V

— ¡Oh, ven, Mary!... Es un filme estupendo, interpretado por la Garbo... Y la escena se desarrolla en París...

—Eres muy amable, Ted, pero no puedo ir... De veras, no puedo...

Ted Bigland dijo, colérico:

—No te comprendo, Mary... ¡Qué cambio tan grande has dado en pocos días!

—No tienes razón para decir eso, Ted.

—Sí la tengo. Tu viaje a Alemania te estropeó... Ahora crees, por lo visto, que eres demasiado para mí...

—Eso no es verdad, Ted. No me gusta que me hables así.

Ella hablaba con vehemencia.

El joven, tosco y sincero, la miró con admiración a pesar de su cólera.

—Sí, es verdad. Pareces una verdadera señorita...

—¿Y es malo eso?

—No, no. ¡Claro!

Mary dijo rápidamente:

—Hoy día todos somos iguales.

—Sí, en efecto —asintió Ted pensativamente—. Pero no eres la misma de antes... Pareces una duquesa o condesa, o algo por el estilo.

Mary respondió, con una sonrisa:

—Eso no quiere decir nada. Yo he visto condesas que parecen cocineras.

—Bueno, tú ya sabes lo que quiero decir.

Una figura majestuosa de enormes proporciones, vestida elegantemente de negro, se aproximó a ellos. Los miró con rápida ojeada. Ted se hizo aun lado respetuosamente, diciendo:

—¡Buenas tardes, mistress Bishop!

Mistress Bishop hizo una graciosa inclinación de cabeza.

—¡Buenas tardes, Ted Bigland! ¡Buenas tardes!

Continuó su camino como una goleta con las velas desplegadas.

Mary murmuró:

—¡Ella sí que parece una duquesa!

—Sí... Tiene buenos modales... A veces me hace enrojecer...

Mary le interrumpió, diciendo:

—Mistress Bishop no me quiere.

—No digas tonterías, chiquilla.

—Es verdad, no me quiere. Siempre me habla con rudeza.

—Está celosa de ti. Eso es todo.

—Tal vez sea eso —respondió Mary sin convicción.

—No puede ser otra cosa. Ha sido el ama de llaves de Hunterbury durante muchos años... Casi la verdadera dueña. Y ahora, mistress Welman se ha encaprichado contigo y la ha olvidado.

Mary respondió, ensombrecida:

—Es una tontería, pero no puedo soportar que haya alguien que me odie. Me gusta que me quieran todos los que me rodean.

—Pues no puedes esperar eso de todas las mujeres. Son gatos envidiosos que no pueden ver a una muchacha tan guapa y elegante como tú sin sentir un aborrecimiento invencible...

—Los celos deben de ser horribles.

Ted dijo lentamente:

—Tal vez..., pero existen. Hace unos días vi un filme magnífico en Alledore. El protagonista era Clark Gable. Se trataba de uno de esos multimillonarios que tiene abandonada a su mujer en su casa, y ella fingió que le había engañado. Y un amigo de...

Mary se volvió para marcharse.

—Lo siento, Ted. Tengo que irme. Es tarde ya.

—¿A donde vas?

—A tomar el té con miss Hopkins, la enfermera.

Ted hizo una mueca.

—¡Vaya un capricho! Esa mujer es la chismosa más grande de toda la comarca. Mete en todo esas narices tan largas que Dios le ha dado.

—Pero es muy bondadosa para mí.

—¡Oh, no quiero decir que sea mala! Pero le gusta hablar demasiado.

—Adiós, Ted.

El joven la vio alejarse con profundo resentimiento.



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