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Los portadores de los mantos oscuros se habían reunido de nuevo en el círculo de piedras.

La luna había crecido desde su último encuentro, y el pálido disco brillaba redondo en el cielo nocturno, iluminando con su luz macilenta la lúgubre escena.

Una vez más los miembros de la sombría hermandad, que hundía sus raíces en un remoto pasado, se habían puesto en marcha. Una vez más se habían congregado en torno a la mesa de piedra, agrupados alrededor de su jefe, que se erguía ante ellos envuelto en su manto blanco como la nieve y circundado por una luz ultraterrena.

– ¡Hermanos! -elevó la voz, después de que el lúgubre canto hubiera enmudecido-. De nuevo nos reunimos aquí, y de nuevo se aproxima el día del cumplimiento. Ya está cercano el momento en que se dibujará la constelación que durante tanto tiempo hemos esperado.

Los enmascarados callaban. Sus ávidos ojos, cargados de odio, brillaban tras las finas rendijas de las máscaras ennegrecidas de hollín, y el fuego de una impaciencia inflamada hacía cientos de años ardía en sus almas. El hijo la había heredado del padre de generación en generación. Y con el paso de las décadas se había hecho cada vez más imperiosa.

– Nuestros enemigos -continuó su jefe con voz potente- han tragado el anzuelo. Creen trabajar en contra nuestra y no saben que en realidad somos nosotros los que tiramos de los hilos. He consultado las runas, hermanos, y ellas me han dado la respuesta. Me han dicho que serán unos infieles los que resuelvan el enigma.

Los sectarios se agitaron, inquietos, y se escucharon exclamaciones de enfado.

– Pero -prosiguió el jefe- también me han dicho que seremos nosotros los que nos hagamos finalmente con la victoria. El orden se extinguirá, y lo que fue al principio triunfará también al final. Los antiguos poderes volverán y proseguirán lo que hace tanto tiempo quedó interrumpido. Los hombres no comprenderán qué les está sucediendo; son como ovejas en los prados, a las que no importa qué pastor las guarda, siempre que tengan hierba jugosa con la que alimentarse. Pero nosotros, hermanos, participaremos del nuevo orden y ejerceremos todo el poder; y nadie nos detendrá, sea noble o incluso un rey. El poder es nuestro, y nadie nos lo arrebatará.

– El poder es nuestro -resonaron las palabras como un eco en el círculo de sus partidarios-. Nadie nos lo arrebatará.

– El que cree combatirnos -añadió su jefe con una leve sonrisa- será, al final, quien haga posible nuestra victoria. Eso os profetizo hoy, como jefe supremo de esta hermandad secreta. Después de haber permanecido oculto durante siglos, el secreto está a punto de revelarse. El momento está próximo, hermanos. Ya está fijado el día, y cuando en esa noche la luna se oscurezca, se iniciará una nueva era.

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