III

Al fin, Elinor fue en busca de Roddy. Le encontró en la sala. Estaba de pie mirando por la ventana. Se volvió bruscamente al entrar Elinor.

Ella dijo:

—¡Ya lo he terminado! Quinientas libras esterlinas para mistress Bishop: ¡ha estado aquí tantos años! Cien para la cocinera y cincuenta para Milly y Olive. Cinco libras esterlinas para cada uno de los otros. Veinticinco para Esteban, el primer jardinero; y, desde luego, algo para el viejo Gerrard, el guarda del pabellón. Todavía no me he ocupado de él. Es un problema... Supongo que habrá que pensionarle.

Hizo una pausa, y luego continuó rápidamente:

—Asigno dos mil libras esterlinas a Mary Gerrard. ¿Crees tú que eso es lo que tía Laura habría querido? Me pareció que era la cantidad apropiada para ella.

Roddy contestó, sin mirarla:

—Sí, en efecto. Siempre has tenido muy buen criterio, Elinor.

Se volvió para mirar de nuevo por la ventana.

Elinor contuvo el aliento un minuto. Luego empezó a hablar nerviosa, precipitada e incoherentemente:

—Hay algo más. Quiero..., es justo..., quiero decir..., que tú recibas la parte que en derecho te pertenece, Roddy.

Cuando él giró sobre sus talones, con una expresión de irritación en el rostro, ella se apresuró a añadir:

—No, escucha, Roddy. ¡No es más que un acto de justicia! El dinero que era de tu tío..., que él dejó a su esposa..., naturalmente suponía que vendría a parar a tus manos. Además, era el propósito de tía Laura. Lo sé por lo que ella me dijo en algunas ocasiones. Y si yo tengo el dinero de ella, tú debes recibir la parte de él; es muy justo. No puedo soportar la idea de que yo pueda haberte robado... simplemente porque tía Laura no quiso hacer testamento. ¡Tú tienes que comprender que esto no es más que justicia!

El rostro largo y sensitivo de Roddy palideció. Dijo:

—¡Dios mío, Elinor! ¿Quieres que yo tenga la impresión de que soy un canalla? ¿Crees por un momento que yo podría..., que yo podría aceptar ese dinero de ti?

—Yo no te lo doy. Es sencillamente un acto de justicia.

Roddy exclamó:

—¡No quiero tu dinero!

—¡No es mío!

—Es tuyo por ley, ¡y esto es lo que importa! Por amor de Dios, trata esto como si fuera un negocio. No quiero tomar ni un céntimo de ti. Espero que no querrás que acepte una limosna.

Elinor exclamó:

—¡Roddy!

Él hizo un rápido gesto.

—¡Ah!, perdona, querida, lo siento. No sé lo que me digo. Estoy tan desconcertado, tan desorientado.

Elinor murmuró suavemente:

—¡Pobre Roddy!...

Él había vuelto la cara del otro lado nuevamente y jugueteaba con la borla de los visillos. En tono indiferente, preguntó:

—¿Sabes tú lo que Mary Gerrard se propone hacer?

—Piensa aprender a dar masajes, según me ha dicho.

—¡Ya!

Hubo un silencio. Elinor se irguió; inclinó hacia atrás la cabeza. Su voz sonaba imperiosa cuando le dijo:

—Roddy, quiero que me escuches con atención.

Él se volvió hacia ella, ligeramente sorprendido.

—Desde luego, Elinor.

—Quiero que hagas el favor de seguir mi consejo.

—¿Y cuál es tu consejo?

Elinor repuso con toda calma:

—No estás muy atado. Puedes permitirte unas vacaciones siempre que quieras, ¿no es verdad?

—¡Oh, sí!

—Entonces..., hazlo. Márchate a alguna parte, al extranjero, por, digamos, tres meses. Vete solo. Traba nuevas amistades y visita nuevos lugares. Hablemos con franqueza. En este momento crees que estás enamorado de Mary Gerrard. Quizá lo estés. Pero no es el instante de abordarla, tú lo sabes tan bien como yo. Nuestro compromiso queda roto. Vete al extranjero, pues, como un hombre libre, y al cabo de tres meses, como un hombre libre, puedes decidirte. Entonces sabrás mejor si realmente amas a Mary o si se trata tan sólo de un capricho pasajero. Y si entonces estás completamente seguro de que la amas, vuelve y dile que estás seguro de no equivocarte, y quizá ella te escuche entonces.

Roddy se aproximó a Elinor. Le cogió una mano.

—¡Elinor, eres maravillosa! ¡Tienes un cerebro tan claro! ¡Eres tan impersonal! No eres mezquina. Te admiro más de lo que puedes imaginarte. Haré al pie de la letra lo que me sugieres. Me marcharé, me apartaré de todo y comprobaré si realmente estoy enamorado o he estado haciendo el idiota. ¡Oh, Elinor! Realmente, no sabes cuánto te aprecio. Me doy perfecta cuenta de que siempre eres mil veces demasiado buena para mí. Dios te bendiga, querida, por tus bondades.

Rápida, impulsivamente, la besó en una mejilla y salió del aposento. Hizo bien, quizá, en no volver la cabeza y ver el rostro de ella.



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