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¡TAN FÁCIL PARA SER CIERTO!
El jefe inspector Marsden se mostró afable.
—¡Hola, monsieur Poirot! —dijo—. ¿Ha venido a orientarme sobre algunos de mis casos?
Poirot murmuró:
—No, no. Algo de curiosidad por mi parte, eso es todo.
—Tendré mucho gusto en complacerle. ¿De qué caso se trata?
—Del de Elinor Carlisle.
—¡Ah, sí! La muchacha que envenenó a Mary Gerrard. Dentro de un par de semanas se celebrará la vista de la causa. Un caso interesante. También mató a la anciana. No ha llegado el informe definitivo; pero, al parecer, no hay la menor duda de ello. Morfina. Un crimen cometido a sangre fría. Ni siquiera se inmutó cuando la detuvieron ni después. No se ha cogido los dedos en sus declaraciones. Pero tenemos las pruebas acusadoras.
—¿Cree usted que ella lo hizo?
Marsden, un hombre veterano, de rostro bondadoso, movió afirmativamente la cabeza.
—No cabe la menor duda. Puso el tóxico en el emparedado más próximo a miss Gerrard. Es una muchacha de enorme sangre fría.
—¿No tiene usted ninguna duda? ¿Ninguna duda en absoluto?
—¡Oh, no! Estoy completamente seguro. Respira uno tranquilamente cuando se está seguro. No nos gusta cometer errores. No buscamos que la condenen. En esta ocasión puedo actuar con la conciencia tranquila.
Poirot dijo lentamente:
—Comprendo.
El detective de Scotland Yard le miró con curiosidad.
—¿Hay algo en contrario?
Poirot movió lentamente la cabeza.
—Aún no. Hasta ahora, todo lo que he encontrado señala que Elinor Carlisle es culpable.
El inspector Marsden dijo con alegre seguridad:
—Es culpable; no hay duda.
Poirot dijo:
—Me gustaría verla.
El inspector Marsden sonrió indulgente. Dijo:
—Tiene usted mucha influencia con el ministro del Interior, ¿no es verdad? Eso será bastante.