1

POIROT SE INTERESA

Hércules Poirot, con su cabeza en forma de huevo reclinada suavemente a un lado, las cejas enarcadas con expresión interrogante y las puntas de sus dedos unidas, observaba al joven que paseaba furiosamente de un extremo a otro del aposento, contraído su rostro simpático y pecoso.

Hércules Poirot preguntó:

Eh bien, amigo, ¿qué es todo esto?

El doctor Lord se detuvo en seco en su paseo.

Contestó:

—Monsieur Poirot: es usted el único hombre del mundo que puede ayudarme. He oído a Stillingfleet hablar de usted; me dijo que lo que usted hizo en el caso de Benedict Farley. Cómo todo el mundo creía que se trataba de un suicidio y usted demostró que era un asesinato.

Hércules Poirot repuso:

—¿Tiene usted, pues, un caso de suicidio entre sus pacientes, un suicidio que no le satisface del todo?

Peter Lord movió la cabeza.

Se sentó enfrente de Poirot. Respondió:

—Hay una joven. ¡Ha sido detenida y va a ser procesada por asesinato! ¡Quiero que usted encuentre las pruebas de que ella no hizo tal cosa!

Las cejas de Poirot se enarcaron un poco más. Luego adoptó un aire discreto y confidencial.

Inquirió:

—Usted y esa joven..., ¿están prometidos? ¿Son novios? ¿Están enamorados mutuamente?

El doctor Lord prorrumpió en una risa áspera y amarga.

Contestó:

—¡No, no se trata de eso! ¡Ella ha tenido el mal gusto de preferir a un asno arrogante y narigudo, con una cara como un caballo melancólico! ¡Es una estupidez por parte de ella, pero así es!

Poirot murmuró:

—Comprendo.

Peter Lord exclamó amargamente:

—¡Oh, sí, usted lo comprende! No es necesario hablar con tacto al respecto. Me enamoré de ella al instante. Y por este motivo no quiero que la ahorquen. ¿Comprende?

Poirot inquirió:

—¿De qué la acusan?

—La acusan de haber asesinado a una muchacha llamada Mary Gerrard, envenenándola con hidrocloruro de morfina. Probablemente ya ha leído usted la historia de la encuesta en la Prensa.

Poirot interrogó:

—¿Y el móvil?

—¡Los celos!

—Y, en su opinión, ¿ella no cometió dicho crimen?

—No, desde luego que no.

Hércules Poirot le miró pensativo un instante y luego dijo:

—¿Qué es, concretamente, lo que usted quiere que yo haga? ¿Investigar este caso?

—Quiero que usted la salve.

—Yo no soy ningún abogado defensor, mon cher.

—Lo explicaré con más claridad: quiero que usted encuentre las pruebas que permitan a su abogado defenderla con éxito y ponerla en libertad.

—Propone usted eso de un modo algo extraño.

Peter Lord repuso:

—¿Porque hablo con franqueza, quiere usted decir? Yo lo veo muy claro. Quiero que no condenen a esa muchacha. ¡Creo que usted es el único hombre que puede hacerlo!

—¿Quiere usted que yo examine los hechos? ¿Que averigüe la verdad? ¿Que descubra lo que realmente ocurrió?

—Quiero que usted encuentre todos los hechos que hablen en favor de la muchacha.

Hércules Poirot, con cuidado y precisión, encendió un diminuto cigarrillo.

Repuso:

—Pero ¿no es algo inmoral lo que usted dice? Llegar a la verdad, sí, siempre me interesa. Pero la verdad es un arma de dos filos. ¿Y si encontrase algunos hechos en contra de la muchacha? ¿Pide usted que los suprima?

Lord se incorporó. Estaba muy pálido.

Exclamó:

—¡Eso es imposible! Nada de lo que usted encuentre puede perjudicarle más que los hechos conocidos ya. ¡La comprometen! ¡La acusan! ¡Hay numerosas pruebas evidentes que la acusan! ¡Usted no podría encontrar nada que pudiera comprometerla más de lo que ya está! Yo le pido a usted que emplee todo su ingenio. Stillingfleet dice que usted es sumamente ingenioso para encontrar una salida, una coartada, una posible alternativa.

Hércules Poirot repuso:

—Seguramente sus abogados harán eso.

—¿Sus abogados? —dijo el joven, y rió desdeñosamente—. ¡Están derrotados antes de empezar! ¡Opinan que es inútil, que no hay ninguna esperanza! Han designado a Bulmer, el abogado de las causas perdidas, lo cual es ya un hecho grave, desesperado: una confesión. El abogado sentimental, para que resalte la juventud de la acusada. Pero el juez no se quiere dejar sobornar. ¡No hay la menor esperanza!

Hércules Poirot preguntó:

—Suponiendo que ella sea culpable, ¿todavía querrá usted que la absuelvan?

Peter Lord contestó quedamente:

—Sí.

Hércules Poirot se movió de su asiento.

Declaró:

—Usted me interesa...

Un minuto o dos después añadió:

—Creo que sería mejor que usted me explicase la situación, los hechos del caso.

—¿No ha leído usted nada en la Prensa?

Hércules Poirot agitó una mano.

—Sí, una reseña, una mención breve. Pero los periódicos son tan inexactos, que nunca me guío por lo que ellos dicen.

Lord explicó:

—Es muy sencillo. Horriblemente sencillo. Esta muchacha, Elinor Carlisle, acababa de heredar una casa cerca de aquí, Hunterbury Hall, y una fortuna de su tía, que murió sin hacer testamento. La tía se llamaba Welman. La tía tenía un sobrino: Roderick Welman. Éste tenía relaciones con Elinor Carlisle, estaba prometido a ella, una cosa ya antigua, pues se han conocido de niños. Había una muchacha en Hunterbury Hall: Mary Gerrard, hija del conserje. Mistress Welman había cobrado afecto a la chiquilla, le costeó una educación, etcétera. En consecuencia, la muchacha exteriormente era una señorita. Al parecer, Roderick Welman se enamoró de ella. Y el compromiso con Elinor Carlisle se rompió.

»Ahora vamos a los hechos. Elinor Carlisle puso en venta la finca, y un hombre llamado Somervell la compró. Elinor bajó para recoger los efectos personales de su tía. Mary Gerrard, cuyo padre acababa de fallecer, estaba desalojando el pabellón. Esto nos lleva a la mañana del veintisiete de julio.

»Elinor Carlisle se hospeda en la fonda del pueblo. En la calle encontró a la antigua ama de llaves, mistress Bishop. Ésta se ofreció a acompañarla a la casa para ayudarla. Elinor rehusó, con cierta vehemencia. Luego entró en la tienda de comestibles y compró un poco de pasta de pescado, y allí hizo una observación referente a la intoxicación de los alimentos. ¿Comprende usted? ¡Una cosa por completo inocente; pero, desde luego, es un dato acusatorio! Fue a la casa, y a eso de la una bajó al pabellón, donde Mary Gerrard estaba ocupada con la enfermera del distrito, una mujer muy curiosa, llamada Hopkins, que la ayudaba. Elinor les dijo que tenía unos emparedados en la casa. Subieron las tres a la casa, comieron emparedados, y cosa de una hora más tarde me llamaron y encontré a Mary Gerrard que había perdido el conocimiento. Hice cuanto pude, pero fue en vano. La autopsia reveló que la muchacha había ingerido una fuerte dosis de morfina poco antes. Y la Policía encontró un trozo de etiqueta que decía: «Hidrocloruro de morfina», precisamente donde Elinor Carlisle había estado preparando los emparedados.

—¿Qué más comió o bebió Mary Gerrard?

—Ella y la enfermera del distrito tomaron té con los emparedados. La enfermera lo preparó y Mary lo sirvió. No hubo nada más. Desde luego, tengo entendido que el abogado defensor se extenderá sobre el punto de los emparedados, haciendo resaltar como dato muy importante que las tres comieron y, por consiguiente, resulta imposible que sólo una persona fuese envenenada. Recordará usted que eso fue lo que alegaron en el caso Hearne.

Poirot movió afirmativamente la cabeza. Observó:

—Pero, en realidad, es muy sencillo. Se preparan los emparedados. En uno de ellos está el veneno. Usted ofrece el plato. En nuestro estado de civilización, es costumbre que la persona a quien se ofrece el plato tome el emparedado más cercano a ella. ¿Supongo que Elinor Carlisle presentó el plato a Mary Gerrard primero?

—Exacto.

—¿Aunque la enfermera, que era una mujer de más edad, se encontraba en la habitación?

—Sí.

—Esto no presenta buen cariz.

—En realidad, no significa nada. No se guarda mucha etiqueta en un refrigerio tan ligero, una simple merienda improvisada.

—¿Quién cortó los emparedados?

—Elinor Carlisle.

—¿Había alguien más en la casa?

—Nadie.

Poirot movió la cabeza.

—Esto presenta mal aspecto. ¿Y la muchacha no tomó nada más que el té y los emparedados?

—Nada más. El contenido del estómago nos lo demuestra.

Poirot observó:

—¿Se ha sugerido que Elinor Carlisle esperaba que la muerte de la muchacha se atribuyera a la intoxicación de los alimentos? ¿Cómo se proponía ella explicar el hecho de que tan sólo un miembro del grupo fuese afectado?

Lord repuso:

—Suele suceder así en ocasiones. Además, había dos botes de pasta de aspecto muy parecido. Se ha expuesto la hipótesis de que uno de los botes estaba bien y que, por una coincidencia, Mary comió toda la pasta mala.

—Un interesante estudio de la ley de probabilidades —observó Poirot—. Las probabilidades matemáticas en contra de que eso pueda suceder son muy grandes, me parece. Pero hay otro punto: si había de sugerirse una intoxicación por alimentos, ¿por qué no escoger un veneno diferente? Los síntomas de la morfina no son en modo alguno similares a los de una intoxicación producida por alimentos en mal estado. ¡Seguramente que la atropina hubiera sido una elección mejor!

El doctor Lord dijo lentamente:

—Sí, es verdad. Pero hay algo más. ¡Esa maldita enfermera jura que perdió un tubo de morfina!

—¿Cuándo?

—¡Oh! Unas semanas antes: la noche en que mistress Welman falleció. La enfermera declara que dejó su maletín en el recibidor y echó de menos un tubo de morfina por la mañana. Todo ello es pura invención. Probablemente se le rompió en casa y se olvidó de ello.

—¿Ella lo ha recordado sólo cuando la muerte de Mary Gerrard?

Lord respondió de mala gana:

—En realidad, ella lo mencionó oportunamente a la enfermera de guardia.

Hércules Poirot miraba con cierto interés a Peter Lord.

Dijo suavemente:

—Creo, mon cher, que hay algo más, algo que usted no me ha dicho aún.

Lord repuso:

—¡Ah, bueno! Será mejor que se lo diga todo. Han solicitado permiso de exhumación y van a desenterrar a mistress Welman.

Poirot preguntó:

—Eh bien?

—Cuando lo hagan, probablemente encontrarán lo que buscan: ¡morfina!

—¿Usted lo sabía?

El doctor Lord, con el rostro pálido bajo las pecas, murmuró:

—Lo sospechaba.

Hércules Poirot palmoteo en el brazo de su sillón. Exclamó:

Mon Dieu! ¡No le comprendo a usted! ¿Usted sabia cuando ella murió que había sido asesinada?

Peter Lord gritó:

—¡Cielos, no! ¡Jamás se me ocurrió semejante cosa! Pensé que ella misma se lo había administrado.

Poirot se hundió en su sillón.

—¡Ah! Usted pensó eso...

—¡Naturalmente que sí! Ella me había hablado al respecto. Me preguntó más de una vez si no podía «terminar con ella». Era una mujer que detestaba las enfermedades, el verse reducida a la impotencia... lo que ella llamaba la indignidad de encontrarse tendida, asistida como si fuera una criatura. Y era una mujer muy resuelta.

Permaneció silencioso un momento; luego continuó:

—Su muerte me sorprendió. No la esperaba. Hice salir a la enfermera y practiqué una investigación. Naturalmente, era imposible asegurarse del motivo de la muerte sin hacer la autopsia. Pero pensé: «¿Para qué?» No conseguiríamos más que provocar un escándalo. Era preferible firmar el certificado de defunción y dejar que la enterraran en paz. Después de todo, yo no estaba muy seguro. Tal vez hice mal... Pero jamás pensé que la hubiesen asesinado. Estaba convencido de que había sido ella misma la que aceleró su muerte.

Poirot preguntó:

—¿Cómo cree que obtuvo la morfina?

—No tengo la menor idea. Pero créame usted, era una mujer astuta e inteligente, con mucho de ingenuidad y notable determinación.

—¿Pudo conseguirla de alguna de las enfermeras?

Lord movió la cabeza.

—¡Ni pensarlo! ¡Usted no conoce a las enfermeras!

—¿Y de sus familiares?

—Es posible. Tal vez apeló a sus buenos sentimientos.

Hércules Poirot dijo:

—Me ha dicho usted que murió sin testar. ¿Habría hecho testamento si hubiese vivido?

El doctor Lord hizo una mueca de disgusto.

—Quiere usted apretar todos los resortes, ¿eh? Sí. Estaba dispuesta a otorgar testamento, lo deseaba apremiantemente. No podía hablar, pero se hacía entender. Elinor Carlisle fue encargada de telefonear al abogado a la mañana siguiente.

—Luego Elinor sabía perfectamente que su tía quería hacer testamento, ¿eh? Y, al morir sin hacerlo, toda su fortuna iría a parar a Elinor. ¿No es así?

Lord se apresuró a declarar:

—Ella no sabía eso. No tenía la menor idea de que su tía no hubiese hecho testamento.

—Eso, amigo mío, eso es lo que ella dice. Es probable que lo supiese.

—Pero, Poirot..., ¿es usted fiscal?

—En este momento, sí. Debo saber todo lo que la acusa. ¿Pudo Elinor coger la morfina de la cartera de cuero?

—Sí. Pero también pudo hacerlo otro cualquiera. Roderick Welman... La enfermera O'Brien... Uno de los criados...

—¡O el doctor Lord!

Lord abrió los ojos, asombrado. Exclamó:

—¡Cla... ro que sí!... ¿Qué es lo que piensa?

—Tal vez por compasión...

Lord movió la cabeza.

—No... Nada de eso... Debe usted creerme.

Hércules Poirot se arrellanó en su asiento. Dijo:

—Formularemos una hipótesis. Supongamos que Elinor cogió la morfina de la cartera de la Hopkins y la administró a su tía. ¿Se dijo algo de la pérdida de la morfina?

—A los de la casa, no. Las enfermeras lo mantuvieron en secreto.

Poirot preguntó:

—¿Qué cree usted que hará el tribunal?

—¿Quiere usted decir si encontraran morfina en el cuerpo de mistress Welman?

—Precisamente.

Lord declaró, ceñudo:

—Es posible que si Elinor es declarada inocente de este crimen, sea acusada del asesinato de su tía.

Poirot dijo pensativamente:

—Los motivos son muy diferentes; es decir, en el caso de mistress Welman, el móvil era el lucro... Mientras que en el de Mary Gerrard se supone que han sido los celos.

—Cierto.

Poirot preguntó:

—¿Cómo desarrollará el caso la defensa?

Lord repuso:

—Bulmer se propone fundamentar su tesis en que no pudo existir motivo alguno. Expondrá la teoría de que el enlace proyectado por Roderick y Elinor se debía a instigaciones de la difunta. No existía amor alguno entre ellos, y si aceptaron la idea de la boda fue para complacer a mistress Welman; y deshicieron el proyecto, a la muerte de aquélla, de mutuo acuerdo. Roderick Welman lo declarará así. Creo que casi está convencido de que es la verdad.

—¿No cree que Elinor le haya amado?

—Así es.

—En ese caso —afirmó Poirot—, ella no tenía motivo alguno para envenenar a Mary Gerrard.

—Cierto.

—Entonces, ¿quién la asesinó?

—¿Quién sabe?

Hércules Poirot movió la cabeza, apesadumbrado.

—C'est difficile.

Lord expuso en tono vehemente:

—Dígame, Poirot... Si no fue ella, ¿quién lo hizo? Tenemos el té, pero tanto la enfermera Hopkins como Mary bebieron de él. La defensa sugerirá que Mary Gerrard ingirió la morfina cuando quedó sola en la habitación... Es decir, que se suicidó...

—¿Tenía algún motivo para suicidarse?

—Que yo sepa, no.

—¿Tenía predisposición al suicidio?

—No.

Poirot dijo:

—¡Descríbame a esa Mary Gerrard!

Lord reflexionó un instante.

—Era... una criatura preciosa... Eso es, una criatura preciosa.

Poirot suspiró. Dijo en voz que parecía un murmullo:

—¿Se enamoró Roderick de ella porque era una criatura preciosa?

Lord sonrió.

—Ya sé lo que usted piensa... No. Era hermosa de verdad.

—¿Y usted mismo?... ¿No experimentaba usted también la atracción de su belleza?

Lord se le quedó mirando, asombrado.

—¿Yo?... ¡No, por Dios!

Hércules Poirot reflexionó durante varios segundos.

Luego dijo:

—Roderick Welman afirma que no le unía a Elinor más que una buena amistad. ¿Lo cree usted?

—¿Cómo diablos quiere usted que yo lo sepa?

Poirot movió la cabeza.

—Usted me dijo cuando entró aquí que Elinor Carlisle había tenido el mal gusto de enamorarse de un asno narigudo y arrogante. Me parece que ésa es la descripción de Roderick Welman. Luego le quería.

Lord exclamó, desesperado:

—¿Y qué?... ¡Sí, le quería!... ¡Le quiere aún!

Poirot aseguró pausadamente:

—Entonces, había un motivo...

Peter Lord se aproximó al detective con el rostro congestionado por la ira.

—Bueno, ¿y qué?... Es posible que lo hiciera ella... Pero no me importa en absoluto.

Poirot dijo:

—¡Bien!

—Sin embargo, no quiero que la cuelguen. Suponiendo que la desesperación la empujara a cometer ese crimen... El amor puede hacer de un canalla un hombre honrado..., puede llevar a un hombre probo e intachable al patíbulo... Supongamos que ella lo hiciese. ¿No quiere usted compadecerse de ella?

Hércules Poirot declaró:

—Yo no apruebo el asesinato.

Lord se quedó mirándolo con fijeza, y desvió la vista; luego le miró otra vez, y, finalmente, prorrumpió en una carcajada.

—¡No he visto en mi vida a nadie tan presuntuoso!... ¿Quién le pide a usted que lo apruebe? ¡No pretendo que usted mienta!... ¡La verdad es verdad siempre! ¿No es así?... Si usted consigue encontrar un indicio favorable a un acusado, ¿lo suprimirá porque lo considere culpable?

—Claro que no.

—Entonces, ¿por qué no puede hacer lo que le pido?

Hércules Poirot afirmó con una sonrisa:

—Amigo mío, estoy dispuesto a hacerlo...



Загрузка...