IV

Roderick Welman dijo:

—¿Quiere usted decir que mi tía murió ab intestato?... ¿Que no hizo testamento alguno?

Mister Seddon limpió sus lentes y repuso:

—Ése es el caso.

—Es extraordinario, ¿verdad?

Mister Seddon tosió significativamente.

— No es tan extraordinario como usted se imagina. Sucede bastante a menudo. Hay una especie de superstición que hace creer a la gente que aproxima la fecha de su óbito haciendo el testamento. Siempre postergan este acto diciendo que hay tiempo de sobra.

Roddy dijo:

—¿No le sugirió nunca a mi tía la idea de hacer el suyo?

—Con bastante frecuencia —repuso Seddon con sequedad.

—¿Y qué decía ella?

El abogado suspiró:

—Igual que todos: que no tenía prisa. Que no tenía intención de morirse. Que aún no había decidido la forma exacta en que quería que se distribuyese su dinero.

Elinor intervino:

—Pero después del primer ataque de parálisis...

Mister Seddon movió la cabeza.

—Entonces fue peor... Me dijo que no quería que volviese a hablarle de ello.

—Es extraño —dijo Roddy.

—Nada de eso —repuso Seddon—. Su enfermedad la volvió mucho más nerviosa.

—Pero ella estaba deseando morirse...

—¡Ah, querida miss Carlisle, la mente humana es un mecanismo curiosísimo! Mistress Welman pensaba que quería morirse, pero junto a ese sentimiento tenía la esperanza de recobrarse completamente. Y a causa de esa esperanza consideró de mal agüero hacer testamento. Usted debe saber —prosiguió, dirigiéndose personalmente a Roddy— cómo se elude el enfrentarse con una cosa que resulta desagradable...

Roddy enrojeció al tiempo que murmuraba:

—Sí, sí... claro. Ya sé lo que quiere decir.

—Pues bien: mistress Welman tenía la intención de hacer su testamento, pero siempre lo dejaba para el día siguiente.

Elinor dijo:

—Por esa razón estaba tan trastornada anoche... Quería que se le avisara a usted inmediatamente.

Mister Seddon replicó:

—¡Sin duda!

—Y ahora, ¿qué ocurrirá? —inquiriré Roddy.

—¿Con los bienes de mistress Welman? —dijo el abogado, y tosió profesionalmente—. Pues dado que murió sin testar, toda su fortuna iría a su pariente más próximo..., es decir, a miss Elinor Carlisle.

—¿A mí? —preguntó Elinor, asombrada.

—El Estado también tendrá su participación —se apresuró a añadir el abogado.

Después de extenderse en detalles sobre artículos del Código, que impacientaron a sus interlocutores, el abogado terminó:

—Pudiendo disponer libremente de su dinero, mistress Welman estaba facultada para cederlo a quien tuviese por conveniente. No habiéndolo hecho, toda su fortuna pasará a miss Carlisle. El impuesto del Tesoro será..., ¡ejem!..., algo elevado; no obstante, después de satisfacer su pago, quedará una fortuna considerable. Casi todo está invertido en valores del Estado.

Elinor dijo:

—¿Y Roderick?

—Mister Welman no es más que el sobrino del esposo de mistress Welman. No lleva su sangre.

Elinor replicó lentamente:

—De todas formas, no importa. Roderick y yo vamos a casarnos.

Pero no miró a Roddy.

El abogado exclamó:

—¡Estupendo!



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