V

Ahora sube al estrado la enfermera Hopkins. Tiene la cara de color púrpura, pero no parece nerviosa.

«Sin embargo —pensó Elinor—, la enfermera no me causa tanto miedo como el inspector Brill.» Era la falta de humanidad del inspector lo que la paralizaba. Se veía tan claramente que no era más que una parte de la gran máquina... La enfermera tenía pasiones humanas, prejuicios...

—¿Se llama usted Jessie Hopkins?

—Sí.

—¿Es usted enfermera titulada de distrito y reside en Rose Cottage, en Hunterbury?

—Sí.

—¿Dónde se hallaba usted el veintiocho de junio pasado?

—En Hunterbury Hall.

—¿La habían llamado para que fuese allí?

—Mistress Welman tuvo un ataque... el segundo. Fui para ayudar a la enfermera O'Brien hasta que encontrara otra.

—¿Llevaba usted una cartera de cuero pequeña?

—Sí.

—Diga usted al Jurado lo que había en ella.

—Vendas, gasas, una jeringuilla y ciertas drogas, incluso un tubo de hidrocloruro de morfina.

—¿Con qué objeto lo tenía allí?

—Tenía que poner a uno de mis enfermos dos inyecciones diarias: mañana y tarde.

—¿Qué contenía el tubo?

—Unas veinte pastillas, cada una con medio gramo de hidrocloruro de morfina.

—¿Qué hizo usted con la cartera?

—La dejé en el recibidor.

—Eso fue la noche del veintiocho. ¿Cuándo tuvo usted que volver a mirar la cartera?

—A la mañana siguiente, a eso de las nueve, cuando me disponía a salir de la casa.

—¿Echó de menos alguna cosa?

—El tubo de morfina.

—¿Mencionó usted esa pérdida?

—Hablé de ello a miss O'Brien, la enfermera que cuidaba a la paciente.

—¿Esa cartera estaba en el recibidor, por donde la gente tenía la costumbre de entrar y salir?

—Sí.

Sir Samuel hizo una pausa. Luego dijo:

—¿Usted conocía íntimamente a la difunta Mary Gerrard?

—Sí.

—¿Qué opinión tenía usted de ella?

—Era una muchacha muy simpática... y muy buena.

—¿Era de carácter alegre?

—Muy alegre.

—¿Tenía alguna pena?

—Que yo sepa no.

—Cuando ella murió, ¿había alguna cosa que le preocupase sobre su futuro?

—Nada.

—¿No tenía ningún motivo para haberse suicidado?

—En absoluto.

La historia condenatoria siguió. Cómo la enfermera Hopkins acompañó a Mary al pabellón, la aparición de Elinor, su estado de excitación, la invitación a tomar los emparedados, el plato ofrecido primero a Mary... La sugerencia de Elinor de que se lavara todo, y luego que la enfermera subiese con ella al cuarto y la ayudase a clasificar las ropas.

Hubo frecuentes interrupciones y objeciones por parte de sir Edwin Bulmer.

Elinor pensó: «Sí, es cierto...., y ella lo cree. Ella está segura de que yo lo hice. Y todo lo que dice, palabra por palabra, es la pura verdad; eso es lo que resulta más horrible. Todo es verdad.»

Una vez más, al mirar en torno a la sala, vio el rostro de Hércules Poirot observándola pensativamente, casi bondadosamente. Viéndola, sabiendo tanto...

El trozo de cartón con el pedazo de etiqueta fue entregado a la testigo.

—¿Sabe usted lo que es esto?

—Un pedazo de etiqueta.

—¿Puede usted decir al Jurado qué clase de etiqueta?

—Sí; es parte de la etiqueta de un tubo de tabletas de morfina. Tabletas de medio gramo, como el tubo que yo perdí.

—¿Está usted segura?

—Naturalmente que estoy segura de ello. Es la etiqueta de mi tubo.

El juez dijo:

—¿Hay alguna señal especial por la cual usted pueda identificar que es la etiqueta del tubo que perdió?

—No, señor; pero debe de ser la misma.

—Entonces, ¿todo cuanto puede decir es que es exactamente similar?

—Sí; eso es lo que quiero decir.

La sesión se levantó.



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