Carta de la enfermera Hopkins a la enfermera O'Brien. 14 de julio.

Villa Rosa.

Querida O'Brien:

Todo continúa aquí como siempre. Hunterbury está desierto; todos los criados se han marchado y hay un cartel que dice: «Se vende.» Vi a mistress Bishop el otro día; vive con su hermana, que habita a unos kilómetros de aquí. Se llevó un disgusto, como puede imaginarse, al observar que la casa estaba en venta. Al parecer, ella se aseguró de que miss Carlisle se casaría con mister Welman y que vivirían aquí. ¡Mistress B. dice que el compromiso de casamiento quedó roto! Miss Carlisle marchó a Londres poco después de su partida. Una o dos veces que la vi noté en ella unas maneras muy extrañas. Realmente, yo no sabía qué le ocurría. Mary Gerrard ha marchado a Londres y ha empezado a estudiar para masajista. Creo que ha hecho muy bien. Miss Carlisle le dará, en concepto de legado, dos mil libras esterlinas, lo cual encuentro muy decente por su parte.

A propósito, es extraño cómo suceden las cosas. ¿Recuerda que le hablé en una ocasión de un retrato firmado Lewis, que mistress Welman me enseñó? Estaba yo conversando el otro día con mistress Slattery..., era el ama de llaves del viejo doctor Ransone, que ejercía aquí antes que el doctor Lord..., y desde luego, ella ha vivido siempre aquí y está muy enterada de la vida y milagros de la gente de esos parajes. Abordé el tema en tono casual, mencionando algunos nombres de pila, y diciendo que el nombre de Lewis no era común, y, entre otros, ella mencionó a sir Lewis Rycroft, de Forges Park. Aquél sirvió, en la gran guerra, en el regimiento de Lanceros número 17, y murió hacia el final de la contienda. Así, yo dije: «Era un gran amigo de mistress Welman, de Hunterbury, ¿no es verdad?» Ella me miró y dijo: «Sí, habían sido muy íntimos amigos, pero ella no quería hablar..., ¿y por qué no habían de ser amigos?» Entonces, yo dije que seguramente mistress Welman era viuda en aquella época, y ella contestó: «¡Oh, sí, era viuda!» Como ve, querida, presumí al instante que ella quería decir algo con eso, y en consecuencia manifesté que era extraño, entonces, que no se casaran. Ella repuso al instante: «No podían casarse. Sir Lewis tenía a su esposa en un manicomio.» ¡Por consiguiente, como ve, ahora lo sabemos todo! Considerando el modo fácil como se consigue un divorcio en estos tiempos, constituye una vergüenza que la locura no sea un motivo para concederlo.

¿Recuerda a aquel joven apuesto, Ted Bigland, que solía cortejar a Mary Gerrard? Ha venido a pedirme las señas de ella en Londres, pero no se las he dado. En mi opinión, Mary está por encima de Ted Bigland. Ignoro si usted se dio cuenta, querida; pero mister R. W. estaba enamorado de ella. Es una lástima, porque se han producido algunos disgustos. Fíjese bien: ése es el motivo por el cual se han roto las relaciones entre él y miss Carlisle. Y si me lo pregunta, le diré que esto la ha afectado mucho. Yo no sé lo que ella vio en él. Tengo la seguridad de que R. W. no hubiera sido objeto de mi elección; pero oigo de persona bien enterada que ella estaba locamente enamorada de él. Un lío, ¿no le parece? Y la señorita tiene ahora todo ese dinero.

Creo que él esperaba que su tía le dejase alguna suma de importancia.

El viejo Gerrard, del pabellón, decae rápidamente: ha sufrido algunos ataques graves. Sigue tan grosero y quisquilloso como siempre. Llegó a decir el otro día que Mary no era su hija. Yo entonces le repuse: «A mí me daría vergüenza decir una cosa semejante de su esposa.» Él me miró y contestó: «No es usted más que una idiota. No comprende usted.» Cortés, ¿no es verdad? Su mujer era, según tengo entendido, doncella de mistress Welman antes de su casamiento.

Vi La buena tierra la semana pasada. ¡Es preciosa! Al parecer, las mujeres tienen que soportar muchas cosas en China.

Siempre suya,

Jessie Hopkins.



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