III

El doctor Lord era un hombre de treinta y dos años de edad, cabellos ondulados, un rostro simpático y agradable, aunque feo y pecoso, y una mandíbula notablemente cuadrada. Sus ojos eran vivos y penetrantes, de color azul claro.

—¡Buenos días, mistress Welman! —dijo al entrar.

—¡Buenos días, doctor Lord! Ésta es mi sobrina, miss Carlisle.

Una expresión de inmensa admiración apareció en el rostro transparente del doctor. Se inclinó ligeramente y dijo:

—¿Cómo está usted?

Y tomó con infinito cuidado la mano que le extendía Elinor, como si temiera romperla.

Mistress Welman prosiguió:

—Elinor y mi sobrino han venido para darme ánimos.

—¡Espléndido! —exclamó sinceramente el doctor—. Esto es precisamente lo que usted necesitaba.

Continuaba mirando a Elinor, entusiasmado.

Elinor dijo, aproximándose a la puerta:

—¿Le veré antes de marcharse, doctor Lord?

—¡Oh..., sí..., sí..., claro!

La muchacha salió y cerró la puerta. El doctor se acercó al lecho de la enferma. La enfermera O'Brien le acompañaba.

Mistress Welman dijo, haciendo un guiño:

—¿Va a empezar ya con todos los timos de su profesión, doctor?... Pulso, respiración, temperatura... ¡Qué charlatanes son ustedes!

La enfermera O'Brien dijo, suspirando:

—¡Oh, mistress Welman..., qué cosas le dice usted al doctor!

El doctor Lord le guiñó un ojo:

—Mistress Welman lee en mi corazón como en un libro abierto... De todas formas, mi buena señora, no tengo más remedio que seguir con mi rutina. Lo malo en mí es que nunca seré correcto a la cabecera de un lecho.

—Usted es perfectamente correcto. Y sé que, en realidad, está usted orgulloso de su comportamiento.

Peter Lord chascó la lengua y observó:

—¡Eso es lo que usted dice!

Después de unos minutos de silencio, que el doctor empleó en auscultar detenidamente a la enferma, Lord se sentó en un sillón, junto a la cama, y exclamó, sonriendo:

—¡Está usted estupenda!

Laura Welman inquirió:

—¿Cree usted que podré levantarme dentro de unas cuantas semanas?

—Tan pronto, no.

—¿No, charlatán?... ¿Usted cree que vale la pena vivir así, tratada como un niño?

—¿Qué es lo que vale de la vida?... ¿No ha oído o leído nunca sobre aquella invención medieval que se llama «sin reposo» ? No se podía estar de pie, ni sentado, ni acostado en aquella jaula. Usted creería que el condenado a aquel tormento moriría en pocas semanas. Pues se equivoca. Un hombre vivió dieciséis años en una de esas jaulas; le soltaron y llegó a una edad avanzada.

—¿Y a qué viene esa historia, charlatán?

—Pues a que lo que salvó a aquel hombre fue el instinto de vivir... Se muere porque ya no se tiene voluntad para vivir... He observado otra cosa curiosa... Los que están siempre diciendo que «valdría más morirse», son los que menos dispuestos están a hacerlo. Sin embargo, aquellos que lo tienen todo, rodeados de todas las comodidades, son los que más a menudo se dejan abatir y mueren lentamente porque no tienen suficiente energía para vivir.

—Continúe... Es interesantísimo.

—Ya he terminado. Usted es de las personas que quieren vivir..., diga usted lo que quiera... Y si su cuerpo quiere vivir, vivirá usted, aunque torture su pobre cerebro.

Mistress Welman cambió de tópico, preguntando de sopetón:

—¿Qué le parece su trabajo?

Peter Lord dijo, sonriendo:

—A mí me va muy bien.

—¿No es algo aburrido para un hombre joven como usted? ¿Por qué no se especializa en algo?

Lord agitó la cabeza de ondulados cabellos.

—No... Me gusta mi profesión. Prefiero la medicina general. No me agradaría tratar con los extraños bacilos de raras enfermedades. Me encantan el sarampión, las viruelas locas y todo eso. Resulta interesantísimo observar cuan diferentemente reaccionan las naturalezas a estas enfermedades. Ver la mejoría que producen los tratamientos plenamente comprobados. Lo malo es que carezco de ambición. Permaneceré aquí hasta que posea unas patillas que me lleguen a las solapas. Entonces dirán todos los del pueblo: «Siempre nos ha asistido el doctor Lord, que es un individuo que sabe su oficio... Pero ya está algo anticuado. Llamaremos para este caso al joven doctor Fulano de Tal, que está de moda...» Entonces, mistress Welman...

—¡Hum! —gruñó la enferma—. Piensa usted en todo.

Peter Lord se levantó.

—Bien... Me marcho.

—Creo que mi sobrina quiere hablarle. ¿Qué piensa usted de ella? No se conocían, ¿verdad?

El rostro de Lord adquirió un tinte escarlata. Enrojeció hasta los párpados.

—¡Oh, es... en... cantadora!... Y parece muy inteligente y...

Mistress Welman parecía divertidísima. Pensó para sí: «¡Qué joven es en realidad!»

Luego, en voz alta:

—Usted debería casarse.



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