II

Grave y solemne con su traje negro, Elinor se sentó frente a la maciza mesa de escritorio de mistress Welman, en la biblioteca. Frente a ella se extendían varios documentos. Había interrogado a los domésticos de la casa y a mistress Bishop. En aquel momento, Mary Gerrard apareció en el marco de la puerta y vaciló antes de entrar.

—¿Deseaba usted verme, miss Elinor?

Elinor levantó la vista y respondió:

—¡Oh, sí! ¿Tiene la bondad de sentarse aquí, Mary?

Mary se acercó y tomó asiento en la silla que Elinor le había indicado. Volvió el rostro hacia la ventana y la luz cayó sobre ella, revelándola en toda su pureza y haciendo brillar sus dorados cabellos.

Elinor se pasó una mano por la cara y observó a través de sus dedos el rostro de la muchacha. Pensó: «¿Será posible odiar a alguien tanto y no demostrarlo?»

Luego dijo en voz alta y monótona:

—No ignora usted, Mary, que mi tía sentía cierta predilección por usted y que habría deseado asegurar su porvenir.

Mary murmuró con voz ahogada:

—Mistress Welman fue siempre muy buena para mí.

Elinor prosiguió con frialdad:

—Mi tía habría concedido varios legados en caso de haber podido otorgar testamento. Puesto que murió sin hacerlo, yo asumo la responsabilidad de cumplir sus deseos. He consultado a mister Seddon y, siguiendo sus consejos, he confeccionado una lista de cantidades que percibirán los criados y criadas según el tiempo que llevan a nuestro servicio, etcétera...

Hizo una pausa, y prosiguió:

—Naturalmente, usted no puede ser incluida en esa relación —medio se detuvo, creyendo que tal vez aquellas palabras pudieran agradar a la muchacha, pero el rostro de ésta no se inmutó—. Aunque mi tía estaba privada del habla, comprendí que quería legarle una cantidad.

Mary dijo, sosegadamente:

—¡Qué bondadosa era!

Elinor terminó con brusquedad:

—Tan pronto como entre en posesión de la herencia, le entregaré a usted dos mil libras para que disponga de ellas como le plazca.

Mary enrojeció:

—¿Dos mil..., dos mil libras?... ¡Oh, miss Elinor, es usted muy generosa!... No sé qué decir.

Elinor exclamó con voz cortante:

—No es generosidad por mi parte, ni tiene nada qué decirme.

Mary enrojeció ruborizada.

—No puede usted figurarse lo que cambiará mi situación ese dinero.

—Me alegro —dijo Elinor; su voz se dulcificó un poco al preguntar—: ¿Tiene usted algún plan para el futuro?

Mary dijo, rápidamente:

—¡Oh..., sí!... Voy a aprender a dar masajes... Eso es lo que me ha aconsejado la enfermera Hopkins.

—Me parece una idea excelente. Iré a ver a mister Seddon para que me adelante algún dinero tan pronto como sea posible.

—Es usted muy buena, miss Elinor —dijo Mary, agradecida.

—No hago más que cumplir los deseos de tía Laura —y añadió, después de titubear un momento—: Bueno, eso es todo.

La brusca despedida hirió la sensibilidad de la muchacha. Se levantó y dijo con lentitud:

—Muchas gracias, miss Elinor.

Y salió de la habitación.

Elinor permaneció con los ojos fijos en un punto invisible. Nadie habría podido adivinar los pensamientos que surcaban el cerebro de la joven. Continuó sentada, inmóvil, durante largo rato...



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