II

Elinor Carlisle penetró en los dominios de Hunterbury por la puerta posterior.

Era un día de estío, claro y caluroso. Veíanse los guisantes de olor en flor. Elinor pasó rozando una fila de ellos. El ayudante del jardinero, Horlick, que había permanecido en su puesto para cuidar el jardín, la saludó respetuosamente:

—Buenos días, señorita. Recibí su carta. Encontrará abierta la puerta lateral. He descorrido las persianas y he dejado abiertas la mayoría de las ventanas.

Elinor dijo:

—Gracias, Horlick.

Cuando la joven se alejaba, el muchacho corrió tras ella diciendo nerviosamente, mientras que la nuez ascendía y descendía en su garganta en forma espasmódica:

—Perdóneme, señorita...

Elinor se volvió.

—¿Qué desea?

—¿Es verdad que ha vendido la casa?... Es decir..., ¿han cerrado ya la venta?

—Sí.

Horlick continuó, tartamudeando:

—Desearía..., señorita..., que usted... me... recomendara al ma...yor Somervell. Necesitará un... jardinero..., sin duda... Tal vez crea que yo soy todavía demasiado joven... para ser... jardinero... pri... me... ro... Pero, como usted sabe, he estado al servicio de mister Stephens durante cuatro años y puedo arreglármelas muy bien yo solo con todo este jardín...

Elinor prometió:

—Haré lo que pueda por usted, Horlick. De todas formas, tenía la intención de elogiar sus conocimientos de jardinería ante el nuevo dueño de Hunterbury.

El rostro de Horlick adquirió la tonalidad de la púrpura.

—Muchas gracias, señorita. Es usted muy bondadosa. Me ha quitado usted un peso de encima. Ya ve: la muerte repentina de su señora tía... y la venta de Hunterbury me tenían muy preocupado... Además, pienso casarme el próximo otoño y... querría asegurarme...

Se interrumpió.

Elinor dijo amablemente:

—Espero que el mayor Somervell aceptará sus servicios. Confíe en que yo haré todo cuanto esté en mi mano.

—Gracias, señorita... Todos esperábamos que la finca sería conservada por la familia... Gracias, señorita.

Elinor se alejó.

De pronto, como el vapor de una caldera que estalla, una ola de cólera, de resentimientos indescriptibles, la inundó: «Todos esperábamos que la finca sería conservada por la familia...»

Roddy y ella debían haber vivido allí. ¡Roddy y ella!

...A Roddy le habría gustado. Y ella habría vivido en aquella casa por amor a Roddy. Ambos habían amado siempre Hunterbury... ¡Querido Hunterbury!... En los años que precedieron a la muerte de sus padres, cuando éstos estuvieron en la India, ella venía a pasar allí sus vacaciones, había jugado en el bosque, vadeando los arroyuelos, arrancando los guisantes en flor hasta formar grandes brazadas... Recordaba cuando comía uvas y grosellas hasta saciarse y frambuesas lustrosas de color rojo oscuro... Luego, las manzanas..., y los escondrijos secretos en que se ocultaba con un libro y leía horas y horas...

Ella había amado Hunterbury... Siempre había alimentado la esperanza de poder vivir allí permanentemente... algún día... Tía Laura la había animado a esta idea. Con palabras y frases como éstas: «Algún día, Elinor, harás cortar esos tejos... ¡Son algo sombríos, tal vez!... ¡Tú te encargarás de que te lo hagan!»

¿Y Roddy?... Roddy también pensaba en que Hunterbury llegase a ser su hogar... Tal vez se basaba en su cariño hacia ella y en la idea de unirse... Subconscientemente, él experimentaba también la sensación de que Hunterbury sería el complemento de su vida común...

Y habrían venido aquí a vivir juntos... Ahora mismo estarían ya viviendo en la magnífica residencia, en vez de estar sacando las cosas para venderlas. En estos momentos habría estado llena de tapiceros, decoradores, albañiles... Y ellos planearían nuevas modificaciones que hermosearan el interior y exterior de aquella casa que era suya, de los dos... Y habrían paseado juntos, muy juntos, por su jardín, causando la envidia de todos los que los viesen por la felicidad que rebosarían... Así habría ocurrido si no hubiese sido por aquel fatal accidente de la belleza de Mary.

¿Qué sabía Roddy de Mary Gerrard...? Nada..., menos que nada... ¿Qué era lo que le atraía de Mary?...

Indudablemente, la joven debía de tener buenas cualidades..., pero ¿lo sabía Roddy?

¿No había dicho él mismo que estaba bajo el influjo de un encanto?

¿No deseaba Roddy verse libre de él?

Si algún día Mary Gerrard..., muriese..., por ejemplo..., tal vez Roddy reconociese: «Más vale así; ahora me doy cuenta. No teníamos nada en común. Hubiéramos sido desgraciados.»

Tal vez hubiese añadido con gentil melancolía:

«Era una criatura encantadora...»

Si a Mary Gerrard le sucediese algo, Roddy volvería a ella, a Elinor... Estaba segura.

Si a Mary Gerrard le sucediese algo...

Elinor hizo girar el picaporte de la puerta lateral. Pasó de la luz a la sombra. Parecía que algo la esperaba dentro de la casa... Tembló.

Atravesó el vestíbulo, abrió otra puerta y penetró en la despensa.

Olía a húmedo allí. Empujó la ventana y la abrió de par en par.

Sobre la mesa dejó todos los paquetes que traía..., la manteca, el pan, la pequeña botella de leche.

Quedó mirándolos un momento y pensó: «¡Qué estúpida soy...! ¡He olvidado el café!»

Miró en los botes que había sobre un estante. En uno de ellos había un poco de té, pero en ninguno pudo encontrar café.

Murmuró para sí:

—Bueno, no importa.

Abrió los tarros de pasta de pescado y quedó ensimismada mirándolos. Luego salió de la despensa y subió la escalera. Se dirigió directamente a la habitación de la difunta mistress Welman. Se aproximó a la cómoda y empezó a abrir cajones y a sacar vestidos, abanicos..., que fue apilando cuidadosamente.



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