III
El doctor Lord enarcó las cejas, sorprendido.
—¿Ha muerto?
—Sí, doctor.
La enfermera O'Brien estuvo a punto de contarle el fallecimiento con toda clase de detalles, pero se contuvo y esperó a que le preguntaran.
—¡Muerta! —repitió el doctor pensativamente.
Tras un instante de reflexión, ordenó:
—Hágame el favor de traerme agua hervida.
La enfermera O'Brien, extrañada, no hizo comentario. La disciplina era superior a su curiosidad. Si el doctor le hubiese dicho que le llevara la piel de un lagarto, habría murmurado: «Sí, doctor.» Y habría ido obediente a buscarla, sin preocuparse de investigar por qué la necesitaba.