9
HAY ALGO QUE FALLA
El doctor Lord dijo:
—¿Bien?
Hércules Poirot declaró:
—No, no va esto muy bien. Encuentro dificultades.
—¿No ha descubierto nada?
—Elinor Carlisle mató a Mary Gerrard por celos. Elinor Carlisle mató a su tía con el fin de heredar su fortuna. Elinor Carlisle mató a su tía por compasión. ¡Amigo mío, puede usted elegir!
Peter Lord exclamó:
—¡Está usted diciendo tonterías!
—¿Sí?
El rostro pecoso de Lord pareció enfurecerse. Preguntó:
—¿Qué es todo eso?
Hércules Poirot replicó:
—¿Cree usted que eso es posible?
—¿Que es posible qué? ¿Que Elinor Carlisle, no pudiendo soportar ver sufrir a su tía, la matara por compasión o porque ella se lo pidiera? ¡Tonterías!
—¿Son tonterías? Usted mismo me dijo que la anciana señora le suplicó ni una ocasión que terminase con ella.
—No lo dijo en serio. Ella sabía que yo no haría semejante cosa.
—Sin embargo, podía seguir en la misma idea. Elinor Carlisle pudo haberla ayudado.
Peter Lord paseó de un extremo a otro de la habitación. Por fin dijo:
—No se puede negar esa posibilidad. Pero Elinor Carlisle es una joven equilibrada. No creo que la compasión le hiciese olvidar el riesgo que correría. Y se daría perfecta cuenta del peligro. Se exponía a que la acusasen de asesinato.
—Así, pues, ¿usted no cree que lo hiciera?
Peter Lord dijo lentamente:
— Opino que una mujer haría semejante cosa por su esposo, o por su hijo, o por su madre, tal vez. No creo que lo hiciera por una tía, aunque la quisiese mucho. Y creo que, en todo caso, sólo lo haría si la persona en cuestión estuviese sufriendo un dolor verdaderamente insoportable.
Poirot murmuró, pensativo:
—Quizá tenga usted razón —luego añadió—: ¿Cree usted que los sentimientos humanitarios de Roderick Welman puedan haber influido para que él hiciera semejante cosa?
Peter Lord replicó despectivamente:
—¡No tendría valor!
Poirot murmuró:
—¡Quién sabe! Observo que, en ocasiones, menosprecia usted a ese joven.
—¡Oh, no! Es inteligente, no cabe duda.
—Exacto —dijo Poirot—. Y es atractivo, también. Sí, le observé.
—¿Sí? ¡Pues yo no lo he notado nunca! Escuche, Poirot, ¿hay algo?
El detective contestó:
—¡Mis investigaciones no han sido, hasta ahora, afortunadas! Me conducen siempre al mismo punto. Nadie ganaba nada con la muerte de Mary Gerrard. Nadie odiaba a Mary Gerrard, excepto Elinor Carlisle. Hay una sola pregunta que nosotros podemos formularnos. Podríamos decir, quizá: ¿Odiaba alguien a Elinor Carlisle?
El doctor Lord movió lentamente la cabeza.
—Que yo sepa, no. Usted quiere decir... ¿que alguien ha preparado una trampa? ¿Que alguien ha querido hacer recaer las sospechas del crimen sobre miss Carlisle?
Poirot movió afirmativamente la cabeza. Dijo:
—Desde luego, es una suposición aventurada, y no hay nada que la apoye, excepto, quizá, el hecho de que el caso aparezca tan concluyente en contra de ella —refirió al doctor lo de la carta anónima—. Como ve —dijo—, esto hace posible formular una acusación muy grave contra Elinor. Le advirtieron que podría ocurrir que su tía no le dejase ni un penique en su testamento; que esta otra muchacha, una extraña, podría heredar la fortuna entera. Así, cuando su tía pedía un abogado, ella no quiso correr ningún riesgo y se cuidó de que la anciana muriese aquella noche.
Peter Lord gritó:
—¿Y Roderick Welman? ¡También tenía que perder!
Poirot movió la cabeza.
—No, era conveniente para él que su tía hiciese testamento. Si moría sin hacerlo, no recibiría nada. Elinor era su pariente más cercano.
Lord objetó:
—Pero ¡iba a casarse con Elinor!
Poirot dijo:
—Es cierto. Pero recuerde que inmediatamente después se rompió la promesa de casamiento; que él le dijo claramente que deseaba que ella le dejase libre.
Peter Lord gimió. Dijo:
—La fortuna siempre vuelve a sus manos. ¡Siempre!
—Sí. A menos que... —permaneció silencioso un instante. Luego dijo—. Hay algo...
—¿Sí?
—Algo..., alguna pieza de este rompecabezas que falla. Algo, estoy seguro de ello, que atañe a Mary Gerrard. Amigo mío, uno oye muchos chismes por estos parajes. ¿Ha oído usted alguna vez algo contra ella?
—¿Contra Mary Gerrard? ¿Su carácter, quiere decir?
—Cualquier cosa. Alguna historia referente a la muchacha. Alguna indiscreción de su parte. Una insinuación de escándalo. Una duda de su honradez. Algún rumor malicioso respecto a ella. Algo, algo que verdaderamente la perjudique...
Peter Lord contestó lentamente:
—Supongo que no va a sugerir..., a desenterrar cosas de una joven que está muerta y no puede defenderse. De todas formas, no creo que usted pueda hacerlo.
—¿Llevaba una vida irreprochable?
—Que yo sepa, así es. No he oído nunca nada que la perjudicase.
Poirot dijo suavemente:
—No ha de pensar usted, amigo mío, que yo iba a remover el fango donde no lo hay... No, no, nada de eso. Pero la excelente enfermera Hopkins no es una mujer que sepa ocultar sus sentimientos. Quería a Mary y hay alguna cosa respecto a Mary que ella no quiere que se sepa; es decir, hay algo contra Mary que teme que yo descubra. No cree que tenga alguna relación con el crimen. Pues está convencida de que Elinor Carlisle cometió el crimen y, evidentemente, esta cosa, sea la que sea, no tiene nada que ver con Elinor. Pero, como ve, mi querido amigo, es necesario que yo sepa todo. Pues puede ser que Mary haya perjudicado a una tercera persona; y en ese caso, esa tercera persona podría tener un motivo para desear su muerte.
El doctor Lord dijo:
—Pero, seguramente, en ese caso la enfermera Hopkins se daría cuenta de eso también.
Poirot observó:
—La enfermera Hopkins es una persona muy inteligente dentro de sus límites, pero su intelecto no iguala al mío. ¡Tal vez ella no se percataría, pero Hércules Poirot, sí!
Moviendo la cabeza, Peter Lord dijo:
—Lo siento. No sé nada.
Poirot murmuró, pensativo:
—Tampoco Ted Bigland sabe nada; y él ha vivido aquí toda su vida y la de Mary. Tampoco mistress Bishop; pues si supiera alguna cosa desagradable referente a la muchacha, no se lo habría podido callar. Eh bien, hay una esperanza más.
—¿Sí?
—Pienso ver a la otra enfermera, a miss O'Brien, hoy mismo.
El doctor Lord agitó la cabeza y dijo:
—No creo que esté muy enterada de lo ocurrido en este distrito. Llegó aquí hace un mes o dos.
Poirot dijo:
—Lo sé. Pero, amigo mío, la enfermera Hopkins, según nos han dicho, es algo locuaz. No ha chismorreado mucho en el pueblo, donde tales chismes podrían haber perjudicado a Mary Gerrard. Pero ¡dudo de que se abstuviera de decirle algo a una forastera y colega! La enfermera O'Brien puede saber algo.