2

MARY GERRARD

I

Mistress Welman yacía apoyada en sus bien mullidas almohadas. Respiraba con cierta dificultad, pero no estaba dormida. Sus ojos, profundos y azules como los de su sobrina Elinor, miraban con fijeza al techo de la habitación. Era una señora gruesa y anciana, con un perfil de halcón, aunque agradable. En su rostro se leían el orgullo y la determinación. Bajó la vista y la dirigió hacia la figura que había junto al balcón. Pareció complacerse en la contemplación de aquélla. Finalmente dijo:

—¡Mary!

La muchacha se volvió con presteza.

—¿Está usted despierta, mistress Welman?

La anciana respondió, sonriendo:

—Naturalmente... No he dormido en absoluto...

—¡Oh!... Créame que no lo sabía... Yo creía que...

Mistress Welman le interrumpió:

—No te disculpes, tontina... Estaba pensando..., pensando muchas cosas...

—¿Sí, mistress Welman?

La mirada de simpatía y el interés que demostraba la voz de la muchacha hicieron que se suavizara, hasta adquirir una expresión de ternura, la dureza del rostro de la enferma. Dijo suavemente:

—Te quiero mucho, hijita. Eres muy buena para mí.

—¡Oh, mistress Welman!... ¡Usted sí que ha sido buena para mí! Si no hubiese sido por usted, no sé lo que habría hecho. Usted ha hecho todo por mí.

—No sé... No sé... —dijo la enferma, y agitó nerviosamente su brazo derecho. El izquierdo reposaba sobre el lecho, inerte, sin vida—. He querido obrar lo mejor que he podido contigo... Pero... ¡no es tan fácil saber qué es lo mejor... y lo más conveniente!... Siempre he confiado demasiado en mí misma...

Mary Gerrard repuso afectuosamente:

—Usted sabe siempre qué es lo justo y lo conveniente.

Laura Welman movió su alba cabeza.

—No..., no. Estoy muy preocupada... Todos tenemos nuestros defectos... Yo soy muy orgullosa... Y el orgullo es un pecado gravísimo. Mi sobrina Elinor es muy orgullosa también... ¡Ah, niña mía, el orgullo es a veces la ruina de las familias!

Mary se apresuró a decir:

—¡Qué contenta se pondrá usted cuando vengan miss Elinor y mister Roderick!... Su presencia la animará mucho... Ya hace bastante tiempo que no han estado aquí...

—Sí... Son buenos muchachos..., muy buenos muchachos. Y me quieren los dos. Sé que no tengo más que llamarlos para que vengan inmediatamente; pero no quiero hacerlo demasiado a menudo. Son jóvenes y felices..., tienen el mundo ante ellos. ¡Para qué hacerlos venir junto al dolor y a la vejez sin necesidad!...

—Estoy segura de que ellos nunca pensarán así —dijo Mary.

Mistress Welman prosiguió hablando para sí misma más bien que para la muchacha:

—Siempre he tenido la esperanza de que se unieran en matrimonio, pero nunca he querido hacerles la menor sugerencia. ¡Los jóvenes son tan aficionados a llevarnos la contraria a los viejos! Se me ocurrió esa idea cuando aún eran niños... Creo que Elinor estaba enamorada de Roddy, pero no estaba muy segura de los sentimientos de él. Es una criatura extraña, ¿verdad?... Henry era como él..., reservado y fastidioso —permaneció silenciosa unos minutos, pensando en su marido. Murmuró—: ¡Hace ya tanto tiempo..., tanto tiempo!... Apenas hacía cinco años que estábamos casados, cuando vino aquella enfermedad: una pulmonía doble... Éramos felices... Sí, muy felices. Parecía irreal tanta felicidad... Yo era una muchacha rara, solemne, rudimentaria... Mi cabeza estaba llena de ideales y adoración hacia el héroe. Completamente irreal.

Mary murmuró, enternecida:

—Debió usted de sentirse muy sola... después.

—¿Después?... ¡Oh, sí..., terriblemente sola!... Tenía veintiséis años, y ahora he pasado de los sesenta... Un tiempo muy largo, querida, muy largo...., muy largo. Y ahora, esto...

—¿Su enfermedad?

—Sí. La parálisis es lo que más he temido en toda mi vida. ¡Es indigno!. ¡Tener que resignarme a que me laven, me peinen y me cuiden como si fuera un bebé!... Incapaz de hacer nada con mis propias manos... Me enloquece... Esa O'Brien es una criatura excepcional, con una paciencia de elefante, cariñosa; y no es más idiota, pero menos tampoco, que sus otras colegas... ¡Y, sin embargo, Mary, qué diferencia hay de ella a ti!... ¡No puede compararse contigo, querida!

—¿De veras? —preguntó la muchacha, que enrojeció hasta las sienes—. Me..., me... alegro mucho de que piense usted así de mí, mistress Welman.

—Has estado preocupada estos días, no me lo niegues... Preocupada por tu porvenir... No seas tonta... Déjalo de mi cuenta... Te prometo que te emanciparás... Pero ten un poquito de paciencia... Me haces mucha falta ahora.

—¡Oh, mistress Welman!... ¡Claro que no..., claro que no la dejaré a usted por nada del mundo...! ¡Y ahora que sé que la hago falta...!

—Sí, hija mía; me haces mucha falta..., mucha —advertíase una emoción inusitada en el acento de la anciana—. Eres... casi una... hija para mí, Mary. Te vi nacer... casi..., y luego te he visto crecer..., crecer hasta convertirte en la encantadora muchacha que eres ahora... Estoy orgullosa de ti, chiquilla... Dios quiera que lo que he hecho por ti haya sido lo mejor.

Mary dijo rápidamente:

—Si se refiere usted a lo buena que ha sido para mí y a la educación que me ha dado tan por encima de mi..., de mi situación social...; si usted cree que estoy disgustada por lo que mi padre llama ideas de señorita holgazana, se equivoca. Si ardo en deseos de ganar para vivir, es una forma de demostrarle mi agradecimiento, porque me da... rabia ver que no hago nada por mí misma, después de todo lo que usted se ha esforzado por convertirme en una mujer educada. Sobre todo, me atormenta la idea de que alguien pueda pensar que yo... me estoy... aprovechando de usted.

Laura Welman exclamó, con el aire de una leona en celo:

—¿Es eso lo que ha estado metiéndote Gerrard en la cabeza? ¡No le hagas caso a tu padre, Mary! ¡Nadie se atreverá jamás a pensar eso de ti! Te ruego que te quedes a mi lado... Por lo menos hasta que yo muera... No tendrás que esperar mucho...

—¡Oh, no diga eso, mistress Welman! El doctor Lord asegura que vivirá usted todavía mucho tiempo.

—No es ese mi deseo, querida. El otro día le dije que lo único que espero de él es que procure aliviar mis últimos momentos con una droga que me permita morir sin dolor.

Mary gritó, aterrada:

—¿Y qué dijo él?

—El impertinente sabelotodo me respondió que no quería arriesgarse a que le ahorcaran. Y luego añadió: «Si usted me dejara todo su dinero, sería diferente.» ¡Valiente sinvergüenza! Sin embargo, me gusta. Sus visitas me alivian más que sus medicinas.

—Sí... Es muy simpático. La enfermera O'Brien piensa muy bien de él, y la Hopkins, también.

—Esa Hopkins debiera tener más juicio del que tiene para su edad. En cuanto a la O'Brien, no hace más que exclamar: «¡Oh, doctor!», y abre la boca todo lo que puede cuando se le acerca.

—¡Pobre enfermera O'Brien!

—No es mala, pero me aburre. Cree que me hace falta tomar una buena taza de té todas las mañanas, a las cinco, y no me deja descansar... —dijo, e hizo una pausa—. ¿Qué es eso?... ¿Es el coche?

Mary se asomó a la ventana.

—Sí, señora. Es el coche. Miss Elinor y mister Roderick acaban de llegar.



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