6

POIROT EXPLICA

Hércules Poirot dijo:

—Como ha visto usted, amigo mío, las mentiras son tan útiles como las verdades.

Peter Lord preguntó:

—¿Le mintieron todos?

Hércules Poirot asintió;

—¡Oh, sí..., todos!... Cada uno por sus propias razones, ¿comprende?... La única persona obligada a decir la verdad, y la dijo con sensibilidad escrupulosa..., fue la que me confundió más...

Peter Lord murmuró:

—La misma Elinor...

—Precisamente. Todo la condenaba, y ella, con esa conciencia sensitiva y fastidiosa, no hizo nada para destruir esa suposición. Acusándose a sí misma por el deseo experimentado de cometer el asesinato, estuvo a punto de abandonar una lucha que se le antojaba desagradable y sórdida y declararse culpable de un crimen que no había cometido.

Peter Lord exhaló un suspiro de exasperación.

—¡Increíble!

Poirot movió la cabeza.

—Nada de eso. Ella se condenaba a sí misma porque se juzgaba con arreglo a un código mucho más rígido que el confeccionado por la mente humana.

Lord dijo pensativamente:

—Sí... Ella es así.

Hércules Poirot continuó:

—Desde el momento en que empecé mis investigaciones, me di cuenta de la gran posibilidad de que Elinor Carlisle fuese culpable del crimen que se le imputaba. Pero, en cumplimiento de lo que le había prometido a usted, proseguí mis pesquisas y llegué al convencimiento de que había otra persona a quien también se podía inculpar.

—¿La enfermera Hopkins?

—Entonces no. Roderick Welman fue la primera persona que atrajo mi atención. En su caso también empezamos con una mentira. Me dijo que había abandonado Inglaterra el nueve de julio y que volvió el uno de agosto. Pero la enfermera Hopkins mencionó casualmente que Mary Gerrard, según me informó usted mismo, fue a Londres el diez de julio..., un día después que Roderick Welman se marchara de Inglaterra. ¿Cuándo se entrevistó, pues, Mary Gerrard con Roderick Welman en Londres? Puse a mi amigo, el ladrón, en su trabajo, y por examen del pasaporte de Welman descubrí que había estado en Inglaterra desde el veinticinco de julio al veintisiete. Había mentido deliberadamente. Recordé entonces el tiempo que los emparedados habían estado en la despensa mientras Elinor Carlisle estaba en el pabellón. En el caso de que hubieran sido envenenados entonces, la presunta víctima debió ser Elinor y no Mary. ¿Qué ventajas podía reportarle a Roderick Welman la muerte de Elinor Carlisle? Pues... muy sencillo. Ella había hecho testamento, dejándole a él toda su fortuna, y, tras algunas averiguaciones, me convencí de que Roderick Welman pudo haber llegado a conocer este hecho.

Peter Lord preguntó:

—¿Y cómo llegó a la decisión de que era inocente?

—A causa de otra mentira. Un embuste tan inocente, al parecer, tan simplemente estúpido... La enfermera Hopkins dijo que se había arañado la muñeca en un rosal y que todavía tenía dentro la espina. Fui a ver el rosal y vi que no tenía espinas... Así, pues, la enfermera Hopkins había mentido. La mentira era tan idiota que me llamó la atención y enfoqué el asunto en esa dirección. Empecé a sospechar de ella. Hasta entonces me había parecido una mujer merecedora de todo crédito, y su antagonismo hacia la acusada lo achacaba al cariño que la enfermera parecía experimentar hacia la muchacha asesinada. Empecé a pensar y me di cuenta de algo que no fui lo bastante inteligente para ver antes. La enfermera Hopkins sabía algo de Mary Gerrard, que estaba ansiosa por descubrir.

Peter Lord dijo, sorprendido:

—Yo creía que era todo lo contrario.

—Ostensiblemente, sí. Representó a la perfección el papel del que sabe un secreto que no quiere dar a conocer. Pero, después de reflexionar cuidadosamente, llegué a la conclusión de que su intención era por completo opuesta a las apariencias. Mi conversación con la enfermera O'Brien me confirmó en esta creencia. La Hopkins había influido sobre la O'Brien en provecho propio, sin que ella se hubiese dado cuenta.

»Apareció claro ante mis ojos el juego de la enfermera Hopkins. Comparé las dos mentiras: la suya y la de Roderick Welman. ¿A cuál de ellas se podía dar una explicación inocente?

»A la de Roderick únicamente. Él es un hombre sensitivo y orgulloso. Sentíase en extremo humillado al tener que confesar que había quebrantado la promesa hecha a Elinor y a sí mismo de permanecer algún tiempo en el extranjero.

»La muchacha le atraía tan irresistiblemente, que no pudo sustraerse a la tentación de venir a verla. Puesto que no tenía nada que temer de las investigaciones que se practicaron sobre el asesinato, mintió para no tener que hacer una confesión tan dolorosa para su amor propio.

»¿Había para la mentira de la Hopkins una explicación tan inocente como aquélla? Cuanto más pensaba en ella, más extraordinaria me parecía. ¿Por qué había tenido la enfermera Hopkins necesidad de mentir sobre la procedencia del arañazo de su muñeca? ¿Qué significaba aquella marca?

»Haciéndome preguntas como: ¿A quién pertenecía la morfina robada?... A la enfermera Hopkins. ¿Quién pudo administrar la morfina a mistress Welman?... La enfermera Hopkins... Pero ¿por qué llamó la atención sobre su desaparición?... No había más que una respuesta a esta cuestión si la enfermera Hopkins era culpable... Que el otro asesinato, el de Mary Gerrard, estaba ya planeado y había elegido una víctima propiciatoria, pero esa víctima debía de haber tenido una probabilidad de obtener la morfina.

»Otros detalles complementaron esta idea. La carta recibida por Elinor. Fue escrita para mantener el odio entre Elinor y Mary. Tenía el propósito de que Elinor fuese a Hunterbury Hall para oponerse a los presuntos designios de Mary. El amor repentino de Roderick Welman por Mary Gerrard fue un acontecimiento imprevisto que la enfermera Hopkins no tardó en apreciar en su justo valor... Aquí había un motivo plausible para la víctima propiciatoria, Elinor.

»Pero ¿cuál era la razón de los dos crímenes? ¿Qué ganaría la enfermera Hopkins con la muerte de Mary Gerrard? Empecé a ver la luz en el asunto..., una luz levísima todavía, sin embargo. La enfermera Hopkins tenía gran influencia sobre el espíritu de Mary y la empleó para inducir a la muchacha a que hiciera testamento. Pero el testamento no beneficiaba a la enfermera Hopkins, sino a una tía de Mary que vivía en Nueva Zelanda. Entonces recordé un detalle que me había dado a conocer alguien en el pueblo... La tía de Mary era enfermera también.

»Ya no era la luz tan leve. La finalidad del crimen empezaba a hacerse patente... Fui una vez más a visitar a la enfermera Hopkins. Los dos representamos admirablemente nuestro papel. Al final se dejó convencer para hacer lo que tantos deseos tenía de conseguir. Tal vez no intentaba hacerlo tan pronto, pero la oportunidad que se le presentaba era demasiado tentadora para dejarla escapar. Después de todo, la verdad habría de saberse tarde o temprano. Sacó la carta con bien fingida repugnancia, y entonces, amigo mío, cesaron mis dudas... Ya lo sabía todo.

Peter Lord contrajo la frente y preguntó, sorprendido:

—¿Cómo?

—Mon cher, c'est bien facile. El encabezamiento de la carta era como sigue: «Para enviar a Mary después de mi muerte...» Pero el contenido demostraba que Mary no debía de conocer la verdad. Además, la palabra enviar y no entregar era reveladora. No era a Mary Gerrard a quien estaba dirigida la carta, sino a otra Mary... A su hermana Mary Riley, en Nueva Zelanda. La enfermera Hopkins no había encontrado la carta después de la muerte de Mary Gerrard, como pretendía. Hacía muchos años que la tenía en su poder. La recibió en Nueva Zelanda, adonde le fue enviada después de la muerte de su hermana.

Hizo una pausa, y luego prosiguió:

—Una vez vista la verdad con los ojos del espíritu, el resto era sencillísimo. La rapidez con que se efectúan los viajes aéreos hizo posible que viniese un testigo de Nueva Zelanda, que conocía perfectamente a Mary Draper, y declarase ante el tribunal.

Peter Lord replicó:

—¿Y si se hubiese equivocado...? ¿Si la enfermera Hopkins y Mary Draper hubiesen sido dos personas distintas?

Poirot repuso con frialdad:

—¡Yo no me equivoco nunca!

Peter Lord lanzó una carcajada.

El detective prosiguió:

—Amigo mío... Ahora sabemos bastantes cosas de esa Mary Riley o Draper... La Policía de Nueva Zelanda carecía de pruebas suficientes para formular una acusación formal contra ella. Sin embargo, llevaban vigilándola algún tiempo cuando ella abandonó repentinamente el país. Había un paciente suyo, una anciana señora, que dejó a su querida enfermera Riley un pequeño legado, y el médico que la asistió observó algo extraño en su muerte repentina. El esposo de Mary Riley se había asegurado la vida en una cantidad elevada. Su muerte fue tan repentina como inesperada. Desgraciadamente para la viuda, el fallecido esposo había olvidado pagar la póliza del seguro y ella no cobró ni un céntimo. Tal vez haya habido otras muchas muertes. Lo cierto es que se trata de una mujer que carece de remordimientos.

»Podemos imaginarnos sin gran esfuerzo las posibilidades que le sugirió la carta de su hermana. Cuando vio que Nueva Zelanda se le estaba quedando estrecha, como vulgarmente se dice, se vino a este país y se estableció con el nombre de Hopkins, antigua colega suya en el hospital, que murió en el extranjero.

»Su objetivo era Maidensford. Tal vez pensara, en principio, en el chantaje, pero mistress Welman no era de esas mujeres pusilánimes que se dejan estafar impunemente, y la enfermera Riley o Hopkins no lo intentó siquiera. Sin duda, practicó sus averiguaciones y descubrió que mistress Welman era muy rica y adivinó, o llegó a saber por cualquier conducto, que todavía no había hecho testamento.

»Así, pues, aquella noche de junio en que la enfermera O'Brien le dijo que mistress Welman había hecho llamar a su abogado para la mañana siguiente, la Hopkins no vaciló. Mistress Welman debía morir sin testar, para que su ilegítima hija heredara toda su fortuna. Hopkins ya había trabado amistad con Mary Gerrard y había adquirido gran ascendiente sobre ella. Todo lo que tenía que hacer ahora era convencer a la muchacha para que otorgara testamento a favor de la hermana de su madre, y le dictó las palabras precisas con que debía redactarlo, con todo cuidado. No mencionó para nada el parentesco. Simplemente, lo destinaba todo a Mary Riley, hermana de Elisa Riley. Cuando estampó su firma al pie del documento, Mary no podía pensar que había firmado su sentencia de muerte. La mujer no tenía más que esperar la oportunidad... Ya había pensado en el arma que había de emplear para cometer el crimen, con el uso de la apomorfina para asegurar su coartada. Se proponía, tal vez, atraer a Elinor y Mary a su propia casa; pero cuando Elinor fue a invitarlas a ir a Hunterbury, para acompañarla a tomar unos emparedados, vio el cielo abierto. Las circunstancias acusarían a Elinor sin que pudiera tener la menor probabilidad de defenderse.

Peter Lord murmuró:

—Si no hubiese sido por usted, la habrían condenado.

Hércules Poirot se apresuró a replicar:

—No; es a usted, amigo mío, a quien tiene que agradecer el haber conservado la vida.

—¿A mí?... Yo no hice nada... Me esforcé...

Se interrumpió.

Hércules sonrió débilmente.

—Eso es... Se esforzó usted en convencerme de que era inocente... Usted se impacientaba al ver que yo no parecía avanzar un paso en el camino emprendido... Llegó a temer que fuese culpable, a pesar de todo... Y por esa razón tuvo la impertinencia de engañarme también. ¡Ah, mon cher, para eso carece usted de aptitud!... Le aconsejo que se dedique con todo entusiasmo a combatir el sarampión y la tos ferina, pero deje para siempre las aficiones detectivescas.

Peter Lord se sonrojó. Dijo:

—¿Se dio usted cuenta... desde... el primer momento?

Poirot afirmó con severidad:

—Mais oui... Usted me llevó de la mano a aquel lugar frente a la ventana y me ayudó a encontrar una caja de cerillas que había puesto allí poco antes... C'est l'enfantillage!

Peter Lord hizo un guiño. Gruñó:

—¡Continúe!

Poirot preguntó:

—Habló usted con el jardinero y se las arregló de forma que me dijese que había visto su coche en la calzada. Entonces afirmó usted que el coche no era suyo. Y aún trató de convencerme de que fue un extranjero que estuvo allí aquella mañana.

—Fui un idiota —confesó Peter Lord.

—Peter Lord —dijo Poirot con una sonrisa burlona—, ¿que estuvo usted haciendo aquella mañana en Hunterbury Hall?

El doctor se sonrojó.

—Me... va... a... creer... tonto. Supe que ella había venido y me apresuré a ir a la casa... No pretendía hablar con ella..., sino verla. Desde los matorrales la estuve observando mientras permaneció en la despensa, y la vi cortando el pan y la manteca...

—Carlota y Wehther... Siga usted, amigo mío.

—No hay nada más... Estuve allí hasta que salió para irse al pabellón.

Poirot dijo suavemente:

—¿Se enamoró usted de Elinor Carlisle el primer día que la vio?

—Creo que sí.

Hubo un largo silencio.

Peter Lord dijo:

—Bueno, supongo que ahora ella y... Roderick Welman serán felices... juntos.

Hércules Poirot dijo:

—Usted no cree nada de eso, amigo mío.

—¿Por qué no? Ella le perdonará lo de Mary Gerrard. Fue un capricho pasajero por parte de él...

Hércules Poirot afirmó con gravedad:

—Hay que profundizar mucho más en los sentimientos humanos de lo que usted lo hace, mon cher... Cuando una persona ha estado a punto de entrar en el valle sombrío de la muerte y vuelve a la luz del sol..., entonces empieza una vida totalmente nueva... El pasado desaparece...

Poirot hizo una pausa y continuó:

—Una vida nueva... Eso es lo que Elinor Carlisle empieza ahora... y es usted el que le ha dado esa vida.

—No.

—Sí. Fue su determinación..., su insistencia, lo que me impelió a satisfacer sus deseos. Además, confiéselo... ¿No le ha expresado ella su gratitud?

Peter Lord dijo pausadamente:

—Sí... En efecto... Me ha expresado su agradecimiento y... me ha... dicho que vaya a verla con frecuencia.

—Sí... Le necesita.

Peter Lord dijo con vehemencia:

—Pero ¡no tanto como necesita... a... él!

Hércules Poirot movió la cabeza.

—Ella no necesitó nunca a Roderick Welman... Le amaba, sí... Tal vez desesperadamente.

Peter Lord hizo una mueca de despecho al afirmar:

—Como no me amará a mí jamás.

Hércules Poirot asintió suavemente:

—Peut etre non... Pero le necesita a usted, amigo mío, porque sólo con usted verá de nuevo con agrado el mundo...

Peter Lord no respondió.

La voz de Poirot tenía tonalidades exquisitas cuando dijo:

—¿Por qué no acepta los hechos tal como están?... Ella amaba a Roderick Welman... Pero sólo con usted podrá ser feliz...


[1] Como todo el mundo sabe, dos en inglés es two (que se pronuncia tu). De aquí la analogía entre la matrícula del coche y Miss Tou-Tou. (N. del T.)

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