, de manera que los invitados del banquete tuvieron que trasladarse al salón del piso de abajo y oyeron casi cada palabra.

—Petyr —gemía su tía—. Oh, Petyr, Petyr, mi amado Petyr, ah, ah, ¡ah! Ahí, Petyr, ahí. Ahí es donde tienes que estar. —El bardo de Lady Lysa se lanzó a cantar una versión soez de «La cena de mi señora», pero ni siquiera su voz y su instrumento conseguían imponerse a los gritos de Lysa—. Hazme un hijo, Petyr —aulló—. Hazme un bebé, un bebé. Oh, Petyr, mi amor, mi amor, ¡Peeetyyyr!

El último grito fue tan escandaloso que los perros empezaron a ladrar, y dos de las doncellas de su tía apenas pudieron contener las carcajadas.

Sansa bajó por las escaleras y salió al exterior, a la noche. Una lluvia ligera caía sobre los restos del banquete, pero el aire tenía un olor fresco y limpio. No la abandonaba el recuerdo de su noche de bodas con Tyrion. «En la oscuridad soy el Caballero de las flores —le había dicho—. Podría ser bueno contigo.» No era más que otra mentira Lannister. «Los perros olfatean las mentiras, ¿sabes?», le había dicho en cierta ocasión el Perro. Era casi como si pudiera oír su voz rasposa, su tono brusco. «Mira a tu alrededor y olisquea bien. Esto está lleno de mentirosos… y todos son mejores que tú.» Se preguntó qué habría sido de Sandor Clegane. ¿Sabría que habían matado a Joffrey? ¿Le importaría? Había sido el escudo juramentado del príncipe durante muchos años.

Se quedó allí mucho rato. Cuando por fin se fue a la cama, helada y empapada, sólo quedaban unas brasas de turba en la chimenea del salón oscuro. Arriba ya no se oía nada. El joven bardo estaba sentado en un rincón, tocando una canción queda sólo para sí mismo. Una de las doncellas de su tía besaba a un caballero en la silla de Lord Petyr, ambos tenían las manos perdidas bajo las ropas del otro. Algunos de los caballeros dormían el sueño de los borrachos, otro estaba en el retrete y vomitaba estrepitosamente. Sansa se encontró al perro ciego de Bryen en la pequeña alcoba en que ella dormía bajo las escaleras y se tumbó a su lado. El animal se despertó y le lamió la cara.

—Pobre perro viejo —dijo mientras le acariciaba el pelaje.

—Alayne. —El bardo de su tía estaba de pie junto a ella—. Hermosa Alayne, soy Marillion. Os he visto regresar de la lluvia. La noche es fría y húmeda, deja que te dé calor.

El viejo perro levantó la cabeza y gruñó, pero el bardo le dio un manotazo y el animal gimoteó y se escabulló.

—¿Marillion? —dijo insegura—. Sois… sois muy amable al preocuparos por mí, pero… os ruego que me disculpéis. Estoy muy cansada.

—Lo que estáis es muy bella. Me he pasado la noche componiendo canciones sobre vos. Una melodía sobre vuestros ojos, una balada sobre vuestros labios, un dueto sobre vuestros pechos… Pero no las voy a cantar, resultarían muy pobres, indignas de tanta hermosura. —Se sentó en su cama y le puso una mano en la pierna—. En vez de eso dejad que os cante con mi cuerpo.

—Estáis borracho —le dijo cuando le llegó una bocanada del aliento del bardo.

—Yo no me emborracho nunca. El aguamiel sólo me hace feliz. Estoy en llamas. —Le deslizó la mano muslo arriba—. Y vos también.

—Apartad esa mano. No os estáis comportando.

—Tened piedad de mí, llevo horas cantando canciones de amor. Tengo la sangre alborotada, igual que vos, estoy seguro… No hay mujeres tan lujuriosas como las bastardas. ¿Estáis húmeda de amor por mí?

—¡Soy doncella! —protestó.

—¿De verdad? Oh, Alayne, Alayne, mi hermosa doncella, entregadme el regalo de vuestra inocencia. Luego daréis las gracias a los dioses. Os haré cantar más alto que Lady Lysa.

—Si no me dejáis en paz mi… mi padre os mandará ahorcar. Lord Petyr —amenazó Sansa apartándose de él, asustada.

—¿Meñique? —El bardo rió entre dientes—. Lady Lysa me aprecia mucho y soy el favorito de Lord Robert. Si vuestro padre me ofende lo destruiré con un verso. —Le puso la mano en un pecho y se lo apretó—. Tenéis que quitaros esas ropas empapadas, no querréis que os las arranque. Vamos, mi dulce señora, seguid los dictados de vuestro corazón…

Sansa oyó el susurro del acero sobre el cuero.

—Bardo —dijo una voz ronca—, lárgate de aquí si quieres volver a cantar.

Había muy poca luz, pero vio el destello de una hoja. El bardo también.

—Búscate una moza para ti… —El cuchillo se movió como un relámpago y el hombre gritó—. ¡Me has cortado!

—Te haré algo peor que cortarte si no te vas.

Un instante después Marillion había desaparecido. El otro hombre se quedó allí, mirando a Sansa de pie en la oscuridad.

—Lord Petyr me dijo que cuidara de vos.

Era la voz de Lothor Brune. «No la del Perro, no, claro, era imposible. Tenía que ser Lothor, por supuesto…»

Aquella noche Sansa apenas pudo dormir, se la pasó dando vueltas como cuando había estado a bordo de la Rey Pescadilla. Soñó con la muerte de Joffrey, pero mientras se desgarraba la garganta y la sangre le corría por los dedos vio con espanto que se transformaba en su hermano Robb. También soñó con su noche de bodas, con los ojos de Tyrion que la devoraban mientras se desnudaba. Aunque aquel Tyrion era mucho más alto, era enorme, y cuando se subía a la cama su rostro sólo tenía cicatrices en un lado. «Cantarás para mí», gruñó, y Sansa despertó para encontrarse de nuevo al lado de la cama al perro viejo y ciego.

—Ojalá fueras Dama —le dijo.

Al llegar la mañana, Grisel subió al dormitorio para llevar a los señores una bandeja de pan recién hecho, mantequilla, miel, frutas y nata. Cuando volvió le dijo que se requería la presencia de Alayne. Sansa, todavía adormilada, tardó un momento en recordar que Alayne era ella.

Lady Lysa seguía en la cama, pero Lord Petyr estaba levantado y vestido.

—Tu tía quiere hablar contigo —le dijo mientras se ponía una bota—. Le he dicho quién eres.

«Loados sean los dioses.»

—Os… os lo agradezco, mi señor.

—Ya he tenido más dosis de hogar de lo que puedo aguantar. —Petyr se subió la otra bota—. Partiremos hacia el Nido de Águilas esta tarde.

Besó a su señora esposa, le lamió de los labios una mancha de miel y se dirigió hacia las escaleras.

Sansa se quedó al pie de la cama mientras su tía se comía una pera y la examinaba.

—Ahora lo veo claro —dijo Lady Lysa. Dejó el corazón en la bandeja—. Te pareces mucho a Catelyn.

—Eres muy amable.

—No es un halago. A decir verdad, te pareces demasiado a Catelyn. Habrá que hacer algo al respecto. Te tendremos que oscurecer el pelo antes de llevarte al Nido de Águilas.

«¡Oscurecerme el pelo!»

—Lo que tú digas, tía Lysa.

—No me llames así jamás. No debe llegar a Desembarco del Rey noticia alguna de tu presencia aquí. No pienso poner en peligro a mi hijo. —Mordisqueó un trocito de panal—. He conseguido que el Valle quedara al margen de esta guerra. La cosecha ha sido abundante, las montañas nos protegen y el Nido de Águilas es inexpugnable. Pero de todos modos no quiero atraer las iras de Lord Tywin. —Lysa dejó el panal y se lamió la miel de los labios—. Me ha dicho Petyr que estuviste casada con Tyrion Lannister. Ese enano malvado…

—Me obligaron a casarme con él, yo no quería.

—Tampoco quería casarme yo —dijo su tía—. Jon Arryn no era un enano, pero sí un viejo. A lo mejor ahora al verme no te das cuenta, pero el día de mi boda yo era tan bonita que nadie habría mirado a tu madre. Y lo único que quería Jon eran las espadas de mi padre para ayudar a sus muchachitos. Tendría que haberlo rechazado, pero era tan viejo… ¿cuánto podría vivir? Le faltaban la mitad de los dientes y el aliento le olía a queso podrido. No soporto a los hombres con mal aliento. Petyr siempre lo tiene fresco… Fue el primer hombre al que besé, ¿sabes? Mi padre decía que era de origen demasiado humilde, pero yo sabía que llegaría muy alto. Jon le encargó las aduanas y el tráfico marítimo de Puerto Gaviota para complacerme, pero cuando multiplicó por diez los ingresos mi señor esposo se dio cuenta de lo listo que era y le encomendó otros encargos, hasta lo llevó a Desembarco del Rey para que fuera consejero de la moneda. Fue muy duro verlo todos los días estando casada con aquel hombre tan viejo y tan frío. Jon cumplía con su deber en el dormitorio, pero no me podía dar placer igual que no me podía dar hijos. Su semilla era vieja y floja. Todos mis bebés menos Robert murieron, perdí tres hijas y dos hijos. Perdí a todos mis bebés, y aquel viejo seguía viviendo, y seguía, con su aliento asqueroso… Así que ya ves, yo también he padecido. —Lady Lysa sorbió por la nariz—. ¿Sabes que tu pobre madre ha muerto?

—Me lo dijo Tyrion —asintió Sansa—. Me contó que los Frey la habían asesinado a ella y a Robb en Los Gemelos.

—Tú y yo somos dos mujeres que estamos solas. —De repente a Lady Lysa se le habían llenado los ojos de lágrimas—. ¿Tienes miedo, pequeña? Sé valiente. Jamás abandonaría a una hija de Cat. Nos une la sangre. —Hizo un gesto a Sansa para que se le acercara—. Puedes venir a darme un beso, Alayne.

Ella, obediente, se acercó y se arrodilló junto a la cama. Su tía estaba bañada en perfumes dulces, pero por debajo de ellos olía a leche agria. Sabía a maquillaje y a polvos.

Cuando se levantó y dio un paso atrás Lady Lysa la agarró por la muñeca.

—Ahora dime la verdad —le ordenó con tono brusco—. ¿Estás preñada? No me mientas, si me mientes me daré cuenta.

—No —dijo ella, desconcertada por la pregunta.

—Pero eres una mujer, has florecido, ¿no?

—Sí. —Sansa sabía que aquello no lo podría ocultar mucho tiempo en el Nido de Águilas—. Pero Tyrion no… nunca me… —Se sintió sonrojar—. Todavía soy doncella.

—¿Es que el enano era impotente?

—No. Es que era… era… —«¿Bueno?» No podía decir aquello, su tía lo detestaba—. Tenía… tenía prostitutas, mi señora. Me lo dijo él.

—Prostitutas. —Lysa le soltó la muñeca—. Claro, claro. ¿Qué mujer se iría a la cama con un monstruo así si no fuera por oro? Tendría que haber matado al Gnomo cuando lo tuve en mi poder, pero me engañó. Es un bicho astuto. Su mercenario mató a mi buen Ser Vardis Egen. Catelyn no lo tendría que haber traído aquí, ya se lo dije. Además, cuando se fue se llevó a nuestro tío. No estuvo bien. El Pez Negro era mi Caballero de la Puerta, desde que nos dejó los clanes de las montañas se han vuelto cada vez más insolentes. Bueno, Petyr lo solucionará pronto. Lo nombraré Lord Protector del Valle. —Por primera vez su tía sonrió y fue casi con afecto—. Puede que no parezca tan alto o tan fuerte como otros, pero vale más que ninguno. Confía en él y haz lo que te diga.

—Eso haré, tía… mi señora.

Lady Lysa pareció satisfecha.

—Conocía a ese muchacho, a Joffrey. Siempre estaba insultando a mi Robert, una vez le pegó con una espada de madera. Los hombres te dirán que el veneno es deshonroso, pero las mujeres tenemos otro tipo de honor. La Madre nos hizo para proteger a nuestros hijos, para nosotros la única deshonra es no conseguirlo. Lo sabrás cuando tengas un hijo.

—¿Un hijo? —preguntó Sansa, insegura.

—Aún faltan muchos años para eso. —Lysa hizo un gesto desdeñoso con la mano—. Eres demasiado joven para ser madre. Pero algún día querrás tener hijos, igual que querrás casarte.

—Eh… Ya estoy casada, mi señora.

—Sí, pero pronto enviudarás. Date por satisfecha de que el Gnomo prefiriera a las putas. No estaría muy bien que mi hijo aceptara los despojos de ese enano, pero dado que no llegó a tocarte… ¿Qué te parecería casarte con tu primo, Lord Robert?

La sola idea desalentaba a Sansa. Lo único que sabía de Robert Arryn era que se trataba de un niño enfermizo. «No quiere que me case con su hijo por mí, es por mis derechos. Nadie se casará conmigo por amor, jamás.» Pero las mentiras le salían ya con facilidad.

—Me muero de ganas de conocerlo, mi señora. Aunque todavía es un niño, ¿no?

—Tiene ocho años y mala salud. Pero es un muchachito muy bueno, muy listo e inteligente. Será un gran hombre, Alayne. «La semilla es fuerte», dijo mi señor esposo antes de morir. Fueron sus últimas palabras. A veces los dioses nos dejan atisbar el futuro en nuestro lecho de muerte. No hay motivo para que no os caséis en cuanto tengamos noticia de que tu esposo Lannister ha muerto. Será una boda secreta, claro, no se puede saber que el señor del Nido de Águilas se casa con una bastarda, no sería apropiado. Nada más ruede la cabeza del Gnomo los cuervos nos traerán la noticia desde Desembarco del Rey. Robert y tú os podéis casar al día siguiente, qué maravilla, ¿verdad? Le convendrá tener una amiguita. Solía jugar con el hijo de Vardis Egen cuando volvimos al Nido de Águilas, y también con los hijos de mi mayordomo, pero todos eran muy bruscos y no tuve más remedio que echarlos. ¿Lees bien, Alayne?

—La septa Mordane tenía la gentileza de decir que sí.

—Robert tiene los ojos delicados, pero le gusta que le lean —le confió Lady Lysa—. Lo que más le gustan son las historias con animales. ¿Te sabes la canción del pollo que se disfrazaba de zorro? Se la canto una y otra vez, y no se cansa nunca de ella. También le gusta jugar al salto de la rana, a gira la espada y a entra en mi castillo, pero le tienes que dejar ganar siempre. Es lo más correcto, ¿no te parece? Al fin y al cabo es el señor del Nido de Águilas, no lo debes olvidar. Eres de noble cuna y los Stark de Invernalia siempre fueron orgullosos, pero ahora Invernalia ha caído y no eres más que una mendiga, así que deja a un lado ese orgullo. Dada tu situación la gratitud te conviene mucho más. Sí, y la obediencia. Mi hijo tendrá una esposa agradecida y obediente.

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