Tyrion se vistió en la oscuridad mientras escuchaba la respiración pausada de su esposa en el lecho que compartían. «Tiene pesadillas», pensó al oír murmurar algo a Sansa… tal vez un nombre, aunque eran simples susurros que costaba entender. Como marido y mujer compartían una cama de matrimonio, pero nada más. «Hasta las lágrimas se las guarda para ella.»
Cuando le habló de la muerte de su hermano esperaba una reacción de dolor y rabia, pero el rostro de Sansa permaneció tan impasible que por un momento temió que no lo hubiera entendido. Sólo más tarde, separados ya por una gruesa puerta de roble, la oyó sollozar. Tyrion había valorado la posibilidad de ir con ella y consolarla.
«No —tuvo que decirse—, no querrá que la consuele un Lannister.» Lo único que pudo hacer por ella fue evitarle los detalles más macabros de la Boda Roja a medida que iban llegando de Los Gemelos. Decidió que Sansa no tenía por qué saber cómo habían destrozado y mutilado el cuerpo de su hermano, ni cómo habían tirado el cadáver desnudo de su madre al Forca Verde en una parodia salvaje de las costumbres funerarias de la Casa Tully. Lo que menos falta le hacía a la chiquilla era más alimento para sus pesadillas.
Pero no fue suficiente. Le había envuelto los hombros con la capa, había jurado protegerla, pero no había sido más que una burla tan cruel como la corona que los Frey habían puesto sobre la cabeza del huargo de Robb Stark después de coserla a su cadáver decapitado. Sansa también lo sabía. Su manera de mirarlo, su rigidez cuando se metía en la cama que compartían… Cuando estaba con ella no podía olvidar ni por un instante quién era y qué era. Ella tampoco. Seguía yendo todas las noches a rezar al bosque de dioses, y Tyrion se preguntaba si no les pediría su muerte. Había perdido su hogar, su lugar en el mundo y a todos aquellos a los que había amado, a todos en los que alguna vez pudo confiar. Se Acerca el Invierno, anunciaba el lema de los Stark, y sin duda había caído cruel sobre ellos.
«Pero para la Casa Lannister es pleno verano. Entonces, ¿cómo es que tengo tanto frío?»
Se puso las botas, se sujetó la capa con un broche en forma de cabeza de león y salió al pasillo iluminado por antorchas. Lo único bueno que tenía su matrimonio era que le había permitido escapar del Torreón de Maegor. Ahora que tenía una esposa y servicio doméstico su señor padre había coincidido con él en que le hacía falta un alojamiento más apropiado, y Lord Gyles se vio desposeído bruscamente de sus espaciosas habitaciones en la parte superior del Torreón de la Cocina. Era un alojamiento espléndido, desde luego, con un dormitorio grande y una sala adecuada, un baño y un vestidor para su mujer, y habitaciones más pequeñas para Pod y para las doncellas de Sansa. Hasta la celda de Bronn junto a la escalera tenía una especie de ventanuco. «Bueno, es más bien una tronera, pero deja entrar la luz.» Cierto que la cocina principal del castillo estaba al otro lado del patio, pero a Tyrion aquellos sonidos y olores le parecían infinitamente mejores a la idea de compartir Maegor con su hermana. Cuanto menos tuviera que ver a Cersei, más feliz sería.
Tyrion oyó los ronquidos de Brella al pasar junto a su celda. Shae se quejaba de aquello, pero era un precio muy bajo. El propio Varys le había recomendado a aquella mujer; en otros tiempos se había encargado de dirigir el servicio doméstico de la Casa Renly en la ciudad, lo que le había proporcionado mucha práctica a la hora de ser ciega, sorda y muda.
Encendió una vela, se dirigió hacia las escaleras de los criados y empezó a bajar. Los pisos de abajo estaban tranquilos, no se oían más pisadas que las suyas. Siguió descendiendo hasta el nivel del patio y todavía más, hasta llegar a una bodega en penumbra con techo en forma de bóveda. La mayor parte del castillo estaba conectado por subterráneos y el Torreón de la Cocina no era una excepción. Tyrion avanzó con su andar patoso por largos pasadizos oscuros hasta dar con la puerta que buscaba y la cruzó.
Dentro lo aguardaban los cráneos de los dragones y también Shae.
—Ya pensaba que mi señor se había olvidado de mí.
Su vestido colgaba de un colmillo negro casi tan alto como ella; estaba dentro de las fauces del dragón, completamente desnuda.
«Balerion», pensó. ¿O era Vhagar? Todos los cráneos de dragón le parecían iguales.
—Ven aquí. —Sólo con ver a Shae se le ponía dura.
—Ni hablar… —Le dedicó su sonrisa más traviesa—. Estoy segura de que mi señor me sacará de las fauces del dragón.
Pero, cuando se acercó a ella, la chica se inclinó hacia delante y apagó la vela.
—Shae…
La tomó por el brazo, pero ella se giró y se liberó.
—Me tendréis que atrapar. —Su voz le llegaba desde la izquierda—. Seguro que mi señor jugaba a monstruos y doncellas cuando era pequeño.
—¿Estás diciendo que soy un monstruo?
—Tanto como yo doncella. —Estaba a su espalda, oía sus pisadas suaves sobre el suelo—. Pero aun así me tenéis que atrapar.
Al final lo consiguió, pero sólo porque ella se dejó atrapar. Cuando la abrazó tenía el rostro congestionado y jadeaba de tanto tropezar dentro de los cráneos de los dragones. Pero todo se le olvidó en un instante, cuando sintió sus pechos menudos presionados contra el rostro en la oscuridad, los pezones duros acariciándole los labios y la cicatriz de lo que había sido su nariz. Tyrion la tumbó en el suelo.
—Mi gigante —suspiró la chica cuando la penetró—. Mi gigante ha venido a salvarme.
Más tarde, mientras yacían abrazados entre los cráneos de dragones, apoyó la cabeza sobre ella para embriagarse del olor limpio de su pelo.
—Tenemos que marcharnos —dijo de mala gana—. Debe de estar a punto de amanecer. Sansa no tardará en despertarse.
—Deberíais darle vino del sueño —dijo Shae—. Es lo que hace Lady Tanda con Lollys. Una copa antes de acostarse y podríamos follar en la cama a su lado sin que se despertara. —Dejó escapar una risita—. No es mala idea, alguna noche deberíamos probar. ¿No le gustaría a mi señor? —Le puso la mano en el hombro y empezó a masajear los músculos—. Tenéis el cuello duro como la piedra. ¿Qué os preocupa?
Tyrion no se podía ver los dedos. Aun así fue alzando uno por cada una de sus aflicciones.
—Mi esposa. Mi hermana. Mi sobrino. Mi padre. Los Tyrell. —Tuvo que cambiar de mano—. Varys. Pycelle. Meñique. La Víbora Roja de Dorne. —Había llegado al último dedo—. La cara que se refleja en el agua cuando me lavo.
—Es una cara valiente. —Shae besó los restos de su nariz—. Una cara noble y buena. Ojalá pudiera verla ahora mismo.
Toda la dulce inocencia del mundo impregnaba su voz.
«¿Inocencia? No seas imbécil, es una puta, lo único que sabe de los hombres es lo que tienen entre las piernas. Idiota, idiota.»
—Tienes un gusto extraño. —Tyrion se sentó—. A los dos nos aguarda un día muy largo. No deberías haber apagado la vela. ¿Cómo vamos a encontrar tu ropa?
—A lo mejor tenemos que volver desnudos. —Shae se echó a reír.
«Y si nos ven, mi señor padre te hará ahorcar.» Al contratar a Shae como doncella de Sansa tenía excusa si lo veían hablando con ella, pero Tyrion no se engañaba, no estaban a salvo. Varys se lo había advertido.
—Le creé una historia falsa a Shae, pero era para Lollys y Lady Tanda. Vuestra hermana es mucho más desconfiada. Si me llega a preguntar qué sé…
—Le contaréis alguna mentira astuta.
—No. Le diré que es una vulgar seguidora de campamento que conocisteis antes de la batalla del Forca Verde y que trajisteis a Desembarco del Rey contra las órdenes expresas de vuestro padre. No voy a mentir a la reina.
—No sería la primera vez. ¿Queréis que se lo diga?
—Esas palabras hieren más que un cuchillo, mi señor. —El eunuco suspiró—. Os he servido con lealtad, pero también tengo que servir a vuestra hermana siempre que pueda. ¿Cuánto tiempo creéis que me dejaría vivir si ya no le resultara útil? No tengo un fiero mercenario que me proteja ni un valeroso hermano que me vengue, sólo unos cuantos pajaritos que me susurran al oído. Con esos susurros tengo que comprar mi vida un día tras otro.
—Disculpad que no llore por vos.
—Desde luego, pero vos me debéis disculpar que no llore por Shae. Os confieso que no comprendo qué tiene esa muchacha para hacer que un hombre inteligente se comporte como un idiota.
—Lo comprenderíais si no fuerais un eunuco.
—¿Eso pensáis? ¿Se pueden tener sesos o un trozo de carne entre las piernas, pero no ambas cosas? —Varys rió entre dientes—. En ese caso debería estar agradecido a los que me emascularon.
«La Araña tenía razón.» Tyrion tanteó la oscuridad plagada de dragones en busca de su ropa interior. Se sentía un miserable. El riesgo que estaba corriendo lo tensaba como un parche de tambor, además, se sentía culpable. «Que los Otros se lleven la culpa —pensó mientras se ponía la túnica por la cabeza—, ¿por qué me tengo que sentir así? Mi esposa no quiere tener nada que ver conmigo y menos con la parte de mí que sí querría relacionarse con ella. Tal vez debería contarle lo de Shae.» No era el primer hombre que tenía una concubina, desde luego. El honorabilísimo padre de la propia Sansa le había dado un hermano bastardo. Por lo que sabía, su esposa estaría encantada de que se estuviera follando a Shae, todo con tal de que no la tocara a ella.
«No, no me atrevo.» Con votos o sin ellos, no podía confiar en su esposa. Era virgen entre las piernas, sí, pero no era inocente de traición. Ya una vez había acudido a Cersei para contarle los planes de su padre. Y las niñas de su edad no sabían guardar un secreto.
La única solución definitiva era librarse de Shae.
«La podría enviar con Chataya», reflexionó Tyrion de mala gana. En el burdel de Chataya, Shae tendría todas las sedas y piedras preciosas que pudiera desear y los más gentiles clientes de noble cuna. Llevaría una vida mucho mejor de la que tenía antes de que se conocieran.
O, si estaba cansada de ganarse el pan abriéndose de piernas, le podría concertar un matrimonio.
«¿Tal vez con Bronn? —El mercenario nunca había puesto pegas a la hora de comer del plato de su señor, y lo habían nombrado caballero, el mejor partido al que Shae podía aspirar—. ¿O con Ser Tallad? —Tyrion se había fijado en cómo la miraba—. ¿Por qué no? Es alto, fuerte, en cierto modo atractivo, un joven caballero de los pies a la cabeza. —Aunque claro, Tallad creía que Shae era la hermosa doncella de una joven dama del castillo—. Si se casara con ella y descubriera que había sido prostituta…»
—¿Dónde estáis, mi señor? ¿Se os han comido los dragones?
—No. Estoy aquí. —Tanteó un cráneo de dragón—. He encontrado un zapato, pero me parece que es tuyo.
—Mi señor tiene la voz muy seria. ¿Os he disgustado?
—No —respondió quizá demasiado cortante—. Tú nunca me disgustas.
«Y por eso estamos en peligro.» En momentos como aquél soñaba con enviarla lejos, pero las buenas intenciones no le duraban. Tyrion la contempló en la penumbra mientras se ponía una media de seda en una esbelta pierna. «Hay algo de luz.» Una tenue claridad entraba por la hilera de ventanas largas y estrechas situadas en lo más alto de la pared de la bodega. A su alrededor los cráneos de los dragones Targaryen salían de la oscuridad, negros en medio del gris.
—El día llega demasiado pronto.
Un nuevo día. Un nuevo año. Un nuevo siglo.
«Sobreviví a la batalla del Forca Verde y a la del Aguasnegras, joder, también sobreviviré a la boda del rey Joffrey.»
Shae descolgó el vestido del colmillo del dragón y se lo puso por la cabeza.
—Subiré primero yo. Brella querrá que la ayude con el agua del baño. —Se inclinó para darle un último beso en la frente—. Mi gigante de Lannister. Cuánto os quiero.
«Yo también te quiero a ti, preciosa. —Sería una prostituta, pero se merecía más de lo que él le podía dar—. La casaré con Ser Tallad. Parece un hombre honrado. Y es alto.»